¡°Los n¨¢ufragos estaban llenos de fuel. Su ropa tiraba de ellos hacia el fondo¡±
Vito Fiorino ayud¨® a los inmigrantes que naufragaron en Lampedusa el 2 de octubre de 2013
La heroicidad y el dolor van casi siempre de la mano. No se puede trazar el perfil de Vito Fiorino sin acordarse de que, adem¨¢s de los j¨®venes africanos que salv¨®, otros muchos se ahogaron aquel amanecer del 3 de octubre de 2013 frente a la isla siciliana de Lampedusa. Durante las noches que sucedieron a aquel naufragio que hizo visible para siempre una tragedia continua --?c¨®mo no acordarse de los cientos de ata¨²des puestos en fila, algunos de ellos blancos, la mayor¨ªa solo identificados por un n¨²mero?--, Vito Fiorino, nacido en Mil¨¢n y due?o ahora de una helader¨ªa en la calle principal de Lampedusa, tuvo que repetir pacientemente ante los periodistas llegados de medio mundo de qu¨¦ manera rescat¨® a los n¨¢ufragos del barco que se incendi¨®. A la satisfacci¨®n por las vidas salvadas le segu¨ªa invariablemente el enfado por la desidia de las autoridades mar¨ªtimas y al final todo quedaba envuelto por el dolor de tantas muertes.
La noche del 2 de octubre, tras cerrar la helader¨ªa, Fiorino y siete de sus amigos se embarcaron para cenar, pasar la noche fondeados frente a la isla de los Conejos ¨Cposiblemente uno de los paisajes m¨¢s bonitos de Italia, lo que no es f¨¢cil dada la competencia¡ªy pescar al amanecer. Ser¨ªa a eso de las seis de la ma?ana cuando sintieron los primeros de los gritos de los inmigrantes en apuros. Su barcaza se hab¨ªa incendiado y despu¨¦s hundido y decenas de ellos, cientos, hombres j¨®venes, madres intentando mantener a flote a sus hijos hasta la extenuaci¨®n, luchaban por escapar de la muerte. ¡°Estaban llenos de fuel, la ropa y las zapatillas de deporte empapadas tiraban de ellos como un ancla, muchos se hab¨ªan quedado desnudos y as¨ª los subimos a la barca¡±, recuerda Vito Fiorino.
Y de ah¨ª, de esa tristeza por los gritos que se iban apagando, por los rostros cansados que iban desapareciendo en el agua, el peque?o empresario, marinero por afici¨®n, pasa sin soluci¨®n de continuidad al enfado: ¡°Nosotros ya hab¨ªamos subido a bordo a 47 n¨¢ufragos, pero ellos [la Guardia Costera] lo hac¨ªan muy lentamente, pod¨ªan haber ido m¨¢s deprisa. Cuando volv¨ªamos a puerto cargados de n¨¢ufragos hemos visto la patrullera de la Guardia de Finanza que sal¨ªa como si fuese de paseo. Si hubieran querido salvar a la gente, habr¨ªan salido con barcas peque?as y r¨¢pidas. La gente se mor¨ªa en el agua mientras ellos se hac¨ªan fotograf¨ªas y v¨ªdeos. Cuando mi barco estaba lleno de inmigrantes y les pedimos a los agentes que los subieran a la patrullera, nos dec¨ªan que no era posible, que ten¨ªan que respetar el protocolo. Tambi¨¦n me quer¨ªan impedir ir al puerto con los n¨¢ufragos. Si ahora quieren detenerme por haber salvado a n¨¢ufragos, que lo hagan, no veo la hora¡¡±, dec¨ªa Vito pocas horas despu¨¦s de la tragedia.
No lo detuvieron, pero s¨ª lo hicieron declarar y se abri¨® una investigaci¨®n que qued¨® en nada. Nadie es responsable de la muerte de cientos de j¨®venes africanos frente a la isla de Lampedusa. Despu¨¦s de dos semanas de pesadilla ¨Cla brisa tra¨ªa de vez en cuando hasta el centro de la isla el olor insoportable de tanta muerte junta--, los vecinos se volvieron a quedar solos. Tras los ¨²ltimos turistas del verano, los primeros en desaparecer fueron los periodistas. Luego fueron trasladando a los inmigrantes que hab¨ªan logrado salvarse a centros de internamiento de la pen¨ªnsula y enseguida el viento y el fr¨ªo dej¨® m¨¢s aislada si cabe a la isla y sus vecinos. Ahora, frente al negocio de Vito Fiorito, cada noche, solo se re¨²nen los amigos y los recuerdos, la satisfacci¨®n y el dolor.
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