Borrando la sonrisa
Algo no es verdaderamente serio a menos que, en alg¨²n sentido, podamos tom¨¢rnoslo a broma
En los tiempos en los que las sociedades eran religiosamente homog¨¦neas, decir de alguien que era ¡°un buen musulm¨¢n¡± o ¡°un buen cristiano¡± significaba m¨¢s o menos, en sus respectivos contextos, que era ¡°un buen hombre¡±. Entonces habr¨ªa bastado con ser "un buen musulm¨¢n" para abstenerse de matar a tiros a doce personas que no hac¨ªan m¨¢s que trabajar honradamente. Sin embargo, la historia registra numerosas ocasiones en las cuales, y no obstante lo anterior, las autoridades religiosas decretaban que para ser ¡°un buen cristiano¡± hab¨ªa que matar a unos cuantos musulmanes (o viceversa).
Precisamente a causa de este tipo de inconvenientes se acab¨® inventando un dispositivo que hoy llamamos ¡°Ilustraci¨®n¡±, y que libera a los hombres de toda tutela religiosa obligada, aunque tambi¨¦n por ello ha eliminado la homogeneidad de las creencias y liquidado el viejo modelo pol¨ªtico-religioso de la ¡°comunidad confesional¡± como fundamento de la cohesi¨®n social. Una de las evidencias de que no corren buenos tiempos para la Ilustraci¨®n es, m¨¢s que el horrendo atentado contra Charlie Hebdo, el que m¨¢s de un ¡°buen hombre¡± occidental haya pensado estos d¨ªas en los mismos t¨¦rminos que pensaban los terroristas: estos cre¨ªan estar matando a unos cuantos ¡°infieles¡± (creyentes de una confesi¨®n rival), aunque se puedan encontrar explicaciones (que no justificaciones) para su confusi¨®n; aquellos, injustificablemente, act¨²an como si la Ilustraci¨®n fuera ¡°otra confesi¨®n religiosa¡± m¨¢s, con sus dogmas de fe inviolables (el sufragio universal, la igualdad ante la ley, la emancipaci¨®n de la mujer¡). Y si esto fuera cierto, como parec¨ªa pensar George W. Bush cuando emprendi¨® sus cruzadas de propagaci¨®n de la democracia, yo me dar¨ªa de baja inmediatamente de sus filas.
Lo que a m¨ª me gusta de la Ilustraci¨®n es, entre otras muchas cosas, que me puedo re¨ªr impunemente y a mand¨ªbula batiente de todas las ¡°comunidades confesionales de creencias obligatorias¡± y tambi¨¦n de los que piensan que la Ilustraci¨®n es una comunidad de ese tipo, y que en muchas ocasiones me puedo carcajear tambi¨¦n de la Ilustraci¨®n misma y de las payasadas y burradas a las que da lugar la conversi¨®n de sus principios en dogmas de fe. Una conversi¨®n que no solamente es mala (permite que algunos ¡°buenos ilustrados¡± se crean justificados para matar de vez en cuando a algunos musulmanes s¨®lo por el hecho de serlo, o viceversa) sino adem¨¢s falsa: esa ¡°comunidad homog¨¦nea¡± se hundi¨® con el advenimiento del mundo moderno, y hoy no puede ser m¨¢s que una quimera o una caricatura. Y no es desde la quimera ni desde la fe, sino desde la raz¨®n desde donde la Ilustraci¨®n apela a los hombres, y por tanto no en cuanto musulmanes, cristianos o animistas, ¨¢rabes o espa?oles, sino solamente en cuanto hombres que pueden serlo sin compartir sus creencias.
Dec¨ªa el bar¨®n de Shaftesbury que una buena broma es aquella que, en cierto modo, podemos tomarnos en serio. Yo suelo a?adir que algo no es verdaderamente serio a menos que, en alg¨²n sentido, podamos tom¨¢rnoslo a broma. Lo que los asesinos de Par¨ªs (que lo aguantan casi todo) no soportan es eso: que no se los tome en serio. Y de momento han conseguido borrarnos la sonrisa de la boca.
Jos¨¦ Luis Pardo es fil¨®sofo.
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