Sud¨¢frica olvida la matanza de Marikana
Un a?o despu¨¦s del asesinato de 34 mineros por disparos de la polic¨ªa sus familias exigen justicia
Marikana llor¨® ayer de nuevo a sus 34 mineros muertos hace justamente un a?o por disparos de la polic¨ªa. Un emotivo acto congreg¨® a l¨ªderes de diferentes religiones, a familiares de los fallecidos y a muchos compa?eros que perdieron el jornal por no bajar a la galer¨ªa. Sorprendi¨® la ausencia de miembros del Gobierno y del Congreso Nacional Africano (ANC), lo que refleja la desatenci¨®n y olvido institucional en que se encuentran los afectados por la mayor masacre en Sud¨¢frica tras el apartheid. El presidente Jacob Zuma estaba de viaje a Malawi y el sindicato del partido, el NUM, tambi¨¦n hizo boicot a la conmemoraci¨®n, subrayando que la pugna sindical con la asociaci¨®n de mineros ACMU contin¨²a igual de abierta que hace un a?o, cuando la rivalidad acab¨® por pudrir las reivindicaciones de la plantilla.
Un a?o despu¨¦s de que la polic¨ªa irrumpiera a tiros en las afueras de la mina de platino Lonmin para dispersar a los trabajadores en huelga, la peque?a poblaci¨®n de Marikana a¨²n no ha superado la tragedia. ¡°Nadie ha venido aqu¨ª a pedir perd¨®n, a decir que se ha equivocado. Nelson Mandela lo habr¨ªa hecho¡±, exclama el pastor Salkumzi Qiqimana.
No ha habido disculpas, como tampoco los mineros han visto como se les aceptaban las reivindicaciones de mejora en las condiciones de vida. Termina el turno de la ma?ana y el mozambique?o Inacio Ricoisio sale de Lonmin para dirigirse andando hasta Wonderkop, un asentamiento de barracas de hojalata que cobija a la mayor¨ªa de trabajadores de esta mina de platino, a un centenar de kil¨®metros de Johannesburgo. La mayor¨ªa de chabolas carecen de agua corriente y de electricidad, las calles est¨¢n sin pavimentar y los ni?os juegan descalzos ante la falta de otros sitios para el ocio.
Se lamenta Ricoisio de que las muertes de los compa?eros ¡°fueron en vano¡±, y que a pesar de que se consigui¨® un aumento salarial de entre el 11 y el 22%, los precios de los productos y servicios se han disparado y una vez enviado parte del sueldo a la familia, ¡°poco queda para uno mismo¡±. No hay esperanza de mejora ni de encontrar trabajo en esta regi¨®n empobrecida y con una tasa de paro de m¨¢s del 50%, pese a que es la mayor reserva mundial de platino. Bangi Mpotye participaba en la manifestaci¨®n y recibi¨® varios tiros. A las afueras del poblado ense?a las cicatrices en la espalda y el pie y reconoce que no cree que haya justicia. Tiene 26 a?os, no habla ingl¨¦s y no tiene estudios. Sud¨¢frica no le ofrece muchas alternativas a la mina, donde no ha vuelto. Este joven es uno de los testigos que declar¨® ante la comisi¨®n judicial que investiga qu¨¦ pas¨® aquella tarde en que los polic¨ªas dispararon indiscriminadamente al grupo de trabajadores.
En este a?o, ninguno de los agentes que participaron en la operaci¨®n fue detenido. Tampoco hay ning¨²n acusado por los 10 asesinatos producidos la semana anterior a la masacre, ni la veintena de muertes violentas que hubo en Marikana tras el fat¨ªdico d¨ªa. La mina ¡°camina al filo de la navaja¡±, alerta John Capelm, director de la fundaci¨®n Bench-Marks, ligada al arzobispo Desmond Tutu, que hab¨ªa advertido del riesgo de conflicto en Lonmin. La direcci¨®n de la mina no ha cumplido con las promesas de mejoras ni cumple con su responsabilidad social, sostiene.
En abril de 2014 Sud¨¢frica celebrar¨¢ elecciones y Samuel Mukeri, un a?o y medio en Marikana, apunta que ¡°entonces s¨ª que vendr¨¢ el ANC a poner carteles y a dar m¨ªtines¡±. Por ahora, el partido y el Gobierno han mirado para otro lado y muchos mineros los acusan de "servir a los intereses de las ¨¦lites mineras", como afirma James Mokoena. Oficializada el 1 de octubre, la comisi¨®n judicial est¨¢ paralizada desde hace casi un mes porque los abogados de los mineros est¨¢n buscando financiaci¨®n para pagarse el sueldo, mientras que el Ejecutivo de Zuma corre con las minutas del equipo que defiende a los agentes. ¡°No le importamos a nadie que manda¡±, se queja Itumeleng Moloi, mujer de un minero.
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