El orgullo de Bena Gema
En la Amazon¨ªa peruana la mitad de los hogares carece de acceso a una red p¨²blica de agua. Disponer de una letrina es un lujo que salva vidas
Wilfredo fund¨® la comunidad shipiba de Bena Gema hace doce a?os, junto a 150 familias que hu¨ªan de la miseria de la selva. Se instalaron a las afueras de la ciudad de Pucallpa, capital de la regi¨®n peruana de Ucayali. Quer¨ªan colegios para sus hijos. Y trabajo. Wilfredo ha prestado seguridad a las compa?¨ªas petroleras contra los ataques de nativos agresivos. Tambi¨¦n ha recogido hojas de coca para los traficantes, cuatro kilos al d¨ªa por veinte c¨¦ntimos de euro. Ahora hace artesan¨ªas para las tiendas de souvenirs de Cuzco, y ninguno de sus compradores sospecha que han sido producidas a 1.624 kil¨®metros de distancia. Sentado frente a su choza, mientras dise?a un sonajero, Wilfredo observa el retrete comunal.
¡ªLa letrina es importante para todo ¡ªexplica Wilfredo¡ª. Con ella nos enfermamos menos, las casas est¨¢n m¨¢s limpias, y hasta nos organizamos mejor. Antes, en las asambleas de la comunidad, algunos se marchaban para hacer sus cosas, y ya no volv¨ªan. Ahora siempre vuelven.
Pucallpa est¨¢ situada a orillas del Ucayali, un r¨ªo tributario del Amazonas, el m¨¢s caudaloso del mundo. Bena Gema se encuentra a cinco minutos de la laguna de Yarinacocha. La regi¨®n es verde, est¨¢ llena de agua, y las inundaciones son frecuentes. Pero solo la mitad de los hogares tienen acceso a una red p¨²blica de agua. Y solo uno de cada tres cuenta con saneamiento b¨¢sico. Entre las chozas se amontonan viejas letrinas abandonadas por la falta de mantenimiento, algunas inundadas por las crecidas, o tan bajas que se convierten en refugio de serpientes. El Estado coloc¨® un pozo de agua, pero el agujero no tiene suficiente profundidad. El agua sale con hierro. Incluso huele a metal. Es una fuente de veneno en medio del pueblo.
Sin embargo, hoy hay en la comunidad cuatro tanques de agua, un filtro, un sistema de reciclaje y, por supuesto, el water, justo entre la casa de Wilfredo y el local comunal.
¡ªLa gente viene aqu¨ª de otras comunidades para ver nuestra letrina ¡ªcomenta con orgullo el jefe de Bena Gema¡ª. Todos quieren una como la nuestra. Ahora nuestro objetivo es que cada familia en el pueblo tenga una.
El gringo ecol¨®gico
¡ªMe han puesto un nombre en shipibo. Significa ¡°el gringo de axila apestosa¡±. Pero yo prefiero que me digan Bryan.
Bryan Best ¡ªbarba, pelo largo, camisa shipiba, zapatos de guante¡ª me cuenta su historia mientras remontamos el r¨ªo Ucayali en deslizador. Habla un castellano ¨²nico, mezcla de ingl¨¦s y shipibo. En su Nebraska natal, Bryan era un chico problema. Se pon¨ªa tan agresivo que, una vez, el director de su colegio tuvo que reducirlo violentamente. En los ochenta abraz¨® la m¨²sica punk. Hasta que encontr¨® su lugar en el Per¨². Lleva once a?os en San Francisco, a 40 minutos de Pucallpa, viviendo como un nativo. Y se ha casado con una ind¨ªgena shipiba.
¡ªMi esposa cre¨ªa que la llevar¨ªa a Estados Unidos ¡ªr¨ªe¡ª. Pero creo que ya se est¨¢ resignando a que me gusta aqu¨ª.
Bryan practica la permacultura, una ingenier¨ªa ecol¨®gica que propone construir aprovechando y protegiendo la naturaleza. Su objetivo: la preservaci¨®n integral del entorno. Bryan come cacao amargo y granola. Fuma los mapachos negros artesanales, macerados con aguardiente. Para no ensuciar, guarda las colillas en su bolsillo. Guarda incluso mis colillas en su bolsillo.
Al llegar a Santa Rosita de Abujau, nos recibe el pueblo entero con una banda de cuatro m¨²sicos. Han sacado chuchuwasi para beber y han matado una gallina para agasajarnos. Pero el jefe, Roberto Torres, se excusa por no recibirnos como Dios manda:
¡ªPerdonen que no llevemos trajes t¨ªpicos. Es que son muy caros. Tejer una kushma lleva cuatro meses. Y se vende por mil soles (unos €300). Si la tuvi¨¦ramos, la vender¨ªamos para comprar camisas y pantalones de quince soles. Y con el resto pagar¨ªamos el alumbrado p¨²blico por dos meses.
Roberto ha visto de todo pasar por el r¨ªo. En los ochenta, los terroristas de Sendero Luminoso secuestraron a sus dos hermanos, mientras la Marina peruana arrasaba varias aldeas cercanas. Hace poco, los narcotraficantes desembarcaron en Santa Rosita para llevarse a un vecino. El pueblo entero tuvo que arrancarlo de sus garras. En otra ocasi¨®n, los pobladores detuvieron una lancha de traficantes, pero result¨® que adem¨¢s de narcos, eran polic¨ªas. Y juraron venganza.
Los habitantes de Santa Rosita tambi¨¦n tienen enemigos m¨¢s sutiles. Los mineros ilegales buscan pepitas de oro en el r¨ªo. Para encontrarlas, vierten en el agua mercurio y qu¨ªmicos, que envenenan a los peces. Aqu¨ª la comida no se compra en supermercados. Se saca directamente del agua. Cada pez envenenado es un ni?o enfermo.
Pero al menos en esto ¨²ltimo, el gringo puede ayudar. La ONG de Bryan, Alianza Arkana, con el financiamiento de la fundaci¨®n Aquae y el respaldo de UNICEF, instala sistemas de agua potable y saneamiento. Fiel a su filosof¨ªa, el americano ha dise?ado un sistema permacultural: el agua se extrae del subsuelo o de la lluvia. El plato de ducha, el fregadero y el lavamanos son todos el mismo espacio: una superficie de madera en listones. Los shipibos, acostumbrados al r¨ªo, lavan en cuclillas sobre ella. El agua y los residuos caen en medio de un c¨ªrculo de palmeras de pl¨¢tano, donde progresivamente se van convirtiendo en compost, que se usar¨¢ como abono. Las ra¨ªces de los pl¨¢tanos filtran el jab¨®n.
Bryan ha dise?ado un modelo perfecto de saneamiento a costo m¨ªnimo, y ha salvado vidas, pero en Nebraska, eso resulta dif¨ªcil de entender. Tiene un hijo de cuatro a?os, al que solo ha ido a ver una vez a Estados Unidos. Su madre a veces viene a visitarlo, aunque no soporta los mosquitos y prefiere que se encuentren en la costa. Su padre nunca ha venido al Per¨².
¡ªMi pap¨¢ tiene otro modelo de vida. Ha trabajado toda su vida brindando servicios inform¨¢ticos a empresas de telecomunicaciones, como AT&T o Bellsouth. Supongo que un hijo como yo no figuraba en su plan.
El padrino
Voy a apadrinar una letrina. La comunidad de Puerto Bethel, a diez minutos de Santa Rosita en deslizador, se prepara para la gran inauguraci¨®n. Durante la tarde, Bryan se afana con dos shipibos afinando detalles, enterrando tubos y estudiando fallos. Todo es expectativa.
Al llegar la noche, tenemos que buscar d¨®nde dormir. En Puerto Bethel no hay hoteles. El pueblo entero forma una hilera de 2,3 kil¨®metros de casas paralelas a la orilla, con la selva como un muro infranqueable a sus espaldas. El alumbrado p¨²blico apenas se enciende durante tres horas en d¨ªas alternos, porque la gasolina del motor es demasiado cara. Solo hay un tel¨¦fono.
Una familia nos acoge en su casa, que es de las mejores porque tiene un fregadero. Nuestros anfitriones nos dan de cenar caldo de gallina con tallarines y cilantros. De guarnici¨®n, pl¨¢tano frito. Bebemos chapu, un jugo de pl¨¢tano caliente. La alimentaci¨®n aqu¨ª es fuerte: carbohidratos para trabajar horas en el campo. A la vez, es la comida m¨¢s fresca del mundo: los pollos, peces y vegetales son del huerto o del r¨ªo. He visto vivas a todas las cosas que he comido.
El problema es que no hay desag¨¹e. Despu¨¦s de comer, cuando las ganas aprietan, decido ir a la letrina que ser¨¢ mi ahijada. Abro la puerta de la casa. Pero afuera solo hay oscuridad. Para llegar debo andar quinientos metros con una linterna por un sendero que habitan v¨ªboras venenosas llamadas jergones.
Por la noche, bajo el cielo m¨¢s estrellado que he visto, escucho historias de terror amaz¨®nicas. Me hablan del Chuyachaqui, que se disfraza de alguien que t¨² conoces y te lleva a la selva para que te pierdas. Nunca encuentras el camino de regreso, hasta que te vuelves loco. Tambi¨¦n est¨¢ el pishtaco, que aparece como una luz cegadora y hace que te desmayes. Cuando pierdes la consciencia, se roba tus ¨®rganos vitales. Pero lo m¨¢s aterrador que oigo es el consejo final que me da Bryan, con toda naturalidad:
¡ªAntes de dormir, abre tu mosquitero y mata lo que encuentres dentro.
Ni siquiera llego al mosquitero. En la pared de mi cama hay una ara?a de diez cent¨ªmetros. Tengo que llamar a un miembro de mi equipo para que la mate, y de paso, acabe con la cucaracha que tiene al lado. Lo que nadie puede matar son los mosquitos. Mi repelente de turista playero les da risa a esos insectos. Pican incluso a trav¨¦s de la camiseta.
Cuando al fin me acuesto, me aseguro de que el mosquitero no deje una sola fisura. En otra habitaci¨®n, una compa?era del equipo pide ayuda con alg¨²n otro bicho. En el acto m¨¢s cobarde de mi vida, me niego a salir del mosquitero.
Ser pobre no es tener poco dinero. Ser pobre es tener que defecar entre tu casa y la de tu vecino. No poder dar un paso sin exponerte al ataque de un animal, o de un violador. Acostumbrarte a recibir picaduras, como una lluvia de humillaciones, y agradecer que no lleven veneno. Tardar seis horas en hacer el almuerzo, porque tienes que pescarlo t¨² mismo y no hay electricidad. Ser pobre es un maldito infierno.
Pero los habitantes de Puerto Bethel no pierden la sonrisa. Desde su punto de vista, cada vez est¨¢n mejor. Esperaron ocho a?os hasta recibir del Estado picos y palas, en los ochenta. Cinco a?os despu¨¦s abri¨® la primera escuela. Con el siguiente Gobierno, lleg¨® el motor de petr¨®leo para la luz el¨¦ctrica. Una empresa petrolera us¨® el pueblo cinco a?os como base de comunicaciones, y les dej¨® un peque?o muelle. El m¨¢ximo orgullo de Puerto Bethel es que una chica del pueblo ha llegado a ser polic¨ªa en Pucallpa.
As¨ª que la ma?ana siguiente, en la inauguraci¨®n, las autoridades del pueblo ofrecen solemnes discursos junto al Poiti Xobo, que es el nombre shipibo del retrete. Los ni?os han compuesto una canci¨®n dedicada a su nuevo amigo. Y el coordinador de UNICEF ofrece clases sobre su uso, explicando para qu¨¦ sirven las dos tapas y c¨®mo hay que sentarse.
¡ªNadie quiere o¨ªr sobre waters ¡ªcomenta una representante de UNICEF¡ª. No es f¨¢cil conseguir donaciones porque nadie quiere ver su nombre asociado a defecaciones. Solo empresas de agua, como Aquae, o alguna marca de papel higi¨¦nico apoyan estos trabajos. Y sin embargo, el saneamiento es una necesidad esencial de un grupo humano. Sin ¨¦l, no hay salud, ni siquiera seguridad.
Al final de la ceremonia, junto a una delegada de UNICEF, rompo una botella de aguardiente para inaugurar la letrina. Los shipibos me ponen un nombre en su idioma: Tsenan tsani, que significa ¡°el joven que cumple sus promesas¡±.
Ser¨ªa m¨¢s correcto ¡°el tipejo de mediana edad que no se atreve a salir del mosquitero¡±.
El animal vivo
Hace veinte a?os, por la ciudad de Iquitos pasaba el Amazonas, con su cremosa agua marr¨®n. Hoy pasa el Itaya, una corriente negra y brillante. El malec¨®n de Iquitos es el mismo. El r¨ªo, no.
Aqu¨ª la vida es as¨ª. El agua apenas se diferencia de la tierra. Lentamente, el caudal cambia de curso, se desv¨ªa, emergen nuevas islas o se inundan pueblos enteros. El r¨ªo es un animal vivo, un monstruo perezoso e implacable.
En lo que va de siglo, el monstruo est¨¢ enfadado. El cambio clim¨¢tico lo est¨¢ alterando. Los friajes, cuando la temperatura baja hasta los 18¡ã, han pasado de dos a trece por a?o. La poblaci¨®n no est¨¢ preparada para ese fr¨ªo, y la incidencia de neumon¨ªa es mayor aqu¨ª que en sierras nevadas y zonas de altura.
La crecida del r¨ªo, que antes duraba tres meses, se ha extendido a seis o siete, aumentando el riesgo de inundaci¨®n, y con ¨¦l, las plagas de mosquitos y los riesgos para la salud. Durante esos meses, adem¨¢s, no se puede sembrar.
En algunos tramos, el Amazonas pasa del kil¨®metro de ancho. En ambas orillas se aprecia el verde infinito y exuberante de la selva. Y sin embargo, son zonas deforestadas. Claro que hay plantas y ¨¢rboles. Pero los troncos madereros han sido depredados hace mucho, y con ellos se han ido sus frutos, y los insectos de esos frutos. Debido a la contaminaci¨®n, adem¨¢s, numerosas especies animales, como los manat¨ªes y los paiches, se han retirado a lagunas y r¨ªos m¨¢s apartados. Todo eso significa que hay menos comida.
En toda esta zona del planeta, el agua es mucho m¨¢s que un l¨ªquido para beber. Representa la diferencia entre un pueblo y una chabola. Es la ¨²nica herramienta para vivir sin enfermedades. Es la v¨ªa de transporte, el supermercado, el parque infantil.
Para nosotros los habitantes de las ciudades, conceptos como cambio clim¨¢tico o poluci¨®n son abstracciones, cosas que salen en el peri¨®dico. Sabemos que existen, sabemos que debemos horrorizarnos por ellos, pero no entendemos bien en qu¨¦ nos afectan.
En cambio, para los pobladores amaz¨®nicos, el monstruo acu¨¢tico es sensible, y debe estar de buen humor. Aqu¨ª, cuidar el agua es vivir con dignidad. Y contaminarla, una v¨ªa directa hacia la extinci¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.