El cuarenta y cuatro
Morirse no es como lo pintan. Me gustar¨ªa decirles que vi un rayo de luz, pero la negrura s¨®lo dejaba ver reflejos de luna sobre las pistolas de los pinches matones
Con todo respeto, a los otros 43, donde se encuentren.
Morirse no es como lo pintan. Me gustar¨ªa decirles que vi un rayo de luz o que escuch¨¦ la m¨²sica de los arc¨¢ngeles, pero la negrura s¨®lo dejaba ver reflejos de luna sobre las pistolas de los pinches matones y los fogonazos intermitentes cuando apretaban los gatillos. Y de o¨ªr, nada. El coraz¨®n me tronaba m¨¢s fuerte que los gritos de mis compas o quiz¨¢ ser¨ªa el balazo que me rompi¨® el o¨ªdo un rato antes cuando tumbaron a Jos¨¦ porque no quiso bajarse del cami¨®n. El caso es que yo ya nom¨¢s o¨ªa para adentro. Aunque adentro tampoco hab¨ªa mucha m¨²sica: tra¨ªa ya las tripas revueltas y me sacud¨ªan arcadas como las que le dan al perro del conserje de la escuela.
Pens¨¦ que andaba con suerte. Esa misma ma?ana Matilde me hab¨ªa mandado a decir que s¨ª. O casi; es hija de los riquillos del pueblo, los Fonseca de la ferreter¨ªa, y para su pap¨¢ soy punto menos que el diablo. Ni siquiera me conoce, pero prefiere como yerno a cualquier pelagatos que a un normalista que nunca saldr¨¢ de pobre como yo, trabajando de maestro de escuela p¨²blica. Pero la Matilde es de buena ley, quedamos de vernos el s¨¢bado atr¨¢s del camposanto para platicarnos. Si agarro el cami¨®n de las siete, para el mediod¨ªa estoy llegando a Tarinco. Llevar¨¦ el anillo que le compr¨¦ en Taxco y una cobija. Con suerte dice que s¨ª a todo.
Cuando me fueron dejando de lado mientras bajaban a los otros pens¨¦ que era mi d¨ªa de suerte
As¨ª que cuando me fueron dejando de lado mientras bajaban a los otros pens¨¦ que era mi d¨ªa de suerte. Ten¨ªa meses sobando las palabras que le iba a decir y estaba seguro que la vida no me iba a dejar en la puritita orilla. Seguro que el destino me estaba dejando al ¨²ltimo porque algo iba a pasar: igual me puedo morir la semana siguiente, pero no antes de besar a Matilde, tocar sus piernas, bajarle el sol y las estrellas. Algo tendr¨¢ que impedir lo que est¨¢ pasando. Llegar¨¢n los soldados y se armar¨¢ la balacera o un capo de los narcos aparecer¨¢ para gritar a todo pulm¨®n, ¡°qu¨¦ pendejada est¨¢n haciendo, cabrones¡±. Yo mismo escuch¨¦ la frase dos veces en la cabeza y la musit¨¦ en voz baja.
Pero los cabrones nunca la oyeron. Uno de ellos, el que parec¨ªa el jefe, me vio y me dijo ¡°No te hagas g¨¹ey, g¨¹erito¡±, y movi¨® la cabeza para que bajara. Soy m¨¢s prieto que el zapote pero desde ni?o me dicen el Gringo por el ojo verde. C¨®mo ser¨¢ de fuerte mi querencia por Matilde que todav¨ªa en ese momento estaba convencido de que yo andaba con suerte. El tono con el que me cuchili¨® para que saliera del cami¨®n era cari?oso; un hombre alto con chamarra de borrego. A otros los hab¨ªan movido a punta de insultos y tubazos. ¡°Este no me va a matar¡±, pens¨¦. Y no me equivoqu¨¦, pero fue lo ¨²nico a lo que le atin¨¦ esa noche.
Detr¨¢s del enchamarrado apareci¨® un tipo con las mangas arremangadas y la cara pringada de gotas rojas como si hubiera estado comiendo sand¨ªas. En cuanto apoy¨¦ el pie en la tierra el culero me dio un golpe en la pierna con una barra de metal. Escuch¨¦ el crujido de la rodilla y a pesar del aullido de dolor me consol¨¦ pensando que hab¨ªa sido la izquierda y no la derecha; es temida por todos los porteros en el torneo de fut de la escuela.
Qued¨¦ tirado y encogido metido en la burbuja de un dolor animal; era de color amarillo. Luego volv¨ª a escuchar la voz del hombre alto: ¡°Ya, dale de una vez¡±. Y de nuevo pens¨¦ que sonaba cari?oso. Luego o¨ª un plomazo y el amarillo se hizo negro. No, la muerte no es como la pintan.
@jorgezepedap es Premio Planeta 2014. www.jorgezepeda.net
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