?Qui¨¦n gobierna en Europa?
La Uni¨®n se debate entre un regreso al pasado y un incierto salto al futuro Democracia y eficacia han estado y estar¨¢n siempre en tensi¨®n
¡°?Qui¨¦n gobierna?¡± es la pregunta central de la que arranca la reflexi¨®n politol¨®gica. ¡°Somos nosotros mismos los que deliberamos y decidimos conforme a derecho sobre la cosa p¨²blica¡±, dijo en el 431 a.C. un Pericles orgulloso. A lo que se sum¨® Lincoln en 1863 con su cl¨¢sica definici¨®n de la democracia como ¡°el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo¡±, todav¨ªa hoy vigente en el art¨ªculo 2 de la Constituci¨®n francesa. La respuesta en ambos casos es la misma: nosotros nos gobernamos.
Aplicada a Europa, esa pregunta sobre la democracia no tiene una respuesta clara. ?Qui¨¦nes somos nosotros?, es decir, ?d¨®nde est¨¢ el pueblo (demos)? Y qui¨¦n nos gobierna?, es decir, ?d¨®nde est¨¢ el poder (cratos)? ?Gobierna la Comisi¨®n? ?el Consejo? ?Alemania? ?la Troika? ?el Banco Central Europeo? ?los mercados? El problema no es s¨®lo la respuesta, sino la pregunta. Porque si en una democracia la pregunta de qui¨¦n gobierna no tiene una respuesta clara, no se puede hacer responsable a quien gobierna de los errores cometidos, ni controlar sus acciones, ni implicarse en la elecci¨®n de representantes democr¨¢ticos, ni confiar en la separaci¨®n de poderes, ni articular la opini¨®n p¨²blica o crear espacios para la deliberaci¨®n.
El sentido ¨²ltimo de las elecciones es elegir a los que gobernar¨¢n y legislar¨¢n en nuestro nombre. Nuestro voto, expresi¨®n ¨²ltima de la soberan¨ªa de una naci¨®n y de la igualdad entre sus ciudadanos, tiene una doble funci¨®n: premiar o castigar a los que nos han gobernado y designar a los que nos gobernar¨¢n, se?al¨¢ndoles c¨®mo queremos que nos gobiernen. Ello requiere que existan alternativas, y que los que gobiernen puedan llevarlas a cabo. Pero si como hemos experimentado y experimentamos de forma creciente en los ¨²ltimos a?os, las alternativas no existen, se difuminan o simplemente son inviables, entonces la democracia se vac¨ªa de significado. Echar a los malos gobernantes est¨¢ bien, es el gran avance hist¨®rico que ha supuesto la democracia. Pero lograr que se gobierne al servicio de la mayor¨ªa es lo que da el sentido ¨²ltimo.
La crisis del euro ha complicado sobremanera la relaci¨®n entre la democracia y el proyecto de integraci¨®n europeo. Nuestras democracias adolec¨ªan ya de un n¨²mero de problemas bien conocidos, entre los que destaca el anquilosamiento de la representaci¨®n y la participaci¨®n pol¨ªtica. A ellos, la crisis que comenz¨® en 2008 ha a?adido un problema espec¨ªficamente europeo: el de c¨®mo gobernar el euro de forma eficaz y a la vez democr¨¢tica. Porque el euro se ha gobernado mal tanto desde el punto de vista de los procedimientos como desde el de los resultados. Ah¨ª reside la fuente de lo que podemos denominar el malestar democr¨¢tico con la Uni¨®n Europea, en la sensaci¨®n de que la democracia se ha evaporado del ¨¢mbito nacional pero no ha aparecido en una manifestaci¨®n coherente en el ¨¢mbito europeo. Aunque para algunos ser¨ªa un desastre, para muchos seguramente ser¨ªa un alivio pensar que la democracia nacional habr¨ªa sido sustituida en el ¨¢mbito europeo por una verdadera democracia en la que los ciudadanos pudieran elegir entre opciones diferenciadas y con posibilidades reales de ser llevadas a la pr¨¢ctica. Pero no se trata de que la Uni¨®n Europea haya usurpado la democracia nacional imponiendo una estructura de gobierno equivalente (?ojal¨¢!): esa visi¨®n es una caricatura, falsa e interesada.
El problema es que el campo de juego para la pol¨ªtica se ha estrechado, en casa y en Europa. La crisis del euro ha alterado la configuraci¨®n pol¨ªtica de Europa y redibujado la pol¨ªtica democr¨¢tica de forma preocupante. En el ¨¢mbito nacional, asistimos a la fragmentaci¨®n y polarizaci¨®n de la pol¨ªtica en torno a la integraci¨®n europea. Por primera vez en su historia democr¨¢tica, muchos espa?oles han sentido que su capacidad de decidir no se acrecentaba al compartirla con sus socios europeos, sino que se reduc¨ªa. La transferencia de nuevos y m¨¢s amplios poderes al ¨¢mbito europeo, justificada bajo el argumento de la necesidad de salvar al euro, ha implicado un vaciamiento de la pol¨ªtica nacional: sin pol¨ªtica monetaria ni fiscal, sometidos a la vigilancia de instituciones nacionales y europeas, los gobiernos se asemejan a un Ulises amarrado al m¨¢stil.
En el ¨¢mbito europeo, el equilibrio institucional tradicional se ha visto alterado, repartiendo el poder y los recursos entre las instituciones, existentes y nuevas, de una forma muy an¨®mala: la Comisi¨®n ha perdido capacidad de impulso pol¨ªtico, el Parlamento se ha visto marginalizado por unos Gobiernos que han preferido ignorarlo y confiar en su lugar en el Eurogrupo, la Troika o el Banco Central Europeo. En este sentido, la Uni¨®n Europea es tambi¨¦n v¨ªctima, no s¨®lo causante de este nuevo d¨¦ficit democr¨¢tico: a lo largo de la crisis, las instituciones europeas m¨¢s representativas de la ciudadan¨ªa y de los intereses generales de la Uni¨®n tambi¨¦n se han vaciado de capacidad decisoria y democr¨¢tica.
Democracia y eficacia han estado y estar¨¢n siempre en tensi¨®n, m¨¢xime a¨²n en sociedades t¨¦cnicamente complejas e interdependientes entre ellas, y entre ellas y unos mercados globales. Si la interdependencia vac¨ªa la democracia, son posibles dos alternativas: una, reconstruir la democracia a una escala superior donde las decisiones representen y beneficien a una mayor¨ªa; dos, restaurar la democracia en el ¨¢mbito nacional, lo que supondr¨ªa limitar al m¨¢ximo la interdependencia y, por tanto, deshacer o limitar la integraci¨®n europea. La primera opci¨®n es la sostenida por los federalistas: es hora, dicen, de abandonar ese viejo cascar¨®n in¨²til en el que se ha convertido el Estado-naci¨®n. La segunda opci¨®n es la de los populismos eur¨®fobos, tan ejemplarmente representados por las fuerzas pol¨ªticas que han aparecido por toda Europa al calor de las elecciones europeas y que, pese a sus divergencias, nos proponen un programa com¨²n: acabar con el euro, volver a la moneda nacional, recuperar la soberan¨ªa perdida, defender la identidad nacional y detener la inmigraci¨®n. Son dos saltos al vac¨ªo paralelos, aunque en direcciones contrarias. El primero nos lleva a un pasado que muchos a?oran, pero es un pasado idealizado, muy problem¨¢tico. El segundo, nos lleva a un futuro del cual desconocemos casi todo. Europa vive atrapada entre esos dos saltos: el salto al pasado, que desgraciadamente parece posible, aunque indeseable, y el salto al futuro, que a muchos nos parece deseable aunque imposible en las circunstancias actuales.
?Qu¨¦ hacer? ?C¨®mo desbloquear la situaci¨®n actual? Abriendo, en paralelo al debate sobre m¨¢s o menos Europa, un debate sobre cu¨¢nta democracia queremos ejercer d¨®nde y con qui¨¦n. Europa no es todav¨ªa una democracia, pero s¨ª un espacio pol¨ªtico diferenciado en el que ya hay pol¨ªticas y pol¨ªticos. Con esos ingredientes se puede hacer una democracia: s¨®lo se necesita ensanchar dicho espacio y dotarlo de los instrumentos y recursos adecuados. Reconstruir la democracia y recuperar a la ciudadan¨ªa, en casa y en Europa, pasa por dar m¨¢s espacio a la pol¨ªtica, no menos, para que los ciudadanos puedan elegir pol¨ªticos de verdad y pol¨ªticas de verdad.
?Qui¨¦n gobierna en Europa?: reconstruir la democracia, recuperar a la ciudadan¨ªa estar¨¢ a la venta a partir del 26 de mayo. Editorial Catarata, 2014.
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