Para el Estado somos todos delincuentes
Brasil ha avanzado en conciencia ciudadana y hasta en riqueza econ¨®mica, pero ha retrocedido en el respeto por la vida de las personas
Llevo muchos a?os en este pa¨ªs que amo, sobre todo a sus gentes. Muchas cosas han cambiado desde que aterric¨¦ por primera vez en R¨ªo, donde a¨²n se pod¨ªa caminar por la calle y viajar en autob¨²s sin tener que estar alerta por miedo a ser v¨ªctima de la violencia ciudadana. Lo mismo ocurr¨ªa en S?o Paulo.
Brasil ha avanzado en conciencia ciudadana y hasta en riqueza econ¨®mica, aunque la de unos pocos siga creciendo cada vez m¨¢s que la de los muchos. Hay, sin embargo algo en que Brasil no solo no ha avanzado sino que ha retrocedido: por ejemplo, en lo que concierne el respeto por la vida de las personas.
Me pregunto tantas veces, con dolor y hasta con rabia, por qu¨¦ la vida de la gente vale tan poco y es aplastada cada d¨ªa como se aplasta una cucaracha. Ese poco aprecio por ella hace que nuestra polic¨ªa, eternamente mal pagada y peor preparada, con licencia siempre para matar, sea cada d¨ªa m¨¢s truculenta y corrupta.
Cuando la vida de un ser humano deja de tener valor supremo, todos acabamos siendo carne de ca?¨®n. Nuestra vida entra en liquidaci¨®n, pierde su valor y dignidad
Me lo he vuelto a preguntar leyendo el sangrante reportaje de mi colega Mar¨ªa Mart¨ªn en este diario sobre el disparo de un polic¨ªa a la cabeza de un joven vendedor ambulante, que acab¨® sin vida en el asfalto de una calle de la pr¨®spera S?o Paulo.
Ese agente que dispar¨® sin compasi¨®n al ambulante, como se dispara a un conejo en el campo, ?no pens¨® que aquel joven vend¨ªa sus cosas en la calle porque quiz¨¢s no tuvo la posibilidad de hacer algo mejor en la vida? ?Que pod¨ªa haber sido un hijo o hermano suyo? ?Que tambi¨¦n ¨¦l ten¨ªa sue?os y ganas de seguir disfrutando de la vida?
Viendo aquellas im¨¢genes recogidas en el lugar del crimen por nuestra reportera el est¨®mago me dio un vuelco de disgusto, y la mente, de indignaci¨®n, mientras pensaba que esos polic¨ªas en vez de brindarnos un sentido de seguridad y protecci¨®n nos infunden cada d¨ªa m¨¢s miedo.
Pens¨¦ en que tambi¨¦n nuestra clase media ayuda a los guardianes del orden a disparar el gatillo de la pistola sin tantos remordimientos. Hemos sido nosotros los que hemos acu?ado la terrible frase de que ¡°el mejor bandido es el bandido muerto¡±. ?Y el respeto por la vida? ¡°Es que ellos tampoco respetan la nuestra¡±, se objeta. Pero ello implica la concepci¨®n de que el Estado existe no para defendernos sin necesidad de matar, sino para ¡°ejecutar¡±, y si es con tortura, mejor. Y que todos acabamos siendo v¨ªctimas potenciales de esa locura.
Hay pa¨ªses, como Estados Unidos, donde si un polic¨ªa puede capturar a un criminal sin quitarle la vida y se demuestra que no lo ha hecho porque le era m¨¢s f¨¢cil rematarlo, acaba siendo duramente castigado.
Es un problema de escala de valores. Cuando la vida de un ser humano, criminal o santo, deja de tener valor supremo, todos acabamos siendo carne de ca?¨®n. Nuestra vida entra en liquidaci¨®n, pierde su valor y dignidad.
Todo ello, en Brasil, aparece m¨¢s evidente por el hecho de que Estado trata a los ciudadanos no como posibles personas honradas sino como potenciales delincuentes. En otros pa¨ªses, para el Estado, el ciudadano goza del presupuesto de que es un individuo de bien, que no miente, que no enga?a, que no busca por principio burlar la ley. Y es el Estado, si acaso, el que debe demostrar que eso no es as¨ª, que ese ciudadano es un delincuente y embaucador y solo entonces debe ser castigado.
?Han visto c¨®mo somos tratados en Brasil los ciudadanos cuando necesitamos comprar algo, cuando entramos en una notar¨ªa? Todo papel es poco para demostrar que no somos sinverg¨¹enzas, mentirosos, embaucadores. Nos piden certificados y m¨¢s certificados firmas y m¨¢s firmas, reconocimiento de dicha firma, m¨¢s a¨²n, comprobaci¨®n con presencia f¨ªsica de que esa firma es aut¨¦ntica.
Una vez que compr¨¦ un peque?o inmueble en Madrid todo dur¨® 20 minutos ante un notario. Firmamos el contrato de compra y venta. El propietario me entreg¨® la escritura y las llaves y yo el cheque de la compra. En Brasil nos hab¨ªamos preguntado ?Y si el inmueble estaba vendido dos veces? ?Y si los dos nos est¨¢bamos enga?ando? ?Y, y, y, y¡.?cu¨¢ntos y, cu¨¢nto miedo de que en el fondo seamos de verdad unos delincuentes que solo queremos enga?ar!
Esa posibilidad de que podamos estar estafando siempre se debe a que todos somos ante las autoridades, ante la polic¨ªa, ante el Estado, delincuentes en potencia. Como me dijo un amigo, para mi espanto: ¡°Es que los brasile?os en el fondo lo somos todos un poco. Si podemos enga?ar, lo hacemos¡±.
No me lo creo. Siempre pens¨¦ que hasta en las sociedades m¨¢s violentas y atrasadas son infinitamente m¨¢s numerosas las personas de bien, honradas, que no desean enga?ar, que los gamberros. De lo contrario el mundo ser¨ªa desde hace tiempo un infierno.
?Lo es en Brasil? Mientras se siga pensando y actuando como si la vida humana tuviera menos valor que la de un gusano y nadie se escandalice cuando es sacrificada con violencia y sin remordimientos (a veces por una insignificancia) quiz¨¢s tengamos que reconocer que ese infierno existe tambi¨¦n aqu¨ª. Nos lo recuerdan las m¨¢s de 50.000 vidas, casi todas ellas de j¨®venes negros, pobres casi en su totalidad, que acaban asesinadas cada a?o. M¨¢s que en todas las guerras en curso en el planeta.
Cada vez que un polic¨ªa acaba con la vida de una persona en la calle, a veces por una nimiedad, se seguir¨¢ alimentando, por la otra parte -la de los ciudadanos y de los mismos delincuentes- una cadena infernal de deseo de venganza que seguir¨¢ aplast¨¢ndonos y humill¨¢ndonos.
?Hasta cu¨¢ndo? ?Despertar¨¢ alguna vez este pa¨ªs de tantas maravillas, de tantas gentes estupendas (con ganas de vivir en paz, sin ser tratadas como si fueran todos bandidos) o seguir¨¢ dejando detr¨¢s de s¨ª cada d¨ªa tristes regueros de sangre y de miedo ante la impasibilidad o impotencia del Estado?
La respuesta nos la debemos dar cada uno de nosotros. Quiz¨¢s tambi¨¦n a la hora de colocar nuestro voto en la urna y de exigir cuentas a los responsables.
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