El mar que se convirti¨® en frontera
Negar el derecho universal de asilo significar¨ªa rechazar los principios humanitarios en los que se basa la Carta de las Naciones Unidas
Resulta bastante evidente que los mares unen y dividen al mismo tiempo. El Mediterr¨¢neo apenas cubre un 1% de la superficie mar¨ªtima del planeta, y es largo a la par que estrecho. Su relativa peque?ez lo ha convertido en un mar f¨¢cil de cruzar y en un punto de encuentro entre las civilizaciones de tres continentes: Europa, Asia y ?frica. Sin embargo, su historia no ha sido la de un contacto continuo entre las diferentes orillas: tras la ca¨ªda del Imperio Romano en Occidente, el contacto entre el este y el oeste del Mediterr¨¢neo, y tambi¨¦n entre el norte y el sur, se vio muy reducido. Aquel tambi¨¦n fue un periodo en el que la emigraci¨®n masiva cambi¨® el rostro del Mediterr¨¢neo: un pueblo germ¨¢nico, los v¨¢ndalos, lleg¨® hasta Cartago, en el norte de ?frica, mientras Espa?a y Portugal eran colonizadas por pueblos como los visigodos y los suevos, que acabar¨ªan haci¨¦ndose con el control pol¨ªtico.
La historia no se repite estrictamente, pero s¨ª podemos aprender algo observando las crisis del pasado y los intentos de resolverlas. La emigraci¨®n por el Mediterr¨¢neo vuelve a ser un tema principal, pero ahora llega hasta Europa occidental desde otras direcciones, desde Asia y ?frica, y no est¨¢ liderada, claro est¨¢, por caudillos victoriosos como Alarico el Godo o Genserico el V¨¢ndalo. Est¨¢ espoleada, en parte, por el deseo de encontrar una vida mejor, pero junto a los emigrantes econ¨®micos vemos un n¨²mero cada vez mayor de refugiados de la guerra y la destrucci¨®n. Muchos son miembros de grupos religiosos que sufren enormemente a manos de los islamistas radicales: cristianos sirios, yazid¨ªes, coptos, musulmanes chi¨ªes y un largo etc¨¦tera. Los ¨²ltimos vestigios de convivencia mediterr¨¢nea est¨¢n siendo eliminados a medida que Siria se desgarra por las facciones rivales. Los movimientos m¨¢s fan¨¢ticos han demostrado sentir tanto odio por los monumentos antiguos, los cementerios cristianos y los templos rivales como por la gente que venera a Dios de otra manera.
Todo esto ocurre en un momento en que el Mediterr¨¢neo est¨¢ roto. El mar, que ya dej¨® de ser un punto de encuentro, se ha convertido en una frontera, una barrera, y constituye la culminaci¨®n de un proceso que lleva en marcha al menos medio siglo. A nadie se le ocurrir¨ªa defender los reg¨ªmenes coloniales que pusieron toda la costa, desde Siria hasta Marruecos, bajo el dominio del Imperio Brit¨¢nico, Francia, Italia y Espa?a. Sin embargo, la descolonizaci¨®n se produjo justo cuando la Uni¨®n Sovi¨¦tica intentaba establecer su propia influencia en ?frica y Oriente Pr¨®ximo; Estados reci¨¦n fundados, como Argelia y la Rep¨²blica ?rabe Unida (que abarcaba Egipto y Siria), miraron hacia Mosc¨², y no hacia Occidente, en busca de fondos, apoyo militar y liderazgo. Al mismo tiempo, los pa¨ªses de las costas septentrionales del Mediterr¨¢neo comenzaron a dar la espalda al mar en busca de un nuevo futuro econ¨®mico, que esperaban m¨¢s pr¨®spero, en la Comunidad Europea.
La inmigraci¨®n hoy es una tragedia. La lecci¨®n jud¨ªa aconseja lanzar una operaci¨®n de rescate internacional
Puede que convertirse en miembros plenos de Europa les ayudase a resolver sus propios problemas econ¨®micos, y en efecto se gener¨® un fenomenal crecimiento de la econom¨ªa, sobre todo en Italia y Espa?a; sin embargo, la oportunidad de establecer v¨ªnculos con el norte de ?frica y Oriente Pr¨®ximo no se desarroll¨®, a pesar del considerable potencial de pa¨ªses como Argelia o T¨²nez. Sin duda, tras el desmoronamiento de la Uni¨®n Sovi¨¦tica pod¨ªa haberse buscado una oportunidad. Luego, la Uni¨®n para el Mediterr¨¢neo de Sarkozy se vio en general como una estratagema para excluir a Turqu¨ªa de la Uni¨®n Europea m¨¢s que como un intento de crear una estructura econ¨®mica eficaz que abordase cuestiones ecol¨®gicas fundamentales.
Si echamos la vista atr¨¢s podemos ver que hab¨ªa numerosos indicios de que las penurias econ¨®micas enviar¨ªan una oleada de inmigrantes a Europa. La ca¨ªda del comunismo en Albania, a la saz¨®n el pa¨ªs m¨¢s pobre del continente, provoc¨® la emigraci¨®n masiva, a menudo, en embarcaciones no aptas para navegar, hacia el sur de Italia. Comparado con lo que ocurre ahora, aquello era un problema local: pod¨ªa resolverse, hasta cierto punto, reconstruyendo la econom¨ªa albanesa con la ayuda de Italia y otros pa¨ªses vecinos. Hoy vemos inmigrantes llegados del ?frica subsahariana, del Magreb y de Oriente Pr¨®ximo, v¨ªctimas de una explotaci¨®n evidente por parte de los traficantes de personas, pero dispuestos a encomendarse a embarcaciones destartaladas, y lo bastante desesperados para querer o necesitar escapar de su tierra natal. Es una aut¨¦ntica tragedia, porque no hay soluci¨®n: admitir a todo el que quisiera venir a?adir¨ªa una enorme presi¨®n a unos recursos europeos ya forzados de por s¨ª; negar el derecho universal de asilo significar¨ªa rechazar los principios humanitarios en los que se basa la Carta de las Naciones Unidas. El resto del mundo no deber¨ªa quedarse de brazos cruzados. A mediados del siglo XX, los jud¨ªos vieron cerrarse muchas puertas en sus narices cuando intentaban marcharse desesperadamente, primero de Alemania y luego de Europa del Este. Esta vez, las puertas de todo el mundo democr¨¢tico deben abrirse, en una operaci¨®n de rescate internacional, y de hecho, intercontinental.
David Abulafia es autor de El gran mar: una historia humana del Mediterr¨¢neo (Cr¨ªtica, 2013) y profesor de Historia del Mediterr¨¢neo en la Universidad de Cambridge.
Traducci¨®n de News Clips.
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