La vida al borde del hambre
Una crisis alimentaria se cierne sobre 16 millones de personas en el Sahel
Antes de que la viera un m¨¦dico, a Zara Suleiman, de dos a?os, le sacaron los dientes y le extirparon las am¨ªgdalas porque vomitaba, ten¨ªa fiebre, diarrea y tos. Tampoco funcion¨® que al peque?o Koubra, de tres meses, le quemaran con un hierro candente y una punta de algod¨®n en el pecho cuando empez¨® a tener problemas para respirar. Muchos otros padres en las zonas remotas de Chad acuden a los remedios tradicionales para sanar algo que no siempre son capaces de identificar. La malnutrici¨®n no es una enfermedad tan evidente, ni siquiera en este lugar. Como 16 millones de personas a lo largo de siete pa¨ªses de la franja del Sahel, los habitantes de Mao est¨¢n en riesgo de padecer los efectos de una crisis alimentaria, seg¨²n la FAO. Est¨¢n al borde del hambre, en el paso anterior a la emergencia.
Zara llama la atenci¨®n entre el resto de los ni?os que est¨¢n en el centro nutricional de Unicef de Mao. Est¨¢ sentada en una alfombra en el patio y tiene las manos vendadas para evitar que se arranque la aparatosa sonda que conecta su nariz con el est¨®mago. Por ahora, es el ¨²nico recurso para alimentarla. No reacciona a los gestos, ni levanta la mirada al o¨ªr su nombre. Padece malnutrici¨®n severa aguda. Eso significa que, de no haber recibido tratamiento, es probable que hubiera muerto en poco tiempo. Unicef calcula que unos 127.000 ni?os en Chad se enfrentar¨¢n a la misma situaci¨®n si no se hace nada, y m¨¢s de un mill¨®n en todo el Sahel.
Lo primero que se ve al llegar a Mao es una enorme esfera plateada que se eleva sobre las casas de adobe. El tr¨¢fico de las calles de arena, donde se hunden los pies hasta el tobillo, consiste en burros transportando ladrillos y bultos, alg¨²n cami¨®n rebosante de hombres con turbante y camellos. Hay 44 grados. Por las tardes, el polvo que se respira durante todo el d¨ªa empieza a ascender y crea una cortina brumosa que envuelve y emborrona la capital de la regi¨®n de Kanem, en el centro-oeste de Chad, en el cintur¨®n del Sahel que atraviesa el pa¨ªs.
La poblaci¨®n sufre el efecto del cambio clim¨¢tico y los altos precios de la comida
Esa bola met¨¢lica gigante con aspecto de OVNI permanente es un dep¨®sito de agua, el ¨²nico que hay en la ciudad de 18.000 habitantes. Lleva dos meses en los que apenas bombea por una aver¨ªa el¨¦ctrica, as¨ª que solo quedan los pozos. Para los agricultores de esta zona, empieza a ser m¨¢s sencillo predecir que se va a repetir una crisis ¡ªla ¨²ltima fue en 2010¡ª que la lluvia. ¡°En la ¨¦poca de mi abuelo no hab¨ªa estos problemas¡±, compara un agricultor de 50 a?os. El cambio clim¨¢tico ha descabalado la ¨¦poca de siembra y de recogida. Y entre esas dos estaciones se lo juegan todo. En Chad, este a?o hay un d¨¦ficit de cereal del 30%, seg¨²n la FAO, y esa es la base de la alimentaci¨®n. Casi se han agotado las reservas que ten¨ªan.
Un mercado medieval deb¨ªa ser muy parecido al de Mao, donde las moscas y los burros de carga trasiegan en las callejuelas abarrotadas de gente y de puestos de tomates secos, zanahorias, cereales y alguno de jab¨®n y cosm¨¦ticos chinos. Se ve poca carne y nada de pescado. Aqu¨ª est¨¢ Musa Andr¨¦, de 40 a?os. Es conductor y va consiguiendo contratos para llevar y traer mercanc¨ªa en su furgoneta. Pertenece a algo similar a la clase acomodada de la ciudad y sin embargo tiene que dedicar el 75% de sus ingresos, unos 75 euros al mes, solo a comer. ¡°Antes pod¨ªa comprar lo b¨¢sico en sacos para guardarlo. Pero el arroz casi ha doblado su precio, as¨ª que compro lo que necesito cada d¨ªa, poco a poco¡±, explica. ¡°Por culpa de la sequ¨ªa todo viene de fuera y es m¨¢s caro. El kilo de mijo vale tres veces m¨¢s¡±. De su salario viven sus ocho hijos, sus cuatro hermanos peque?os, sus dos esposas y ¨¦l. 15 personas. Con todo, Andr¨¦ quiere tener m¨¢s hijos. ¡°?Dios es grande!¡±, exclama sonriendo.
Sin salida al mar y rodeado de vecinos conflictivos ¡ªN¨ªger, Libia, Sud¨¢n, Rep¨²blica Centroafricana¡ª, Chad tiene ahora cierta estabilidad pol¨ªtica, tras una sucesi¨®n de guerras, invasiones y dictaduras. Idriss D¨¦by, cuyo retrato saluda al reci¨¦n llegado al destartalado aeropuerto de Yamena y se repite en los edificios de la capital, es el presidente de uno de los pa¨ªses m¨¢s corruptos del mundo. Lleg¨® al poder en 1990 tras derrocar a su antecesor y ah¨ª sigue, aunque celebra elecciones desde 1996 y las gana por holgadas mayor¨ªas. Pese a que el pa¨ªs produce petr¨®leo, las estad¨ªsticas describen los par¨¢metros estructurales del desastre: La esperanza de vida es de 49 a?os. El 62% de sus 11,5 millones de habitantes son extremadamente pobres. La tasa de alfabetizaci¨®n es del 34%.
En Chad, el retorno de miles de personas de Libia agrava la situaci¨®n
A¨²n en estas condiciones, para muchos, Chad es todav¨ªa el lugar al que volver para los cerca de 90.000 chadianos que hab¨ªan emigrado a Libia para trabajar y que la guerra ha obligado a retornar. Ahora regresan a un pa¨ªs azotado por la escasez, y se ha agravado la necesidad de los que recib¨ªan sus remesas. Zeneba Usman, de 25 a?os, ha acudido con el peque?o Gukoni, de 13 meses, a recibir de Unicef el alimento terap¨¦utico que su hijo necesita. Tiene otros dos ni?os y est¨¢ embarazada. Cuando se cas¨®, se fue a vivir a Zouara, en Libia. All¨ª ha pasado los ¨²ltimos diez a?os. ¡°Cuando empez¨® la guerra, decidimos quedarnos. Hab¨ªa tiroteos por las noches. Pero un d¨ªa vino mi vecina a casa y me dijo que si no nos ¨ªbamos al d¨ªa siguiente, toda la familia estar¨ªa en riesgo¡±. Muchos emigrantes subsaharianos vieron c¨®mo, durante la revoluci¨®n, se convert¨ªan en sospechosos de ser mercenarios y de apoyar al r¨¦gimen de Gadafi. Hace seis meses que regresaron. Su marido, que en Libia era jardinero, lleva sin trabajar desde entonces.
De vuelta al centro de nutrici¨®n, Zara, de dos a?os, ha mejorado mucho. Solo ha pasado un d¨ªa y es capaz de comer por s¨ª misma. Lo hace como si aullara, pero ahora Zara ya es capaz de llorar.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.