Christiania se cierra para abrirse
Los vecinos del barrio ¡®libre¡¯ de Copenhague se a¨ªslan para debatir su transformaci¨®n La idea es convertirse en una ecometr¨®poli con nuevos habitantes
La ciudad libre de Christiania, ubicada en uno de los barrios m¨¢s de moda de Copenhague, a medio camino entre el flamante edificio de la ?pera y el Noma de Ren¨¦ Redzepi, uno de los mejores restaurantes del mundo, tiene cuatro entradas. Y las cuatro fueron bloqueadas con tablones durante la ¨²ltima semana de enero. Nunca antes, en sus m¨¢s de 40 a?os de historia, se hab¨ªa prohibido el paso a las 32 hect¨¢reas del antiguo cuartel okupado en los setenta por un pu?ado de hippies. Es verdad que en 2011 pararon tambi¨¦n unos d¨ªas sus actividades y cerraron los puestos de venta de marihuana instalados en la llamada calle del Camello (Pusher Street), la m¨¢s conocida de la zona, pero entonces, a turistas y curiosos s¨ª se les permiti¨® pasear entre los chiringuitos cerrados, las casas, los lagos y canales de su interior. Esta vez no fue as¨ª.
Los 784 vecinos, la mayor¨ªa j¨®venes, que viven en las 700 viviendas que salpican el gran espacio verde de Christiania necesitaban tranquilidad para pensar y discutir. Una tranquilidad que a diario se ve perturbada por los visitantes que van a curiosear, comprar bicicletas o a por un s¨¢ndwich o una magdalena de hierba a 50 coronas (menos de 7 euros). Christiania es, despu¨¦s del parque de atracciones T¨ªvoli (el segundo m¨¢s antiguo del mundo), el lugar m¨¢s visitado de Dinamarca, con m¨¢s de un mill¨®n de turistas al a?o.
Tras el parque de atracciones T¨ªvoli, el segundo m¨¢s viejo del mundo, es el lugar m¨¢s visitado de Dinamarca
En busca de la paz que buscaban cuando en los setenta okuparon esta antigua base militar en el centro de la capital danesa, tapiaron todas las entradas. ¡°Seguimos siendo una sociedad alternativa, con estructura anarquista, en la que reunidos en asambleas tomamos decisiones por consenso. El futuro nos plantea desaf¨ªos y tenemos que afrontarlos. Hay cambios y hay que pararse a pensar y charlar¡±, explica Alan Lausten, un cincuent¨®n que ejerce de portavoz vecinal. Han charlado, s¨ª, pero tambi¨¦n han ido m¨¢s all¨¢. Se han organizado en diferentes grupos de trabajo que, para primavera, deber¨¢n presentar propuestas muy concretas sobre su futuro. ¡°Gestionamos un modelo diferente de autogobierno que funciona, pero no queremos un modelo de autodelincuencia. Tenemos sue?os, s¨ª, pero tambi¨¦n los pies en la tierra y no queremos una Christiania convertida en un nido de v¨ªboras alrededor de la droga ilegal. Queremos que aqu¨ª tambi¨¦n se aplique la ley¡±, puntualiza Alan.
La compra y venta libre de marihuana en Christiania es un hecho, y lo ha sido, con m¨¢s o menos turbulencias, durante las ¨²ltimas cuatro d¨¦cadas. Es una actividad consentida por las autoridades danesas, una realidad de la que adem¨¢s se sienten orgullosos no solo los vecinos de la m¨¢s extensa y longeva comunidad de okupas del mundo, sino tambi¨¦n muchos de sus compatriotas. El trapichero no es el negocio inocente de una pandilla de hippies trasnochados. La polic¨ªa del pa¨ªs pone cifra a los intercambios de mar¨ªa que se hacen all¨ª: 150 millones de euros al a?o. Pusher Street es el mercado de marihuana m¨¢s grande del mundo. Hay unas 40 tiendas, caf¨¦s y restaurantes en los que se pueden encontrar con 30 o 40 tipos de cannabis.
Pero la droga funciona tambi¨¦n como im¨¢n de grupos violentos del estilo de Los ?ngeles del Infierno, y esto trae de cabeza a los miembros de la comunidad, a quienes nos les gustan demasiado ni el ruido, ni los pitbulls, ni los m¨²sculos que esconden las cazadoras negras que tantas veces perturban su tranquilidad. ¡°En Christiania defendemos un tipo de vida tranquila y creativa. Vivimos muchas personas mayores y familias con ni?os, y no nos gustan ni los problemas, ni los desalojos, ni las intimidaciones, ni la violencia. Si legalizaran el cannabis se reducir¨ªa la criminalidad y ganar¨ªamos todos. Los camellos pagar¨ªan impuestos y podr¨ªan regular su actividad, ser aut¨®nomos y tener derechos y obligaciones como todo el mundo, se evitar¨ªa la violencia y nosotros vivir¨ªamos m¨¢s tranquilos¡±, defiende Britta Lillesoe, una de las pocas pioneras que a¨²n siguen en Christiania.
Un cartel en el exterior se?ala la casa de Britta como La Embajada. Es un adosado de tres plantas en madera verde y con jard¨ªn. Es obligatorio descalzarse en la planta baja, un lugar repleto de libros y cajas, y escoger entre los 20 pares de zapatillas de n¨²meros diversos amontonadas en un cesto de mimbre. Britta, media melena anaranjada, r¨ªmel negro en las pesta?as, presume de que todos sus muebles han sido reciclados tras ser salvados de la basura. Enciende una vela y ofrece t¨¦. En la mesa, un ramo de tulipanes morados algo mustios y al fondo, en la cocina, m¨¢s flores, estas frescas y silvestres.
De fondo llega el ruido de un aspirador. Lo conduce Anna, una rusa que lleva 13 a?os en Dinamarca y que asegura que se enamor¨® de Christiania desde el primer momento. ¡°Pero yo no vivo aqu¨ª, solo vengo a trabajar cada vez que me llaman. Hoy limpio una casa, ma?ana hago horas en uno de los bares o coloco sillas para alguno de los actos culturales. Lo que se necesite¡±.Britta le dice algo desde la planta de arriba y le lanza 150 coronas (unos 20 euros) por las escaleras. Ella recoge el dinero y se va. Mientras, Britta explica sus planes inmediatos a alguien al otro lado del iPhone 4: en 15 d¨ªas, se va de vacaciones al sur de Francia. Y s¨ª. Seguimos estando en Christiania.
Britta, activista y actriz, era una de las j¨®venes estilosas de melena rubia y faldas vaporosas que en 1971 atraves¨® con otro grupo de idealistas la calle de Princessgade con Refshalevej. Ven¨ªan de okupar y rehabilitar con 150 personas una zona cercana con el nombre de Sofiegarden y que acab¨® siendo destruida por la polic¨ªa. Un grupo de madres les pidi¨® ayuda. Quer¨ªan darles a sus hijos un parque de juegos tan bonito como el que ten¨ªan dos calles m¨¢s arriba las clases pudientes. Sab¨ªan que al otro lado de la calle, en la antigua base militar, hab¨ªa espacio, y aunque era una zona peligrosa porque hab¨ªa un laboratorio de sustancias qu¨ªmicas y estaba vigilado, se arriesgaron. ¡°En realidad¡±, dice Britta, ¡°los soldados entend¨ªan nuestra causa, y ni entramos por la fuerza, ni de un d¨ªa para otro. Nos permit¨ªan el paso unas horas, luego sal¨ªamos. Solo que un d¨ªa optamos por quedarnos y no salir m¨¢s.
Los vecinos deciden c¨®mo aumentar sus ingresos y construir m¨¢s casas sin que se altere su vida alternativa
Reconstruimos casas, hicimos otras nuevas. Era mucho trabajo, pero lo hac¨ªamos sin prisa, disfrutando la vida. Fum¨¢bamos porros s¨ª, se ol¨ªa por todas partes, pero no hac¨ªamos mal a nadie y quer¨ªamos demostrar que otro sistema de vida, en que todos nos ayud¨¢bamos y compart¨ªamos lo que ten¨ªamos, era posible. Cre¨ªamos en una sociedad autosuficiente, autogobernada y asamblearia¡±.
A punto de cumplir los 70 a?os, sin probar el cannabis desde hace d¨¦cadas, y tras las ¨²ltimas asambleas celebradas en Christiania, Britta sentencia: ¡°Si entonces fuimos un experimento social, hoy podemos llegar a ser una zona experimental¡±. Una zona en la que se lleven adelante proyectos creativos y rentables, como lo han sido durante a?os las Christiania¡¯s bikes, bicicletas con un caj¨®n delantero patentadas en 1978 y consideradas por aclamaci¨®n el mejor modelo para cargar paquetes y ni?os.
En esa direcci¨®n encaja precisamente la determinaci¨®n que los habitantes del barrio tomaron en sus asambleas de enero: hacer de Christiania una ecometr¨®poli llena de nuevos proyectos de arquitectura creativa y medioambiental. El plan que elaboraron pasa por construir 200 nuevas viviendas en las que, por un lado, se pueda reubicar a algunos de los actuales vecinos que viven solos en casas demasiado grandes o hacinados en pisos compartidos; y, por otro, alquilar algunas de esas nuevas viviendas a gente de fuera. Entre lo que a¨²n deben decidir los grupos de trabajo que estudian el tema es qui¨¦nes podr¨¢n ser admitidos como nuevos inquilinos. Tambi¨¦n tienen que resolver su ubicaci¨®n dentro del recinto para evitar una sobreexplotaci¨®n y garantizar que Christiania siga siendo un espacio verde y natural. Tienen que dise?ar las viviendas con criterios ecol¨®gicos, eligiendo materiales sostenibles. Tienen que construir ellos mismos esas casas... Un proceso autogestionado de principio a fin que genere puestos de trabajo y nuevas formas de ingresos.
Entre los residentes de Christiania hay m¨²sicos, pintores, obreros, profesores de universidad y alg¨²n m¨¦dico. La mayor¨ªa paga sus impuestos como cualquier ciudadano, y un 40% recibe alg¨²n tipo de ayuda del Estado, en una curiosa contradicci¨®n con sus cr¨ªticas al sistema. Cobran el paro, las pensiones, los ni?os (como en el resto del pa¨ªs) reciben cada tres meses 300 euros para ropa, y los universitarios un salario de 750 euros al mes. Al mismo tiempo gozan de ciertos privilegios (entre otros, no pagan impuestos de bienes inmuebles ni recogida de basura). Y son conscientes de que no podr¨¢n mantener mucho tiempo su alto nivel de bienestar sin introducir cambios estrat¨¦gicos. Poco a poco quieren ir transformando sus ideas alternativas en proyectos rentables y generadores de empleo.
¡°Siempre dentro de nuestra filosof¨ªa de no trabajar demasiado ni perturbar nuestra calidad de vida¡±, matiza Alan Lausten.¡°Pero esto no es un museo que se viene a mirar, sino algo vivo. Tenemos que convertir esta ciudad libre en una parte creativa y experimental de Copenhague. Ha de ser un foco de atracci¨®n cultural y de creaci¨®n alternativa. Uno de nuestros grupos de trabajo explora esa v¨ªa¡±.
Son pocos los que rechazan esas nuevas ideas, pero alguno hay. Ole Lykke lleg¨® a Christiania en 1979 y cree que ahora pagan el doble por su libertad, sobre todo, dice ¡°si tenemos en cuenta la subida de tipos. Casi nos hemos convertido en una estructura capitalista¡±. Lykke, que se sigue presentando como anarquista, habla de los tipos de inter¨¦s que desde 2012 pagan al banco por el pr¨¦stamo que pidieron para comprarle al Estado dan¨¦s unas 7 hect¨¢reas de las 32 que ocupa todo el asentamiento. El Gobierno les ofreci¨® regularizar su situaci¨®n en esos terrenos a cambio de 469 euros por metro cuadrado, un precio muy por debajo del mercado. Vendieron varias de sus propiedades y consiguieron recaudar unos 8 millones de coronas (m¨¢s de un mill¨®n de euros). El resto hasta llegar a los 76 millones de coronas (10,2 millones de euros) que sumaba la operaci¨®n, lo consiguieron, como cualquier otro dan¨¦s de clase media, pidiendo un cr¨¦dito bancario a 30 a?os. Constituyeron para ello una fundaci¨®n, la Fonden Fristaden Christianian. En sus estatutos figura que la propiedad de la tierra es comunal. Los vecinos instalados en esas 7 hect¨¢reas pagan cada mes un alquiler. Los simpatizantes con la causa tambi¨¦n pueden contribuir simb¨®licamente, comprando acciones a 50 coronas, acciones que no dan derecho a nada ni tienen valor real.
Son conscientes de la golosa ubicaci¨®n del terreno que ocupan y querr¨ªan comprarle al Estado el resto antes de que el Folketing (Parlamento) sucumba, presionado por los grupos pol¨ªticos m¨¢s conservadores, a los intereses de constructoras y contratistas. Ven cada d¨ªa los rentables beneficios que deja el negocio de la marihuana, pero viven tambi¨¦n y en primera persona los peligros y la violencia que lo rodea. Por eso, van a seguir proponiendo modelos de legalizaci¨®n del cannabis y reuni¨¦ndose cada lunes con miembros del Ayuntamiento de Copenhague y del Gobierno nacional.
As¨ª que, lejos de gestar una revoluci¨®n, organizar una manifestaci¨®n o dise?ar cualquier otra forma de agitada expresi¨®n antisistema, los vecinos de Christiania adaptan su sue?o a los nuevos tiempos. Han quitado ya de sus puertas el cartel de Do Not Disturb, pero el esp¨ªritu que reina entre los miembros de la comunidad sigue siendo el de no ser molestados para poder pararse a pensar c¨®mo hacer las cosas en el futuro. Un futuro que ata?e a los 12 beb¨¦s y a las decenas de adolescentes y j¨®venes que viven all¨ª y siguen viendo en Christiania, un espacio alternativo donde solo hay tres reglas: no hacer fotos, no consumir drogas duras y no correr (porque crea p¨¢nico).
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