El ¡®apartheid¡¯ m¨¢s atroz
"Nunca he estado en un pa¨ªs m¨¢s siniestro que Guatemala, el caso m¨¢s atroz de apartheid"
Entrevist¨¦ al general Efra¨ªn R¨ªos Montt en agosto de 1983, 16 meses despu¨¦s de que llegara al poder en un golpe de Estado. No recuerdo todos los detalles de la entrevista con el ex dictador guatemalteco, condenado el viernes a 80 a?os de c¨¢rcel por genocidio y cr¨ªmenes contra la humanidad, pero lo que se me ha quedado en la mente fue la impresi¨®n de haber estado en la presencia de un personaje como el Joker de las pel¨ªculas de Batman: exaltado, medio loco y criminal.
Lo que s¨ª recuerdo es que hablaba mucho de religi¨®n ¡ªen aquellos tiempos ya era un fervoroso fundamentalista cristiano, por el amor de Dios¡ª pero m¨¢s a¨²n de ¡°pap¨¢¡± y de ¡°mam¨¢¡±. ¡°Pap¨¢ y mam¨¢ esto¡±, ¡°pap¨¢ y mam¨¢ lo otro¡±, me chillaba, con creciente histeria, sin yo saber muy bien si ponerme a re¨ªr o, antes de caer en la tentaci¨®n, salir corriendo. Pero esto lo explico en un momento. Primero se?alar que nunca he estado en un pa¨ªs m¨¢s siniestro que la Guatemala que conoc¨ª en mis varias visitas como periodista durante los a?os 80. El punto siniestro lo dio el contraste entre la espectacular belleza natural del pa¨ªs ¡ªnunca he estado en un lugar m¨¢s bonito¡ª y el horror y la indignidad que sufr¨ªan la mayor¨ªa ind¨ªgena de la poblaci¨®n. Era, supon¨ªa, como viajar 400 a?os en el tiempo a la ¨¦poca de la conquista espa?ola. La poblaci¨®n ind¨ªgena, cuyas costumbres culturales y desarrollo econ¨®mico poco hab¨ªan cambiado desde el siglo XVI, viv¨ªa subyugada, en un estado permanente de incomprensi¨®n y miedo.
No daban se?ales de entender por qu¨¦ el ej¨¦rcito de R¨ªos Montt y de los generales que hab¨ªan estado antes y que llegar¨ªan despu¨¦s quemaban sus aldeas y mataban a sus hombres, mujeres y ni?os; ni de por qu¨¦ los guerrilleros peleaban para tomar el poder; ni mucho menos lo que era la diferencia entre el capitalismo y el comunismo. No daban se?ales, digo, porque no se atrev¨ªan a hablar con nosotros los periodistas. O poqu¨ªsimos de ellos, al menos. En los casos muy infrecuentes que s¨ª se atrev¨ªan a abrir la boca era porque alg¨²n cura valiente les hab¨ªa convencido que yo u otros corresponsales extranjeros, pese a ser blancos, no ¨¦ramos malos.
El asesinato era el primer recurso que se empleaba contra los subversivos
Guatemala me pareci¨® y me sigue pareciendo hoy, tras haber vivido varios a?os en Sud¨¢frica y de haber visitado muchos pa¨ªses m¨¢s, el caso m¨¢s atroz de apartheid que he conocido. La diferencia con el apartheid sudafricano era que la discriminaci¨®n racial no estaba escrita en las leyes. Por lo dem¨¢s, un negro sudafricano era un ser m¨¢s libre, incluso mucho antes de la liberaci¨®n de Nelson Mandela, que un ind¨ªgena guatemalteco. El negro sudafricano dec¨ªa lo que pensaba, se rebelaba abiertamente contra su gobierno blanco. La raz¨®n era que el precio de la rebeli¨®n era m¨¢s bajo. El r¨¦gimen del apartheid era menos despiadado y brutal que los sucesivos reg¨ªmenes militares guatemaltecos, y especialmente el de R¨ªos Montt. El asesinato era el primer recurso contra los subversivos en Guatemala; en Sud¨¢frica era el ¨²ltimo.
Lo mismo no se pod¨ªa decir de El Salvador, el pa¨ªs vecino de Guatemala, en aquella ¨¦poca. Ah¨ª tambi¨¦n los militares disparaban primero y hac¨ªan preguntas despu¨¦s. Pero a¨²n as¨ª el grado de terror, de esclavitud mental, en El Salvador era menor. Los campesinos en las zonas de guerra salvadore?as se atrev¨ªan a hablar con cierta libertad. Incluso los soldados que pertenec¨ªan a las unidades militares m¨¢s cruentas eran m¨¢s reconociblemente humanos que los de Guatemala, especialmente los que pertenec¨ªan al grupo de fuerzas especiales m¨¢s represoras, los llamados ¡°kaibiles¡±.
Tambi¨¦n eran ind¨ªgenas los soldados kaibiles pero en el proceso de entrenamiento militar los hab¨ªan deliberadamente desalmado. Contaban en aquellos tiempos en Guatemala que los oficiales utilizaban un m¨¦todo especialmente eficaz para eliminar todo vestigio de compasi¨®n de los corazones de sus soldados. Cuando los reclutaban les regalaban un cachorro. Durante los seis duros meses en que los transformaban en kaibiles el ¨²nico consuelo que ten¨ªan los j¨®venes reclutas eran sus fieles perritos. Al final de los seis meses los oficiales les obligaban a degollarlos. No s¨¦ si esa era una leyenda urbana o, mejor dicho, rural, pero la verdad es que a m¨ª y a mis compa?eros corresponsales en Guatemala se nos hac¨ªa muy cre¨ªble. Mirabas los ojos de los kaibiles cuando pasaban en un cami¨®n o te paraban en un ret¨¦n y no ve¨ªas nada. Cero humanidad. Eran m¨¢quinas de matar, m¨¢quinas que, como las perplejas familias ind¨ªgenas que hab¨ªan dejado atr¨¢s, tampoco entend¨ªan muy bien, uno sospechaba, para qu¨¦ se luchaba y se masacraba.
Los soldados kaibiles eran entrenados en un proceso deliberado destinado a hacerlos desalmados
Los que s¨ª lo entend¨ªan eran los funcionarios, y especialmente el fuerte componente que trabajaba para la CIA, de la embajada estadounidense. Para ellos, como para su presidente Ronald Reagan, Guatemala era otro frente en la batalla geopol¨ªtica entre Occidente y el bloque sovi¨¦tico. Pero tan salvajes eran las violaciones a los derechos humanos en Guatemala que ni siquiera el popular Reagan fue capaz, muy a su pesar, de convencer al Congreso en Washington que Estados Unidos regalara armas al ej¨¦rcito de R¨ªos Montt. Reagan se busc¨®, de todos modos, la forma de ayudar a los militares. Lo hizo a trav¨¦s de sus aliados israel¨ªes ¨C los kaibiles utilizaban rifles Galil, fabricados en Israel. Pero m¨¢s importante a¨²n fue el apoyo estrat¨¦gico clandestino que aport¨® Estados Unidos. Fue la CIA la que recomend¨®, u orden¨®, a R¨ªos Montt que llevara a cabo lo que llamaban la estrategia contrainsurgente de ¡°frijoles y balas¡±. La idea era ganar los corazones y las mentes de la poblaci¨®n rural ind¨ªgena con donaciones de comida, pero ni siquiera los estadounidenses se pod¨ªan enga?ar: las balas supon¨ªan para los generales un m¨¦todo m¨¢s econ¨®mico y m¨¢s eficaz -- y m¨¢s concorde con sus impulsos y su preparaci¨®n militar -- -- para vencer a los ¡°terroristas¡±.
Entonces, volviendo a mi entrevista con R¨ªos Montt en aquel agosto de 1983, le pregunt¨¦ bastante sobre los frijoles y las balas y, con cierta ansiedad, ya que la entrevista tuvo lugar en el fort¨ªn militar que en aquella ¨¦poca era el palacio presidencial, sobre las matanzas que llevaba a cabo su ej¨¦rcito. Ah¨ª fue donde sali¨® lo de ¡°pap¨¢¡± y ¡°mam¨¢¡±. Poco ten¨ªan que ver con ¨¦l las supuestas atrocidades que se llevaban a cabo en las zonas rurales, me insist¨ªa. ¡°Pap¨¢¡± era Estados Unidos; ¡°mam¨¢¡± era el bloque sovi¨¦tico. Ellos eran los que establec¨ªan las reglas del juego; ¨¦l se limitaba a seguir sus instrucciones en el campo. No recuerdo sus palabras exactas pero eran algo as¨ª como que, ¡°Si pap¨¢ y mam¨¢ dicen que yo tengo que hacer algo lo hago porque si no, me castigan; si no, no me dan de comer¡¡± y variaciones, una tras otra, sobre el mismo destartalado tema familiar, expresadas con creciente frenes¨ª, hasta el final de la entrevista, que dur¨® como una hora.
La coartada de R¨ªos Montt evidentemente no tuvo mucho impacto sobre el tribunal que lo conden¨® a pasar los pocos a?os de vida que le quedan (tiene 86) pudri¨¦ndose en la c¨¢rcel. Lo celebro. Como tambi¨¦n celebr¨¦ que el d¨ªa despu¨¦s de mi entrevista con ¨¦l fue derrocado en otro golpe militar. La pena fue que los que le arrancaron el poder fueron, como R¨ªos Montt y sus correligionarios, otra panda de payasos asesinos.
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