Influir, legitimar, criticar
El intelectual debe servir a la verdad y la pol¨ªtica ser¨¢ de mayor calidad cuanto m¨¢s se ajuste a esa verdad
"Nada te va a causar m¨¢s problemas en la pol¨ªtica que decir la verdad¡±. Esta demoledora frase de Michael Ignatieff, intelectual que ejerci¨® de pol¨ªtico durante unos a?os, figura en el primer cap¨ªtulo de su reci¨¦n publicado libro Fuego y cenizas.
Si fuera cierta en su literalidad, si las cosas no resultaran m¨¢s complejas, tal como refleja a lo largo del texto, los intelectuales deber¨ªan alejarse de la pol¨ªtica, no deber¨ªan en ning¨²n caso participar en ella. Al fin y al cabo, a pesar de que el concepto de verdad sea de contornos imprecisos y quiz¨¢s encontrarla sea una ¡°b¨²squeda sin t¨¦rmino¡±, como felizmente Popper resum¨ªa el problema en el t¨ªtulo de su autobiograf¨ªa, la tarea del intelectual algo tiene que ver con la verdad y, por m¨¢s esc¨¦ptico que uno sea, acercarse lo m¨¢s posible a ella ¡ªaunque sea de forma precaria, dudosa y provisional¡ª es uno de sus principales objetivos.
Si verdad y pol¨ªtica fueran incompatibles, el intelectual metido en pol¨ªtica se encontrar¨ªa en casa ajena y deber¨ªa, no s¨®lo abandonar sino, incluso, renegar de su anterior profesi¨®n. Pero todo depende de qu¨¦ entendamos por intelectual, de su actitud ante la verdad y de las variadas formas de relacionarlo con la pol¨ªtica.
Tom Wolf, con su habitual sarcasmo, defini¨® al intelectual como ¡°alguien que sabe de una cosa y se empe?a en hablar de todas las dem¨¢s¡±. Aunque exagerado, creo que acierta bastante por dos razones. Primera, porque el intelectual debe ser competente en su profesi¨®n, siempre dentro del campo del arte o del conocimiento. Y segunda, porque ejercer de intelectual implica en ocasiones opinar sobre cuestiones que no son propiamente de su estricta especialidad sino que le afectan como ciudadano, sin perjuicio de otras que caen dentro de su ¨¢mbito profesional para comunicarlas de manera que puedan ser comprendidas de forma accesible para un p¨²blico amplio y no especializado.
Por tanto, no todo artista o cient¨ªfico puede ser considerado un intelectual, por m¨¢s alta que sea su reputaci¨®n dentro de su ¨¢mbito. S¨®lo lo es aquel que, estando acreditado en su ¨¢mbito profesional, lo desborda para intervenir en el debate p¨²blico, bien opinando sobre cuestiones de su especialidad que son de inter¨¦s general, bien sobre otras cuestiones en las que su parecer resulta especialmente cualificado.
En efecto, quien sabe mucho de algo, conoce las limitaciones y dificultades para alcanzar este conocimiento. Por eso opinando de otras cuestiones sus juicios tienen un especial valor, una cualificaci¨®n m¨¢s elevada que la de un ciudadano medio, y por ello se le concede un mayor grado de autoridad aunque no sea especialista en la materia. Tom Wolf, como hemos dicho, acertaba pero exageraba: no es que el intelectual ¡°se empe?e¡± en hablar de lo que no sabe sino que, a pesar de no ser un especialista en la materia, su opini¨®n es m¨¢s influyente que la del ciudadano medio porque se le reconoce una mayor autoridad.
No podemos entretenernos en explicar los m¨²ltiples matices del t¨¦rmino pol¨ªtica. En general, suele decirse que se trata de aquella esfera en la que se relacionan los sujetos que pretenden acceder, ejercer o conservar el poder pol¨ªtico. Si el poder, en sentido gen¨¦rico, significa capacidad para determinar la conducta de otra persona, en conseguir que otro haga algo que no estaba dispuesto a hacer, el poder pol¨ªtico es aquel que se ejerce sobre una generalidad de personas a las que se puede obligar a cumplir ciertos mandatos mediante la amenaza de la fuerza f¨ªsica.
Por tanto, si el intelectual se desenvuelve en el ¨¢mbito de la cultura y de las ciencias, el pol¨ªtico lo hace en el ¨¢mbito de las instituciones pol¨ªticas. Dos ¨¢mbitos, sin duda, bien distintos y regidos ambos por reglas de naturaleza diferente. Ahora bien, ?son ¨¢mbitos separados? Plat¨®n sosten¨ªa que los reyes deb¨ªan ser, ante todo, grandes sabios: ¡°A menos que los fil¨®sofos se conviertan en reyes o los reyes en fil¨®sofos (¡) no habr¨¢ remedio alguno a los males del Estado¡±. Pura utop¨ªa o, peor todav¨ªa, grave error, como ha demostrado la historia.
La posesi¨®n de la fuerza corrompe inevitablemente el libre juicio de la raz¨®n Kant
As¨ª le respondi¨® Kant muchos siglos m¨¢s tarde: ¡°No hay que esperar que los reyes hagan filosof¨ªa o que los fil¨®sofos se conviertan en reyes; ni siquiera ello es deseable porque la posesi¨®n de la fuerza corrompe inevitablemente el libre juicio de la raz¨®n¡±. Y a?ad¨ªa con perspicacia: ¡°Pero que los reyes o los pueblos soberanos (¡) no desprecien o silencien a los fil¨®sofos sino que les dejen hablar. Esto es indispensable para que se haga la luz [sobre los asuntos p¨²blicos]¡±.
A mi parecer, Kant acierta del todo. Los pol¨ªticos tienen una leg¨ªtima ambici¨®n de poder y su campo de juego es el de la pr¨¢ctica, sus actuaciones deben incidir con inmediatez y de forma positiva en la vida de los ciudadanos para que ¨¦stos le puedan reconocer sus m¨¦ritos. No hace falta que sean sabios, basta con que sepan escuchar a quienes lo son. El pol¨ªtico debe saber moverse entre los escollos de las luchas de intereses, no tiene tiempo ni condiciones para el estudio o la creaci¨®n, siempre necesitada de reposo y soledad. Pero el pol¨ªtico debe escuchar, hacer o no caso de lo que escucha, pero debe escuchar.
Por su parte, el intelectual puede mantener con el pol¨ªtico diversas posiciones. Es conocida la clasificaci¨®n de Lewis A. Coser en su libro Hombres de ideas. Primero, los intelectuales ¡°son el poder¡± cuando lo ejercen directamente; segundo, los intelectuales buscan ¡°influir en el poder¡± permaneciendo al margen del mismo; tercero, los intelectuales s¨®lo pretenden ¡°legitimar el poder¡±; cuarto, los intelectuales ¡°combaten el poder¡±, la cr¨ªtica es su principal tarea.
Si reflexionamos sobre estas cuatro posiciones podemos llegar a la conclusi¨®n que la primera es el rey-sabio de Plat¨®n y las otras tres ¨²ltimas, no necesariamente contradictorias entre s¨ª, son las propias del intelectual: influir, legitimar, criticar. Si repasamos la historia, pocas veces los buenos gobernantes han sido grandes sabios. Adem¨¢s, ello es mucho m¨¢s dif¨ªcil ahora en que el saber se ha fragmentado y la tarea de gobernar es extraordinariamente compleja, necesita de expertos en las m¨¢s variadas materias dado el intervencionismo del Estado en la sociedad. Por tanto, lo habitual es que el papel del intelectual respecto de la pol¨ªtica quede ce?ido a los otros tres, como hemos dicho perfectamente compatibles entre s¨ª.
En todo caso, como dec¨ªa Kant, el intelectual debe estar distanciado del poder para conservar su independencia, indisociablemente unida a la b¨²squeda de la verdad.
Es frecuente considerar que el intelectual, en estas funciones, sea un estorbo para el pol¨ªtico. Su arrogancia e idealismo para nada ayudan a la acci¨®n pol¨ªtica, eminentemente pr¨¢ctica y realista. Hay parte de verdad en ello. Pero en un aspecto el intelectual resulta indispensable. As¨ª lo expresa Bobbio: ¡°Las ideas rinden frutos a largo plazo que no coinciden con los tiempos de los pol¨ªticos¡±. Keynes, en sentido parecido, hab¨ªa dicho antes que son las ideas, no las fuerzas econ¨®micas, las que gobiernan el mundo. Y las ideas las crean y proyectan los intelectuales. En este punto, el intelectual se acerca al rey-sabio de Plat¨®n.
La pol¨ªtica, est¨¦ o no desprestigiada en determinados momentos de la historia, es indispensable para convivir en paz: o las relaciones entre los hombres se arbitran a trav¨¦s de la pol¨ªtica o a trav¨¦s de la guerra. El intelectual debe servir a la verdad y la pol¨ªtica ser¨¢ de mejor calidad cuanto m¨¢s se ajuste a esta verdad. La peor de las situaciones se da cuando los intelectuales aparentan serlo pero en realidad no son otra cosa que pol¨ªticos serviles al poder. Es entonces cuando todo est¨¢ perdido para la democracia: la verdad oficial que transmiten los intelectuales es un simple disfraz de la mentira y el pol¨ªtico se ampara en la misma para enga?ar al ciudadano.
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