Las heridas de Guatemala
El juicio abierto al general R¨ªos Montt por genocidio pone al pa¨ªs centroamericano ante los horrores de su pasado reciente Viajamos tras las huellas de una guerra interna que dej¨® 200.000 muertos, en su mayor¨ªa ind¨ªgenas en las zonas rurales
Me llamo Tiburcio Utuy, soy de Chajul. Fue en marzo de 1982. No te??n¨ªamos comida y se organiz¨® un grupo de tres personas para ir a buscar ca?a. Cuando est¨¢bamos caminando en la monta?a, alcanc¨¦ a ver la huella de un zapato y pens¨¦ que el ej¨¦rcito estaba emboscado, cuando de repente sent¨ª que me agarraron soldados del ej¨¦rcito y yo grit¨¦, y en ese momento me dijeron: ¡®No grites, hijo de puta¡¯. Y despu¨¦s me empezaron a torturar, amarraron mis manos y mis pies bien duro hacia atr¨¢s, despu¨¦s me taparon la boca, y toda mi barriga se qued¨® adelante y mi cabeza se junt¨® con mis pies hacia atr¨¢s, y ten¨ªan puesto fuego, y fueron a traer tizones y me pusieron aqu¨ª en los ojos, en la barriga y en los test¨ªculos y luego mi respiraci¨®n me sal¨ªa abajo. Se abri¨® completamente mi barriga y los intestinos se me salieron¡±.
Tiburcio es una de las v¨ªctimas de las masacres cometidas por el Ej¨¦rcito de Guatemala durante el conflicto interno que asol¨® este pa¨ªs durante 36 a?os. Su relato ser¨¢ escuchado, junto al de 150 testigos m¨¢s de las matanzas, por el expresidente de Guatemala el general R¨ªos Montt. Es la primera vez en la historia que un tribunal de Am¨¦rica Latina juzga a un expresidente por cr¨ªmenes de genocidio. Otro de los responsables imputados, el general Romeo Lucas Garc¨ªa, falleci¨® en 2006.
La guerra interna entre el Gobierno y la guerrilla se sald¨® con m¨¢s de 200.000 muertos, la mayor¨ªa ¨Cun 83%¨C eran ind¨ªgenas mayas que se vieron envueltos en una serie de torturas sistem¨¢ticas que formaban parte de un plan organizado desde el ej¨¦rcito para acabar con su etnia y as¨ª apoderarse de sus tierras, como afirma el informe Guatemala: memoria del silencio, elaborado en 1999 por la Comisi¨®n para el Establecimiento Hist¨®rico (CEH) y apoyado por la ONU. Tras la toma del poder en un golpe de Estado en 1982 por el general Jos¨¦ Efra¨ªn R¨ªos Montt, la violencia alcanz¨® nuevos m¨¢ximos de brutalidad. Hoy el exdictador ser¨¢ enjuiciado por el asesinato de al menos 1.771 ind¨ªgenas referenciados en el ¨¢rea Ixil durante su mandato entre 1982 y 1983.
Uno de los testigos de las masacres de la zona es Antonio Caba, vecino de la aldea de Ilom, poblaci¨®n de la regi¨®n Ixil. Antonio ten¨ªa 11 a?os cuando presenci¨® la matanza de sus padres: ¡°Era 1982, alrededor de las cinco de la ma?ana, mataron a 95 personas, nos obligaron a pasar sobre los muertos, las cabezas partidas, mucha sangre hab¨ªa en ese lugar. Y todo sucedi¨® en la plaza donde hac¨ªan el mercado. Hubo mujeres embarazadas a las que les abrieron el vientre y quitaron el beb¨¦¡±.
Nos obligaron a pasar sobre los muertos y abrieron el vientre a embarazadas para quitarles el beb¨¦¡±
Durante los a?os cuarenta, en Guatemala, las enormes desigualdades sociales entre una poblaci¨®n mayoritariamente ind¨ªgena y una minor¨ªa ladina ¨Cpoblaci¨®n mestiza o hispanizada¨C, que concentraba todos los bienes productivos, dieron lugar a movimientos sociales que exig¨ªan cambios. Entre 1944 y 1954 se produjo la llamada primavera democr¨¢tica, en la que se llevaron a cabo, entre otras, reformas agrarias que favorec¨ªan a los m¨¢s pobres. Estas transformaciones no gustaron a la multinacional estadounidense United Fruit Company, que ten¨ªa el monopolio de la fruta en Guatemala, ni a los terratenientes locales. La inteligencia estadounidense consider¨® las reformas como ¡°comunistas¡± y las atribuyeron a la influencia sovi¨¦tica. En 1954, la CIA orquest¨® un golpe de Estado en Guatemala ¨Cla llamada Operaci¨®n Success¨C para destituir al presidente electo Jacobo Arbenz y colocar en su lugar al coronel Castillo Armas. Aquello signific¨® el fin de las reformas, la prohibici¨®n de los sindicatos y el principio de una larga sucesi¨®n de generales y militares en el poder que utilizaron el ej¨¦rcito como fuerza represora de las demandas sociales. Se extendi¨® la idea de que exist¨ªa un enemigo subversivo apoyado por el pueblo. Con esta excusa, y aprovech¨¢ndose del racismo existente en la sociedad guatemalteca hacia los mayas, se orquest¨® un plan de exterminio de la etnia ind¨ªgena, a la que se acus¨® de ayudar a la guerrilla.
¡°En Guatemala existe un racismo claro contra la poblaci¨®n maya, y esto se utiliz¨® para destruirla sin que el resto de la sociedad hiciera nada al respecto¡±, se?ala la abogada espa?ola Almudena Bernab¨¦u. Ella dirige el equipo legal internacional que reuni¨® la prueba de genocidio para el caso que hoy se juzga en Guatemala. Un ejemplo claro de este racismo es la termi??nolog¨ªa empleada por el ej¨¦rcito en las operaciones militares donde se refieren a los ni?os que asesinan como ¡°chocolates¡±. ¡°As¨ª ocurri¨® en Ruanda, en la Alemania nazi, en los Balcanes¡¡±, afirma Bernab¨¦u. ¡°Los procesos abiertos por violaciones de los derechos humanos son lentos porque es muy complicado buscar justicia de la mano de un Estado que te viol¨®, te asedi¨® o te masacr¨®¡±.
Son las 12 de la ma?ana y la carretera parece interminable. Las monta?as del departamento del Quich¨¦, en la zona noroccidental de la ciudad de Guatemala, comienzan a dibujarse en el horizonte. Las aldeas de la zona Ixil, donde golpe¨® con dureza extrema el ej¨¦rcito, a¨²n parecen muy lejanas. Nos dirigimos junto a Almudena Bernab¨¦u y su hom¨®loga guatemalteca Renata ?vila a la aldea de Chajul, donde viven hoy d¨ªa muchos de los testigos de las masacres sobrevivientes del conflicto.
Tras la ventanilla del coche desfilan peque?as casas humildes, pastores acarreando el ganado y ni?os que recorren distancias infinitas para ir a la escuela. Im¨¢genes de paz que esconden uno de los cr¨ªmenes m¨¢s atroces cometidos en Am¨¦rica Latina: 626 asesinatos y un mill¨®n y medio de desplazados tan solo entre 1978 y 1983 son cifras que hablan por s¨ª mismas. Tiburcio Utuy nos recibe en la aldea de Chajul. A sus 78 a?os le cuesta caminar por las torturas que sufri¨® cuando le secuestraron. Almudena Bernab¨¦u y ¨¦l se abrazan al verse. ¡°Es mucho lo que hemos compartido en estos ya siete a?os de lucha conjunta¡±.
Fue en 2006 cuando esta abogada valenciana, que trabaja en casos de justicia universal en la Audiencia Nacional y en Estados Unidos de la mano de la ONG Center of Justice and Accountability, se incorpor¨® al caso de Guatemala. Pero su lucha por la justicia universal viene de lejos: ¡°No hay un precedente directo en mi familia, pero con los a?os me he dado cuenta de que quiz¨¢ el silencio de mis abuelos respecto a su estad¨ªa en un campo de concentraci¨®n durante la Guerra Civil y la resignaci¨®n con la que lo ocultaron pudo inducirme a dedicarme a esto. La justicia universal lleg¨® por accidente, pero el principio de superar fronteras formales y humanas para ejercer el deber de proteger a las personas lo llevo escrito en el alma¡±.
La primera demanda por genocidio, terrorismo y tortura sistem¨¢tica contra R¨ªos Montt y otros siete oficiales del Ej¨¦rcito guatemalteco fue presentada en la Audiencia Nacional espa?ola por la premio Nobel de la Paz Rigoberta Mench¨² en 1999. Mench¨², que hab¨ªa sido laureada en 1992 por su lucha en la defensa de los pueblos ind¨ªgenas, tuvo que ver c¨®mo su padre fue quemado vivo por agentes comandados por el general Lucas Garc¨ªa junto a 36 personas m¨¢s en la Embajada espa?ola de Guatemala mientras se manifestaban de forma pac¨ªfica por sus derechos.
En guatemala existe un racismo contra la poblaci¨®n maya que se utiliz¨® para destruirla sin respuesta social alguna¡±
¡°Siete a?os despu¨¦s de que Rigoberta interpusiera la querella por genocidio, el caso se hab¨ªa estancado y fue en 2006 cuando decidieron acudir a nosotros¡±, explica Almudena Bernab¨¦u. La exitosa experiencia de esta abogada en el caso jesuitas de El Salvador, en el que consigui¨® demostrar la culpabilidad del exviceministro salvadore?o por los asesinatos de jesuitas espa?oles, avalaba su trabajo. Coordin¨® en tiempo r¨¦cord un grupo de expertos en diferentes campos para recopilar pruebas contundentes del genocidio cometido contra la poblaci¨®n ind¨ªgena. La Audiencia Nacional dict¨® en 2007 un auto de procesamiento por genocidio contra los ocho generales guatemaltecos. Cuando el proceso estaba ya en marcha, las autoridades de Guatemala se negaron a extraditar a los acusados. El juez Santiago Pedraz decidi¨® invitar entonces a declarar a los testigos de las matanzas a Espa?a. ¡°Yo viaj¨¦ a Madrid en 2008¡±, recuerda Tiburcio. ¡°Para m¨ª fue algo incre¨ªble que un juez por primera vez en mi vida escuchara todo lo que yo hab¨ªa sufrido¡±. Tiburcio nos presenta a su segunda mujer y a los hijos de su segundo matrimonio. Toda su familia anterior, hijos, esposa, primos, t¨ªos, todos, fueron asesinados por el ej¨¦rcito. ¡°Estoy intentando rehacer mi vida, pero hasta que no haya justicia no podremos cerrar las heridas¡±. Su testimonio ser¨¢ una de las piezas clave en el juicio de Guatemala.
En la cocina humea una olla que la esposa de Tiburcio ha puesto a fuego lento. ?l agarra una silla y sin apenas pesta?ear narra su historia: ¡°Me fueron a meter en un cuarto de la zona militar del Quich¨¦. Estuve all¨ª como 12 d¨ªas. Era un cuarto lleno de sangre, la mera rastra de todas las personas que mataron. All¨ª hab¨ªa un mont¨®n de zapatos, de cinchos, de botas, como a dos metros para arriba, como dos mil personas que hab¨ªan muerto ah¨ª. Me golpearon, me quebraron la cabeza, me quebraron el pecho, me quebraron tres costillas, me arrancaron las u?as y los dientes y todos esos golpes sufr¨ª, pero gracias a Dios aqu¨ª estoy vivo para denunciarlo¡±.
En Nebaj, otra de las aldeas de la zona Ixil, es d¨ªa de mercado. Las aceras de la aldea han sido colonizadas por un enjambre de coloridos huipiles que se mezclan con el agradable olor de los puestos de flores y verdura. La vida ha vuelto a estas calles hasta hace poco manchadas por la sangre y el terror, pero, como dice Feliciana Macario, ¡°a¨²n siguen viviendo entre nosotros el miedo y el dolor¡±. Feliciana es directora de la Coordinadora Nacional de las Viudas de Guatemala (Conavigua). Las mujeres de las aldeas cercanas quieren compartir sus testimonios junto a Feliciana. A Mar¨ªa Castro, una de las testigos que declar¨® en la Audiencia Nacional en 2008, le mataron a su hijo a modo de venganza despu¨¦s de regresar de Espa?a. ¡°Los mismos que nos violaron durante el conflicto viven en la aldea con nosotros, se r¨ªen de nosotras cuando pasamos, no hay justicia¡±, dice Teresa Sic. A ella la violaron 150 hombres de un destacamento militar junto con los PAC, las patrullas de autodefensa civil. Luego la volvieron a capturar y durante dos semanas la violaron a ella y a otra mujer cada d¨ªa, dej¨¢ndoles descansar solo para dormir. Seg¨²n el informe de la CEH, unas 100.000 mujeres fueron violadas durante el conflicto armado, de las cuales el 35% eran ni?as. El 97% de las violaciones han sido atribuidas al ej¨¦rcito y a las PAC.
Junto a Teresa est¨¢ do?a Faustina. Con su voz pausada habla de lo que vio en su aldea en los a?os ochenta: ¡°A las muchachas las hab¨ªan amarrado de las manos y los pies, en cuatro estacas, y as¨ª las hab¨ªan violado. Estaban sin ropa y con se?ales de violaci¨®n. Hab¨ªa una muchacha a¨²n viva, pero que no pod¨ªa hablar porque le hab¨ªan cortado la boca¡±. Mar¨ªa Toj acude a esta cita con su hermoso huipil de colores azules y rojos. Parece agotada y triste. Se apoya en su nieta para caminar. ¡°Todo esto de dar testimonio lo hacemos solo por ellos¡±, dice se?al¨¢ndola. ¡°No queremos que se vuelva a repetir¡±. Todas las mujeres coinciden con Feliciana cuando afirma que ¡°toda violencia sin castigo del pasado es la consecuencia directa de la violencia del presente¡±.
Patricia Yoj es abogada de etnia maya y una de las mujeres que han ayudado al equipo coordinado por Almudena Bernab¨¦u para recabar los testimonios que se necesitaban para probar el genocidio. ¡°Cada d¨ªa hay nuevos casos de violencia sobre todo contra las mujeres¡±, explica. ¡°Guatemala se ha convertido en la capital de los feminicidios de Am¨¦rica Latina, superando incluso a Ciudad Ju¨¢rez¡±. Los asesinatos de mujeres ¨Cm¨¢s de 700 en 2012¨C suelen ir acompa?ados de torturas salvajes y mutilaciones. Todo ello, coinciden las abogadas, se debe a ¡°la impunidad de estos cr¨ªmenes durante el conflicto; el asesinato y la tortura sexual se han convertido en lo normal, tan solo el 2% de estos casos llegan a ser juzgados¡±.
¡°Acabar con todos los mayas es una tarea muy dif¨ªcil, pero si destrozas a las mujeres, te aseguras que la poblaci¨®n queda mermada y al final desparece, es una de las f¨®rmulas m¨¢s crueles de acabar con un pueblo¡±, afirma Paloma Soria, de la ONG Women¡¯s Link Worldwide. Soria ha sido nombrada perito del caso para probar como genocidio la violencia de g¨¦nero durante el conflicto. Las masacres, las violaciones y las torturas espor¨¢dicas no fueron suficientes para detener ¡°al enemigo subversivo¡±. Entre 1978 y 1983 se desarroll¨® el quinquenio negro, en el que las matanzas se volvieron indiscriminadas contra la poblaci¨®n civil.
Toda la violencia sin castigo del pasado es la consecuencia directa de la violencia del presente"
El ej¨¦rcito de Guatemala, bajo la direcci¨®n del gobernante militar Efra¨ªn R¨ªos Montt, condujo en 1982 una deliberada campa?a contrainsurgente encaminada a masacrar campesinos indefensos, seg¨²n describe Kate Doyle, analista documental, en su informe sobre Guatemala para el National Security Archive. A esta campa?a se le denomin¨® Plan de tierra arrasada, y los datos de todas las operaciones aparecen en un documento secreto de la inteligencia militar guatemalteca llamado Operaci¨®n Sof¨ªa. La aparici¨®n de estos documentos originales en 2009 ¨Centregados de forma an¨®nima¨C permiti¨® por primera vez vislumbrar p¨²blicamente archivos militares ocultos. Las 359 p¨¢ginas de sus registros contienen referencias expl¨ªcitas del asesinato de hombres desarmados, mujeres y ni?os, la quema de viviendas, destrucci¨®n de cosechas, sacrificio de animales y bombardeos a¨¦reos indiscriminados en contra de refugiados que intentaban escapar de la violencia. Doyle fue la encargada, dentro del equipo coordinado por Almudena Bernab¨¦u, de verificar estos documentos que hoy son una prueba clave del juicio. ¡°Hemos determinado que estos registros fueron creados por oficiales militares con el objeto de planificar e implementar una pol¨ªtica de tierra arrasada en las comunidades mayas del Quich¨¦¡±, afirma Doyle. ¡°Los documentos registran los ataques militares genocidas en contra de poblaciones ind¨ªgenas¡±.
Pablo fue testigo de estos bombardeos viendo morir a su hija: ¡°Yo presenci¨¦ c¨®mo el ej¨¦rcito, tras haber sitiado la finca Sichel, arroj¨® granadas al interior de la misma. Como consecuencia de las granadas, cinco muchachas murieron, entre ellas mi hija Cristina¡±. Ataques como este obligaron a la poblaci¨®n a huir de sus aldeas. Se calcula que hubo un mill¨®n y medio de desplazados, que tuvieron que ocultarse en las monta?as sin comida, sin medicinas y sin ropa. Si sal¨ªan ¡°al claro¡±, como ellos dec¨ªan, los mataban y as¨ª nacieron las comunidades de poblaci¨®n en resistencia (CPR). En las huidas, muchos perdieron a sus familiares. ¡°Los ni?os que se extraviaban eran asesinados o quemados. Les clavaban hachas en la cabeza, los degollaban, a veces nos bombardeaban con helic¨®pteros mientras hu¨ªamos¡±, recuerda entre sollozos Feliciana Macario.
Estamos en la ciudad de Guatemala y hay 30 grados a la sombra. El aire se caldea bajo los pl¨¢sticos que hacen las veces de tejado mientras esperamos junto a las enormes fosas comunes del cementerio municipal de La Verbena a que llegue Fredy Peccerelli, el director del equipo de la Fundaci¨®n de Antropolog¨ªa Forense de Guatemala. Ante nuestros ojos desfilan bolsas negras con restos ¨®seos que son apiladas y etiquetadas por los investigadores forenses. Buscan a los 45.000 desparecidos que forman parte de las 200.000 v¨ªctimas del genocidio. Peccerelli lleva desde los a?os noventa reuniendo las piezas de este puzle de muerte para demostrar uno de los peores genocidios de Am¨¦rica Latina. ¡°Guatemala est¨¢ como est¨¢, hay 6.000 asesinatos al a?o, porque nunca hubo justicia en los cr¨ªmenes del conflicto¡±, afirma Peccerelli. ¡°Muchas de las personas que cometieron esos cr¨ªmenes est¨¢n hoy en el poder¡±.
Despu¨¦s de las exhumaciones de las fosas comunes en la regi¨®n del Quich¨¦, Peccerelli se ha lanzado a un proyecto que, en sus palabras, puede cambiar el futuro de Guatemala. ¡°Aqu¨ª fueron arrojados¡±, dice mientras se?ala uno de los agujeros de m¨¢s de 17 metros del cementerio donde nos encontramos, ¡°los restos de las personas ladinas que ahora ser¨ªan las nuevas generaciones de l¨ªderes de Guatemala. En estas fosas yacen con un tiro en el cr¨¢neo escritores, periodistas, pensadores, sindicalistas¡¡±. Peccerelli habla del racismo que a¨²n existe en su pa¨ªs: ¡°Hemos exhumado miles de cuerpos de v¨ªctimas mayas asesinadas por el Estado, y la sociedad guatemalteca no le ha dado importancia a lo que all¨ª ocurri¨®. Quiz¨¢ ahora vean la realidad, aqu¨ª hay familias iguales que las de ellos. La sociedad tiene que asumir su pasado y dejar de diferenciar si los muertos son mayas o no¡±. En Guatemala hay quien piensa que es mejor no abrir las heridas, pero Peccerelli se muestra contundente: ¡°Las heridas nunca se cerraron, est¨¢n abiertas e infectadas¡±.
Peccerelli y Bernab¨¦u coinciden en que el juicio contra R¨ªos Montt cambiar¨¢ la historia de Guatemala, hasta ahora sometida al silencio por el terror. ¡°Llegar a este punto no ha sido f¨¢cil, son 11 a?os de batalla legal¡±, afirma Bernab¨¦u. ¡°Todo ha sido una combinaci¨®n de importantes factores. Santiago Pedraz, juez de la causa en la Audiencia Nacional, nosotros como abogados de las v¨ªctimas y nuestros colegas en Guatemala nos agrupamos para dise?ar una estrategia y as¨ª poder probar que en Guatemala hubo un genocidio. El auto de proce??samiento de 2007 dictado en Espa?a y los posteriores arrestos de algunos de los procesados fueron un golpe para ellos y un est¨ªmulo para todos nosotros. Desde esa fecha, los procesados empe??zaron a cerrarse la puerta de la jaula por dentro. Entonces la existencia de una Comisi¨®n Internacional contra la Impunidad en Guatemala, apoyada por la ONU, la perseverancia de una sociedad civil incansable y el nombramiento de Claudia Paz y Paz como fiscal general han sido el resto de factores clave para lo que est¨¢ aconteciendo¡±.
Pero la abogada espa?ola, a pesar de este gran paso, no se enga?a a s¨ª misma y afirma que la batalla contin¨²a. ¡°Cada testimonio que espero escuchar en la sala ante los jueces, cada testimonio al que ser¨¢ forzado a escuchar R¨ªos Montt, cada relato de dolor, les va a devolver, sin duda, la dignidad a todas estas personas. En mi opini¨®n, esto trasciende a toda la sociedad. Es un mensaje de fuerza, de recuperaci¨®n y de poder para las nuevas generaciones, para quienes tienen el relevo y de alg¨²n modo la obligaci¨®n de cambiar Guatemala. Esta es, sin duda, una lecci¨®n para todos. Es crucial que se sepa la verdad, que se reconozca a las verdaderas v¨ªctimas, que se las repare y se las dignifique. Esta es la llave para el futuro de una nueva Guatemala¡±.
"Guatemala es el pa¨ªs m¨¢s complicado de Centroam¨¦rica"
La puerta del chalecito en una tranquila calle de Madrid se abri¨® y apa??reci¨® un embajador jubilado sin corbata, de barba canosa y silueta enjuta. M¨¢ximo Cajal vive hoy rodeado de libros y muebles estilo d¨¦co, lejos de las sedes que jalonaron su carrera diplom¨¢tica. Pero lo que no ha podido borrar de su memoria es el asalto a la Embajada espa?ola en Guatemala perpetrado por la polic¨ªa del dictador Lucas Garc¨ªa el 31 de enero de 1980.
Cajal (Madrid, 1935) ten¨ªa entonces 45 a?os y llevaba unos meses ejerciendo como responsable de aquella canciller¨ªa cuando dos docenas de ind¨ªgenas, entre los que se encontraba el padre de la premio Nobel de la Paz Rigoberta Mench¨², la ocuparon para atraer atenci¨®n medi¨¢tica y denunciar la matanza de nueve campesinos asesinados por el ej¨¦rcito en el departamento del Quich¨¦. La polic¨ªa tard¨® poco en entrar a sangre y fuego en la embajada. Con luz y taqu¨ªgrafos. Ante la mirada de decenas de periodistas que presenciaron el ataque que dej¨® 37 muertos, entre los que se encontraban el diplom¨¢tico espa?ol Jaime Ruiz del ?rbol. Cajal fue el ¨²nico superviviente. Logr¨® escapar atravesando las llamas que acechaban al edificio y dejaron quemaduras de segundo grado en el 15% de su cuerpo. El indio Gregorio Yuj¨¢ fue rescatado con vida del mont¨®n de cad¨¢veres abrasados, pero fue secuestrado horas despu¨¦s en la misma cl¨ªnica en la que ingresaron a Cajal y ejecutado en la madrugada del 1 de febrero. Antes de morir hab¨ªa concedido clandestinamente unas declaraciones que pasaron a la historia: ¡°S¨ª, vino la polic¨ªa y ech¨® fuego en la casa del se?or¡ ?Saber qui¨¦n ech¨® fuego ah¨ª!¡±. Cajal fue trasladado tras el asesinato de Yuj¨¢ a la Embajada de Estados Unidos, donde esper¨® hasta su compleja repatriaci¨®n a Madrid envuelto en vendas que tapaban sus quemaduras. ¡°Guatemala me persigue¡±, dice hoy en el sal¨®n de su casa. ¡°Entre otras cosas, porque ustedes, los periodistas, me traen este recuerdo a la memoria¡±.
?l mismo tambi¨¦n ha dejado constancia de aquella pesadilla en libros como ?Saber qui¨¦n puso fuego ah¨ª! (Siddharth Mehta Ediciones) y Sue?os y pesadillas. Memorias de un diplom¨¢tico (Tusquets). Con motivo de la reciente apertura del juicio por genocidio al general Efra¨ªn R¨ªos Montt, sucesor al frente del pa¨ªs de Romeo Lucas Garc¨ªa, el hombre bajo cuyo mando se produjo el asalto a la Embajada de Espa?a en Guatemala, M¨¢ximo Cajal accede a rememorar el horror que sufri¨® en aquel pa¨ªs durante su primer destino como embajador. Con este proceso hist¨®rico a un exmandatario que afronta cargos por cr¨ªmenes de guerra en Am¨¦rica Latina, Guatemala tambi¨¦n tiene ante el espejo los horrores de su pasado reciente, manchado con la sangre de 200.000 muertos, en su mayor¨ªa en las zonas rurales ind¨ªgenas, que dej¨® la guerra entre el Estado y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca desde 1960 hasta 1996.
Sigue sin haber culpables del asalto a la Embajada espa?ola en Guatemala el 31 de enero de 1980. Buena parte de los responsables de aquella operaci¨®n han fallecido ya, pero las investigaciones de la justicia guatemalteca han descubierto treinta a?os despu¨¦s que los polic¨ªas ten¨ªan instrucciones de que no quedara nadie vivo. Casi lo consiguieron. Como despu¨¦s del asalto hubo dos supervivientes, Gregorio Yuj¨¢ y yo, la instrucci¨®n era acabar tambi¨¦n con aquellas dos personas. Desde que sal¨ª de la canciller¨ªa y me metieron en un furg¨®n policial, todo sucedi¨® muy r¨¢pido y me dej¨¦ ir, pasara lo que pasara. Si me hubieran pegado cuatro tiros en aquel furg¨®n, no habr¨ªa tenido condiciones f¨ªsicas ni intelectuales para haberme resistido.
?Sabemos qui¨¦n ech¨® fuego ah¨ª? Yo creo que no. Lo que yo vi ni siquiera permite explicarlo. En un momento dado, durante el asalto, se produjo una explosi¨®n que vino del lado de la polic¨ªa o del lado de los ocupantes. Estos estaban aterrorizados. Aunque hubo unos disparos, y es posible que dispararan ellos o alguno de ellos, y aunque es posible que lanzaran una especie de c¨®ctel molotov que llevaban en botellas de refresco, lo que pas¨® all¨ª, con m¨¢s de treinta cad¨¢veres carbonizados, era imposible que fuera producto de dos botellitas con gasolina. Hubo una intervenci¨®n de la polic¨ªa, y de hecho se especula con que se vio a un agente llevando una especie de lanzallamas.
El Gobierno espa?ol de entonces rompi¨® relaciones con Guatemala al d¨ªa siguiente de aquella matanza. ?Podr¨ªa haber hecho antes algo m¨¢s para evitar que ocurriera? Para situarse hay que recordar c¨®mo era Espa?a en 1980. No es que ahora estemos en plena forma, pero entonces era un pa¨ªs subdesarrollado. Yo ten¨ªa un guardaespaldas que me hab¨ªan puesto los guatemaltecos y desapareci¨® cuando pas¨® todo aquello. La embajada no ten¨ªa seguridad y la puerta estaba abierta. Aquel fue uno de los argumentos que utilizaron para acusarme de estar implicado con los ocupantes, adem¨¢s de por el viaje que hice al Quich¨¦ al poco de llegar. La ruptura de relaciones con Guatemala se decidi¨® al d¨ªa siguiente del asalto. Por un lado era una se?al fuerte, pero por otro lado se perd¨ªa toda capacidad de presi¨®n. Salvo yo mismo, la embajada entera hab¨ªa desaparecido y el Gobierno espa?ol se hab¨ªa quedado sin capacidad de gestionar aquella crisis. El Gobierno de Guatemala mont¨® enseguida su contraofensiva, centrada en acusarme de estar conchabado con los ocupantes. Y sospecho que en el Gobierno de Espa?a de entonces hab¨ªa un sector que pensaba que yo era responsable de lo que pas¨®. Yo ten¨ªa cierta fama de ser de izquierdas, pero ?comunista? ?Y aunque lo hubiera sido!
?Para usted, R¨ªos Montt, a quien ahora se juzga en Guatemala por genocidio, era igual que su antecesor, el dictador Lucas Garc¨ªa? A R¨ªos Montt no llegu¨¦ a conocerlo porque apenas pasaron seis meses desde mi llegada a la embajada hasta el asalto, que se produjo antes de que R¨ªos Montt derrocara a Lucas Garc¨ªa. Este hombre ha conseguido durante a?os eludir a la justicia. Pero parece que esta vez no tiene muchas posibilidades de escapar de los cr¨ªmenes por los que se le acusa¡ Aunque yo, por razones de salud mental, he procurado no ir m¨¢s all¨¢ en este tema de Guatemala, que me persigue. Est¨¢ usted aqu¨ª, as¨ª que me persigue.
?Qu¨¦ le viene hoy a la mente cuando piensa en Guatemala? Un pa¨ªs tremendo. De violencia, de injusticia social, de racismo, de exclusi¨®n¡ No hay por d¨®nde cogerlo. De Centroam¨¦rica, es el pa¨ªs m¨¢s complicado por la cuesti¨®n indigenista, y probablemente el m¨¢s brutal de todos ellos. Su cultura de violencia es impresionante. Los 200.000 muertos de los ¨²ltimos treinta a?os lo atestiguan.
?Se convirti¨® en alguien inc¨®modo para los sucesivos Gobiernos tras sobrevivir al asalto de la embajada espa?ola? Para el Gobierno de Su¨¢rez, en ese momento, s¨ª. Pero con Su¨¢rez tuve muy buena relaci¨®n. Con Calvo Sotelo apenas tuve contacto. Y con Felipe Gonz¨¢lez, la relaci¨®n fue excelente; es con el presidente con el que mejor me he entendido. Con Aznar no tuve ninguna relaci¨®n. Mi carrera diplom¨¢tica termin¨® en Par¨ªs, siendo embajador en Francia, el d¨ªa que Aznar gan¨® las elecciones.
Aznar le dedic¨® un sonado desplante ante Chirac durante una visita oficial ya como presidente del Gobierno espa?ol. Aquello fue algo de mal gusto, innecesario y que no vino a cuento. Sencillamente son cosas que no deben hacerse, aunque existan distancias ideol¨®gicas, ante el embajador de un pa¨ªs que ha sido acreditado por el jefe del Estado.
?Y c¨®mo es la vida de un embajador jubilado que ha sobrevivido a desaires presidenciales y ataques como el asalto a la Embajada de Espa?a en Guatemala? Me jubil¨¦ a los 68, en 2002. Mis compa?eros de promoci¨®n est¨¢n todos jubilados y algunos muertos. Yo no juego al bridge ni al golf. Me dedico a la lectura, a escribir y a encuadernar. Antes estuve casi cinco a?os trabajando en la Alianza de Civilizaciones, con el Gobierno de Zapatero.
?Cree que ha servido para algo esa Alianza de Civilizaciones? Creo que ha servido para crear una conciencia de que hay que hacer algo para superar ese desencuentro entre dos visiones del mundo. Es un proyecto que tiene m¨¢s ¨¦xito fuera de Espa?a. En el segundo mandato de Zapatero hubo cierto alejamiento de la idea quiz¨¢ porque hab¨ªa otros problemas, algo que he criticado mucho. En parte, por la campa?a tremenda en contra del Partido Popular. Ahora que est¨¢n en el Gobierno son unos hip¨®critas y apoyan la Alianza de Civilizaciones. Al menos oficialmente.
?Le ha merecido la pena ser diplom¨¢tico? La verdad es que no lo s¨¦. Mi carrera ha estado llena de sobresaltos desde que empez¨®, como el horror de Guatemala. Y termin¨® de manera regular. Todos somos orgullosos, y yo no he perdonado a Aznar aquello que me hizo. Yo tampoco habr¨ªa sido un embajador de Aznar, pero los ¨²ltimos a?os de mi vida diplom¨¢tica han sido muy marginales.
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