P¨¢gina en blanco
Uno ha de vivir cada d¨ªa como la p¨¢gina de nieve de un libro que se escribe por horas
Lleva horas mir¨¢ndome como espejo empa?ado. Quiz¨¢ espera el recuento de cada mes de este a?o que fue catorce y que la conciencia vaya hilando como prop¨®sito pret¨¦rito ¨Cel imposible deseo de volver las manecillas del reloj hacia atr¨¢s¡ªy exigir debidamente la resurrecci¨®n instant¨¢nea de todos mis muertos. Esperar, por ejemplo, que hoy por la noche se anuncien los pr¨®ximos libros de Jos¨¦ Emilio Pacheco, Federico Campbell, Juan Gelman o Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez¡ o aspirar, por ejemplo, a que ya con m¨¢s de un siglo encima pueda volver a caminar hoy mismo del brazo de Octavio Paz, azorarme ante el gigante Julio Cort¨¢zar, traducir dos poem¨ªnimos en silencio con Efra¨ªn Huerta, hablar del mar o de la celda con Jos¨¦ Revueltas y quedarme callado ante cualesquiera de las historias de amor enrevesado que Adolfo Bioy Casares qued¨® de contarnos en esta tremenda tertulia de todas las madrugadas.
Lleva horas la p¨¢gina en blanco esperando abrirse como ventana y quiz¨¢ llenarse como ¨²ltimos p¨¢rrafos del a?o que fue catorce con una letan¨ªa de lecturas e imaginar que me he convertido en uno de los personajes que visitan el caf¨¦ de la juventud perdida de Patrick Modiano o que alg¨²n mago me jug¨® la broma de exiliarme en el segundo tomo de la nueva edici¨®n del Diccionario de la lengua espa?ola de la Real Academia de la Lengua, pero tambi¨¦n es probable que la p¨¢gina en blanco me permita transustanciarme en alg¨²n cuadro del Museo del Prado o convertirme en ¨®leo an¨®nimo de una sala privada en Manhattan, pero tengo para m¨ª que las horas que le quedan al ¨²ltimo d¨ªa del a?o m¨¢s bien se avisan como escaparate.
A trav¨¦s del cristal veo como en jugueter¨ªa antigua el carrusel de un a?o que a¨²n no empieza, sincronizada la hipnosis de sus caballos en miniatura con el sube y baja tan impredecible y asombroso de cada uno de los d¨ªas del a?o que ya termina. Veo entre los soldados de plomo y las mu?ecas de ojos grandes que la advertencia es simple y digna de compartirse: uno ha de vivir cada d¨ªa como la p¨¢gina de nieve de un libro que se escribe por horas, quiz¨¢ considerando cada uno de los meses como cap¨ªtulos editables y as¨ª desear que los tomos de toda una vida se vuelvan de veras ejemplares invaluables, lectura digna con p¨¢ginas citables.
Podr¨ªa enlistar una discreta n¨®mina de personas que merecen ser le¨ªdos as¨ª y rele¨ªdos con la frecuencia de una tertulia incondicional. Podr¨ªa enlistar tambi¨¦n los libros de todos los fantasmas que han de ser rele¨ªdos en conversaci¨®n silenciosa y todos los versos de los poetas incandescentes que han de memorizarse apenas empiece el a?o nuevo con ese raro enredo de leerlos por primera vez, siendo la en¨¦sima. Podr¨ªa tambi¨¦n sugerir las im¨¢genes de los paisajes, atardeceres y di¨¢logos de madrugada que no merecen caer en la amnesia para ver si han de convertirse en amaneceres de lluvia o caminatas calladas, empedrados de ciudades viejas o simplemente las nuevas p¨¢ginas intactas, intonsas, de un gastado libro que reconocen al tacto las yemas de los dedos como callados recuerdos de cada lectura.
Prefiero suponer que se me permite imaginar que la p¨¢gina en blanco es el vidrio limpio donde he de volver a ver mi rostro afeitado, con todo el prop¨®sito convencido de seguir poblando con p¨¢rrafos cualquier vac¨ªo, denunciar cualquier abuso o entuerto en medio de los vados de la raz¨®n o la sinraz¨®n y desear a todos los lectores de esta columna las felicidades que cada uno merezca con la sincera gratitud de su corresponsal en Cu¨¦vano.
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