Josef Glemp, el hombre tranquilo en la Polonia de la guerra fr¨ªa
Lider¨® la Iglesia de su pa¨ªs durante la ¨¦poca final del comunismo
Para comprender la figura del cardenal Josef Glemp en la Polonia de finales del siglo pasado ¡ªfue primado y presidente de la Conferencia Episcopal en ese pa¨ªs entre 1981 y 2004¡ª es imprescindible recordar a las personalidades con las que tuvo que tratar, a veces en situaciones de extrema tensi¨®n: el m¨ªtico cardenal Stefan Wyszynski, el enigm¨¢tico general Wojciech Jaruzelski, el intransigente Juan Pablo II (Karol Wojtyla) y el sindicalista de hierro Lech Walesa. A lo lejos, pero de forma asfixiante, tambi¨¦n lidi¨® con la presi¨®n de dos personajes acostumbrados a marcar caminos a su gusto, sin muchos miramientos diplom¨¢ticos: el presidente de EE UU Ronald Reagan, y el l¨ªder de la URSS Le¨®nidas Breznev. Glemp ha muerto este mi¨¦rcoles a los 83 a?os de edad en un hospital de Varsovia. Hab¨ªa dimitido de todos sus cargos en 2004, despu¨¦s de numerosos problemas de salud y de que le diagnosticasen un c¨¢ncer de pulm¨®n.
Cuando Glemp se hizo cargo del catolicismo polaco, a la muerte del cardenal Wyszynski, la influencia de la Iglesia cat¨®lica era decreciente, pero ten¨ªa en el papa Wojtyla, reci¨¦n aupado al pontificado romano, un ariete correoso, dispuesto a no perder ocasi¨®n para recuperar los espacios perdidos. Fue en ese contexto donde se levanta el mito en torno a la relaci¨®n Wojtyla-Reagan como art¨ªfices de la ca¨ªda del comunismo y del muro de Berl¨ªn. Tanto uno como otro ten¨ªa un profundo odio al comunismo, tan fuerte como su admiraci¨®n por dictadores de la derecha como Marcos en Filipinas y Pinochet en Chile.
En medio, el cardenal Glemp intentaba una pol¨ªtica m¨¢s serena, menos agresiva, de reconciliaci¨®n, sin derramamiento de sangre, con el general Jaruzelski en una rec¨¢mara que finalmente fue la que sirvi¨®. De hecho, la transici¨®n del comunismo a la democracia en Polonia fue pac¨ªfica y negociada, con Lech Walesa finalmente inclinado de parte de los m¨¢s templados. ¡°Las voces de la sensatez y la raz¨®n no eran numerosas entonces¡±, escribi¨® en 1981, en medio de tambores de golpe de Estado, uno de los l¨ªderes moderados del sindicato Solidaridad, Adam Michnik.
Suele decirse que el cardenal Glemp no dejaba de torturarse pensando en lo que habr¨ªa hecho Wyszynski, consciente de que en apenas dos a?os de guerra fr¨ªa entre el Vaticano y Varsovia se hab¨ªa dilapidado el legado del gran cardenal. Las reuniones de Glemp y Walesa en aquellos tiempos eran siempre tensas, manejadas desde lejos por Wojtyla, siempre de parte del fiero sindicalista. Cuando la cuerda del di¨¢logo se rompi¨® y se produjo el golpe, la preocupaci¨®n del primado fue objeto de cr¨ªticas y alabanzas sin cuento. ¡°Recibimos con dolor el cese del di¨¢logo, pero no hay nada de mayor valor que la vida humana. Voy a suplicar, aun si tengo que hacerlo de rodillas: no inicien una guerra de polacos contra polacos¡±, dijo Glemp en la iglesia jesuita de Mar¨ªa, patrona de Varsovia, en el barrio antiguo de la ciudad.
El discurso del cardenal primado contrastaba con la tensi¨®n que se transmit¨ªa desde el pontificado romano. Suele subrayarse el diferente trato de los l¨ªderes comunistas a los dos prelados polacos. Cuando Wojtyla era todav¨ªa obispo de Cracovia, muchas veces sus sermones al aire libre, soberbiamente provocativos, eran acompa?ados por el paso de aviones militares sobre los fieles, para impedir que pudieran o¨ªr a su prelado. En cambio, la predicaci¨®n de Glemp era transmitida en ocasiones por la radio y la televisi¨®n que controlaba el Ej¨¦rcito. Dijo en las primeras horas del golpe del general Jaruzelski: ¡°Las autoridades consideran que la excepcional naturaleza de la ley marcial est¨¢ dictada por una necesidad mayor, que es la elecci¨®n de un mal menor. Dando por supuesto lo acertado de ese razonamiento, el hombre de la calle se subordinar¨¢ a la nueva situaci¨®n¡±.
El abismo entre el cardenal primado y el l¨ªder de Solidaridad, Walesa, parec¨ªa insalvable. Sorprendentemente, ocurri¨® lo contrario, merced a las fuerzas centristas del sindicato. Lo cierto es que poco a poco la dictadura comunista se fue dando cuenta de que estaba en un camino sin salida, y fue negociando una transici¨®n que, pese a muchos sobresaltos y resistencias, termin¨® siendo un ¨¦xito. Ese es el legado del cardenal Glemp, el mejor que ¨¦l mismo hab¨ªa imaginado si el negociador hubiese sido su predecesor, el m¨ªtico Wyszynski.
El prelado fallecido ayer era hijo de un minero que particip¨® en la insurrecci¨®n polaca de 1918 y 1919. Obligado a trabajar en una granja alemana durante la ocupaci¨®n nazi y tras la II Guerra Mundial, comenz¨® sus estudios religiosos, que continu¨® en Roma hasta 1964. A su regreso a Polonia se convirti¨® en un estrecho colaborador de Wyszynski, que le promovi¨® al obispado de Warmia. Cuando aquel muri¨®, ocup¨® su lugar como primado de Polonia.
Benedicto XVI expres¨® su pesar por el fallecimiento de Glemp, a quien defini¨® como un ¡°hombre justo¡± que gui¨® la Iglesia en una ¨¦poca de transformaciones pol¨ªticas y sociales, escribi¨® en un telegrama de p¨¦same. ¡°Fue un ap¨®stol de la unidad contra la divisi¨®n, de la concordia frente al enfrentamiento, de la construcci¨®n com¨²n de un futuro feliz sobre la base de las experiencias pasadas, gozosas y dolorosas, de la Iglesia y del pueblo¡±, a?adi¨® el Papa.
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