Ladrillos para tapiar la paz
Medio mill¨®n de israel¨ªes reside en los asentamientos de Cisjordania. Unos por religi¨®n, otros por ideolog¨ªa y muchos porque las casas son m¨¢s baratas y los barrios, m¨¢s c¨®modos y seguros. Vallas y soldados les separan de vecinos palestinos que reivindican la tierra ocupada
Hay israel¨ªes que deciden vivir en asentamientos en Cisjordania porque dicen que esa es la tierra que Dios les prometi¨®. Otros que combinan la fe con el ultranacionalismo y que militan d¨ªa y noche para ensanchar las fronteras de Israel a costa de los palestinos. Y los hay, por ¨²ltimo, que colonizan porque una casa en tierra ajena les sale m¨¢s barata. Pero todos torpedean la viabilidad del futuro Estado palestino que apoya la comunidad internacional.
Israel est¨¢ contra las cuerdas. La comunidad internacional casi en pleno le pide a gritos que frene la expansi¨®n de los asentamientos en Cisjordania y en Jerusal¨¦n Este, ilegales a ojos de la legislaci¨®n internacional. Israel se enroca y anuncia la construcci¨®n de m¨¢s y m¨¢s viviendas en los territorios palestinos. La imagen exterior del pa¨ªs est¨¢ en ca¨ªda libre, sin que al Gobierno de Benjam¨ªn Netanyahu parezca importarle demasiado. Y menos en este momento, con las elecciones del 22 enero a la vuelta de la esquina.
Nada de esto le quita el sue?o a Vardit Rosenblum, vecina de Beitar Illit, uno de los asentamientos incrustados en el coraz¨®n de los territorios palestinos y que crece a velocidad de v¨¦rtigo. Por la cabeza de esta jud¨ªa ultraortodoxa rondan otras preocupaciones. Tiene dos hijas casaderas y ahora busca pretendientes. Es imprescindible que sean haredim, como se conoce aqu¨ª a los ultraortodoxos, y a ser posible chicos pacientes, no fumadores y estudiosos de la Torah. Rosenblum, abogada de 42 a?os, recibe llamadas con ofertas y se emplea a fondo para dilucidar si los chicos merecen la pena. Estos d¨ªas piensa en eso y en el nuevo curso de liderazgo en el que participa tres veces por semana en Jerusal¨¦n, que le entusiasma.
40.000 habitantes tiene el poblado ultraortodoxo de Beitar Illit. ¡°Esto me lo ha dado Dios¡±, dice Rosenblum
Su vida en Beitar Illit es tranquila. Ella y su familia viven rodeados de jud¨ªos ultraortodoxos, como ellos, y eso les hace sentirse bien. Rosenblum sabe que cuando sus hijos van a casa del vecino no van a ver la televisi¨®n ni a conectarse a Internet; ambas modernidades vetadas a la comunidad ultraortodoxa. Sabe tambi¨¦n que los rabinos han supervisado y aprobado todos los productos que venden en el supermercado y que no tiene ni que molestarse en mirar las etiquetas para confirmar que cumplen con las leyes jud¨ªas de la alimentaci¨®n. As¨ª, sin excesivos sobresaltos, han transcurridos los ¨²ltimos 20 a?os en el hogar de los Rosenblum en Beitar Illit, uno de los tres grandes asentamientos ultraortodoxos; los que registran un crecimiento m¨¢s r¨¢pido de poblaci¨®n en Cisjordania, debido en parte a la alt¨ªsima tasa de natalidad de los haredim.
Para los ultraortodoxos como Rosenblum, la conquista de la tierra no es ni mucho menos un objetivo en s¨ª mismo. Ellos se consideran casi colonos accidentales. Eligen vivir en Cisjordania porque en los barrios haredim de ciudades como Jerusal¨¦n dicen que ya no caben. Porque los l¨ªderes de los partidos haredim se encargan de que sus asentamientos reciban permisos para sucesivas ampliaciones y porque los pisos son mucho m¨¢s baratos.
¡°Los palestinos son un pueblo inventado¡±, dice Batya Madad, de Sil¨®, un asentamiento de radicales nacionalistas
De fronteras no quieren ni o¨ªr hablar. Es algo que a Rosenblum, como a la inmensa mayor¨ªa de los cerca de 40.000 habitantes de Beitar Illit, ni le va ni le viene. ¡°Yo no vivo aqu¨ª para fastidiar a nadie. Esto es simplemente lo que me puedo permitir. A m¨ª, como a la mayor¨ªa de los vecinos de Beitar Illit, si ma?ana nos ofrecen una casa igual en Jerusal¨¦n, me mudar¨ªa sin pensarlo¡±.
El sal¨®n de la vivienda de Rosenblum tiene una cristalera con vistas a un pueblo palestino, que est¨¢ casi pegado al asentamiento. Lo tiene enfrente, pero dice que no sabe c¨®mo se llama, aunque ¡°seguro¡± que su marido se acuerda. Como el resto de sus vecinos, no lo pisa; para ellos es casi invisible, como un pueblo fantasma. Los palestinos, sin embargo, aunque quisieran, no podr¨ªan obviar la presencia de Beitar Illit. Este mes, las aguas fecales del asentamiento han vuelto a inundar las tierras de cultivo del pueblo. En esta ocasi¨®n, el escape se ha prolongado diez d¨ªas.
Con la llamada del muec¨ªn a la oraci¨®n como tel¨®n de fondo, Rosenblum se explaya. ¡°Yo no me siento colona. Esta es la tierra que Dios nos prometi¨®. Yo no siento que esto no sea m¨ªo. S¨ª, cuando vinimos sab¨ªamos que esto era de los palestinos, pero aqu¨ª nadie se hace preguntas legales. La ¨²nica preocupaci¨®n es que alg¨²n d¨ªa nos puedan echar¡±. Y matiza: ¡°Quiero que quede claro que yo no vivo aqu¨ª porque me lo permita el Gobierno israel¨ª. Yo vivo aqu¨ª porque esto me lo ha dado Dios¡±. Se lo dio Dios y el banco en forma de cr¨¦dito a precio de saldo, en una ¨¦poca en la que no hab¨ªa carretera directa desde Jerusal¨¦n hasta all¨ª y en la que Beitar Illit no era como ahora una ciudad con todo tipo de servicios. Vivir aqu¨ª era cosa de piadosos valientes y/o pobres.
Los palestinos se niegan a conversar hasta que Israel deje de edificar en Cisjordania, como viene haciendo desde 1967
Ahora, en menos de media hora en coche est¨¢s en Jerusal¨¦n. Los autobuses pasan cada diez minutos y conectan con las principales ciudades con poblaci¨®n haredim. Eso s¨ª, son autobuses segregados. Los hombres van en la parte de delante y las mujeres, atr¨¢s. El transporte p¨²blico resulta necesario para una comunidad que vive en buena parte de los subsidios estatales y en la que muchas familias no pueden permitirse comprar coche.
Un paseo por Beitar Illit con Rosenblum ofrece una inmediata comprobaci¨®n de las estad¨ªsticas que tanto preocupan a los palestinos y a los pa¨ªses occidentales, que piden a Israel que frene el crecimiento de las colonias. Esto parece la ciudad de los ni?os. Con sus minimochilas, sus tirabuzones y sus kip¨¢s de terciopelo negro, la hora de la salida del colegio se convierte en una explosi¨®n infantil. La demanda de escuelas es tan grande que algunas est¨¢n instaladas en barracones a falta de edificios. En los balcones, los triciclos cuelgan en hileras. Los haredim tienen una media de casi siete hijos.
El Estado se gasta tres veces m¨¢s en un ni?o de los asentamientos que en otro de Israel, dicen en Settlement Watch
Los adultos tambi¨¦n se parecen a primera vista mucho unos a otros. Ellos visten de negro y blanco y se cubren con un sombrero, cuya forma y tama?o la determina la secta a la que pertenezcan. Ellas se tapan la cabeza despu¨¦s de casarse con un pa?uelo, gorro o peluca, tambi¨¦n en funci¨®n del grupo al que pertenezcan. Llevan falda larga ¡ªnunca pantalones¡ª y se cubren los brazos y el escote. En este asentamiento hay infinidad de sinagogas, piscina municipal, dos centros comerciales, banco, oficina de correos, centro de salud. Casi de todo.
La relativa normalidad que se respira en el interior de Beitar Illit se rompe nada m¨¢s cruzar el port¨®n met¨¢lico que controla el acceso al asentamiento y que une los dos tramos de valla que rodea la colonia. Una peque?a base militar vigila la entrada. Un poco m¨¢s all¨¢, aparece enseguida el muro de hormig¨®n que impide el paso a los palestinos de Bel¨¦n y de Beit Yala, las poblaciones cristianas palestinas m¨¢s cercanas.
Poco despu¨¦s, llegamos a uno de los grandes puntos de control en la entrada a Jerusal¨¦n. Los colonos y los extranjeros pasan casi como si nada, despu¨¦s de que el soldado levante las cejas para indicar que no hay problema. Para los palestinos es bastante m¨¢s complicado. Solo pueden entrar los que tengan un permiso especial o vivan en Jerusal¨¦n. Incluso con los papeles en regla, a menudo tienen que bajarse del coche o del autob¨²s para que los militares estudien la documentaci¨®n y registren el veh¨ªculo.
Como Beitar Illit, el resto de asentamientos lleva aparejadas una serie de infraestructuras y un despliegue militar, destinado a dar protecci¨®n a los colonos all¨¢ donde vivan. Carreteras de entrada y salida a las colonias, per¨ªmetros de seguridad en torno a los asentamientos, puntos de control, cambios en el trazado del muro¡ Detractores de las colonias ¡ªtanto palestinos como israel¨ªes, que tambi¨¦n los hay¡ª consideran crucial tener en cuenta todos estos a?adidos a la hora de evaluar el impacto de los asentamientos sobre la poblaci¨®n palestina.
M¨¢s de medio mill¨®n de colonos viven en Cisjordania y en Jerusal¨¦n Este, es decir, en los territorios que junto a Gaza aspiran a formar alg¨²n d¨ªa el Estado palestino. El tama?o y el car¨¢cter de las colonias var¨ªa enormemente. Los hay que son un grupo de caravanas ¡ªconocidos como outpost e ilegales incluso ante la ley israel¨ª¡ª y que normalmente son el embri¨®n de futuros asentamientos. Y los hay como Beitar Illit, que son ciudades. Entre un extremo y otro hay casi de todo. En cuanto al tipo de poblaci¨®n, los estudiosos de los colonos manejan una clasificaci¨®n algo reduccionista, pero que ayuda a hacerse una idea de por d¨®nde van los tiros. Dividen a la poblaci¨®n de los asentamientos en tres grupos.
Cerca de un tercio de los israel¨ªes que vive en las colonias dice que lo hace por razones puramente econ¨®micas, que ni siquiera pertenecen a la derecha del espectro pol¨ªtico, tampoco son necesariamente religiosos y aseguran que el d¨ªa que se firme un acuerdo de paz con los palestinos estar¨ªan encantados de emigrar al interior de las fronteras de Israel. Un segundo tercio lo componen los israel¨ªes que son como Rosenblum, jud¨ªos ultraortodoxos, que han acabado en un asentamiento porque, adem¨¢s de ser m¨¢s barato, sus l¨ªderes pol¨ªticos y religiosos les han brindado esa posibilidad. Consideran que Cisjordania les pertenece, pero luchar por conquistar la tierra no forma parte de sus prioridades. Lo suyo es m¨¢s bien el estudio de los textos sagrados. Y por ¨²ltimo est¨¢ un tercer grupo, que es el m¨¢s ideol¨®gico, la punta de lanza y motor de la colonizaci¨®n. Lo forman los llamados nacionalistas-religiosos, los que se tiran al monte a conquistar la tierra y que dedican su vida a influir en el sistema pol¨ªtico para lograr sus objetivos. Desde un punto de vista teol¨®gico, asentarse en Cisjordania o ¡°Judea y Samaria¡±, como lo llaman ellos, forma parte del camino a la redenci¨®n.
Silo es uno de esos asentamientos en el que vive parte del n¨²cleo duro de los colonos. Aqu¨ª, en una colina a medio camino entre Nablus y Ramala, todos son nacionalistas-religiosos, a los que se les distingue claramente por el aspecto. Las mujeres casadas se tapan la cabeza, pero a diferencia de las ultraortodoxas van vestidas de colores, con telas hippies, pantalones bombachos o faldas vaqueras. A ellos se les distingue porque la kip¨¢ que cubre su cabeza es de ganchillo y de colores.
El protagonismo que ocupa Silo en la Biblia lo ha convertido adem¨¢s en un im¨¢n para estos fervientes nacionalistas, que lo consideran prueba irrefutable de que esta era y, por tanto, debe ser la tierra de los jud¨ªos. Para Batya Madad, una neoyorquina que emigr¨® a Israel en los setenta y se instal¨® diez a?os m¨¢s tarde en Silo, no hay duda posible. ¡°El pueblo jud¨ªo tiene una historia de miles de a?os. Eso no se puede comparar con nada. ?Los palestinos? Eso es un pueblo inventado¡±.
Madad trabaja en una cadena de supermercados que sirve a los asentamientos y que tambi¨¦n frecuentan algunos palestinos de la zona. Los d¨ªas que no trabaja viaja hasta Jerusal¨¦n, donde asiste a clases de Biblia. Pero, en general, la vida de esta mujer vigorosa, de aspecto combativo, transcurre por la zona. Le gusta relacionarse con los que se sit¨²an en su longitud de onda pol¨ªtica. Visita a amigos en Silo o en otros asentamientos como Ofra, donde vive su hija. Si es s¨¢bado, se queda a dormir en el asentamiento en el que est¨¦ visitando a amigos porque es el d¨ªa de descanso para los jud¨ªos y en el que los religiosos no conducen.
En Silo han recalado jud¨ªos de medio mundo y dice Madad que, al no tener mucha familia en Israel, eso les hace apoyarse m¨¢s unos en otros. ¡°Somos una comunidad muy unida, maravillosa¡±, dice esta mujer, para quien el antiguo primer ministro, Ariel Sharon, hoy postrado en coma, es un grande entre los grandes.
Para muchos colonos, Sharon se convirti¨® en su bestia negra el d¨ªa en que decidi¨® evacuar los asentamientos de Gaza y sacar a los cerca de 8.000 israel¨ªes que all¨ª vivieron hasta 2005. Madad, sin embargo, se lo perdona, porque piensa que fue un visionario y el responsable de que su sue?o de trasladarse a Silo se hiciera realidad. ¡°Aqu¨ª la gente se hab¨ªa instalado al pie de la carretera, de forma discreta. Fue Sharon, cuando era ministro de Vivienda y Construcci¨®n, el que les dijo que pensaran a lo grande, que ocuparan toda esta colina y montaran esta comunidad. A nosotros nos regal¨® una casa prefabricada y nos vinimos a vivir aqu¨ª a principios de los ochenta¡±.
En total, unas 300 familias viven en Silo, una peque?a comunidad, pero que tiene casi de todo, incluso una pizzer¨ªa y un parque arqueol¨®gico. Es adem¨¢s un asentamiento en expansi¨®n, a pesar de estar incrustado en plena Cisjordania. Hay casas a medio construir y otras reci¨¦n terminadas. A menudo son obreros palestinos los que edifican, pero siempre escoltados por guardas de seguridad que no les permiten moverse libremente por el asentamiento. A principios de a?o, Catherine Ashton, la jefa de la diplomacia europea, dijo estar ¡°profundamente preocupada¡± despu¨¦s de que el Gobierno israel¨ª aprobara la construcci¨®n de 600 nuevas viviendas en Silo.
El crecimiento de los asentamientos ha sido constante desde que en 1967 un grupo de israel¨ªes embriagados por el triunfo b¨¦lico se lanzara a la conquista de la tierra. El actual Gobierno del primer ministro, Benjam¨ªn Netanyahu, no ha sido una excepci¨®n. Pese a una t¨ªmida moratoria forzada por Washington al principio de su mandato, los asentamientos han crecido sin freno en los ¨²ltimos a?os. Hace poco m¨¢s de dos que palestinos e israel¨ªes no se sientan a la mesa de negociaci¨®n, que las llamadas conversaciones de paz est¨¢n rotas, entre otras cosas, por las colonias.
Los dirigentes palestinos se niegan a conversar hasta que Israel no deje de poner ladrillos en Cisjordania. Mientras, la lluvia de planes urban¨ªsticos y de nuevas licitaciones no cesa. Con el mapa de Cisjordania convertido en un queso emmental, es pr¨¢cticamente imposible crear un Estado palestino con cierta continuidad territorial, repiten los diplom¨¢ticos occidentales.
¡°El futuro de la soluci¨®n de los dos Estados se est¨¢ acabando¡±, advert¨ªa recientemente en Ramala Hanan Ashrawi, miembro ejecutivo de la Organizaci¨®n para la Liberaci¨®n de Palestina. Ashrawi pronunci¨® su advertencia poco antes de que la Asamblea General de la ONU reconociera a Palestina como Estado observador no miembro, un ¨®rdago diplom¨¢tico que enfureci¨® a Israel y con el que los palestinos aspiran a avanzar en el nacimiento de su Estado. Las represalias no se hicieron esperar. El Gobierno de Netanyahu ha anunciado que construir¨¢ al menos 6.000 viviendas m¨¢s en territorio palestino.
A los que siguen de cerca la evoluci¨®n de las colonias les preocupa no tanto la cantidad de nuevas viviendas aprobadas bajo el Gobierno de Netanyahu, sino sobre todo el tipo de permisos que se han concedido ¨²ltimamente. ¡°Han aprobado viviendas en pleno coraz¨®n de Cisjordania, muy alejadas de la barrera de seguridad. No hab¨ªamos visto un crecimiento semejante en este tipo de asentamientos en casi una d¨¦cada¡±, sostiene Hagit Ofran, directora de la organizaci¨®n israel¨ª Settlement Watch. Adem¨¢s de las de la Cisjordania profunda, le preocupan las que por su ubicaci¨®n estrat¨¦gica torpedean la continuidad territorial del futuro Estado. Es el caso del pol¨¦mico E-1 y de Givat Hamatos, ambos pr¨®ximos a Jerusal¨¦n.
Ofran tambi¨¦n explica que aunque ahora el Gobierno no ofrece incentivos oficiales como antes para los que se quieran instalar m¨¢s all¨¢ de la l¨ªnea verde, un estudio minucioso de los presupuestos generales s¨ª permite darse cuenta de que hay cantidad de transferencias indirectas. De que por ejemplo, seg¨²n los c¨¢lculos de Ofran, el Estado se gasta hasta tres veces m¨¢s en un ni?o de un asentamiento que en uno que viva dentro de las fronteras de Israel. La educaci¨®n, la salud y en general los servicios estatales son mejores en los asentamientos, asegura esta mujer. Mientras hablamos, llaman a la puerta de su casa. Es la polic¨ªa que ha ido a ver si todo va bien. Esta activista vive bajo protecci¨®n policial despu¨¦s de que recibiera amenazas de muerte por parte de los colonos.
Cae la noche en la carretera que comunica Silo con Jerusal¨¦n. Las luces amarillas perfectamente alineadas que coronan las colinas son la marca inconfundible de los asentamientos, que se suceden uno tras otro. Resulta muy dif¨ªcil imaginar que alg¨²n d¨ªa no estar¨¢n y que este territorio formar¨¢ parte de la futura Palestina, como repiten hasta la saciedad los comunicados de las instituciones internacionales, que parecen ignorar la m¨¢s que evidente realidad sobre el terreno. Un blindado militar aparcado en un costado de la carretera indica que posiblemente se ha producido un incidente. Un ataque de palestinos a colonos o viceversa.
De los asentamientos y outpost de esta zona es de donde proceden buena parte de los colonos m¨¢s violentos, algo que preocupa a las organizaciones de derechos humanos y al propio Ej¨¦rcito israel¨ª, en cuyas filas proliferan los j¨®venes nacionalistas-religiosos. ¡°El terrorismo jud¨ªo es un problema que nos tomamos muy en serio¡±, dice un mando militar, que considera acto terrorista quemar una mezquita o tirar un c¨®ctel m¨®lotov dentro de un taxi. En cuanto al castigo a los colonos extremistas, admite: ¡°No hemos sido muy efectivos en el pasado¡±.
Los datos de la organizaci¨®n de derechos humanos israel¨ª Yesh Din indican que la inmensa mayor¨ªa de las demandas cae en saco roto. Que de 781 casos de ataques de civiles israel¨ªes a palestinos en Cisjordania, solo el 9% han terminado en una imputaci¨®n judicial. El 84% de los casos se han cerrado por falta de pruebas o lo que Yesh Din considera ¡°fallos en la investigaci¨®n¡±.
Zakaria Sedda no elabora estad¨ªsticas, pero presencia los datos que acaban compilados en los informes casi a diario. Vive en Jit, una aldea palestina cercana a Nablus y rodeada de asentamientos. En esa zona, apenas unos kil¨®metros al norte de Silo, los ataques de los colonos se producen ¡°entre tres y cuatro veces a la semana¡±. Explica que son los j¨®venes de entre 15 y 21 a?os, pobladores de los outposts de los alrededores los que ¡°destrozan los olivares, tiran piedras contra los pueblos y queman mezquitas¡±. Se queja adem¨¢s de que el Ej¨¦rcito, cuando llega, en lugar de detener a los colonos, lanza botes de humo para intimidar a la poblaci¨®n local. ¡°Aqu¨ª la gente vive atemorizada¡±, dice Sedda, que documenta los abusos con una c¨¢mara de v¨ªdeo que le han cedido los Rabinos por los Derechos Humanos, una de las organizaciones israel¨ªes que trabaja en la zona. Las im¨¢genes de ataques que archiva en su ordenador dejan poco lugar a dudas.
Esa realidad, la de la lucha por la tierra a la fuerza, es algo muy lejano y ajeno para los habitantes de otro tipo de asentamientos. El tercer grupo, el de los llamados colonos econ¨®micos, es el de los que aseguran que su decisi¨®n de vivir al otro lado de la l¨ªnea verde, es decir, las fronteras anteriores a 1967, la marc¨® exclusivamente el precio de sus casas. Dentro de las fronteras de Israel y por ese dinero habr¨ªan podido comprar una casa infinitamente m¨¢s peque?a y no tan bonita como la que tienen ahora. En los asentamientos tienen jard¨ªn o grandes terrazas, adem¨¢s de buenas vistas y aire puro, del que escasea en las urbes. Muchos de estos colonos no son religiosos y votan incluso a partidos de izquierdas.
Es el caso de Hila Israeli y Pablo Sidelski, que lucen amplia vivienda con vistas al desierto de Judea en Maale Adumim, el gran asentamiento situado a las afueras de Jerusal¨¦n. All¨ª viven unos 40.000 israel¨ªes, lejos de la gran ciudad, pero a la vez, lo suficientemente cerca como para ir y venir a Jerusal¨¦n varias veces al d¨ªa si hace falta. Todo esto, a precios imbatibles.
Este asentamiento es algo as¨ª como una ciudad dormitorio o como un pueblo sin casco hist¨®rico a las afueras de una gran ciudad. Maale Adumim tiene su emisora de radio, escuelas de todo tipo, impresionantes polideportivos, comercios e industria. En el centro comercial, las t¨ªpicas franquicias israel¨ªes comparten techo con los peque?os comerciantes. Nada indica a primera vista que este lugar sea diferente de cualquier otro dentro de Israel.
Y as¨ª lo viven sus habitantes. Ellos sienten que viven en un barrio de las afueras de Jerusal¨¦n y muchos no son siquiera conscientes de que su casa se asienta en tierra ajena. Israeli, por ejemplo, naci¨® y creci¨® en Maale Adumim y para ella este lugar no tiene nada especial m¨¢s all¨¢ de las comodidades que le ofrece vivir cerca de su familia. Sus hijos salen a jugar con la bici, van a ver a los abuelos¡ La inseguridad ciudadana apenas existe y en general los habitantes de los asentamientos dicen sentirse m¨¢s seguros en las colonias que en la gran ciudad.
¡°Nosotros no somos como los colonos de Hebr¨®n o los de Gush Etzion. Nosotros vinimos aqu¨ª porque ten¨ªamos un problema econ¨®mico¡±, defiende Israeli. Como ella, son mayor¨ªa los que eligieron vivir en Maale Adumim porque les resultaba m¨¢s asequible que Jerusal¨¦n, apenas a un cuarto de hora en coche. No obstante, los vecinos m¨¢s izquierdistas del asentamiento se quejan de la creciente derechizaci¨®n de la colonia.
Israeli trabaja en una empresa de biotecnolog¨ªa donde se dedica al control de calidad y se declara votante laborista. Dice adem¨¢s que la deriva de Netanyahu, abanderado de la causa colona, no le gusta un pelo. Eso s¨ª, le encantar¨ªa que el primer ministro cumpliera su reciente promesa de construir en E-1, la zona que conecta Maale Adumim con Jerusal¨¦n y que ha puesto en pie de guerra a estadounidenses y europeos. Construir en E-1 equivaldr¨ªa a matar antes de su nacimiento al Estado palestino, sostienen. De facto, dicen, partir¨ªa Cisjordania en dos.
Esa es, sin embargo, una l¨®gica que no comparten ni Israeli ni la mayor¨ªa de sus compatriotas, que dicen estar hartos de presiones e injerencias extranjeras. ¡°A m¨ª me gustar¨ªa que construyeran en E-1, que nos conectaran con Jerusal¨¦n, que mi ciudad se agrandara. E-1 es una colina preciosa. El problema es que no tengo nada claro que al final vaya a suceder. Netanyahu promete mucho, pero luego no cumple¡±.
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