Internet, democracia e imperio
los ciudadanos deber¨¢n obligar a las empresas de comunicaci¨®n a elegir a qui¨¦n quieren servir, a los Estados o a ellos
?Es Internet una herramienta de liberaci¨®n o de opresi¨®n? Hasta las revelaciones de Edward Snowden, hemos podido vivir en el, al parecer, feliz malentendido de que la combinaci¨®n de Internet y las redes sociales hab¨ªan concedido a los individuos una capacidad de organizaci¨®n y actuaci¨®n pr¨¢cticamente ilimitada. Las redes sociales, nos han venido diciendo, no solo nos empoderan socialmente sino que ponen a nuestro alcance una poderos¨ªsima herramienta pol¨ªtica. Twitter y Facebook, aunadas a la capacidad de Google para diseminar en tiempo real un incre¨ªble volumen de informaci¨®n de un extremo a otro del planeta, se habr¨ªan convertido en las nuevas armas con las que la ciudadan¨ªa podr¨ªa controlar el poder y, eventualmente, resistirse a la tiran¨ªa. Como lo fueron en su momento la imprenta, la radio o la televisi¨®n, Internet ofrecer¨ªa hoy a los ciudadanos la capacidad de zafarse de cualquier forma de autoridad pol¨ªtica monopol¨ªstica y autoritaria. Esta es, a grandes rasgos, la que podr¨ªamos describir como la visi¨®n horizontal, o libertaria, de la tecnolog¨ªa. Y aunque a veces exagerada, como el caso de las supuestas revoluciones de Twitter en T¨²nez o Egipto, que nunca fueron tal, esta visi¨®n conten¨ªa elementos suficientemente robustos como para albergar una esperanza razonable de que la tecnolog¨ªa y la democracia pod¨ªan estar s¨®lidamente aliadas.
Pero tras Snowden nos vemos obligados a conceder mayor verosimilitud a la visi¨®n contraria, que podr¨ªamos llamar autoritaria o vertical. Porque, por mucho que antes sospech¨¢ramos (recu¨¦rdense las revelaciones sobre la red Echelon) ahora sabemos que mientras millones de ciudadanos usan despreocupadamente Internet y las redes sociales, una serie de Estados han adquirido la capacidad de controlar verticalmente esa red y su contenido.
La l¨ªnea de defensa de las autoridades estadounidenses se ha centrado en: uno, asegurar que la capacidad de escucha solo se refiere a los llamados metadatos, es decir que no hay control de contenidos sino solo de flujos; dos, que solo hay acceso excepcional y bajo estricto control judicial a los contenidos completos de la informaci¨®n, como viene ocurriendo tradicionalmente con las escuchas telef¨®nicas; y, tres, aunque a los dem¨¢s nos sirva de poco, que los objetos de esta vigilancia nunca han sido ciudadanos estadounidenses dentro de Estados Unidos.
Sin embargo, esta versi¨®n edulcorada parece tener muy poco de cierto. Las revelaciones de Snowden a la revista Cryptome apuntan a que el acceso por parte de los servicios de inteligencia a los cables submarinos por los que transitan los datos de Internet permite a estos servicios tener un acceso completo a todos los contenidos que transitan por la red, siendo el ¨²nico problema la capacidad de almacenamiento y procesamiento, que hoy por hoy se situar¨ªa en 72 horas, despu¨¦s de lo cual se procede al borrado. Teniendo en cuenta la velocidad a la que aumenta la capacidad de almacenamiento y procesamiento, es l¨®gico suponer que esa barrera de las 72 horas se ir¨¢ ampliando progresivamente sin gran dificultad. As¨ª pues, si se sabe lo que est¨¢ buscando, el acceso ser¨ªa completo, lo que incluye desde las comunicaciones de los individuos a sus expedientes m¨¦dicos, todo.
El an¨¢lisis de estos hechos puede plantearse en dos ¨¢mbitos: el de los ciudadanos (tecnolog¨ªa y democracia) y el de los Estados (tecnolog¨ªa e imperio). En el primero debemos comenzar a pensar seriamente c¨®mo controlar m¨¢s eficazmente a esas grandes multinacionales de la comunicaci¨®n social ya que, aunque nos empoderan horizontalmente, tambi¨¦n est¨¢n al servicio de aquellos que nos quieren controlar. Si quieren asegurar su libertad, los ciudadanos deber¨¢n obligar a esas empresas a elegir a qui¨¦n quieren servir, a los Estados o a ellos, y mostrar claramente las garant¨ªas con la que har¨¢n.
En el segundo, el de los Estados, nos obliga a cuestionarnos hasta qu¨¦ punto es verdad que el ascenso de los pa¨ªses emergentes suponga una igualaci¨®n del poder de los Estados y, en paralelo, el fin de la hegemon¨ªa estadounidense. ?De verdad vamos a un tipo de mundo donde EEUU es solo un poder m¨¢s? ?O m¨¢s bien estamos ante la capacidad de EEUU de perpetuar su posici¨®n hegem¨®nica sobre la base de una capacidad tecnol¨®gica-militar netamente superior a cualquier competidor? La horizontalidad de los Estados, al igual que la de los ciudadanos, tambi¨¦n podr¨ªa ser otra quimera.
Desde tiempo inmemorial, la autoridad pol¨ªtica ha estado estructurada de manera que, hacia dentro, unos pocos han gobernado a otros muchos mientras que, hacia fuera, el sistema internacional se ha organizado de forma jer¨¢rquica con un peque?o centro de poder y una gran periferia. En los dos casos, la dominaci¨®n se ha basado en la superior capacidad tecnol¨®gica ?Por qu¨¦ iban a ser las cosas diferentes ahora?
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