Espa?a y Venezuela
Cuando una oferta de intervenci¨®n, por moralmente justificada que parezca, sea susceptible de entenderse como intromisi¨®n, los terceros lo mejor que pueden hacer es abstenerse
El ministro de Asuntos Exteriores espa?ol, Jos¨¦ Manuel Garc¨ªa-Margallo, aludi¨® vagamente la semana pasada a la posibilidad de una mediaci¨®n en Venezuela entre el poder chavista y la oposici¨®n, que ha presentado una demanda ¡ªperfectamente in¨²til, como sus autores no ignoran¡ª de revisi¨®n de los resultados de las elecciones presidenciales, en las que venci¨® el oficialista Nicol¨¢s Maduro.
Era una actitud animada de las mejores intenciones, pero que fue rechazada con cajas destempladas y fornidos improperios contra la democracia espa?ola. El presidente venezolano parec¨ªa necesitado de redorar los blasones del enemigo exterior para hacer honor al papel que trata de representar: sucesor del l¨ªder bolivariano y antecesor en la jefatura del Estado, el desaparecido Hugo Ch¨¢vez. Pero el incidente sirve para ilustrar hasta qu¨¦ punto Espa?a tiene que andar con pies de plomo en sus relaciones con Am¨¦rica Latina.
En todos los pa¨ªses latinoamericanos, incluso aquellos que se sientan m¨¢s pr¨®ximos a la exmetr¨®poli, hay un partido antiespa?ol, normalmente minoritario pero no por ello exento de influencia. Y, tras la Bolivia de Evo Morales, que abomina sin matices de lo que Espa?a haya significado para la poblaci¨®n aut¨®ctona de su pa¨ªs, nadie como el chavismo venezolano siente mayor irritaci¨®n contra la antigua potencia colonial. La condenaci¨®n universal de la acci¨®n de Espa?a en Am¨¦rica, que reiteraba inagotable Sim¨®n Bol¨ªvar ¡ªlo que era seguramente comprensible porque estaba embarcado en una m¨²ltiple guerra de independencia¡ª, se reproduc¨ªa con gran fidelidad en quien aseguraba ser su reencarnaci¨®n, el presidente Ch¨¢vez, e inevitablemente se transmit¨ªa a Maduro, que se interpreta como la reencarnaci¨®n de la reencarnaci¨®n.
El Gobierno espa?ol ha de poder actuar cuando le llamen en un ¨¢mbito
Cuando se habla de mediar, siquiera sea cogida por los pelos como en este caso, es bueno cerciorarse de que la acogida sea cuando menos cort¨¦s. En el caso de Venezuela lo furibundo de la respuesta ¡ªque Espa?a no meta las narices donde no le llaman¡ª descalifica en el terreno de los usos diplom¨¢ticos a quien la formula, am¨¦n de que no solo es Espa?a sobre quien se hacen gruesos pronunciamientos, puesto que Maduro sostiene simult¨¢neas trifulcas con Per¨² y Colombia. Hugo Ch¨¢vez calibraba mejor el exabrupto. Lo que permanece, sin embargo, es la desafecci¨®n que el chavismo siente por el PP, muy vinculada a la celeridad con que el Gobierno de Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar reconoci¨® en 2002 al r¨¦gimen que tan ef¨ªmeramente ¡ª48 horas¡ª emergi¨® del golpe militar, bajo la presidencia del empresario Pedro Carmona.
Y a¨²n habr¨ªa que a?adir que el l¨ªder de la oposici¨®n, Henrique Capriles, dif¨ªcilmente pod¨ªa mostrar entusiasmo por un di¨¢logo que a los ojos de m¨¢s de media Venezuela habr¨ªa equivalido a ponerse en manos del extranjero para resolver un problema exclusivamente interno. Cuando una oferta de intervenci¨®n, por moralmente justificada que parezca, sea susceptible de entenderse como intromisi¨®n, los terceros lo mejor que pueden hacer es abstenerse.
El ministro de Exteriores socialista, Miguel ?ngel Moratinos, no era latinoamericanista y, al igual que su jefe, Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero, deb¨ªa haber prestado mayor atenci¨®n a los pa¨ªses de nuestra lengua, lo que habr¨ªa significado visitarlos con mucha mayor frecuencia, pero s¨ª entendi¨® a la perfecci¨®n que no hab¨ªa que tener iniciativas que nadie le ped¨ªa. Espa?a, como bien sabe el equipo diplom¨¢tico espa?ol in situ, no debe actuar sin consulta previa con los interesados o con los mayores poderes en la zona, como olvid¨® Aznar cuando quiso castigar a Cuba por su tratamiento, con toda seguridad deleznable, de la oposici¨®n.
A Europa, que el l¨ªder popular quer¨ªa arrastrar consigo en la reyerta, le importaba francamente poco el tema, y la operaci¨®n hubo de saldarse con una posici¨®n com¨²n europea de escaso fuelle, y la omisi¨®n, en el mejor de los casos displicente, del resto de Am¨¦rica Latina. La jaculatoria de Monroe ¡°Am¨¦rica para los americanos¡± tiene hoy su correlato de plena aplicaci¨®n en el mundo posib¨¦rico.
Am¨¦rica Latina es la gran justificaci¨®n, con todas las tinieblas que ello pueda entra?ar, de la existencia de Espa?a como comadrona del mundo contempor¨¢neo. Espa?a ha de estar siempre dispuesta a actuar cuando la llamen para poner a prueba la existencia de un poder blando, en un ¨¢mbito que deber¨ªa serle propio.
Recientemente Colombia, donde Espa?a goza de excelente cr¨¦dito, no tuvo a bien, sin embargo, darle un papel por modesto que fuera en su proceso de paz. Y a ese tipo de intervenci¨®n de buenos oficios es a lo que hay que aspirar. Pero sin dejar de recordar que los titulares se reservan siempre el derecho de admisi¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.