B¨¦lgica anticipa a Espa?a
Como en Espa?a, esta ascensi¨®n al trono esconde una profunda divisi¨®n del pa¨ªs
B¨¦lgica se ha adelantado a Espa?a: su nuevo rey se llama Felipe. Como en Espa?a, aunque no con tanta gravedad, esta ascensi¨®n al trono enmascara una profunda divisi¨®n del pa¨ªs, cuya unidad est¨¢ amenazada. B¨¦lgica sufre en efecto las consecuencias de la exacerbaci¨®n de un conflicto pol¨ªtico, econ¨®mico y ling¨¹¨ªstico entre los dos pa¨ªses que la constituyen: Flandes, al norte y Valonia, al sur. Entre uno y otro, se encuentra Bruselas, una ciudad cosmopolita de mayor¨ªa franc¨®fona (mayor¨ªa reforzada por la afluencia de los ¡°ricos¡± llegados de Francia tras haber escogido el exilio fiscal) que, como todos sabemos, es la capital de Europa. La Uni¨®n Europea, el papel de Bruselas y el rey Alberto han sido, hasta hoy, los tres elementos que han impedido la fragmentaci¨®n de B¨¦lgica.
La fractura es profunda y tiene manifestaciones absurdas. Por ejemplo, si usted toma el tren en Bruselas, comprobar¨¢ que los anuncios se hacen en los dos idiomas y pensar¨¢ que todo va bien. El tren se pone en marcha hacia el norte y, apenas tres minutos despu¨¦s de su partida, todo cambia: ya solo le hablan en flamenco. Y arr¨¦gleselas. El mismo revisor, que acababa de dirigirse a usted en franc¨¦s, ya solo sabe neerland¨¦s, que ¨²nicamente los flamencos comprenden... As¨ª pues, en solo unos minutos y sin salir de la circunscripci¨®n bruselense, acaba usted de cruzar una frontera ling¨¹¨ªstica redhibitoria.
En Flandes, la mayor¨ªa de la poblaci¨®n est¨¢ a favor de la reducci¨®n de los poderes del rey y, por supuesto, de su ¡°lista civil¡± ¡ªpresupuesto de la Casa Real¡ª. Sin embargo, el rey ya apenas tiene poderes al margen de su papel de representaci¨®n y de la autoridad moral que se le reconoce, que, de hecho, ha sido muy ¨²til durante los largos meses de negociaciones y batallas que han privado a B¨¦lgica de gobierno. En cambio, las zonas franc¨®fona y bruselense permanecen apegadas a la unidad y, por tanto, apoyan su s¨ªmbolo: la monarqu¨ªa. Esta parece hoy el ¨²ltimo factor de equilibrio de un pa¨ªs minado por las reivindicaciones flamencas y permanentemente aguijoneado por un partido de extrema derecha: el Vlam Belang.
Esta es una paradoja europea. Hace algunos a?os, la reivindicaci¨®n regional de una mayor autonom¨ªa parec¨ªa inscribirse en un proceso natural acorde con el avance de la construcci¨®n europea. Esta parec¨ªa estar llamada a instaurar un mejor reparto de papeles entre los tres principales niveles de toma de decisiones: el nacional, el europeo y el local. Hoy, sin embargo, esas reivindicaciones han adquirido otra connotaci¨®n. De hecho, en lo esencial, han cambiado de naturaleza.
Ayer, el federalismo belga pod¨ªa ser se?alado como ejemplo. Y la organizaci¨®n espa?ola parec¨ªa ser una fuente de inspiraci¨®n. As¨ª, en Francia, aquellos que abogaban por una fuerte descentralizaci¨®n regional invocaban a menudo el caso espa?ol: una naci¨®n formada por nacionalidades. Y cabe considerar que, en Gran Breta?a, las reformas institucionales decididas por Tony Blair y su Gobierno, que condujeron a un nuevo reparto de poderes entre el Gobierno brit¨¢nico y las autonom¨ªas galesa y escocesa, se inspiraron ampliamente en el modelo espa?ol.
Pero hoy resulta dif¨ªcil separar las reivindicaciones regionales, como las que se expresan en Flandes, del populismo reinante. Este es uno de los reflejos engendrados por la crisis, que es un factor de ahondamiento de las desigualdades y provoca resistencias cada vez m¨¢s graves hacia los mecanismos de solidaridad. En pocas palabras: los ricos no quieren pagar por los pobres.
Esto es flagrante en Flandes, una regi¨®n pr¨®spera y sin paro, mientras que Valonia sigue sufriendo el fin de la era industrial que, gracias a la industria sider¨²rgica, permiti¨® su prosperidad. Y lo mismo podr¨ªa decirse de la Liga del Norte italiana y su famosa reivindicaci¨®n de independencia de Padania. O del UKIP, un partido que quiere sacar a Gran Breta?a de la Uni¨®n Europea. O de otras reivindicaciones que surgen por toda Europa. No todas ellas siguen el modelo de la protesta flamenca. Por ejemplo, Escocia, que es m¨¢s pobre que el resto de Gran Breta?a e intenta aprovechar la debilidad y las dificultades actuales de Inglaterra. El caso de Catalu?a es particular, como tambi¨¦n lo es, en Francia, el de C¨®rcega, que figura entre las regiones m¨¢s pobres y cuya reivindicaci¨®n es profundamente identitaria.
De todo esto se desprende que habr¨¢ que dedicar la mayor atenci¨®n al futuro del reino de B¨¦lgica. Sobre los hombros del nuevo rey, cuya imagen no es muy brillante, recae el peso de un reto capital: el de la unidad de B¨¦lgica, que ata?e a todos los europeos.
Traducci¨®n: Jos¨¦ Luis S¨¢nchez-Silva.
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