Nosotros, los humanos verdaderos
?Qui¨¦n estaba desnudo adem¨¢s del chico negro encadenado a un poste por unos justicieros?
Tuve que escuchar el discurso del bien. El que relatan aquellos que encadenaron a un ni?o negro a un poste con un candado de bicicleta en el? barrio de Flamengo, en R¨ªo, el 31 de enero. Aquellos que cortaron su oreja, que arrancaron sus ropas. El que cuentan aquellos que defienden a los j¨®venes blancos que torturaron el joven negro. Yo s¨¦ que los hombres y las mujeres que evocan el derecho de encadenar adolescentes negros en postes, cortarles la oreja y arrancarles la ropa porque se proclaman hombres y mujeres de bien ¨C y hombres y mujeres de bien pueden hacer todo eso ¨C est¨¢n a mi alrededor. Me los encuentro en la panader¨ªa, los saludo en el ascensor, les agradezco cuando me permiten atravesar el paso de peatones. Ellos est¨¢n ah¨ª cuando conecto la televisi¨®n. ?Pero qu¨¦ es lo que dicen que es necesario escuchar?
El discurso del bien cabe en pocas frases. El Estado es omiso. La polic¨ªa est¨¢ desmoralizada. La Justicia falla. Ante esos hechos, y todos los hechos son siempre inquestionables en el discurso del bien, atar a j¨®venes negros en postes con candados de bicicleta, cortarles la oreja y arrancarles la ropa es un derecho de leg¨ªtima defensa de los ciudadanos de bien. Si quisieran torturar un ni?o negro, como hicieron, ellos pueden, asegura el bien. Si quisieran matarlo, ellos pueden, tambi¨¦n. Y algunos lo hacen. Los ni?os negros no son ni?os. No se necesita investigaci¨®n, no se necesita un juicio, no es precisa la ley. Los ciudadanos de bien lo saben, porque son la ley. Tambi¨¦n son la justicia. El ni?o es un marginal, es tambi¨¦n un vagabundo, dice el bien. Y bandido bueno es bandido muerto, garantiza el bien. Si t¨² no piensas as¨ª, el bien tiene algo que decirte: haga un favor a Brasil, adopte un bandido. Simple, directo, objetivo. El discurso del bien se enorgullece de ser simple, se enorgullece de tener solo certezas. La duda entorpece el bien. Y el bien no debe ser perturbado. ?Y c¨®mo dudar de que encadenar a un ni?o negro a un poste por el cuello, cortarle la oreja y arrancarle la ropa es el bien?
Encuentro una explicaci¨®n definitiva en el discurso de los justicieros amplificado en las redes sociales. Quien encadena a un joven negro a un poste, le corta un pedazo de oreja y le arranca la ropa ¨C y quienes defiende el derecho a hacer todo eso ¨C son los ¡°verdaderos humanos¡±. Y tambi¨¦n los ¡°humanos verdaderos¡±.
Es una guerra, descubro, entre humanos verdaderos y humanos falsos.
En este punto, tengo una duda. Tal vez yo no sea una humana verdadera ¨C o una verdadera humana ¨C, porque adem¨¢s de esa duda sobre la veracidad de mi humanidad, a¨²n tengo otra. ?Qu¨¦ vieron los humanos verdaderos ¨C o verdaderos humanos ¨C al arrancar la ropa del ni?o negro? ?Qu¨¦ observaron al depararse con su desnudez? ?Es posible que por eso que arrancaron sus ropas, para probar que ¨¦l no era humano? ?Qu¨¦ sucedi¨® cuando descubrieron que su cuerpo era igual al de ellos? ?O no era? ?Tal vez fue en ese momento que le cortaron la oreja, para marcarlo como a un humano falso, ya que Dios o la evoluci¨®n no le hab¨ªan providenciado esa diferencia en el cuerpo? ?O basta el color, como ya dijo un pastor evang¨¦lico dedicado a los derechos humanos? Que perturbadora puede haber sido la desnudez del ni?o, al convertirse en espejo de los justicieros y dejarlos desnudos, mientras le golpeaban con sus cascos.
?Qui¨¦n estaba desnudo en esa escena?
Las dudas no hacen bien al bien. Por asociaci¨®n concluyo que tambi¨¦n hay periodistas falsos y verdaderos. Los falsos tender¨ªan a creer que, en el periodismo, una opini¨®n solo puede darse con informaci¨®n, pesquisa e investigaci¨®n de la realidad ¨C o no es una opini¨®n para el periodismo, solo un v¨®mito de palabras. Los falsos pensar¨ªan que, para hablar de las calles, ser¨ªa preciso ir a las calles. Los falsos mostrar¨ªan que, quienes m¨¢s mueren por violencia, en Brasil, son los j¨®venes negros y pobres como aquel que fue atado a un poste por el cuello. Mostrar¨ªan tambi¨¦n que las principales v¨ªctimas de violencia de todos los tipos est¨¢n en las periferias y en las favelas ¨C y no en el centro, mucho menos en las urbanizaciones cerradas. Los falsos se preocupar¨ªan por desmenuzar el contexto en que se produjo el hecho, explicar las ra¨ªces hist¨®ricas que hacen que las mayores v¨ªctimas de violencia sean los negros y los pobres, comenzando por la abolici¨®n de la esclavitud que no se complet¨®. Los falsos se esforzar¨ªan para revelar la complejidad de que una escena que remite a la esclavitud se repita m¨¢s de 125 a?os despu¨¦s de la Ley ?urea. Los falsos buscar¨ªan analizar como la violencia es una marca de identidad nacional, presente a lo largo de la constituci¨®n de la sociedad brasile?a ¨C y que aquel que dice punir, en realidad se venga ¨C. Los falsos sabr¨ªan que una imagen no desvela todo ni es toda la verdad. Los falsos sospechar¨ªan que defender el linchamiento, incluso el de humanos falsos, y abrir espacio para incitar al linchamiento en los grandes medios de comunicaci¨®n podr¨ªa considerarse una irresponsabilidad que descalifica el periodismo y reduce la prensa.
?Qu¨¦? vieron los justicieros al encontrarse con la desnudez del ni?o?
Pero ese es el problema de los falsos. Ellos creen que la realidad no cabe en media docena de frases repetidas de forma diferente. Son falsos y son d¨¦biles porque dudan de las verdades absolutas. Los periodistas verdaderos no tienen ninguna duda, ni siquiera una peque?a. El mundo acaba en los l¨ªmites de su propio mundo, aunque este sea una urbanizaci¨®n cerrada y aunque las pocas veces que salgan de casa sea en coche blindado, de un lugar protegido por guardias de seguridad a otro lugar protegido por guardias de seguridad. Los periodistas verdaderos conquistaron, porque son verdaderos, el derecho de establecer los l¨ªmites del mundo y de hablar solo a partir de ¨¦l. La alteridad, as¨ª como escuchar al otro y probar su argumento, hace mal al bien y tambi¨¦n al periodismo verdadero.
Divague. Y las divagaciones no hacen bien al bien. La cuesti¨®n principal, la que abarca al resto, incluso la de los periodistas, es la de los verdaderos humanos ¨C o de los humanos verdaderos ¨C. Tambi¨¦n conocidos como ciudadanos de bien.
Aqu¨ª, exactamente aqu¨ª, yo tengo otra duda. Esa me perturba m¨¢s. Percibo que, si estos son los humanos verdaderos, los que encadenan j¨®venes negros a postes con candados de bicicleta, les cortan la oreja y les dejan sin ropa ¨C as¨ª como los que defienden a los ciudadanos de bien que hacen todo eso ¨C, mi tendencia es alinearme a los humanos falsos.
La distinci¨®n, sin embargo, permanecer¨ªa. Con el tiempo, yo podr¨ªa sucumbir a la tentaci¨®n de considerar que los falsos son los mejores. Y, en seguida, tal vez osara decir que los falsos, en realidad, son m¨¢s humanos que los otros. Y, luego, aquellos que no atan j¨®venes negros a postes, no les cortan la oreja, no les arrancan la ropa ¨C y aquellos que no defienden a los ciudadanos de bien que hacen todo eso ¨C ser¨ªan los verdaderos humanos ¨C o los humanos verdaderos. Y yo me colocar¨ªa de su lado, como una apaciguada compa?era de manada.
Pero ser¨ªa demasiado f¨¢cil.
Dif¨ªcil ser¨ªa comprender no la diferencia, sino la igualdad. Dif¨ªcil no es diferenciarme, sino igualarme, percibir en qu¨¦ esquinas mi humanidad se encuentra con la del ni?o negro amarrado al poste y tambi¨¦n con la humanidad de los j¨®venes blancos que encadenaran al joven negro al poste. Para eso, necesito darme cuenta de que aquellos que arrancaron las ropas del ni?o se quedaron desnudos, s¨ª, pero tambi¨¦n me dejaron desnuda. Nos dejaron desnudos. Nosotros, que no simpatizamos con qui¨¦n encadena j¨®venes negros en postes, somos los que estaban en la escena, pero no aparecen en la imagen. Y por eso pueden esconderse mejor.
Es para eso que tambi¨¦n sirve el discurso del bien. O el discurso del odio, si lo prefieren. Para que podamos confrontarnos a ¨¦l y nos aseguremos no solo nuestra diferencia, sino principalmente nuestra inocencia. Para que podamos continuar viviendo en la ilusi¨®n de que hacemos algo para que ni?os negros no sean encadenados por el cuello a postes. En la ilusi¨®n de que hacemos algo para que ni?os negros no vuelvan, si alcanzan la vida adulta, hombres y mujeres que ganan menos que los blancos, que tienen menos educaci¨®n que los blancos, que tienen menos salud que los blancos, que sean la mayor¨ªa que vive en casas sin saneamiento. En la ilusi¨®n de que hacemos algo para que las mujeres negras no sean las que m¨¢s mueren durante el parto, ni sus hijos los que llenen las estad¨ªsticas de mortalidad infantil. En la ilusi¨®n de que hacemos algo para que j¨®venes negros no tengan la entrada proscrita en centros comerciales, excepto para trabajar. El discurso del odio tambi¨¦n sirve para que podamos?confrontarnos a ¨¦l y mantener intacta la ilusi¨®n de que hacemos algo para que j¨®venes negros no sean los que mueren m¨¢s y antes.
El discurso del odio sirve para asegurarnos no solo de nuestra diferencia, pero principalmente de nuestra inocencia
Es necesario encarar nuestra desnudez ante ese espejo en el que la imagen, siempre incompleta, muestra solo al ni?o negro desnudo. Y renunciar a una cierta soberbia que hace que, en el fondo, creamos que somos nosotros los ciudadanos de bien ¨C los civilizados contra los b¨¢rbaros ¨C. Y que decir eso basta para un sue?o sin sobresaltos.
La mayor¨ªa (79%), por lo menos en R¨ªo de Janeiro, seg¨²n una encuesta del Instituto Datafolha, est¨¢ contra encadenar j¨®venes negros a postes. (El mayor ¨ªndice de aprobaci¨®n a los justiceiros se encuentra entre los blancos, los m¨¢s ricos y los m¨¢s escolarizados, y este es un dato importante.) Pero el poste es solo la imagen extrema, hiper real, con el que la mayor¨ªa convive, d¨ªa tras d¨ªa, sin darse cuenta de que deber¨ªa ser imposible convivir con el hecho de que una parte de la poblaci¨®n brasile?a tiene menos todo, incluso vida. La abolici¨®n incompleta de la esclavitud est¨¢ en todas las horas de Brasil. Si no fuera m¨¢s conveniente ser ciego, observar¨ªamos j¨®venes negros atados a postes por el cuello todo el tiempo. Lo que la pandilla de j¨®venes blancos, de clase media, hizo al encadenar al joven negro a un poste fue una interpretaci¨®n literal de la realidad cotidiana. Porque su pensamiento es simplista, directo, objetivo, encarnaron lo que se expresa d¨ªa a d¨ªa de formas menos expl¨ªcitas. Lo que los brutos realizaron, porque ese tambi¨¦n es el papel de los brutos, es la materializaci¨®n de una realidad simb¨®lica con la cual convivimos sin inmutarnos. Al hacerlo, los justiceiros nos dan, de nuevo, la oportunidad de agotar nuestra omisi¨®n en una ruidosa revuelta, y volver cansados de la imagen para el sue?o de los justos.
Los brutos no son la mayor¨ªa, por lo menos en ese caso, por lo menos en R¨ªo. La mayor¨ªa est¨¢ contra encadenar j¨®venes negros a postes, cortarles la oreja y arrancarles la ropa. Entonces, ?por qu¨¦ la abolici¨®n de la esclavitud a¨²n no se complet¨® en Brasil? Porque nuestra complicidad encuentra caminos para creerse inocente.
Somos los ¡°no enterados esenciales¡±. El t¨¦rmino es de Clarice Lispector, en el mejor texto que le¨ª sobre la escena del ni?o negro atado por el cuello a un poste. Con el detalle de que fue escrito en la d¨¦cada de los 60 del siglo pasado. ¡°Esa justicia que vela mi sue?o, yo la repudio, humillada por necesitar de ella. Mientras tanto duermo y falsamente me salvo. Nosotros, los no enterados esenciales. Para que mi casa funcione, exijo de m¨ª como primer deber que yo sea una no enterada, que no ejerza mi revoluci¨®n y mi amor, guardados. Si yo no soy esa que se hace la tonta, mi casa se estremece. Debo haber olvidado que debajo de la casa est¨¢ el terreno, el suelo donde una nueva casa podr¨ªa levantarse. Mientras tanto, dormimos y falsamente nos salvamos. (...) Y yo s¨¦ que no nos salvaremos mientras nuestro error no nos sea precioso. Mi error es mi espejo, donde veo lo que en silencio yo hice de un hombre¡±.
Para hacer la diferencia es necesario diferenciarse. Pero solo se diferencia aquel que antes se iguala. Levanta los ojos y encara, en el espejo que es el otro, la enormidad de su desnudez.
Eliane Brum es escritora, reportera y documentarista. Autora de los libros de no ficci¨®n La Vida Que Nadie ve, El Ojo de la Calle y La Ni?a Quebrada y del romance Una Dos. Correo electr¨®nico: elianebrum@uol.com.br. Twitter: @brumelianebrum
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