Damasco, la gran ratonera siria
La guerra atrapa en la capital a sus vecinos y a miles de desplazados de todo el pa¨ªs El mediador de la ONU cree que si no hay tregua se vivir¨¢ un ¡°infierno¡±
![Edificios da?ados por misiles en el suburbio damasceno de Duma, el pasado 17 de diciembre.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/VFS3S7YT4L7PAXTZUSBWNNIQDE.jpg?auth=dae20e5d641033d4cfbae946e40a4a73221c02cf034b4f65e532b266dcda985b&width=414)
La entrada a Damasco se hace entre una neblina negruzca de polvo y destrucci¨®n. La circunvalaci¨®n que rodea la capital, ¨²ltimo basti¨®n del r¨¦gimen y esperanza para aquellos que huyen de la guerra, es un c¨²mulo de tr¨¢fico, piedras, controles militares y desplazados en busca de refugio. ¡°Esta carretera no es segura, los rebeldes han tomado una parte y hay combates¡±, grita un joven uniformado con un fino bigote al estilo El Asad mientras sacude la mano para obligar a los coches a retroceder. Cualquier trayecto que antes duraba 30 minutos se convierte hoy en horas. Un avi¨®n del Ej¨¦rcito sobrevuela antes de descender para dejar caer varios estruendos que sacuden el suelo. ¡°Ha sido muy cerca, debe ser en Jubar y Zamalka al este de Damasco¡±, comenta un conductor.
En los pueblos colindantes, las casas yacen derruidas, techos ca¨ªdos, cristales cosidos a balazos y coches calcinados. Las mujeres que huyen de la zona monta?osa del norte aprovechan el tr¨¢fico para mendigar algo que comer. Desde la ventanilla de un cami¨®n, una mano deja caer zanahorias, lo que provoca un tumulto de ni?os y mujeres a su alrededor.
Damasco se ha convertido en un gran hotel que acoge a una mezcolanza de damascenos, refugiados palestinos, desplazados del sur y del norte sin recursos que no hacen m¨¢s que esperar un desenlace pr¨®ximo. Pero el conflicto est¨¢ tan enquistado que el mediador internacional para Siria, Lajdar Brahimi, cree que solo hay dos alternativas: ¡°Si la ¨²nica opci¨®n es realmente un infierno o un proceso pol¨ªtico, tenemos que trabajar sin descanso por el proceso, que es muy dif¨ªcil y complicado¡±, asegur¨® ayer en Mosc¨², donde se reuni¨® con el ministro de Exteriores ruso, Segu¨¦i Lavrov, informa Efe. En Rusia, aliada de Damasco, Brahimi dijo que ¡°la otra alternativa es la somalizaci¨®n de Siria¡±. La preocupaci¨®n de Brahimi se centr¨® en la capital: ¡°Si en Damasco estalla el p¨¢nico y un mill¨®n de personas abandonan la ciudad, solo pueden huir a L¨ªbano o Jordania. Ni L¨ªbano ni Jordania pueden acoger a medio mill¨®n de personas cada uno¡±.
A pesar de que los barrios perif¨¦ricos del extremo sur de la capital marcan el frente de los combates, el coraz¨®n de Damasco no es inmune a los ataques rebeldes. Por las noches, desde el centro se oyen tiroteos en la plaza de las siete fuentes, en Mezze ¡ªdonde se encuentran Embajadas y edificios gubernamentales¡ª, en Midan o Hidashirin. Numerosas calles c¨¦ntricas permanecen cortadas al tr¨¢fico con barreras de hormig¨®n protegiendo los edificios oficiales. El retrato de Bachar el Asad con uniforme militar y gafas de sol cuelga de cada uno de los numerosos mont¨ªculos de sacos de arena, tras los que los militares controlan y registran transe¨²ntes y veh¨ªculos. En las calles m¨¢s peque?as, son los comit¨¦s populares, o simples civiles armados por el r¨¦gimen, quienes controlan el paso. ¡°A veces arman a j¨®venes violentos que crean muchos problemas¡±, se queja una vecina de Bab Sharki.
Al anochecer comienzan a surgir peque?os fuegos en las calles o en los patios de las casas. Muna aprovecha la oscuridad para distribuir algo de comida. ¡°Apenas tenemos 12 horas de electricidad diarias, en otros barrios menos, y la escasez de gas y combustible para cocinar y calentar las casas empeora con la llegada del invierno¡±. El silencio de la noche amplifica el ruido de los morteros que golpean los suburbios las 24 horas.
Abu Hassan, 67 a?os, pala en mano, se esmera por limpiar lo que queda de su casa: tres paredes, piedras y tierra calcinada. Vive a 500 metros del barrio cristiano y se queja de no recibir ayuda del estado: ¡°Les ped¨ª que me ayudaran, pero les da igual. Los dos bandos son iguales. Yo no pienso irme¡±. Testarudo, las manos desgastadas por las piedras, prosigue para reconstruir su isla en medio de la destrucci¨®n.
Damasco est¨¢ bien aprovisionado de comida, aunque la escasez se hace notar en productos clave como el pan, que provoca largas colas de tres a seis horas ante los hornos subvencionados por el estado. Largas filas de coches aguardan entrada la tarde ante las gasolineras que a¨²n disponen de combustible. Pero el mayor problema sigue siendo la falta de trabajo, y por tanto de dinero, para hacer frente a unos precios que en el ¨²ltimo a?o se han triplicado. Los ¨²nicos que hacen su agosto son las licorer¨ªas. Abu Marawn atiende entre botellas: ¡°Los bares han cerrado y la gente se pasa el d¨ªa metida en casa sin electricidad ni televisi¨®n, no queda m¨¢s que beber y fumar¡±. El precio de la botella de whisky ha subido de 8 a 14 euros.
La guerra en Siria, que ya dura 21 meses, ha provocado una marea de desplazados que huyen de los combates. Se calcula que se trata de entre dos millones de personas ¡ªseg¨²n la ONU¡ª y cuatro millones, aunque la cifra oscila por el constante movimiento de familias que huyeron al norte desde ciudades castigadas por los bombardeos, como Homs y Alepo, y que ahora se dirigen a Damasco.
Entre los desplazados en la capital est¨¢n los refugiados palestinos del campo de Yarmuk que hoy encuentran amparo en el barrio jud¨ªo. Nur huy¨® con su marido, sus cuatro hijas y su madre. La entrada de Yarmuk, al suroeste de Damasco, est¨¢ destruida. El Ej¨¦rcito controla el regreso de refugiados a las zonas seguras e impide el paso a las zonas en manos de los rebeldes: ¡°No pasen por ah¨ª, hay francotiradores, acaba de caer un m¨¢rtir justo aqu¨ª¡±. Bajo la mano que se?ala hay un charco de sangre junto a restos de metal quemados. Mujeres cargadas con sacos sobre la cabeza prosiguen ajenas a las balas.
La casa de Nur fue totalmente destruida y hoy son acogidos por una familia alau¨ª cuyos miembros son, a su vez, refugiados. ¡°Nuestros vecinos en Homs nos advirtieron que est¨¢bamos en la lista de alau¨ªes que los rebeldes quieren exterminar. Malvendimos la casa y nos vinimos a este barrio. Nos encontramos m¨¢s seguros entre minor¨ªas, pero pensamos irnos a Tartus [a 30 kil¨®metros de la frontera con L¨ªbano]¡±, explica el padre de familia, que prefiere mantener el anonimato. Debido a la presi¨®n de centenares de miles de desplazados venidos de todo el pa¨ªs los alquileres han pasado de 100 a hasta 400 euros al mes, monto impensable para la gran mayor¨ªa de los parados sirios.
Muchos de ellos no pueden permitirse convertirse en refugiados y huir al L¨ªbano o a Jordania lo que refuerza la solidaridad entre ellos. Pero hacinados en las casas todo el d¨ªa, sin trabajo, ni ocupaci¨®n ni luz, los roces entre familiares enrarecen el ambiente. Las discusiones pol¨ªticas suelen acabar en peleas, ya que con frecuencia los m¨¢s j¨®venes apoyan a los rebeldes y los mayores se alinean con el r¨¦gimen. La incertidumbre y el agotamiento de los ahorros consumen a los civiles. Si no fuera por el alto n¨²mero de funcionarios que a¨²n perciben sus salarios, Damasco hace ya tiempo que no tendr¨ªa clientes en sus mercados.
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