Cuantificar y castigar la violencia
Un superviviente como Popeye en un mundo dominado por la muerte es un verdadero dilema
En Colombia, un pa¨ªs en el que durante siglos la vida cotidiana ha estado marcada por la violencia, m¨¢s vale no empezar a contar los cr¨ªmenes porque las cifras empiezan a quemar. La cantidad de bandidos y asesinos m¨²ltiples que ha dado el pa¨ªs es infinita. Los hay desde tiempos coloniales, pero mencionemos solo los m¨¢s recientes y famosos. Est¨¢ Efra¨ªn Gonz¨¢lez, un bandolero al que, a mediados del siglo pasado, se le atribu¨ªa la capacidad de hacerse invisible y, adem¨¢s, se le acusaba de 365 asesinatos. Poco despu¨¦s, apareci¨® Tirofijo, guerrillero m¨ªtico, al que el Estado atribuye miles de cr¨ªmenes y quien muri¨® tranquilamente en la selva y acompa?ado de su ¨²ltima mujer. Detr¨¢s de ellos lleg¨® Carlos Casta?o, un paramilitar que de su propia mano mat¨® a decenas de personas y que orden¨® incontables masacres. La mayor¨ªa de ellas auspiciadas por el ej¨¦rcito y ejecutadas por ¨®rdenes de pol¨ªticos.
La costumbre de administrar la vida diaria con muertos estaba bien asentada en el pa¨ªs cuando apareci¨® el narcotr¨¢fico y acrecent¨® la lista de asesinos. Sobresale entre ellos Pablo Escobar, que ten¨ªa una banda de sicarios a su servicio y que, dirigi¨¦ndola con sevicia, fue capaz de doblegar al Estado para que cambiara la constituci¨®n y para que le permitiera hacer una c¨¢rcel a medida donde ¡°someterse a la justicia¡±.
Del ej¨¦rcito de sicarios de Pablo, sobrevivi¨® el m¨¢s medi¨¢tico y hablador de sus matones: Popeye. Hizo mal, porque en un mundo donde toda l¨®gica la domina la muerte, un sobreviviente es un verdadero dilema. A Popeye se le juzg¨® por 300 asesinatos y se le conden¨® a m¨¢s de treinta a?os de prisi¨®n. Mientras los purgaba confes¨® otros tres mil cr¨ªmenes, se hizo amigo de industriales y pol¨ªticos que pagaban condenas a su lado, se dedic¨® a dar entrevistas a los medios, coescribi¨® libros y acept¨® colaborar con los jueces para esclarecer algunos de los magnicidios que ejecut¨® a las ¨®rdenes de Escobar.
Ahora, una vez pagada buena parte de la condena, Popeye va a salir libre. Pero es tal el rastro de dolor y muerte que ha dejado, que su salida de la c¨¢rcel pone hist¨¦rico al pa¨ªs. ?Est¨¢ bien que un hombre que ha matado a centenares de personas y ha mostrado poco arrepentimiento, recobre la libertad? La gente tambi¨¦n se pregunta si es seguro soltarlo y si no es mejor buscar una manera de mantenerlo preso. Al mismo tiempo, se oyen las voces de quienes dicen que cumpli¨® con la ley y tiene el derecho de seguir con su vida. Aparecen los leguleyos que afirman que como colabor¨® con la justicia ya est¨¢ redimido ante el Estado. Y hasta surge el esp¨ªritu religioso y hay quien dice que es hora de que esta alma perdida obtenga la redenci¨®n del Se?or.
Pero m¨¢s all¨¢ de los sentimientos encontrados y la diversidad de voces, el verdadero problema es lo dif¨ªcil que es cuantificar y castigar el asesinato cuando la sociedad ha permitido que esta sea la herramienta que dirima las disputas familiares, las diferencias econ¨®micas y los conflictos pol¨ªticos y sociales. Juntar violencia y cifras en un pa¨ªs como Colombia es desolador, un oficio infame donde las cifras se salen de cualquier cauce y donde, al verlas, solo se consigue estar cada vez m¨¢s aturdido.
Esto ocurre porque todav¨ªa nos falta aprender que m¨¢s que debatir por la salida de un sicario de la c¨¢rcel, lo que debemos es aceptar por fin que un solo asesinato es demasiado y que despu¨¦s de ese primer muerto lo ¨²nico que sigue es el abismo. Ninguna vida paga otra vida. El criminal que sobrevive a la v¨ªctima, por m¨¢s que sea castigado, nunca repara ni una m¨ªnima parte del da?o que ha hecho. Entonces, ?c¨®mo puede un solo hombre pagarle a la sociedad miles de muertos? Es esto lo que debemos aprender. Que con la muerte no vale hacer negocios debajo de la mesa y que mientras no hagamos un pacto real para respetar la vida, siempre viviremos en el peor de los absurdos. En un absurdo que hemos aprendido a mantener oculto, pero que cuando brota y se convierte en un sicario abandonando sonriente la c¨¢rcel nos deja ver c¨®mo hemos enturbiado nuestras vidas con demasiada violencia y con demasiada muerte.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.