Am¨¦rica Latina: la inseguridad en pa¨ªses sin estado
El modelo de crecimiento econ¨®mico ha fracasado rotundamente en t¨¦rminos de movilidad social en la regi¨®n
El reciente informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, se?ala los avances en materia de crecimiento, empleo, y disminuci¨®n de la desigualdad. Al mismo tiempo, sin embargo, el informe advierte que el delito y la inseguridad tambi¨¦n han crecido dram¨¢ticamente. Una paradoja de la Am¨¦rica Latina del siglo XXI, seg¨²n PNUD, en realidad puede ser tal s¨®lo a primera vista. Una lectura del contexto social, pol¨ªtico, y hasta internacional de este crecimiento sugiere una interpretaci¨®n diferente sobre esa supuesta incongruencia, tanto como sobre el futuro de la regi¨®n y sus grandes desaf¨ªos.
A pesar de los avances en empleo y distribuci¨®n del ingreso, el modelo de crecimiento econ¨®mico ha fracasado rotundamente en t¨¦rminos de movilidad social. La baja movilidad ascendente es un dato hist¨®rico y estructural en Am¨¦rica Latina, un factor que no var¨ªa aun cuando el ciclo econ¨®mico es favorable. En condiciones de crecimiento, la baja movilidad exacerba la conflictividad social, porque cuanto m¨¢s se expande la econom¨ªa, mayores son las expectativas. Si estas permanecen insatisfechas¡ªy t¨¦ngase en cuenta que la movilidad social es sobre todo una apuesta sobre el futuro¡ªla frustraci¨®n social aumentar¨¢, inevitablemente.
En otras palabras, en Am¨¦rica Latina el producto per c¨¢pita podr¨¢ crecer, el coeficiente de Gini bajar, y aun la educaci¨®n superior masificarse. Pero son el color de la piel y el origen social, sino la banalidad del atuendo y el apellido, lo que contin¨²a definiendo el lugar que uno ocupa en la estructura social¡ªde ah¨ª el eufemismo ¡°buena presencia¡± en los avisos de empleo. La constante en la regi¨®n es aquello que la sociolog¨ªa de los a?os cincuenta defin¨ªa como ¡°inconsistencia de status¡±, una marcada disonancia entre la objetividad de los datos demogr¨¢ficos y la subjetividad del prestigio y el reconocimiento social. Ese contraste es hoy tan importante como siempre, el status esta cristalizado en esas percepciones (l¨¦ase, prejuicios) socio-culturales. Hay m¨¢s plata, pero sin movilidad ascendiente, tambi¨¦n mayor frustraci¨®n social. No es extra?o entonces que esa conflictividad social derive en violencia.
Este c¨®ctel es particularmente explosivo entre los j¨®venes. Como demuestra la biolog¨ªa evolutiva, el control de la agresi¨®n juvenil masculina ha sido un desaf¨ªo para cualquier colectividad humana en todo tiempo y lugar. Abrumadoramente, el crimen violento ha sido cosa de varones de entre 15 y 30 a?os de edad, y ser joven en este siglo es a¨²n m¨¢s complicado, en America Latina y en todas partes. Los indignados espa?oles, los brasile?os en las calles, los ocupantes de Wall Street y los que se inmolaron en la Plaza Tariq tienen en com¨²n que el desempleo debajo de los 30 es invariablemente m¨¢s alto que el promedio de sus respectivas sociedades. En Am¨¦rica Latina la poblaci¨®n joven¡ªque es mayor¨ªa¡ªes m¨¢s educada que sus mayores, pero tambi¨¦n m¨¢s desempleada. La ausencia de las utop¨ªas sociales del pasado, a su vez, los hace m¨¢s individualistas, sino an¨®micos¡ªsi la gran reivindicaci¨®n social de Maduro es garantizar ¡°que todo el pueblo venezolano tenga un televisor de plasma¡±, no hay mucho que agregar. La frustraci¨®n social y la marginalidad est¨¢n a la vuelta de la esquina. La violencia y el delito le siguen.
El componente urbano-regional tampoco ayuda. La regi¨®n sigue produciendo dise?os urban¨ªsticos basados en complejos habitacionales cerrados, auto-contenidos hasta en la provisi¨®n de seguridad. Verdaderos enclaves privados, islas verdes y pr¨®speras en un mar de indigencia, muchas veces el contexto suburbano evoca un territorio ocupado. Como los asentamientos en la margen occidental del Jord¨¢n, ese paisaje en s¨ª mismo constituye una invitaci¨®n ocular al conflicto y la violencia. Los m¨¢s j¨®venes son los m¨¢s proclives a vehiculizarla.
A pesar de sus ra¨ªces profundas y antiguas, no obstante es el estado¡ªes decir, su ausencia¡ªquien generaliza el delito. Si la palabra ¡°globalizaci¨®n¡± tiene alg¨²n sentido (el capitalismo siempre fue global) es porqu¨¦ nos dice que los bienes, los servicios, las personas, la cultura y la informaci¨®n son hoy m¨¢s m¨®viles que nunca, y que las nociones tradicionales de soberan¨ªa¡ªel estado¡ªconstituyen formas de control obsoletas. A veces el argumento es exagerado, pero tiene bastante sentido en Am¨¦rica Latina, sobre todo porqu¨¦ el problema es end¨¦mico: el estado siempre ha sido d¨¦bil, fr¨¢gil, defectuoso, a menudo fallido y casi siempre capturado por grupos privados.
De hecho, el mapa del estado como aparato burocr¨¢tico y legal no coincide con el mapa pol¨ªtico en casi ning¨²n pa¨ªs de la regi¨®n. En vastas zonas de la periferia no hay presencia estatal, son actores privados quienes administran justicia, cobran impuestos y monopolizan el uso de la fuerza, o m¨¢s bien una caricatura de todo eso. Narcos, guerrillas, traficantes de personas y contrabandistas, sino un conglomerado de todos esos negocios, compiten con el estado por el control territorial, o sea, por la soberan¨ªa, y muchas veces lo hacen con ¨¦xito. Las fronteras porosas facilitan la internacionalizaci¨®n de las actividades criminales, lo cual diversifica el riesgo y los hace flexibles. Plan Colombia y similares esparcieron los laboratorios a otras latitudes, y la tecnolog¨ªa hizo el resto. Una cocina de coca¨ªna es hoy tan m¨®vil como los cocineros, solo hace falta lavandina (lej¨ªa, en Espa?a) y un horno de micro-ondas. Desde Ciudad Ju¨¢rez hasta Buenos Aires, y de all¨ª a Rotterdam y Valencia, no hay actividad econ¨®mica m¨¢s global que el narcotr¨¢fico, y al mismo tiempo con una capilaridad tan profunda que se la encuentra hasta en la pol¨ªtica, sobre todo a nivel sub-nacional, y las barras bravas del f¨²tbol, incluyendo los fichajes de los jugadores que les pertenecen.
Mirando al futuro, la gran inc¨®gnita es cuando y como se desacelerar¨¢ el crecimiento, y con qu¨¦ efectos sociales. La estrategia de desarrollo en la regi¨®n ha sido b¨¢sicamente aprovechar el enorme beneficio de precios internacionales favorables, rentas basadas en t¨¦rminos de intercambio sin precedentes en m¨¢s de cuarenta a?os. Cuando cambie el ciclo de precios, que siempre cambia, el aterrizaje ser¨¢ forzoso o suave, dependiendo de las previsiones anteriores; Venezuela y Argentina, por ejemplo, ya est¨¢n en v¨ªsperas de una crisis macroecon¨®mica de proporciones. Pocos pa¨ªses han aprovechado el boom de estos a?os para producir un efecto cascada de tipo institucional, es decir, usar los recursos para construir instituciones que permitan hacer pol¨ªtica econ¨®mica contra-c¨ªclica, la ¨²nica manera de suavizar los cambiantes ciclos econ¨®micos, la gran causa de la desigualdad en el largo plazo.
La forma de hacer pol¨ªtica entre los bolivarianos, a su vez, s¨®lo ha contribuido a agravar esta realidad. Se hizo redistribuci¨®n de ingresos, pero bajo una estrategia paternalista de dominaci¨®n. En consecuencia, no fue definiendo derechos y ampliando ciudadan¨ªa. Los pobres han sido meros clientes pol¨ªticos. Sin norma establecida, cuando el boom de las commodities se agote, la redistribuci¨®n podr¨¢ revertirse sin que nada cambie demasiado. El estado no es s¨®lo control social, poder coercitivo y distribuci¨®n de recursos. En democracia, tambi¨¦n es distribuci¨®n de derechos y construcci¨®n de ciudadan¨ªa, y esa dimensi¨®n se ha debilitado profundamente.
En conclusi¨®n, no hay paradoja alguna en este crecimiento con inseguridad. La ¨²nica paradoja de esta historia es que esta d¨¦cada tambi¨¦n ser¨¢ una d¨¦cada perdida. La de los ochenta lo fue por la crisis de la deuda, la recesi¨®n profunda y la inflaci¨®n indomable que victimizaron a los m¨¢s pobres. Esta d¨¦cada ser¨¢ perdida por la destrucci¨®n de instituciones, por haber perdido la oportunidad de usar los abundantes recursos materiales para construir estados. Y sin estado, habr¨¢ m¨¢s violencia, habr¨¢ m¨¢s desigualdad y no habr¨¢ prosperidad duradera.
Hector E. Schamis es profesor en la Universidad de Georgetown, Washington DC.
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