Morado
En la Ciudad de M¨¦xico florean las jacarandas en lila para que al llover, las calles nos recuerden que lloramos morados
Creo recordar que sucede cada a?o: la primavera siendo in¨¦dita parece la misma e incluso se enga?a de oto?o para parecer m¨¢s fr¨ªa. En la Ciudad de M¨¦xico florean las jacarandas en lila para que al llover, las calles nos recuerden que lloramos morados: demorado el aut¨¦ntico amanecer que despeje de una vez por todas las madrugadas de nuestro descontento y enamorado el aliento constante por recuperar intacto en la memoria un beso, tan ¨²nico e irrepetible que no parece que fuera un a?o desde que los labios empezaron a resecarse.
En su brillante columna de hoy, Enrique Vila-Matas escribe sobre ¡°La alegr¨ªa del repetidor¡± (que no plagiario) e hila los perfiles de personajes secundarios, fugaces o simples (que no por ello dejan de volverse entra?ables). Habla de Akaki Ak¨¢kievich, el friolento fantasma de G¨®gol que parece vivir cada hora como una vida entera en busca de un capote que lo salve del fr¨ªo y habla de del alumno agachado llamado Jakob von Gunten que fue inventado en 1909 por Robert Walser y de Bartleby, el escribiente que so?¨® quiz¨¢ como recurrente necedad Herman Melville en 1856 y de Gregorio Samsa que amaneci¨® justo hace un siglo, convertido en un monstruoso insecto entre las cejas y puntiagudas de un tal Franz Kafka. Vila-Matas los re¨²ne bajo el com¨²n denominador biogr¨¢fico de ser ¡°repitentes¡±, personajes como el 34 de Alejandro Zambra que repite curso escolar sin remordimientos, como quien repite todos los d¨ªas la liturgia tediosa del id¨¦ntico desayuno o el necio desma?anado que anhela repetir la id¨¦ntica primavera de vidas pasadas, sabiendo que las flores moradas en realidad se visten de obispo en la liturgia de los inevitables duelos.
Parecer¨ªa que todas las flores moradas de esta primavera in¨¦dita han de ser escritas paso a paso con el id¨¦ntico morado que inundaba los otros abriles de a?os pasados
A Samsa, Bartleby, Ak¨¢kievich o al 34 que repite como poeta de ecolalias los mismos versos para cada abril, habr¨ªa quiz¨¢ que agregar a Wakefield, el hombre que sale un buen d¨ªa de su casa para un supuesto viaje de pocos d¨ªas y decide esa misma ma?ana instalarse en un departamento de una calle cercana a su hogar en Londres para ver pasar la vida durante 20 a?os sin ¨¦l. Wakefield se deja la barba al tiempo que mira de lejos a su mujer convertirse en viuda, a los amigos que seguir¨¢n frecuentando su antiguo hogar como para seguir pagando sus respetos y lo que no escribe su autor Nathaniel Hawthorne, es que Wakefield sobrevive como n¨¢ufrago quiz¨¢ por volverse precisamente ¡°repitente¡± de las secretas rutinas de su ¨ªntimo silencio: leyendo por las madrugadas y andando calles desconocidas, lejos de lo que fue su vida en casa; las mismas manos para lavarse la cara a medida que se cubre de barbas y la misma tonada que se tararea al abrir el envoltorio de un bocadillo o el paquete de tabacos. Pero la loca navegaci¨®n de Wakefield es tan abrumadora y alucinante que el propio autor Hawthorne niega ser el verdadero inventor de la historia y asegura dentro del relato que se trata de una historia que ¨¦l mismo ley¨® en un peri¨®dico ingl¨¦s.
Quiz¨¢ Cervantes sintiera la misma coqueta inquietud: al imaginar la mejor historia jam¨¢s imaginada, ha de intentar enga?arnos que fue en realidad Cide Hamete Benegeli quien so?ara de veras las locas andanzas de Alonso Quijano llamado el Bueno o quiz¨¢ lo explique mejor Borges al insinuar que es el propio Quijote quien se tiende a so?ar a la sombra de un ¨¢rbol que un tal Miguel Cervantes ha de escribir su aventura en tinta¡ y en los c¨ªrculos conc¨¦ntricos del laberinto parece entonces que el Sr. Wakefield decide de pronto volver a la puerta de su casa ¡ªveinte a?os despu¨¦s¡ª y abrir como si nada para que el cuento termine con puntos suspensivos que cada lector ha de intentar redactar en el mismo ¨¢nimo e id¨¦ntico af¨¢n con el que parecer¨ªa que todas las flores moradas de esta primavera in¨¦dita han de ser escritas paso a paso con el id¨¦ntico morado que inundaba los otros abriles de a?os pasados, tan entra?ables que en realidad, no parec¨ªan ¡°repitentes¡±.
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