La justicia del miedo
Bolivia ocupa el segundo lugar de Latinoam¨¦rica, tras Guatemala, en ejecuciones p¨²blicas por cuenta propia Entre 2005 y el primer semestre de 2013 se registraron 190 muertes en Bolivia por linchamiento.
Cuando aterriz¨® en el hospital Boliviano-Holand¨¦s de El Alto, el hombre era una especie de mole putrefacta que se deshac¨ªa por dentro. Y su cuadro cl¨ªnico, complejo: quemaduras de tercer grado en los brazos, en el abdomen y en las piernas. Su rostro se hab¨ªa salvado de las llamas de milagro. Tambi¨¦n, su cuello. Yac¨ªa en cama, vestido con un gorro quir¨²rgico y una bata. Ten¨ªa el cuerpo embadurnado con crema antis¨¦ptica y su ¨²nico contacto con la realidad era un ventanal que lo separaba de los que le visitaban.
El hombre, un estafador de poca monta, se hab¨ªa hecho pasar por recaudador de impuestos en el barrio alte?o de Puerto Camacho, a media hora del centro de la ciudad. All¨ª, algunos vecinos, tras descubrir la farsa, le colocaron su propio jersey en la cabeza y lo masacraron: pu?etazos, insultos, patadas, manotazos. El maltrato se prolong¨® hasta el anochecer. El hombre perdi¨® el conocimiento varias veces. Y como acto final ¡ªantes de que su mujer lo rescatara¡ª, lo rociaron con combustible y le prendieron fuego.
Cuando volvi¨® en s¨ª, el hombre se ve¨ªa como un trozo de cart¨®n reci¨¦n prensado. Y prefiri¨® mantener el anonimato. A trav¨¦s de un intercomunicador, declar¨® que la turba le cay¨® encima de repente, que no pudo hacer nada para escapar del linchamiento. Por aquel entonces, el hombre dorm¨ªa la mayor parte del tiempo; se agitaba f¨¢cilmente en cuanto los calmantes del gotero perd¨ªan efecto; parec¨ªa tener miedo hasta de su reflejo.
Historias como la suya se repiten como un eco en la prensa local, casi todos los meses. El 28 de junio de 2006, en la zona Mercedes B de el Alto, Julio Mamani, de 55 a?os, fue colgado de un madero tras ser sorprendido robando algunas herramientas. La polic¨ªa se enfrent¨® a los atacantes, pero Mamani ya no respiraba cuando lograron acercarse. El 12 de marzo de 2007, tambi¨¦n en El Alto, una atracadora fue torturada durante 14 horas por una jaur¨ªa de personas que la desnud¨® completamente antes de liberarla. En Santa Cruz de la Sierra, la ciudad m¨¢s grande del Oriente boliviano, hace unas semanas, un tipo fue golpeado hasta la muerte despu¨¦s de que lo pillaran abusando sexualmente de una mujer en un barrio alejado. Y el a?o pasado, en un peque?o pueblo de Potos¨ª, en el suroeste del mapa, tuvo lugar uno de los acontecimientos m¨¢s macabros de los ¨²ltimas d¨¦cadas. All¨¢, una muchedumbre de campesinos sepult¨® vivo a un adolescente de 17 a?os acusado de violar y asesinar a Leandra Arias, de 35. Primero, lo obligaron a ser parte del velorio de su supuesta v¨ªctima. Luego, lo tiraron sobre el f¨¦retro con las manos amarradas y le echaron tierra encima hasta provocar su asfixia. El patr¨®n es casi siempre el mismo ¡ªun extra?o que delinque, hombres y mujeres que act¨²an como manada, palizas, gritos, amedentramientos¡ª. Y el resultado, una tragedia.
Seg¨²n un estudio del soci¨®logo Juan Yhonny Mollericona, entre el a?o 2001 y el primer semestre de 2008, solo en la ciudad de El Alto, se produjeron 88 intentos de linchamiento y 15 decesos. Entre 2008 y 2013, el peri¨®dico Los Tiempos inform¨® de 21 episodios similares en el departamento de Cochabamba. La Defensor¨ªa del Pueblo asegura que entre 2005 y 2012 hubo por lo menos 180 fallecidos por culpa de las ejecuciones sumarias; esta misma instituci¨®n dio cuenta de otros diez ajusticiados en la primera mitad de 2013. Y el Grupo de Apoyo Mutuo, otra organizaci¨®n humanitaria, sit¨²a a Bolivia en el segundo lugar ¡ªdespu¨¦s de Guatemala¡ª con el mayor n¨²mero de casos comprobados en los que la arbitrariedad es la pauta. La mayor¨ªa de las estad¨ªsticas proviene de una minuciosa revisi¨®n hemerogr¨¢fica. En las oficinas de la Fuerza Especial de Lucha Contra el Crimen, estos delitos se suelen registrar como homicidio o como tentativa de homicidio y no se maneja por el momento ninguna cifra oficial al respecto.
Mientras tanto, los distritos ubicados en el extrarradio de las ciudades m¨¢s pobladas del pa¨ªs lucen plagados de mu?ecos de trapo que cuelgan como espantap¨¢jaros de los postes de luz, junto a pintadas que suelen ser un anticipo de la violencia. ¡°Ladr¨®n ser¨¢ linchado¡±, dicen algunas. ¡°Ladr¨®n pillado ser¨¢ amputado¡±, amenazan otras. ¡°Auto sospechoso ser¨¢ quemado¡±, se lee en las paredes de ladrillo de uno y otro lado. Y uno de los sitios donde m¨¢s se reproducen ¡ªcomo parte del mobiliario urbano¡ª es El Alto.
En uno de sus barrios, la urbanizaci¨®n 30 de septiembre, Esteban Ticona, un tipo chato, vecino del sector y, adem¨¢s, oficial de polic¨ªa, dice que hace unos a?os lincharon a una ladrona. La ladrona era una mujer que buscaba con qu¨¦ mantener a sus siete hijos y que fue sorprendida en plena calle con una televisi¨®n que no era suya. Era una mujer que fue molida a palos por una turba enardecida de hombres y mujeres con los ojos fuera de sus ¨®rbitas. Era una mujer que muri¨® atada con sus propias trenzas al alambrado de un peque?o campo de f¨²tbol, sin que nadie moviera un dedo para soltarla.
¡°A m¨ª me avisaron por tel¨¦fono y cuando me entr¨¦ a la cancha, la se?ora estaba ya en las ¨²ltimas. No hab¨ªa ni c¨®mo inmiscuirse, era demasiado tarde¡±, recuerda Ticona.
Para Norma Barrancos, trabajadora de la radio San Gabriel, el problema es que se ha perdido poco a poco la confianza en los organismos estatales. ¡°La polic¨ªa carece de infraestructuras, de personal, de equipos, de tecnolog¨ªa. Y eso obliga a las juntas de vecinos a actuar de otras maneras para protegerse ¡ªexplica¡ª. Por eso, han aumentado los linchamientos. En El Alto, por ejemplo, hay mucha inseguridad, mucho asesinato. Cuando ocurre algo, las autoridades, a menudo, ni siquiera atienden la emergencia. Y a los delincuentes que acaban en la c¨¢rcel no siempre logran rehabilitarles¡±. ¡°?Cu¨¢l es la soluci¨®n entonces?¡±, se pregunta. ¡°La justicia por mano propia¡±, ella mismo se responde. Algunos, por lo menos, piensan eso: que a los maleantes hay que liquidarles¡±.
Seg¨²n su l¨®gica, el ataque es el mejor mecanismo de defensa. Como si el ¨²nico m¨¦todo para evitar que un criminal se acerque ¡ªy delinca¡ª fuera alimentar su miedo.
En el barrio Franz Tamayo de El Alto, cuando son testigos de alg¨²n movimiento extra?o, los vecinos dan la voz de alarma con la ayuda de petardos, silbatos y mensajes de texto. Y en Villa Eg¨¹ez, otra barriada de la periferia, se han organizado para hacer rondas nocturnas de vez en cuando. All¨¢, don Ismael, un tipo orondo que usa lentes y un sombrero de ala ancha, comenta que a los que vienen con malas intenciones o hacen algo malo hay que castigarles. ¡°Pero nunca hasta la muerte. La vida hay que respetarla¡±.
Las sentencias que condenan a los autores son una rareza digna de museo. Apenas se ha concretado un pu?ado en los ¨²ltimos diez a?os. Y lo habitual es que las investigaciones se eternicen o que no terminen en nada. Sobre todo, porque las instancias encargadas de la administraci¨®n de justicia est¨¢n saturadas. En 2012, de las 405 denuncias registradas en la divisi¨®n de Homicidios de El Alto ¡ªvarias de ellas por linchamiento¡ª apenas se esclarecieron 26. Y los dos fiscales que est¨¢n a cargo de los cr¨ªmenes de sangre en esta ciudad, la m¨¢s grande del Altiplano boliviano, manejan alrededor de 1.500 causas que esconden misterios que a¨²n no han podido ser resueltos.
Esteban Ticona, un polic¨ªa que reside en la Urbanizaci¨®n 30 de Septiembre, tiene una frase que intenta dar sentido a esta situaci¨®n que trae de cabeza a los familiares de los linchados: ¡°Cuando el tiempo pasa, la verdad huye¡±.
El falso mito de la justicia comunitaria
En Bolivia, muchos todav¨ªa piensan que los linchamientos forman parte de lo que se ha denominado "justicia comunitaria". Los medios m¨¢s amarillistas a¨²n venden los apaleamientos bajo esta etiqueta a sus audiencias y los que azuzan a la turba la utilizan a menudo tras masacrar a un supuesto delincuente o tras colgarlo de un m¨¢stil de madera.
El concepto se ha distorsionado con el paso de los a?os. Seg¨²n el investigador estadounidense Daniel Goldstein, alguna gente ¡ªtanto de las ¨¢reas m¨¢s pobladas del pa¨ªs como del campo¡ª se ha apropiado del t¨¦rmino y lo entiende como un "acto pol¨ªtico de imaginaci¨®n creativa" que pretende "interpretar" la confusi¨®n que los rodea.
La justicia comunitaria est¨¢ reconocida por la Constituci¨®n vigente, tiene su anclaje en las poblaciones rurales de los valles, el oriente y el Altiplano bolivianos e incluye penas diversas: latigazos, sanciones econ¨®micas, pago con ganado, trabajo comunal, destierro. Se trata de castigos consensuados por los miembros de un grupo ind¨ªgena cuando alguno de sus integrantes incurre en alg¨²n tipo de falta, de un modelo que ¡ªen teor¨ªa¡ª intenta acomodarse a las costumbres originarias, costumbres que se caracterizan por el respeto al individuo y que est¨¢n en contra de la pena de muerte. Su objetivo no es el ojo por ojo, sino la reparaci¨®n del da?o y la restituci¨®n del equilibrio.
Los linchamientos son un delito descrito en el C¨®digo Penal como homicidio (Art. 251), asesinato (Art. 252), homicidio por emoci¨®n violenta (Art. 254) u homicidio en ri?a a consecuencia de una agesi¨®n (Art. 259). Y en ning¨²n caso, seg¨²n la Defensor¨ªa del Pueblo, deber¨ªan considerarse de otra manera. ¡°Vulneran el principio elemental del derecho a la vida, a un juicio previo y a la integridad¡±, se?ala uno de sus documentos.
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