En defensa del ¡°otro¡±
Hablemos del Estado Isl¨¢mico y concedamos que hay circunstancias en las que solo aparentemente es f¨¢cil distinguir la frontera que separa al bien del mal
Estimado lector, hablemos del autoproclamado Estado Isl¨¢mico y concedamos, en primer lugar, que hay circunstancias en la vida en las que aparentemente, s¨ª, aparentemente, es f¨¢cil distinguir la frontera que separa al bien del mal. Ante las atrocidades que comete, uno podr¨ªa pensar que un alma noble como Dostoyevsky nada tendr¨ªa que aportar y, por lo tanto, reclamar que se tomen acciones m¨¢s contundentes para hacerle frente. En los medios de Estados Unidos las voces que escucho y las plumas que leo incluyen a gentes bien pensantes que advierten que la inacci¨®n significar¨ªa, mucho m¨¢s que un clamoroso fracaso de pol¨ªtica, una imperdonable claudicaci¨®n moral. Uno de ellos, el escritor Roger Cohen, cita a Martin Amis quien a su vez cita a Primo Levi, sobreviviente del Holocausto, para reflexionar sobre la barbarie: "es imposible tratar de comprenderla porque intentar hacerlo es casi justificarla; es hasta preferible no entender las palabras y los hechos [que definen] la barbarie porque no son humanos, son m¨¢s bien, contra-humanos."
Entonces, enfrentado ante lo que no es humano, lo humano no puede abdicar, tiene que pelear. Pero por favor no se desprenda del gran humanista ruso y h¨¢gase m¨¢s bien la siguiente pregunta: ?cu¨¢ndo en la historia del mundo lo humano ha peleado contra lo que no es humano? Ah, qu¨¦ f¨¢cil distinci¨®n, qu¨¦ r¨¢pidos somos para remover lo gris del problema, con qu¨¦ convicci¨®n, no importa cu¨¢n falaz o ingenua, nos disponemos a aniquilar las encarnaciones de los que no consideramos humanos. Entre sus recientes referentes cuente a Gadafi, Milosevic, Saddam Hussein, Gadafi otra vez, Al-Assad y casi-casi Putin. Ahora bien, el califa Abu Bakr-al-Bagdadi no tiene la misma talla ¨C su faz no es f¨¢cilmente reconocida y a su califato le falta asentarse -- pero qu¨¦ importa, lo no humano se corporiza en sus seguidores y as¨ª, casi sin darnos cuenta, lo vemos retratado en una secta religiosa o etnia. Pero el problema es que referentes y seguidores nacieron de una madre y un padre, tuvieron una familia, fueron a una escuela, hicieron amigos y amaron a su manera (como todos nosotros); o sea, fueron y son humanos. La contienda, por lo tanto, es entre humanos.
Qu¨¦ equivocados estamos cuando en el nombre del bien salimos a combatir el mal, ignorando que ese mal forma parte de nuestra propia historia
Caemos en la terrible equivocaci¨®n de calificar al "otro" como no humano con la misma facilidad que nos atribuimos o apropiamos con exclusividad la virtud de lo humano. No importa si nuestra conducta hist¨®rica nos descalifica para proclamar qu¨¦ es humano y qu¨¦ no lo es. Seamos sinceros, nos resulta m¨¢s f¨¢cil, por ejemplo, reconocer la humanidad del rey Leopoldo de B¨¦lgica que la de los millones de congoleses que murieron v¨ªctimas de su codicia, o exaltar la beneficencia de las intervenciones del pa¨ªs m¨¢s poderoso de la tierra haciendo caso omiso que sus grandes pensadores advirtieron los dilemas morales que ¨¦stas entra?an. As¨ª, mientras la opini¨®n p¨²blica norteamericana se intoxicaba con las glorias del Destino Manifiesto, uno de los intelectos m¨¢s brillantes de la ¨¦poca, Mark Twain, condenaba las horrorosas masacres perpetradas por los marines en las Filipinas. Durante los 40 a?os que viv¨ª en los Estados Unidos no conoc¨ª a ninguna persona que lo sab¨ªa.
Vivir enga?ados no ser¨ªa tan grave si el mito no impidiera aprender las lecciones del pasado y reflexionar sobre la superficialidad de nuestra conciencia. Eche una mirada mucho m¨¢s profunda a los horrores de los ¨²ltimos 100 a?os y juzgue si somos mejores. Viva, si quiere, con la historia oficial de Hiroshima, pero intente encontrar justificaci¨®n a Nagasaki y sepa que el Presidente Truman dispuso que se echara a un contrito Oppenheimer de la Casa Blanca. Calibre las mentiras que inventamos para combatir al comunismo tirando napalm en Vietnam, haga comuni¨®n con los millones de incinerados, no ignore que fuimos los parteros inconscientes de Pol Pot. Reflexione sobre la egoc¨¦ntrica proclama del "fin de la historia" y haga un inventario de las subsecuentes guerras (en plural) en las que se han visto envueltos los Estados Unidos. Unas se han intentado legitimar por la necesidad de la intervenci¨®n humanitaria, otras para difundir los valores supremos de la democracia, todas son racionalizadas con medias verdades.
Los v¨ªdeos de las decapitaciones que difunde el EI sirven para afianzar la causa de la intervenci¨®n. Pero no olvide que el primero en utilizar esta difusi¨®n fue el Pent¨¢gono
Los v¨ªdeos de las decapitaciones de inocentes que difunde el Estado Isl¨¢mico despiertan tanto repudio que sirven para afianzar la causa de la intervenci¨®n. Sin embargo, no olvide que el primero en utilizar este medio de difusi¨®n fue el Pent¨¢gono cuando, merced a la cortes¨ªa de CNN, nos llev¨® a nuestras pantallas de televisi¨®n las im¨¢genes de shock and awe. Este t¨¦rmino no nos escandaliz¨®, seguramente porque lo vimos como un espect¨¢culo m¨¢s, y la destrucci¨®n que ocasion¨® no nos indign¨®, probablemente porque las im¨¢genes nos llegaban desinfectadas del olor de los muertos. La verdad es que vivimos muy alejados del sufrimiento que causamos. ?Se explica entonces nuestra insensibilidad por un asunto de distancia? ?Cu¨¢n determinante es esta distancia para que el verdugo cumpla con eficacia su labor? Muchos piensan que no es nada complicado para un funcionario disparar un drone porque lo separan miles de kil¨®metros de las personas que condena a la incineraci¨®n.
Por favor no se enga?e. No hubo tal distancia geogr¨¢fica en el Holocausto y la tragedia de Ruanda se dio en un contexto de escalofriante proximidad. La distancia que s¨ª es verdadera y que por desgracia se ha impuesto es la que se incuba en nuestra perspectiva de una humanidad fragmentada. De aqu¨ª nacen las emociones de recelo o rechazo que tenemos frente al "otro" y las circunstancias que propiciamos para eliminarlo cuando nos sentimos amenazados o simplemente nos conviene. Esta triste condici¨®n nos define a todos y nadie mejor que Dostoyevsky la comprendi¨®. Qu¨¦ equivocados estamos cuando en el nombre del bien salimos a combatir el mal ignorando que ese mal forma parte de nuestra propia historia. M¨¢s equivocados cuando lo vemos latente solamente en el "otro." Y mucho, mucho m¨¢s equivocados cuando no comprendemos que ese "otro" es nuestro propio retrato.
Jorge L. Daly ejerce c¨¢tedra en la Universidad Centrum ¨C Cat¨®lica de Lima
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