La correspondencia de un condenado a muerte
Edgar Tamayo, el preso mexicano que ser¨¢ ejecutado el mi¨¦rcoles en Texas, cuenta a trav¨¦s de cartas sus sentimientos ante el inminente final
El preso Edgar Tamayo, recluido en la c¨¢rcel de Huntsville, Texas, pasa los d¨ªas en su celda escuchando la radio, especialmente las emisoras de m¨²sica latina, leyendo la Biblia ("no a diario, no quiero ser hip¨®crita") y carte¨¢ndose con familiares y amigos. La correspondencia que ha mantenido en los ¨²ltimos 20 a?os, desde que fuera detenido por el asesinato de un polic¨ªa, muestra a un hombre profundamente religioso, arrepentido y temeroso de la muerte. En ninguna de las misivas a las que ha tenido acceso este peri¨®dico alude de forma directa a su ejecuci¨®n, programada para el pr¨®ximo mi¨¦rcoles.
En Miacatl¨¢n, el pueblo de campesinos en el que naci¨® Tamayo hace 48 a?os, los hombres suelen llevar sombrero. De ala larga o corta. De paja o de lona. Las mujeres van ataviadas con una especie de mandil que protege la ropa de las salpicaduras de los guisos que cocinan. En el ¨²ltimo a?o, la casa de sus padres se llenaba de vez en cuando de se?ores con sombrero y se?oras con mandil que oraban por su salvaci¨®n. "Cuando quieras puedes ir a rezar al altar de mi jefecita. P¨ªdele por mi protecci¨®n y para que me mantenga bien fuerte mentalmente para seguir adelante", escribe Tamayo a un pariente.
En la c¨¢rcel, Tamayo recibe en ocasiones paquetes con fotograf¨ªas o regalos que le hacen llegar. "Gracias por la pluma que me mandaste pero lamentablemente no puedo recibirla", contesta sobre uno de los env¨ªos. Los carceleros le dejaron quedarse con un crucifijo que siempre lleva consigo. Le gusta tambi¨¦n hablar sobre la m¨²sica que escucha: "Estuve escuchado una canci¨®n de Vicente Fern¨¢ndez que se llama el celoso y me acord¨¦ de ti (¡.) Ya estoy bien loco. La canci¨®n que te dije que creo que se llama el celoso, pues no se llama as¨ª. Creo que se llama el troquero, pero el chiste es que era una canci¨®n del mismo se?or".
El padre de Tamayo era profesor y su madre peinaba y hac¨ªa la permanente a las vecinas. Pasaba mucho tiempo solo. "Era travieso, inquieto, pero como un ni?o normal, te miento si te digo que malo, pero creo que la soledad molde¨® su car¨¢cter", cuenta Mar¨ªa del Carmen Sotelo, una compa?era de pupitre en la escuela primaria. Ambos formaron pareja de bailes regionales y en ocasiones visitaron los pueblos de alrededor para actuar en fiestas. De adolescente abandon¨® el baile, la escuela y se dedic¨® a vagar por el municipio.
"Estaba bien cabr¨®n el chavo", comenta un t¨ªo suyo dedicado a la agricultura y la ganader¨ªa. Lo recuerda toreando a sus vacas bravas y mont¨¢ndose encima de los toros como si estuviera en el rodeo. Edgar se aficion¨® tambi¨¦n a la charrer¨ªa. A lomos de un caballo echaba el lazo a las yeguas para guardarlas en el picadero. En un lance en el campo, un morlaco le pis¨® la cabeza. Estuvo en coma y el propio Tamayo lo considera un punto y aparte en su vida. Cree que desde entonces -y as¨ª lo refrenda el informe de un psiquiatra que present¨® su defensa- se volvi¨® alguien m¨¢s irascible y violento.
El t¨ªo esconde su tristeza tras el sombrero blanco que le tapa buena parte del rostro. "Un d¨ªa se fue y nunca m¨¢s volvi¨®", da por zanjada la conversaci¨®n. La t¨ªa Clementina, la regente de una tienda y matriarca de todo un clan familiar con un peso importante en su comunidad (tiene un hijo, Clemente, que fue alcalde y ahora es el director del hospital), intenta terminar la frase pero no puede: "Ahora, si Dios no lo evita, volver¨¢ en¡". Entre los vecinos se ha comentado mucho que los padres de Edgar, poco antes de marcharse a Texas para acompa?arlo en el momento de la ejecuci¨®n, hayan pintado de blanco la fachada de la casa. Creen que se est¨¢n preparando para el velatorio.
Fernando Rodr¨ªguez, un vecino de Tamayo durante su infancia, cuenta una an¨¦cdota que refleja su personalidad rebelde en esos a?os: "Nos colamos en la casa de un vecino y comenzamos a arrancar sin permiso anonas (una fruta) de sus ¨¢rboles. El se?or se dio cuenta y nos persigui¨®. Brincamos una bardita y nos topamos con un canal de riego. Se quit¨® los zapatos y cruz¨® el agua con tal de escapar".
El mexicano se cas¨® con una chica de su pueblo, con la que tuvo dos hijas, Mariana y Wendy. La pareja emigr¨® a Estados Unidos, como la gran mayor¨ªa de chicos de su edad. El pueblo de Morelos, de 8.000 habitantes, tiene a 5.000 paisanos viviendo al norte del r¨ªo Bravo. La mayor¨ªa se dedica a la instalaci¨®n de tejados en casas de madera. El matrimonio se rompi¨® al otro lado de la frontera. A?os despu¨¦s, al saberse condenado a la pena de muerte, Edgar destaca en una carta: "Por favor, p¨ªdele a diosito por mis hijas, pues casi ya no s¨¦ nada de ellas por problemas con la otra familia, pero con esto me est¨¢n da?ando mucho a m¨ª y a ellas en vez de ayudarlas. ?Pero sabes qu¨¦? Ni a mi ex ni a su familia les guardo rencor¡ ?que dios los perdone!".
El preso mantiene un intenso cambio de cartas con varias monjas de su pueblo que pertenecen a la orden Hijas de la Cruz, con sede en Roma, y con un cura que vive en Baja California, el padre Bulmaro. Alentados por los consejos de estos, comienza a leer la Biblia. "Hay ocasiones en que s¨ª la leo, del diario, y ahorita estoy leyendo hechos. Los salmos ya los le¨ª todos. Y el salmo m¨¢s largo tambi¨¦n est¨¢ bien lindo. Bueno, la verdad es que todos dicen bien bonito. Como este, oraci¨®n de un afligido: "El se?or te colma de bendici¨®n en la hora de la prueba", redacta en una carta en la que, como en todas, detalla la hora en la que fue escrita: 5.45 pm.
Continuamente reconoce la enorme influencia que han sido para ¨¦l los religiosos en estas dos d¨¦cadas de encierro ("?l me hace llorar hasta cuando recibo noticias suyas", dice sobre Bulmaro). Con el tiempo se ha vuelto una persona m¨¢s sensible de la que acostumbraba a ser en libertad: "Tengo ahora un coraz¨®n bien blandito y con las cartas suelo llorar".
La due?a de una zapater¨ªa y asistente del secretario del Ayuntamiento, Mar¨ªa Magdalena, se ha escrito decenas de cartas con Edgar. Apenas guarda unas cuantas, el resto las ha ido perdiendo en mudanzas. "Es una monstruosidad. Lleva 20 a?os en la c¨¢rcel. Se puede considerar que ya es alguien que ha cumplido con la justicia", le defiende.
En la ¨²ltima misiva escrita a un familiar, cuando la ejecuci¨®n se acercaba y las apelaciones eran rechazadas una tras otra, Edgar acaba diciendo: "Cu¨ªdense mucho y nunca, nunca, nunca, se olviden de m¨ª".
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