Asia o la c¨®lera de la naturaleza
Del se¨ªsmo de Fukushima al tsunami que en 2004 devast¨® varios pa¨ªses, los desastres se ceban con el continente
Raro es el a?o que la furia de la naturaleza no se ceba en el continente m¨¢s poblado del planeta y deja a su paso un rastro amargo de devastaci¨®n, muerte, dolor y desesperanza. Los 4.300 millones de habitantes de Asia se empe?an desde hace m¨¢s de tres d¨¦cadas en dejar atr¨¢s el horror de las hambrunas y la miseria que azot¨® a muchos de esos pa¨ªses, pero los hados parecen obstinarse en dar rienda suelta a su c¨®lera en el escenario asi¨¢tico.
Las mismas im¨¢genes que hoy contemplamos en Filipinas, donde la ciudad de Tacloban ha quedado reducida a escombros por el tif¨®n Haiyan, sacan de la tumba del recuerdo el terremoto de magnitud 9,0 que, a primeras horas de la tarde del 11 de marzo de 2011, sacudi¨® la costa nororiental de la isla japonesa de Honshu y desat¨® un maremoto con olas de hasta 40 metros de altura que barrieron ciudades, aldeas y las torres de refrigeraci¨®n de la central at¨®mica de Fukushima, hundiendo a Jap¨®n en su mayor crisis nuclear tras las bombas de Hiroshima y Nagasaki. ¡°Vivir¨ªa con cortes de electricidad a cambio de erradicar todo lo nuclear¡±, declaraba a El Pa¨ªs una superviviente de Hiroshima tras el pavor desatado en Jap¨®n al accidentarse la planta de Fukushima.
Los japoneses veneran la naturaleza, casi m¨¢s que ning¨²n otro pueblo, y, sin embargo ella, caprichosa y esquiva, les azota con su l¨¢tigo un a?o s¨ª y otro tambi¨¦n. A veces, como sucedi¨® en Fukushima y en Kobe en 1995, su ira es tal que los muertos se cuentan por miles, por decenas de miles. No hay compasi¨®n cuando la naturaleza decide atacar.
Las mismas im¨¢genes que hoy contemplamos en Filipinas sacan de la tumba del recuerdo el terremoto de magnitud 9 que el 11 de marzo de 2011 sacudi¨® la costa nororiental de la isla japonesa de Honshu
Por las verdes colinas y extensos campos de cultivo de la provincia china de Sichuan a¨²n se escucha el llanto de las madres que aquella soleada ma?ana de mayo de 2008 dejaron a sus hijos en las escuelas del distrito de Wenchuan; castillos de naipes que el zarpazo de un se¨ªsmo asesino convirti¨® en gigantescos ata¨²des. La tierra se estremece y encuentra a su compa?era de baile en la corrupci¨®n que adelgaza los cimientos de la construcci¨®n. Todo se desmenuza y ladera abajo se deslizan escombros y barro en una amalgama espesa que sofoca todo atisbo de vida.
China, que con sus enormes recursos humanos se ha empe?ado hist¨®ricamente en dome?ar la naturaleza, sufre con frecuencia sus embates y en 1976 se enfrent¨® a uno de sus peores golpes, el terremoto de Tangshan, que caus¨® m¨¢s de 200.000 muertos.
Las vecinas faldas de la impresionante cadena del Hindu Kush, en octubre de 2005, se removieron por un sismo que transform¨® la belleza de un paraje sin igual en un r¨ªo de desconsuelo. ¡°Las piedras ca¨ªan de las monta?as, en medio de un ruido ensordecedor. Cuando ces¨®, pude ver la aldea aplastada¡±, contaba Mohamed. Al menos, 80.000 personas perecieron en la sacudida que tuvo como epicentro la Cachemira paquistan¨ª, una regi¨®n dividida y asolada por la violencia pol¨ªtica desde la partici¨®n de India y Pakist¨¢n en 1947. Despu¨¦s de tres guerras sufridas en la zona, sus castigados habitantes se encontraron desarmados para hacer frente al embate de la naturaleza.
En 1976 China se enfrent¨® a uno de sus peores golpes, el terremoto de Tangshan, que caus¨® m¨¢s de 200.000 muertos.
El 26 de diciembre de 2004, Asia vivi¨® el mayor espanto de su historia reciente. Bajo las aguas del ?ndico, a escasa distancia de la regi¨®n indonesia de Aceh, un choque entre dos placas tect¨®nicas submarinas y el consiguiente desplazamiento desprendieron una energ¨ªa equivalente a 14.000 bombas at¨®micas. Todo el oc¨¦ano se contagi¨®. Los sat¨¦lites captaron im¨¢genes del primer frente de olas que se form¨®. No ten¨ªa mucha altura, unos 50 cent¨ªmetros, pero med¨ªa 800 kil¨®metros de longitud y se desplazaba a una velocidad de 800 kil¨®metros a la hora. Nadie ni nada de los que se encontraron en su camino pudieron impedir su avance. Las costas de Indonesia, India, Sri Lanka y Tailandia se llenaron de cad¨¢veres, que las aguas escupieron sin decoro. Otros muchos miles de personas desaparecieron para siempre engullidos por el mar. Nunca sabremos las cifras exactas de aquella cat¨¢strofe, pero superaron el cuarto de mill¨®n de muertos.
¡°Todos tememos que vuelva la gran ola¡±, dec¨ªa Mayesh, una joven cingalesa que perdi¨® a sus padres cuando el tsunami se llev¨® la barriada de 600 chabolas en la que viv¨ªan en Panadura, a una treintena de kil¨®metros al sur de la capital, Colombo.
Justo un a?o antes, el 28 de diciembre de 2003, Bam, la ciudad iran¨ª que conservaba la mayor fortaleza de adobe del mundo, qued¨® reducida a polvo por un temblor de apenas 6,3 de magnitud en la escala Richter. En unos segundos todo se convirti¨® en diminutas part¨ªculas de arenisca. Se form¨® un polvo denso que ahog¨® a 25.000 personas, de las 80.000 que viv¨ªan en el coraz¨®n de ese importante oasis. En Bam el polvo ol¨ªa a muerte, se agarraba a la garganta de los equipos de rescate e inutilizaba el olfato de los perros buscadores de supervivientes.
Pero si hay un pa¨ªs en Asia donde la naturaleza no tiene piedad y donde el cambio clim¨¢tico que provoca la acci¨®n humana lo est¨¢ martirizando, es Bangladesh. A bordo de helic¨®pteros del Ej¨¦rcito pude contemplar el escenario de la tragedia del cicl¨®n que en 1991 dej¨® 125.000 muertos y sumergi¨® bajo las aguas m¨¢s de un tercio de este pa¨ªs enclavado en el delta del sagrado Ganges, un delta que cada a?o se hunde un poco m¨¢s.
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