2014: ninguna guerra a gran escala, pero s¨ª interminables conflictos
Hoy no hay conflictos armados a escala internacional, pero la paz se ve amenazada por decenas de contiendas
![Una mujer siria y su hijo, tras un bombardeo en Alepo.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/5CHZKPC5AA7EEGWGCQAX2RKCGA.jpg?auth=f6567d6988d8da8ee9f99467b3fc58bdc684404f76ada7ed4b0c222bb1c1e768&width=414)
El conflictivo panorama planetario da la raz¨®n a Sigmund Freud cuando aseguraba que ¡°la violencia, individual o colectiva, que acompa?a a la condici¨®n humana desde el origen de los tiempos, puede ser limitada, relativamente controlada, legalmente regulada e incluso castigada, pero nunca exterminada¡±. Hoy no hay grandes conflictos armados internacionales pero, por el contrario, la paz brilla por su ausencia en muchos lugares sumidos en interminables conflictos intraestatales. Y esto define tanto a los desarrollados en los Estados fr¨¢giles como a los que afectan a sociedades donde formalmente no existe una guerra, pero donde la violencia an¨®nima y diaria es ya un rasgo gen¨¦tico.
Entre otras cosas la historia ense?a que la violencia es el principio central de la organizaci¨®n social. Tambi¨¦n muestra que solo es considerada negativa si deviene en derrota, pero que si le acompa?a la victoria termina por ser mayoritariamente percibida como virtuosa. Sobre estos presupuestos, y a base de guerras, se han conformado buena parte de los actuales Estados nacionales y se ha dirimido el liderazgo global, regional o local a lo largo del tiempo.
![](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/FGR2OXJINNSBZP47X4G3BAPKLQ.png?auth=bb7d358e27cbfa37b6a61e9969bc62d768ff72a58846761f0c8227ad6bf76e93&width=414)
Una panor¨¢mica actual del mundo globalizado nos muestra que, para quienes habitamos en democracias consolidadas, la violencia organizada ya ha dejado de ser un instrumento ¨²til para solucionar problemas. Dicho sin frivolidad alguna, hasta podr¨ªamos pensar que la guerra ha pasado de moda entre nosotros ¡ªcuando disponemos de otros mecanismos m¨¢s insidiosos, pero no menos letales, para defender nuestros privilegios e intereses¡ª, reserv¨¢ndola ¨²nicamente como instrumento de ¨²ltimo recurso cuando est¨¢ en peligro un statu quo que lleva d¨¦cadas favoreci¨¦ndonos. Esto no quiere decir, por supuesto, que nuestra estabilidad estructural sea irreversible; por eso debemos ocuparnos diariamente de perfeccionar un sistema que permita resolver pac¨ªficamente los conflictos que nos afecten. Pero sabemos igualmente que quienes disfrutamos de esa situaci¨®n somos minor¨ªa en un mundo en el que las brechas de desigualdad no hacen m¨¢s que aumentar y, adem¨¢s, somos corresponsables del malestar e inseguridad de muchos de nuestros semejantes.
Por eso son muchos (mayor¨ªa) quienes rechazan esa visi¨®n t¨ªpica de las democracias occidentales, empezando por los que nada tienen que perder y nada esperan de un orden internacional que consideran injusto, ni de unas autoridades locales que, frecuentemente, son los principales violadores de sus derechos. No puede extra?ar, en consecuencia, que sean tambi¨¦n muchos a¨²n los que entienden la violencia como el ¨²nico instrumento a mano para subvertir su desfavorable situaci¨®n o, cuando el conflicto se prolonga sine die, en la mejor opci¨®n vital. Tomar las armas se convierte, as¨ª, en la menos mala de todas las alternativas existentes para quienes, individual o colectivamente, pretenden satisfacer sus necesidades diarias, garantizar su propia seguridad y tratar de imponer su dictado. Para muchos de ellos la violencia ha dejado de ser un instrumento al servicio de un objetivo pol¨ªtico, para convertirse en un fin en s¨ª misma.
Hoy, en una apresurada ojeada, podemos afortunadamente confirmar que, muy al contrario de lo ocurrido durante el pasado siglo, la guerra en Europa brilla por su ausencia. Sin que se haya digerido totalmente la implosi¨®n de la URSS y de Yugoslavia, y aunque se registren puntuales brotes de violencia callejera, el continente es una isla de estabilidad en la que no se vislumbra a medio plazo ning¨²n proceso que no se pueda gestionar sin recurrir a las armas. A pesar de sus notables errores y carencias ¡ªcomo se acaba de constatar en el Consejo Europeo de diciembre, saldado sin avances apreciables en la operatividad de la Pol¨ªtica Com¨²n de Seguridad y Defensa¡ª, la Uni¨®n Europea sigue siendo el m¨¢s exitoso experimento hist¨®rico de prevenci¨®n de conflictos violentos.
La historia ense?a que la violencia es el principio central de la organizaci¨®n social
Adem¨¢s de lograr que la guerra haya quedado eliminada de la agenda de los Veintiocho, su poderoso influjo ¡ªjunto con el de la OSCE¡ª ha coadyuvado para que ninguno de los problemas europeos haya derivado en violencia abierta, encarrilando a los pa¨ªses balc¨¢nicos hacia Bruselas y aliviando las tensiones internas de minor¨ªas hist¨®ricamente maltratadas. Hoy el mayor foco de tensi¨®n se vive en torno a Ucrania, disputada abiertamente por Mosc¨² y Bruselas, pero no debemos suponer que ese forcejeo vaya m¨¢s all¨¢ de la mesa de negociaciones. Lo mismo cabe decir de la tensi¨®n b¨¢ltica, con Rusia procurando restablecer su influencia en su vecindad, y de los crecientes problemas internos de Turqu¨ªa, aunque la pacificaci¨®n del conflicto kurdo a¨²n est¨¦ lejos.
Por su parte, en Am¨¦rica la imagen es enga?osa si solo se piensa en Colombia como el ¨²nico conflicto abierto. Precisamente la resoluci¨®n de ese dilatado episodio de violencia puede ser una de las mejores noticias de 2014, tras haber cimentado un proceso de negociaci¨®n que asume que con las armas no hay futuro para nadie. El visible rearme en el que est¨¢n metidos varios gobiernos, traspasando los l¨ªmites de la mera defensa nacional, es un factor bel¨ªgeno nada desde?able. As¨ª, cabe identificar a Brasil, en su intento por consolidar un liderazgo regional que busca, potenciando su m¨²sculo militar, un hueco entre unos Estados Unidos hegem¨®nicos y unos vecinos (con Venezuela como punta de lanza) que ensayan improbables v¨ªas alternativas.
No existe ninguna guerra continental, pero son varias las ciudades centroamericanas y sudamericanas que encabezan la clasificaci¨®n de los lugares m¨¢s violentos del planeta. Esta violencia an¨®nima es el resultado, en primer lugar, de la brutal desigualdad reinante- a pesar de los indudables datos de crecimiento econ¨®mico-, que excluye a una gran parte de la poblaci¨®n de los beneficios de unos sistemas que solo aprovechan a unos pocos. A eso se suman unas fuerzas de seguridad incapaces de garantizar la seguridad ciudadana (Argentina ha sido el m¨¢s reciente apunte medi¨¢tico con motivo de huelgas policiales inusitadas). No es menor tampoco el efecto multiplicador de unos grupos privados (mafias, maras, c¨¢rteles, bandas¡) que cuestionan frontalmente el monopolio del Estado en el uso de la fuerza y que disponen de medios sobrados para comprar voluntades en todos los niveles del Estado. Pero tambi¨¦n, en un proceso que se retroalimenta constantemente, es el reflejo de una privatizaci¨®n de la seguridad que deja en situaci¨®n de extrema vulnerabilidad a quien no pueda costearse directamente la suya.
M¨¢s oscura es la situaci¨®n en ?frica Subsahariana, donde ni siquiera Sur¨¢frica est¨¢ a salvo de una oleada de inestabilidad que puede arruinar el mod¨¦lico esfuerzo de un Nelson Mandela encumbrado, con raz¨®n, a los altares de la construcci¨®n de la paz. Desgraciadamente tanto el conflicto de Mal¨ª, como los RCA y RDC o los que asolan a Sud¨¢n (Darfur) y Sud¨¢n del Sur (ahora sumido en un choque fratricida) son cualquier cosa menos novedades. En estos y en tantos otros casos (Chad, Nigeria, N¨ªger¡), al margen de su escaso reflejo medi¨¢tico, se multiplican causas estructurales tan conocidas como desatendidas durante d¨¦cadas- fracasos de convivencia entre distintos, insatisfacci¨®n de necesidades elementales, corrupci¨®n generalizada, inquietante debilidad del Estado, ominosa discriminaci¨®n ¨¦tnica y/o religiosa, represi¨®n y permanente violaci¨®n de derechos¡-, a las que solo queda por a?adir la gota que colme el vaso de la paciencia de unas poblaciones que nada bueno esperan de sus gobernantes.
Ninguno de estos problemas tiene soluci¨®n militar, dado que sus ra¨ªces corresponden a la esfera social, pol¨ªtica y econ¨®mica. Eso supone que est¨¢n condenados al fracaso todos los (limitados y selectivos) esfuerzos militares sobrevenidos- lo que supone de partida asumir la inoperancia de los sistemas de alerta y acci¨®n tempranas-, si no existe la necesaria voluntad pol¨ªtica para activar preventivamente respuestas multilaterales y multidimensionales que entiendan que la promoci¨®n del desarrollo es la v¨ªa m¨¢s directa para lograr mayores niveles de seguridad. Ning¨²n contingente militar puede m¨¢s que paliar, en el mejor de los casos, los efectos m¨¢s llamativos del problema; pero nunca podr¨¢ por s¨ª solo enderezar el rumbo de unos procesos que, a falta de soluciones omnicomprensivas, corren el riesgo de reabrirse de inmediato (baste recordar que m¨¢s del 40% de las guerras actuales son mera repetici¨®n de conflictos mal cerrados).
El espacio exterior, el ciberespacio y el ?rtico son nuevos focos de tensi¨®n
El escaso inter¨¦s de la comunidad internacional en el futuro de la regi¨®n- vista solo bajo la ¨®ptica de un foco de amenaza terrorista, comercios il¨ªcitos y emisi¨®n de emigrantes, y la del depredador de sus inmensas riquezas-, la debilidad de las organizaciones regionales (comenzando por la Uni¨®n Africana) y la interesada fragilidad de muchos de estos Estados lleva a prever una continuaci¨®n de la inestabilidad y de los conflictos violentos que hoy la caracterizan.
Cuando se cumplen tres a?os desde el arranque de la mal llamada primavera ¨¢rabe, solo ha habido cuatro pa¨ªses en los que el dictador ha ca¨ªdo; pero en ninguno de los veintid¨®s se ha producido un verdadero cambio de r¨¦gimen. Con el macabro protagonismo de Siria ¡ªsin esperanza de que Ginebra 2 aporte soluci¨®n alguna¡ª, nada ha cambiado para mejor en Yemen, mientras se cruzan apuestas sobre si T¨²nez puede evitar el retroceso violento que viven Libia y Egipto. Aunque con distinto grado de intensidad, las movilizaciones que experimenta el mundo ¨¢rabe muestra claramente el agotamiento de unos reg¨ªmenes pol¨ªticos fracasados. Su suicida resistencia pronostica que la regi¨®n seguir¨¢ sometida a convulsiones recurrentes, de las que ning¨²n pa¨ªs est¨¢ a salvo, en la medida en que todos ellos comparten un diagn¨®stico altamente negativo tanto desde la perspectiva del desarrollo (incluso en las petromonarqu¨ªas del Golfo) como de la seguridad (con la renovada fuerza de la amenaza yihadista por doquier).
Si a eso se a?ade que ni Afganist¨¢n ni Irak, ni mucho menos el que enfrenta a Israel con sus vecinos, son ejemplos exitosos de resoluci¨®n de conflictos, podemos concluir que en la ¨®rbita ¨¢rabo-musulmana se multiplican los focos de violencia que seguir¨¢n ocupando la atenci¨®n durante 2014. Por el contrario, uno de los soplos de esperanza m¨¢s significativos de la agenda internacional es la posibilidad de que termine por cuajar el proceso de acercamiento entre Washington y Teher¨¢n, por muchas que sean las asignaturas pendientes y los previsibles esfuerzos de Israel y Arabia Saud¨ª por abortarlo.
Asia-Pac¨ªfico es, por ¨²ltimo, el escenario que con cierto toque sensacionalista parece llamado a privar del sue?o a los amantes de la paz. Aunque es innegable que los dos gigantes mundiales ¡ªEE UU y China¡ª est¨¢n inmersos en una din¨¢mica de tanteo en el ¨¢rea, no cabe dar por sentado que sus diferencias vayan a traducirse necesariamente en violencia. Aunque ninguno de los dos tiene inter¨¦s en provocar un estallido que dif¨ªcilmente servir¨ªa a sus intereses, eso no quita para que ambos realicen calculados movimientos ajedrec¨ªsticos para ir ocupando posiciones de ventaja, tratando atraer a los vecinos a su respectiva ¨®rbita. Pero si esto decepciona a los aficionados a las novedades y las emociones fuertes, ya se perfilan a la vuelta de la esquina tres nuevos escenarios conflictivos: el ?rtico, el ciberespacio y el espacio exterior. En suma, la voluntad de poder de la que hablaba Nietzsche nos asegura que las guerras seguir¨¢n formando parte de nuestro futuro.
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Jes¨²s A. N¨²?ez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acci¨®n Humanitaria (IECAH)
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