La protesta contin¨²a en Egipto pese al pacto entre islamistas y militares
Mientras en la emblem¨¢tica plaza Tahrir contin¨²an las manifestaciones, los principales movimientos pol¨ªticos maniobran de cara a las elecciones. M¨¢s de 30 personas han muerto en la nueva revuelta desde el pasado s¨¢bado
La plaza de Tahrir es territorio revolucionario, en sus alrededores se libran terribles batallas campales y los hospitales improvisados rebosan de heridos. Desde Tahrir, en el centro de El Cairo, la situaci¨®n parece id¨¦ntica a la que en febrero forz¨® la dimisi¨®n de Hosni Mubarak. Desde fuera, sin embargo, las cosas se ven distintas. El Consejo militar que gobierna Egipto y los Hermanos Musulmanes, el partido m¨¢s potente y organizado, han establecido una alianza t¨¢cita para que, pese a la violencia, se celebren elecciones a partir del pr¨®ximo lunes y para que el pa¨ªs se adentre en una nueva fase.
Los manifestantes de Tahrir exigen que el mariscal Mohamed Tantaui se vaya (el grito constante en la plaza es ¡°fuera, fuera, fuera¡±) y que el Ej¨¦rcito entregue el poder a un Gobierno civil de unidad nacional. En eso est¨¢n de acuerdo. Las elecciones, en cambio, son tema de debate. Unos quieren posponer las parlamentarias, cuyo inicio est¨¢ previsto para el lunes y cuyo complejo mecanismo deber¨ªa desarrollarse hasta enero, otros exigen que se anticipen las presidenciales, y hay quien no quiere hablar de elecciones porque considera que conducir¨¢n a una reedici¨®n de la dictadura.
Frente a la rabia de Tahrir, donde se considera que la revoluci¨®n fue secuestrada desde el mismo momento en que cay¨® Mubarak, en el ¨¢nimo de muchos egipcios pesan el des¨¢nimo y la fatiga. Diez meses despu¨¦s del 25 de enero, fecha de la manifestaci¨®n con que comenz¨® el proceso, pocas cosas han cambiado. A la pobreza, la brutalidad policial y la ineficacia burocr¨¢tica se han sumado, sin embargo, la incertidumbre, la ca¨ªda del turismo y el desorden p¨²blico. ¡°Que ocurra algo, que ocurra ya y que nos dejen respirar¡±, dec¨ªa Sidi Sabah, un zapatero de Zamalek. En esa zona de El Cairo, como en la mayor parte de la ciudad, el ambiente hoy era de normalidad.
Quienes m¨¢s confianza tienen en el futuro son los Hermanos Musulmanes y sus simpatizantes, muy numerosos en Egipto. Los islamistas se sienten ya ganadores de las elecciones y no quieren ni aplazamientos ni sorpresas. Si para dominar el proceso constituyente deben aliarse con los militares y soportar su tutela durante un tiempo, est¨¢n dispuestos a hacerlo. Lo ¨²nico que temen es que un quiebro del destino, tal vez una prolongaci¨®n indefinida de la dictadura militar justificada por el caos callejero (hay quien intuye la mano de agentes infiltrados tras el caos), les prive de convertirse en la fuerza hegem¨®nica.
Los Hermanos Musulmanes se ven obligados a desempe?arse de forma ambigua. Bendicen el retorno a Tahrir, pero no participan en ¨¦l; critican la supervivencia del r¨¦gimen mubarakista, ahora representado por la c¨²pula militar y por los miles de miembros del r¨¦gimen que acuden a las elecciones como candidatos liberales o independientes, pero se declaran dispuestos a pactar; lamentan la brutalidad policial, pero no comparten los objetivos de los manifestantes.
La inc¨®gnita del Ej¨¦rcito
Dentro del creciente caos, la mayor inc¨®gnita afecta a los militares. El mariscal Tantaui y el resto de los generales simularon ser neutrales en enero y febrero, y los egipcios decidieron creerse la patra?a. Ese juego, ahora, resulta grotesco. En su discurso de ayer, vago y temeroso, Tantaui volvi¨® a esconderse tras una presunta inocencia del Ej¨¦rcito. La poblaci¨®n, tanto la que protesta como la que tiende a la resignaci¨®n, sabe perfectamente que es ¨¦l quien da las ¨®rdenes. Aunque las elecciones presidenciales se celebren en julio del a?o pr¨®ximo y acto seguido el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas ceda el poder, como prometi¨® Tantaui ayer, cuesta imaginar que se sostenga hasta entonces el fantasmag¨®rico montaje que se improvis¨® en febrero para cubrir el vac¨ªo de Mubarak. El Gobierno civil de t¨¦cnicos ha dimitido y no parece probable que pueda formarse un Gobierno provisional m¨¢s o menos capaz y a la vez dispuesto a someterse en todo a los militares.
Ninguna perspectiva induce al optimismo. La multitud de Tahrir exhibe una furia que puede hacerse cr¨®nica, convirtiendo la violencia urbana en algo cotidiano. Y la polic¨ªa fomenta la furia. Ambos bandos, manifestantes y antidisturbios, se agreden con todo lo que pueden en la calle Mohamed Mahmud, acceso a la sede del Ministerio del Interior. Pero frente a las piedras y los c¨®cteles molotov que lanzan los j¨®venes, los antidisturbios disparan un gas lacrim¨®geno inusualmente potente (ya ha causado muertos por asfixia), balas de goma y cartuchos de perdigones, y cuando se hacen con un manifestante lo apalean con un ensa?amiento atroz. Quienes sufren uno de esos encuentros con los polic¨ªas vuelven en cuanto pueden a la carga, vendados, cojos, ensangrentados, con un claro ¨¢nimo de venganza.
Tanto la Comisi¨®n de Derechos Humanos de la ONU como Amnist¨ªa Internacional han condenado la actuaci¨®n de las fuerzas de seguridad egipcias. Los ¨¢nimos arden. Los recuentos de v¨ªctimas mortales en los cinco ¨²ltimos d¨ªas oscilan entre 33 y 38, aunque numerosos m¨¦dicos estiman que la cifra real es m¨¢s elevada y s¨®lo se conocer¨¢ cuando amaine la violencia. Lo cual no parece inminente.
Un gas especial contra los manifestantes
Un herido cada 30 segundos. Ese era el ritmo esta ma?ana, contado reloj en mano. Algunos llegaban en ambulancias, otros a bordo de peque?as motocicletas chinas Dayun: conductor, herido y acompa?ante, abri¨¦ndose camino entre la multitud. Hab¨ªa tres hospitales de campa?a en la plaza de Tahrir y numerosas zonas donde quienes ya hab¨ªan recibido curas eran tendidos sobre mantas. Un m¨¦dico comentaba que el material m¨¢s usado eran bombonas de ox¨ªgeno para las asfixias, pomadas para las quemaduras, vendas para las fracturas y analg¨¦sicos.
Pese a la abundancia de heridos en el flanco occidental de Tahrir, el resto de la plaza y el espacio que se extiende hasta el Museo Egipcio mostran un aspecto casi ferial. Decenas de tenderetes ofrec¨ªan comida, t¨¦, tabaco, ropa, refrescos, banderitas y los dos productos estelares de la temporada: mascarillas quir¨²rgicas y m¨¢scaras antig¨¢s de tipo industrial. Uno de los comerciantes ha vendido 120 m¨¢scaras en menos de una hora.
Muchos de los manifestantes que acud¨ªan al ¡°frente¡±, el tramo de la calle Mohamed Mahmoud donde se libraba una batalla continua en la que ambos bandos realizaban relevos constantes, llevaban m¨¢scaras de buceo para protegerse los ojos. El gas que utiliza estos d¨ªas la polic¨ªa egipcia no merece, sin embargo, la denominaci¨®n de ¡°gas lacrim¨®geno¡±: aunque irrita los ojos, afecta especialmente la garganta y los pulmones, causando de forma inmediata s¨ªntomas de asfixia. La polic¨ªa asegura que es el mismo gas estadounidense utilizado en enero y febrero. La experiencia de quien lo sufre indica lo contrario.
Altos oficiales del Ej¨¦rcito y cl¨¦rigos musulmanes han intentado establecer una tregua a media tarde, y durante aproximadamente una hora una barrera de soldados ha separado con ¨¦xito a polic¨ªas y manifestantes, pero luego se reanudaron los enfrentamientos. Entrada la noche, la plaza de Tahrir permanec¨ªa tomada por una multitud y junto a ella, en los alrededores del Ministerio del Interior, prosegu¨ªa la violencia.
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