Un lugar para un papa em¨¦rito
El gesto de Ratzinger es de un coraje tal que much¨ªsimos purpurados y poderosos monse?ores de la curia lo consideran m¨¢s bien temeridad
"No hay lugar para un papa em¨¦rito", declaraba secamente Karol Wojtyla en una fecha tan cercana como 1994; por el contrario, resulta que va a haber un papa em¨¦rito, a partir de las 20 horas del 28 de febrero de 2013, con efectos en cadena para la Iglesia cat¨®lica cuyo alcance resulta imposible calibrar. El gesto realizado por Joseph Ratzinger, que dentro de dos semanas ser¨¢ simplemente ex Benedicto XVI, es de un coraje tal que much¨ªsimos purpurados y poderosos monse?ores de la curia lo consideran m¨¢s bien temeridad, y algunos incluso una se?al de debilidad rayana en la ligereza.
Se trata, en efecto, de un gesto que tendr¨¢ el excepcional efecto hist¨®rico de desacralizar la figura del pont¨ªfice, equipar¨¢ndola, en el futuro pr¨®ximo del imaginario de los fieles, con la de un gran jefe religioso pero nada m¨¢s. Parad¨®jico resultado de la decisi¨®n de un papa que puede presumir, en cambio, como m¨¢ximo logro (desde su punto de vista, obviamente), de haber llevado a cumplimiento la normalizaci¨®n de la Iglesia postconciliar en sentido tradicionalista, ya iniciada por Wojtyla.
El Papa, en efecto, no es solo, como se dice a menudo, el ¨²ltimo soberano absoluto, porque no han faltado soberanos absolutos que hayan abdicado. El Papa es o, mejor dicho, era hasta ayer, un soberano absoluto dotado para sus creyentes de un carisma radicalmente incomparable, el de ser el vicario de Cristo en la Tierra, el sustituto en el m¨¢s ac¨¢ de la segunda persona de la Sant¨ªsima Trinidad, un vice-Dios, en definitiva. Pero un ex vice-Dios es un contrasentido, y el papa de Roma acabar¨¢ por convertirse, de forma inevitable, tan solo en el ¡°primado¡± de una Iglesia, exactamente igual al arzobispo de Canterbury, que es ¡°primus inter pares¡±, si bien con un n¨²mero de fieles infinitamente mayor.
Doble paradoja, porque de esta manera viene a dar la raz¨®n a su antagonista hist¨®rico, Hans K¨¹ng, y a los m¨¢s progresistas de los padres del Concilio Vaticano II, cuyo influjo y recuerdo Ratzinger ha conseguido borrar, pero sobre todo porque con su dimisi¨®n ha infundido en el solio de Pedro ese ¡°desencanto del mundo¡± que caracteriza a la modernidad secularizada y que su pontificado, bien al contrario, se ha esforzado desaforadamente por combatir, y con significativos ¨¦xitos oscurantistas incluso (el reconocimiento de un Habermas, por ejemplo).
En definitiva, de ahora en adelante podr¨¢n convivir en la Iglesia cat¨®lica un papa em¨¦rito y un papa-papa, este ¨²ltimo en la plenitud de sus funciones, desde luego (dando por buena la hip¨®tesis de que el expapa lleve realmente una vida de clausura), pero desprovisto ya de su carisma de entidad sacra, perdida para siempre.
?Por qu¨¦ ha optado, pues, Benedicto XVI por un gesto tan radical, de cuyas consecuencias no pod¨ªa no ser plenamente consciente? ?Qu¨¦ le ha llevado a subvertir la soluci¨®n tradicional, que parec¨ªa inquebrantable, de "encomendarse a Dios" incluso en la m¨¢s extrema debilidad f¨ªsica, con la certeza de que el Esp¨ªritu Santo suplir¨ªa las incapacidades humanas del Pastor? La largu¨ªsima agon¨ªa de Wojtyla ¡ªdecisiva en el proceso excepcional para hacerlo "?santo de inmediato!"¡ª fue un ejemplo radical y recient¨ªsimo de tal confianza est¨¢ndar en el auxilio de la divina providencia, que parec¨ªa irrevocable.
Al subrayar, en cambio, su propia incapacidad, Ratzinger ha introducido en la valoraci¨®n de lo que supone ¡°el bien de la Iglesia¡± un human¨ªsimo c¨¢lculo racional que replantea de hecho la sobreabundancia de los dones del Esp¨ªritu Santo, cuya especial¨ªsima asistencia al Sumo Pont¨ªfice garantiza nada menos que su sobrenatural infalibilidad cuando habla ex cathedra. Con la ulterior paradoja de que este rasgo de sensatez mundano ha sido tachado, a media voz, de cobarde fuga de sus responsabilidades precisamente por parte de Sus Eminencias m¨¢s mundanas y ¡°chanchulleras¡±.
Y eso sin olvidar, en passant, que si el gesto de Ratzinger manifiesta modestia, habr¨ªa que juzgar como arrogancia el comportamiento ostentosamente opuesto de Wojtyla, dilema que solo puede evitarse con el recurso hip¨®crita al pensamiento ¨²nico, que cuando se trata de un papa cualquiera da rienda suelta a su aliento solo para el servil encomio y como suced¨¢neo del beso en la zapatilla, pero que no podr¨¢ esquivarse eternamente.
?Por qu¨¦, pues, este gesto de inenarrable riesgo y peligrosidad? Benedicto XVI lo ha dicho con una claridad que prefiere obviarse: para ser papa "tambi¨¦n es necesario el vigor, tanto del cuerpo como del esp¨ªritu, vigor que, en los ¨²ltimos meses, ha disminuido en m¨ª de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado". Subrayo "esp¨ªritu", porque es la clave de la renuncia de Ratzinger, que se declara "muy consciente de la gravedad de este acto".
?En qu¨¦ sentido puede estar declar¨¢ndose Benedicto XVI "incapaz de ejercer" el ministerio de san Pedro hasta tales extremos? Bajo su gu¨ªa, la Iglesia jer¨¢rquica ha adquirido mayor unidad que nunca, alej¨¢ndose de desgarros entre ¡°progresistas¡± y ¡°conservadores¡± ¡ªla ¨²ltima voz ajena al coro ha sido la del cardenal Martini¡ª, y la homogeneidad doctrinal de los episcopados nunca ha sido tan inoxidable. Y tambi¨¦n en lo referente el ¡°mundo¡± puede presumir el Papa te¨®logo de logros no desde?ables. Ya hemos citado los elogios de Habermas (hoy por hoy el fil¨®sofo laico por excelencia), y podr¨ªamos a?adir la fascinaci¨®n que despierta en intelectuales ¨¤ la page de la muy laica Par¨ªs, Julia Kristeva in primis (pero la lista es larga y deprimente), as¨ª como el inesperado ¨¦xito que ha alcanzado la cr¨ªtica antiilustrada de Ratzinger cuando ha propuesto a los no creyentes que acepten el principio ¡°sicut Deus daretur¡± ¡ªque todos se comporten como si Dios existiera¡ª porque sin Dios, y sin el fundamento ¨¦tico que a ¨¦l subyace, es la sociedad occidental entera la que se encamina hacia el colapso.
Queda por lo tanto una sola "incapacidad" por la que Benedicto XVI puede haber recitado el "mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa": la administraci¨®n de la Iglesia en el sentido m¨¢s estrictamente curial del t¨¦rmino. Las reyertas entre cardenales que han trasformado las galer¨ªas del Vaticano en un nido de v¨ªboras, la guerra entre facciones que, entre los frescos de Miguel ?ngel y de Rafael, hace que reluzcan los pu?ales y act¨²en los venenos, bajo la forma letal de los dosieres y de eminent¨ªsimas maquinarias de enfangar.
Dos son, sobre todo, las ¡°suciedades¡± de la Iglesia (por usar el t¨¦rmino de Ratzinger en el v¨ªa crucis de 2005) que alimentan las pugnas entre los birretes rojos: el esc¨¢ndalo de los curas ped¨®filos y el de la banca vaticana (IOR). Sexo y dinero, "auri sacra fames" y "hominum divomque voluptas", las sempiternas seducciones de Mamm¨®n, ante las que la p¨²rpura, s¨ªmbolo de disponibilidad al martirio, deber¨ªa suponer una perfecta inmunizaci¨®n.
Y fue precisamente la decisi¨®n de Ratzinger, por mucho que se planteara de forma circunspecta y gradual, de destapar el bote de iniquidad de la pedofilia, y la m¨¢s cauta incluso y apenas esbozada de sustraer el IOR al circuito de la "finanza canalla" (la coraza de corrupci¨®n y reciclaje mafioso) lo que desencaden¨® monstruosas resistencias que dieron v¨ªa libre al molinete de las maquinaciones. Por lo dem¨¢s, el ¨²nico motivo de desacuerdo que Ratzinger tuvo con Wojtyla se refer¨ªa precisamente a la pedofilia (y al caso, no id¨¦ntico aunque estrechamente relacionado, de los potent¨ªsimos Legionarios de Cristo y de su jefe, el tristemente famoso Marcial Maciel Degollado, a quien no por casualidad "fulmin¨®" Ratzinger nada m¨¢s subir al solio pontificio), asunto sobre el que el cardenal del ex Santo Oficio insisti¨® al papa polaco para llevar a cabo un radical giro copernicano en aras de la severidad y la transparencia. Sin ¨¦xito, derrotado por una curia que, a esas alturas, ten¨ªa a su merced a un papa en sus ¨²ltimos a?os, incapaz de gobernar debido al agravamiento de su enfermedad. Espectro que sin duda ha jugado a favor de la decisi¨®n actual de Benedicto XVI.
Vatileaks, el esc¨¢ndalo de filtraciones de documentos reservados, no es m¨¢s la punta del iceberg, lo que hemos podido llegar a conocer nosotros, los comunes mortales, pero Benedicto XVI ha podido abrazar el iceberg por entero, en su devastadora amplitud, y el informe de los cardenales Herranz, Tomko y De Giorgi debe haberle dejado literalmente desolado. Sobre todo porque en todas las nauseabundas intrigas que "desfiguran el rostro de la Iglesia" est¨¢ siempre metido hasta el cuello su m¨¢s estrecho colaborador desde los tiempos de la Congregaci¨®n para la Doctrina de la Fe, Tarcisio Bertone, potent¨ªsimo secretario de Estado, que en cuanto a "individualismos y rivalidades" y vano orgullo de quienes "buscan el aplauso y la aprobaci¨®n", otras "suciedades" estigmatizadas por Benedicto XVI durante su reciente homil¨ªa del Mi¨¦rcoles de Ceniza, no conoce rival en los palacios apost¨®licos. Hasta tal punto de que ha asumido el pleno dominio de las finanzas vaticanas, desbancando de la comisi¨®n que lo controla al cardenal Attelio Nicora, el hombre de la apertura (por t¨ªmida que fuera) hacia la transparencia, colocando as¨ª con inaudita arrogancia al pr¨®ximo papa frente al hecho consumado.
En el destructivo enfrentamiento en curso entre facciones prelaticias Benedicto XVI no se ha sentido capaz de escoger. Entre otras cosas, porque no es que las ¡°consorcios¡± rivales de Bertone brillen por su santidad (su predecesor y archienemigo, el cardenal Sodano, ha sido uno de los protectores hist¨®ricos de Maciel, por ejemplo). Benedicto XVI, frente a tal desbordamiento subterr¨¢neo de la ¡°suciedad¡± de la Iglesia se ha rendido, confesando su propia incapacidad, escogiendo la ¨²nica v¨ªa que sigue pareci¨¦ndole eficaz, la oraci¨®n.
?Traducci¨®n de Carlos Gumpert
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