El peor de los racismos es el del color del alma
El mundo seguir¨¢ siendo violento y desgarrado mientras pensemos que nuestra alma de privilegiados es m¨¢s noble que la de los despose¨ªdos
Existe un racismo del color de la piel y otro del color del alma: el de los que admiten que no todos los seres humanos tienen el mismo derecho a la felicidad. ?Cu¨¢l de los dos es m¨¢s peligroso y atroz?
En el fondo, ambos afectan al mismo sujeto: a los que disponen de menos recursos, siempre los m¨¢s machacados. Quiz¨¢s porque, a fin de cuentas, consideramos que se trata de humanos inferiores, a los que el poder les tiene menos miedo, hasta que un d¨ªa se cansan de ser humillados, se despiertan y lo ponen todo patas arriba.
Digo esto porque me he sentido tocado con unas declaraciones de Joseph Blatter, presidente de la FIFA, con motivo de las manifestaciones de protesta contra los despilfarros de la Copa del Mundo que empieza a disputarse en Brasil. ¡°Es imposible hacer a todos felices¡±, dijo, y a?adi¨®: ¡°El mundo ha cambiado y hay siempre alguien que no est¨¢ feliz¡±.
?Qu¨¦ quiso decir Blatter? ?Que hay quienes tienen derecho a ser felices y quienes no? ?Y cu¨¢les son esos a los que seg¨²n ¨¦l ¡°es imposible hacer felices¡±? Ciertamente no se refer¨ªa a los privilegiados que podr¨¢n disfrutar en vivo de los partidos y con derecho a una pasarela de lujo, como en R¨ªo de Janeiro, que ha costado m¨¢s de cien millones de reales y que podr¨¢n usar solo ellos.
Los que, seg¨²n el dirigente de la FIFA, deber¨ªan abandonar la idea de hacer manifestaciones durante la Copa para pedir mejoras de vida son, claro, los m¨¢s despose¨ªdos, los que necesitan luchar para que aumenten sus salarios porque se los est¨¢ comiendo la inflaci¨®n. O los que pretenden tener unos servicios p¨²blicos dignos de humanos.
Los se?ores de la FIFA -alguno de los cuales ha llegado a pedir con descaro que la Copa sea una gran fiesta pues ¡°lo robado, robado est¨¢¡±- deber¨ªan tener m¨¢s memoria hist¨®rica cuando arremeten contras las manifestaciones de protesta y de reivindicaciones de los ciudadanos de a pie.
Los se?ores de la FIFA deber¨ªan tener m¨¢s memoria hist¨®rica cuando arremeten contra las protestas
Quiz¨¢s han olvidado que, sin esa presi¨®n de la calle, muchas dictaduras y muchos tiranos no hubiesen ca¨ªdo nunca del pedestal. Ni hubiese sido derrotada la esclavitud o el apartheid y tendr¨ªamos a¨²n hoy autobuses y retretes diferentes para blancos y negros.
Sin las manifestaciones de protesta, las mujeres no habr¨ªan conseguido nunca el derecho al trabajo, al voto o al estudio. Ni los sexualmente diferentes ser¨ªan sujetos de derechos.
Sin la presi¨®n de los trabajadores, hoy en el mundo laboral seguir¨ªan sin vacaciones, trabajando 20 horas y sin amparo legal.
Todas las grandes conquistas de las minor¨ªas y de los despose¨ªdos se llevaron a cabo hist¨®ricamente con la rebeli¨®n contra los que se empe?aban en considerarles humanos de segunda clase.
Alguien podr¨ªa decir que todo eso ya ha sido conquistado y que, como piensa el dirigente de FIFA, a¨²n as¨ª no todos pueden ser felices. O sea, que debemos aceptar que existen quienes deber¨¢n ser siempre menos que los otros.
He le¨ªdo tambi¨¦n que el Gobierno de Brasil ha empezado a tasar algunos productos para recaudar m¨¢s. Prueben a imaginar de qu¨¦ productos se trata: ?quiz¨¢s el lujo de los que m¨¢s tienen? ?las grandes fortunas? ?bebidas y alimentos importados? ?joyas preciosas?
No, han decidido tasar el ¡°lujo de los pobres¡±, como la cerveza y los refrescos, es decir una de las pocas satisfacciones que a¨²n pueden permitirse los que ganan unos mil reales (unos 400 d¨®lares).
Los millones de pobres salidos de la miseria, a los que ahora la FIFA les pide que se queden tranquilos en casa viendo los partidos, sin hacer ruido en la calle, hab¨ªan hasta empezado a so?ar con algunos productos generalmente consumidos por los que est¨¢n bien, como el yogur, un filete de buey y hasta un champ¨². O una botella de vino de 20 reales .
Hoy el hurac¨¢n de la inflaci¨®n les ha devuelto a la realidad y est¨¢n volviendo al arroz y frijol, a la harina de mandioca con huevo cocido, y alguna carne de tercera o embutidos baratos para la t¨ªpica parrillada entre amigos donde no pueden faltar la cerveza o un refresco. ?Y ahora?
Si les tasan la lata de cerveza y la botella de refresco, ?qu¨¦ les van a dejar? ?el agua? Ni siquiera eso, porque tambi¨¦n est¨¢ en la mira de los aumentos pr¨®ximos.
Los pobres que antes beb¨ªan cualquier agua que encontraban para no tener que pagarla, lo que supon¨ªa un crecimiento de enfermedades intestinales al estar muchas veces contaminada, hab¨ªan empezado a comprar, como un lujo (sobre todo para sus ni?os) garrafones de 20 litros a cuatro reales. Hoy la est¨¢n ya pagando en el mercado a ocho y a¨²n piensan en aumentarla y tendr¨¢n as¨ª que volver a beber la que encuentren gratis en el primer pozo artesano, est¨¦ o no contaminada. Falta agua en un pa¨ªs que cuenta con el 20% de agua potable del planeta.
Es incre¨ªble, para los pobres todo parece mucho. Para la FIFA hasta su felicidad es demasiado.
¡°?Para qu¨¦ quieren comprar yogur si a ellos ni les gusta?¡±, escuch¨¦?en un mercado a una se?ora bien, al ver a una mujer de la limpieza examinando los precios de los yogures.
Igual podr¨ªan decir del agua: ¡°?No la han bebido toda la vida del pozo?¡±. Y hasta justifican que les aumenten el lujo de la cerveza: ¡°as¨ª se emborrachar¨¢n menos¡± ?Es que la borrachera de whisky escoc¨¦s es m¨¢s noble?
A veces nos parece un lujo en los pobres lo que en nosotros es visto como normal. He le¨ªdo que otra se?ora se escandaliz¨® porque una de sus empleadas hab¨ªa comprado un perfume que ella consideraba exagerado para su categor¨ªa. Deb¨ªa pensar: "?para qu¨¦ deben perfumarse los pobres?" Quiz¨¢s sea por ello que entre lo que piensan tasar productos figuran tambi¨¦n los cosm¨¦ticos en general. As¨ª, los pobres volver¨¢n a su ¡°agua y jab¨®n¡±, que es lo que pensamos que les pertenece. ?Para qu¨¦ quieren ellos usar champ¨²?
Si a los aficionados les tasan la lata de cerveza y la botella de refresco, ?qu¨¦ les van a dejar? ?el agua?
Hoy los gobiernos hacen esfuerzos para ofrecer recetas contra la desigualdad para que los pobres puedan tambi¨¦n entrar en la rueda m¨¢gica del consumo. Es justo, pero no basta.
Lo que tenemos que ir cambiando es el chip de nuestro cerebro, porque no existen seres humanos considerados de primera y de segunda clase; no es cierto que los que menos han estudiado, por ejemplo, presenten mayor inclinaci¨®n a la violencia o sean menos sensibles a la belleza o al lujo. O que tengan menor sentido de la honradez y de la dignidad. Las peores violencias y deshonestidades se esconden en los palacios del poder.
Mientras mantengamos abierta esa brecha de desigualdad sentida como algo casi gen¨¦tico entre los de la clase de encima y la de abajo, entre los que tenemos el derecho de saborear ciertos manjares y de apreciar ciertos lujos y los que ¡°no entienden de esas cosas¡±, seguiremos alimentando el peor de los racismos, que ya no es solo el del color de la piel, sino el del color del alma. Santo Tom¨¢s lleg¨® a dudar de que las mujeres tuvieran alma. De igual modo hay quien le gustar¨ªa pensar eso de los pobres, que en la pr¨¢ctica, acaban siendo considerados humanos inferiores que no pueden pretender disfrutar y sentir como los que han tenido el privilegio de nacer en mejor cuna.
Y sin embargo, como dec¨ªa el carnavalesco de Beija Flor, de las favelas de R¨ªo, Jo?zinho Trinta: ¡°A quienes les gusta la miseria (ajena) es a los intelectuales. A los pobres les gusta el lujo y la riqueza¡±. Y apostillaba su afirmaci¨®n recordando que las novelas brasile?as presentan siempre un escenario de riqueza y lujo y son seguidas con fruici¨®n por los pobres. Y los disfraces carnavalescos son una exhibici¨®n de dorados y de lujo art¨ªstico.
Siempre me ha parecido morbosa esa pasi¨®n de algunos europeos o norteamericanos por visitar, al llegar a Brasil, una favela que, adem¨¢s, debe ser lo m¨¢s pobre y violenta posible. Es como si fueran a visitar a las fieras en un zool¨®gico.
Llevamos una vez a unos espa?oles a visitar una favela pacificada de R¨ªo, pero les pareci¨® que ten¨ªa poco morbo y se fueron a conocer una de emociones m¨¢s fuertes.
Nuestro mundo seguir¨¢ siendo violento y desgarrado mientras pensemos que nuestra alma de privilegiados es m¨¢s noble y refinada que la de los despose¨ªdos. Nos duele incluso cuando les vemos ser capaces de disfrutar de una dosis de mayor felicidad que nosotros y con menos recursos.
Nunca olvidar¨¦ una escena que observ¨¦, desde la calle, por casualidad, en un restaurante de lujo de uno de los caf¨¦s de la m¨ªtica y fascinante plaza de San Marcos, en Venecia. Una pareja ya entrada en a?os, con todos los atuendos visibles de a quien le sobra el dinero, estaban pegados a la ventana, cenando con aire de aburrimiento y en silencio en uno de los lugares m¨¢s especiales, m¨¢s rom¨¢nticos y m¨¢s caros del mundo.
Dejaron en seguida el restaurante y el camarero retir¨® los platos casi intactos de langosta y caviar y los vasos de cristal de Murano a¨²n llenos de champagne, mientras la se?ora se enfundaba en un abrigo de piel de vis¨®n. Era invierno.
En aquel momento me vinieron a la memoria las parrilladas bulliciosas de mis amigos pobres brasile?os donde, al final de la fiesta, con derecho a baile, solo quedan los huesos limpios de los muslos de pollo. Y con los huesos, un clima de fiesta y amistad.
Parece, sin embargo, que hasta la alegr¨ªa y la camarader¨ªa -que es el mayor lujo de los pobres- acaba por molestarnos. ¡°?De qu¨¦ se reir¨¢n tanto?¡±, he escuchado decir a algunas personas comentando una fiesta alegre de gente sencilla, pero feliz, en la peque?a ciudad de pescadores cerca de R¨ªo, donde vivo.
Quiz¨¢s ignoremos que se r¨ªen y divierten muchas veces con lo poco que tienen tambi¨¦n para no llorar. ?O es que consideramos tambi¨¦n un lujo las l¨¢grimas de los pobres derramadas en el silencio an¨®nimo de sus vidas?
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