Los brasile?os acuden a las urnas sumidos en el des¨¢nimo
S?o Paulo refleja las abundantes contradicciones de un pa¨ªs que se enfrenta a los comicios abatido por el par¨®n econ¨®mico y la falta de perspectivas tras 12 a?os de ¨¦xitos
Hay muchas tardes en las que hay tanta gente en los pasillos de la estaci¨®n de metro Paulista, en S?o Paulo, que los viajeros, en los transbordos, avanzan en masa, como en una procesi¨®n abarrotada. La polic¨ªa coloca una cinta para dividir el pasillo en dos y arbitrar el sentido de la marcha. Si no, ser¨ªa imposible que nadie llegara a casa. Muchos leen mientras caminan, a paso lento, otros juegan al Candy Crush con el iPhone y otros, con auriculares, ven pel¨ªculas o v¨ªdeos colocando el m¨®vil a la altura de la frente con las dos manos sin parar de andar. El metro cuesta tres reales (1,25 d¨®lares). En junio de 2013 el gobernador Gerardo Alckmin, del conservador Partido Socialdem¨®crata de Brasil (PSDB), subi¨® 20 ¨ªnfimos centavos la tarifa y la poblaci¨®n, harta, con la subida como detonante, sali¨® en bloque a la calle en una oleada de protestas que sacudi¨® el pa¨ªs de arriba abajo.
Diecis¨¦is meses despu¨¦s, toda esa poblaci¨®n acude a las urnas este domingo en un ambiente algo sombr¨ªo, sin dinero en el bolsillo, chapoteando en una recesi¨®n econ¨®mica y las protestas de entonces reconvertidas en el deseo mayoritario (el 80% de los votantes, seg¨²n las encuestas) de que la cosa cambie. El problema es que no se sabe muy bien qu¨¦ es la cosa, ya que los tres candidatos con posibilidades (incluida, parad¨®jicamente, la presidenta Dilma Rousseff, cuyo partido, el PT, lleva 12 a?os en el poder) se autoproclaman abanderados de ese deseado ¡ªy difuso¡ª cambio.
Marina Silva, candidata del Partido Socialista Brasile?o (PSB), se califica como ejemplo de la nueva pol¨ªtica (aunque milit¨® en el PT m¨¢s de 25 a?os), y el senador A¨¦cio Neves, del m¨¢s conservador PSDB, se ve como alternativa de novedad a pesar de haber sido gobernador del Estado de Minas Gerais. Los sondeos dan como vencedora, tanto en el primer como en el segundo turno, a Rousseff. Los otros dos candidatos aparecen casi empatados y cualquiera de los dos puede pasar a la siguiente ronda, que se disputa el 26 de octubre.
Brasil es un pa¨ªs inmenso, con hechuras de continente. S¨®lo el Estado de Amazonas es tan grande como Espa?a, Italia, Francia y Portugal juntos. Toda esa inmensidad vive ensimismada, algo de espaldas al resto de Am¨¦rica. S?o Paulo, la inabarcable ciudad m¨¢s grande de la naci¨®n, con 11 millones de habitantes, capital del Estado m¨¢s poblado y lugar clave desde el punto de vista electoral, es un mundo en s¨ª mismo, con millonarios que se desplazan en helic¨®ptero para evitar atascos y drogadictos del crack m¨¢s barato del mercado que malviven en un gueto c¨¦ntrico de miserables enloquecidos. Por eso, un viaje en metro con paradas en varios puntos cardinales de la ciudad constituye una radiograf¨ªa no del todo infiel del pa¨ªs.
Al norte de S?o Paulo, en la parada de la l¨ªnea ocho de Lapa, se encuentra la popular calle de Doce de Octubre, llena de tiendas de electrodom¨¦sticos y ropa donde, con ese desparpajo tan brasile?o, los dependientes colocan los maniqu¨ªes femeninos de espaldas para que el p¨²blico vea c¨®mo sientan al culo los pantalones. La calle es tranquila, concurrida. Pero en S?o Paulo esta tranquilidad es siempre fr¨¢gil, inestable. Hace dos semanas, en esta misma Doce de Octubre, una ma?ana concurrida como esta, un polic¨ªa, en una inspecci¨®n rutinaria, mat¨® de un disparo limpio en la cabeza a un vendedor ambulante de CD piratas cuando ¨¦ste trat¨® de arrebatarle el aerosol de pimienta con el que el agente inmovilizaba a un compa?ero detenido.
Cerca de donde cay¨® desplomado el vendedor ambulante se encuentra la tienda de vestidos de M¨¢rio Baruck, brasile?o de origen serbio. Asegura que sus ventas han descendido este a?o entre un 20% y un 30%. El dato encaja con las flojas cifras de la acatarrada econom¨ªa brasile?a, que se contrajo durante el primer semestre, con lo que entr¨® en lo que los especialistas denominan recesi¨®n t¨¦cnica.
Los economistas aluden al desplome del consumo interno. Baruck lo explica a su manera: ¡°La gente del barrio ya no tiene tanto dinero para gastar. El a?o pasado los bancos prestaban m¨¢s porque el Gobierno lo estimulaba. Pero ya no hay m¨¢s dinero para gastar¡±. El comerciante asegura que votar¨¢ a Neves: ¡°Tenemos que cambiar. Lula mejor¨® el pa¨ªs, es cierto, aunque se aprovech¨® de lo que hab¨ªa hecho el anterior presidente, Fernando Henrique Cardoso [PSDB]. Ahora, el proyecto del PT, con tanta corrupci¨®n, est¨¢ agotado¡±.
Una de sus dependientas, Gabrielle Morais, dice que ella (por la misma raz¨®n que su jefe, para que algo cambie) apoyar¨¢ a Marina Silva, la candidata sorpresa que perfor¨® al principio las encuestas pero que ahora se desinfla d¨ªa a d¨ªa. ¡°La inflaci¨®n ha subido. Y hay que esperar cuatro o seis horas para que te atienda un m¨¦dico general. Para la consulta de un especialista son tres o cuatro meses. La gente se muere esperando¡±.
Las protestas de junio de 2013 se desarrollaron, entre otros sitios, en la calle de Maria Ant¨®nia, en el centro de la ciudad, en un distrito universitario, lleno de tiendas de libros y papeler¨ªas donde, en un esquinazo, tres alumnas de psicolog¨ªa de 18 a?os se quejan, sobre todo, de la falta de plazas en las universidades p¨²blicas y de lo innoblemente abarrotados que van los autobuses.
Cerca, en una tienda de instrumentos musicales, Stefani Camuto, de 20 a?os, cuenta que cobra 1.080 reales por su trabajo (500 d¨®lares aproximadamente), que votar¨¢ en blanco, que no se f¨ªa de ning¨²n candidato, que espera estudiar en la universidad dentro de alg¨²n a?o y que particip¨® en esas manifestaciones ya casi remotas. ¡°Luchamos por 20 centavos. Y conseguimos lo que nos propon¨ªamos: que no subieran los 20 centavos¡±, dice con iron¨ªa, con una sonrisa amarga.
Durante los ¨²ltimos 12 a?os del Gobierno del PT, primero con Lula, desde 2003 a 2010 y despu¨¦s con Rousseff, cerca de 30 millones de personas salieron de la miseria en Brasil y se instalaron en una inestable clase media. Son familias que ganan entre 1.700 y 3.200 reales (663 y 1.339 d¨®lares), que ya pagan impuestos, piden cr¨¦ditos y han contribuido, con sus compras, al despegue de un pa¨ªs de 200 millones de habitantes que entre 2003 y 2010 creci¨® una media de un 4% anual. Pero estos mismos ser¨¢n los primeros en sufrir y en descolgarse si la econom¨ªa sigue retrocediendo, si no se reactiva. Es decir, si la tendencia no cambia (para utilizar la palabra de moda).
Es de noche, y Lula, el art¨ªfice, seg¨²n muchos, de esa d¨¦cada prodigiosa, habla a un auditorio fiel, entregado, en un lugar pobre de la interminable periferia sur de S?o Paulo. El expresidente, con la voz hecha pur¨¦ despu¨¦s de muchos m¨ªtines seguidos, antes de pasar la palabra a Dilma Rousseff, recuerda a los miles de asistentes (familias enteras, grupos de vecinos del barrio, compa?eros de las f¨¢bricas cercanas) los, a su juicio, logros de las ¨²ltimas legislaturas. ¡°En 12 a?os conseguimos mejorar la vida del pobre, que s¨®lo com¨ªa pollo, que nunca so?¨® con viajar en avi¨®n¡±, proclama.
Un obrero metal¨²rgico del sindicato de 55 a?os asiente. Luego dice: ¡°?l, Lula, ven¨ªa a las f¨¢bricas de aqu¨ª a decirnos cu¨¢ndo ten¨ªamos que hacer huelga, cu¨¢ndo ten¨ªamos que protestar. Voto por ¨¦l porque le conozco¡±. Y a?ade: ¡°No ha cambiado: sigue siendo el mismo¡±.
Termina el mitin. La gente se dispersa por las calles mal iluminadas, mal asfaltadas. La parada de metro m¨¢s cercana, Campo Limpo, pilla muy lejos. La gente canta, grita en apoyo a Dilma y a Lula, enarbola las banderas rojas del PT. De repente, un helic¨®ptero se eleva por detr¨¢s de un edificio lejano. Alguien asegura que en ¨¦l viaja la presienta Dilma Rousseff. Una mujer negra, enfundada en un ch¨¢ndal de licra muy estrecho, lanza un beso al aire:
¡ª¡°?Dilma, Gracias!, ?Dilma, gracias!¡±.
Su acompa?ante mira a la mujer, luego al helic¨®ptero que se pierde en la noche, luego a la ciudad oscura que le envuelve y grita a su vez:
¡ª¡°?Dilma, baja y monta en autob¨²s!¡±.
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