Jugar a ser un inmigrante
Un pueblo mexicano organiza un simulacro para vivir la experiencia de ser un 'sin papeles'
Cuando la noche cae sobre las monta?as y los turistas entran a sus tiendas de campa?a, la localidad de El Alberto, en el Estado de Hidalgo, centro de M¨¦xico, se convierte en una frontera. Hace 11 a?os esta aldea, de unas 800 personas, era un pueblo fantasma. La mayor¨ªa dejaba sus tierras para cruzar sin papeles hacia Estados Unidos. Pero cada a?o el riesgo de llegar al otro lado se traduc¨ªa en menos historias de ¨¦xito y m¨¢s muertes. Por ello decidieron montar Ecoalberto, un parque ecol¨®gico que ofrece actividades comunes como kayak, rapel o tirolesa, y que, por la noche, organiza una caminata nocturna para todo aquel que quiera vivir la experiencia de ser un espalda mojada.
¡°La actividad nace con el objetivo de hacer conciencia en nuestros j¨®venes mostr¨¢ndoles que no intenten arriesgar sus vidas buscando una vida mejor en otro pa¨ªs¡±, se lee en su p¨¢gina de Internet. A las ocho de la noche el Comander, uno de los gu¨ªas pasa lista:
-Todos vayan por agua, suero y Tecate (cerveza)¡.Elena P¨¦rez
-Aqu¨ª
-Ay mamacita¡. s¨²base a la pick up
Unas siete camionetas recogen a los participantes para llevarlos a la iglesia de la comunidad desde donde comienza la caminata, la cual tiene un costo de 250 pesos (16 d¨®lares). Las reglas son claras. Prohibido usar linternas, llevar agua y obedecer a los coyotes (personas que gu¨ªan el camino para cruzar). Si la migra(polic¨ªa estadounidense) o los cholos (atracadores) atrapan al grupo, este nunca debe delatar el nombre del gu¨ªa solo deben contestar: ¡°Viajamos solos, vamos para el norte. Y correr. No dejar de correr.
El pueblo est¨¢ a 20 minutos del centro de Ixmiquilpan, un municipio de Hidalgo. El 39% de las personas de esta regi¨®n habla alguna lengua ind¨ªgena, seg¨²n datos de 2010 del Instituto de Estad¨ªstica (INEGI). En El Alberto predomina el h?? h?¨¹, una variante del otom¨ª. El camino para llegar al parque est¨¢ rodeado de monta?as de verdes faldas y secas cimas. Conforme el destino se acerca, el paisaje se va pintando con casas de claro estilo estadounidense. Grandes, de dos pisos, con varios y amplios salones y de tablaroca. Reflejo de un pueblo que regresa del pa¨ªs vecino con una t¨¦cnica aprendida y un gusto adquirido. ¡°All¨¢ s¨ª te dan pr¨¦stamos para tener una casa aunque tengas un trabajito modesto. Eso s¨ª, te tardas 30 a?os en pagarla, pero poquito a poco. Aqu¨ª, en cambio, nadie te ayuda¡±, cuenta Jos¨¦ -nombre ficticio-, un hombre sexagenario que recoge a los turistas en Ixmiquilpan para llevarlos al Ecoalberto y que en las noches juega el papel de gu¨ªa. Como ¨¦l, todos los que participan en la caminata nocturna tienen una historia que contar.
¡°Esto no es un entrenamiento. Buscamos crear conciencia y que sea una fuente de empleo para los h?? h?¨¹s. Queremos darle otro futuro a nuestros hijos para que no terminen como nosotros, que ni acabamos la primaria¡±, explica antes del comienzo de la actividad Sim¨®n, otro de los gu¨ªas. ¡°Lo que van a vivir no es ni el 5% de lo que significa cruzar la frontera¡±, advierte. La localidad de Alberto es ahora el desierto de Sonora, frontera de M¨¦xico con EE UU. Ya no hay vuelta atr¨¢s. El juego ha comenzado. Los participantes, en su mayor¨ªa j¨®venes y mexicanos, salen corriendo al son de las ¨®rdenes de los gu¨ªas. Atraviesan una carretera para introducirse en el monte. ¡°Pecho a tierra¡±, grita uno de los coyotes. Una camioneta con luces azules y rojas y la sirena de polic¨ªa rodea a los inmigrantes. Es la migra. ¡°Police Patrol. Surrender yourself. We are here to help you, there are other ways. We have mexican food, we have tamales¡±, se escucha por un altavoz en un excelente ingl¨¦s.
Los j¨®venes vuelven a correr, pero unos pasos m¨¢s adelante se topan con un grupo de cholos. ¡°Todos quietos. Las mujeres para all¨¢. ?rale zorra lev¨¢ntate. ?Qu¨¦ est¨¢s mirando? Ya te llev¨® la chingada, g¨¹erita¡±, grita uno de los supuestos atracadores a una de las chicas. Nadie falla. Todos est¨¢n metidos en su papel. Y as¨ª, entre falsos balazos, escondites, encuentros con narcotraficantes, huidas de la polic¨ªa, largas esperas y caminatas entre lodo, charcos, p¨²as, piedras, arena y t¨²neles sofocantes, los j¨®venes recorren casi tres kil¨®metros en cuatro horas. Solo algunos llegan al otro lado y ah¨ª los gu¨ªas vuelven a contar fragmentos de sus vidas. ¡°Yo estuve dos semanas sin comer y cuando llegu¨¦ al otro lado me traicion¨® la vendedora que me atendi¨® en una tiendita de comida. Era una paisana ?lo pueden creer?¡±, cuenta el Comander. ¡°Los cholos son mexicanos que est¨¢n a la espera para robarle todo a los que quieren cruzar. Te apuntan con pistolas en la cabeza, violan a las mujeres en tus narices. Y si no obedeces te matan¡±, explica Sim¨®n.
Los h?? h?¨¹s no solo intentan concienciar a la gente sobre los peligros de la inmigraci¨®n irregular, tambi¨¦n buscan hacer reflexionar sobre la importancia de la solidaridad mexicana. Cuando parece que la actividad ha terminado, los gu¨ªas ordenan a todos los del grupo vendarse los ojos y caminar unos metros para descubrir la ¨²ltima sorpresa: unas 30 personas del pueblo han iluminado con unas 300 antorchas toda la monta?a. Enseguida piden a dos voluntarios que sostengan una bandera de M¨¦xico y al resto que cante el himno nacional. No lo hacen con ¨¢nimo nacionalista, sino como una reivindicaci¨®n del trabajo en equipo. Y as¨ª la caminata nocturna concluye. Con un abrazo y un caf¨¦ caliente.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.