El gobierno de los banqueros
La crisis griega es otra prueba de que son los ciudadanos, y no los acreedores, quienes deben decidir sobre el futuro de la UE
La ¨²ltima sentencia del Tribunal de Justicia Europeo [que permite al Banco Central Europeo (BCE) comprar deuda soberana para combatir la crisis del euro] arroja una luz hiriente sobre la fallida construcci¨®n de una uni¨®n monetaria sin uni¨®n pol¨ªtica. Todos los ciudadanos tuvieron que agradecer en el verano de 2012 a Mario Draghi, presidente del BCE, que con una sola frase [¡°har¨¦ lo necesario para sostener el euro¡±] salvara su moneda de las desastrosas consecuencias de un colapso que parec¨ªa inminente. Sac¨® las casta?as del fuego al Eurogrupo al anunciar que, de ser necesario, comprar¨ªa deuda p¨²blica en cantidad ilimitada. Draghi tuvo que dar un paso al frente porque los jefes de Gobierno eran incapaces de actuar en el inter¨¦s com¨²n de Europa; todos estaban hipnotizados, presos de sus respectivos intereses nacionales. En aquel momento, los mercados financieros reaccionaron ¡ªrelajando la tensi¨®n¡ª frente a una ¨²nica frase, a la frase con la que el jefe del BCE simul¨® una soberan¨ªa fiscal que no pose¨ªa en absoluto. Porque, ahora como antes, son los bancos centrales de los Estados miembros los que en ¨²ltima instancia avalan los cr¨¦ditos. El Tribunal Europeo no ha podido refrendar esta competencia en contra del texto literal de los tratados europeos; pero las consecuencias de su sentencia llevan impl¨ªcito que el BCE, con escasas limitaciones, puede cumplir el papel de prestamista de ¨²ltima instancia.
El tribunal ha bendecido una acci¨®n salvadora que no se ajusta del todo a la constituci¨®n, y el Tribunal Constitucional alem¨¢n secundar¨¢ esa sentencia a?adiendo las sutilezas a las que nos tiene acostumbrados. Uno tendr¨ªa la tentaci¨®n de afirmar que los guardianes del derecho de los tratados europeos se ven obligados a forzarlo, aunque sea indirectamente, para mitigar, caso por caso, las consecuencias indeseadas de los fallos de construcci¨®n de la uni¨®n monetaria. Defectos que solo pueden corregirse mediante una reforma de las instituciones, como juristas, polit¨®logos y economistas llevan a?os demostrando. La uni¨®n monetaria seguir¨¢ siendo inestable en tanto que no sea completada por la uni¨®n bancaria, fiscal y econ¨®mica. Pero esto significa ¡ªsi no queremos declarar con todo descaro que la democracia es un mero decorado¡ª que la uni¨®n monetaria debe desarrollarse para convertirse en una uni¨®n pol¨ªtica. Aquellos acontecimientos dram¨¢ticos de 2012 explican por qu¨¦ Draghi nada contra la corriente de una pol¨ªtica miope, cabr¨ªa decir insensata.
Estamos otra vez en crisis con Atenas porque a la canciller alemana, ya en mayo de 2010, los intereses de los inversores le importaban m¨¢s que una quita de la deuda para sanear la econom¨ªa griega. En este momento se ha puesto en evidencia otro d¨¦ficit institucional. El resultado de las elecciones griegas representa el voto de una naci¨®n que se defiende con una mayor¨ªa clara contra la tan humillante como deprimente miseria social de la pol¨ªtica de austeridad impuesta al pa¨ªs. El propio sentido del voto no se presta a especulaciones: la poblaci¨®n rechaza la prosecuci¨®n de una pol¨ªtica cuyo fracaso ha experimentado de forma dr¨¢stica en sus propias carnes. Investido de esta legitimaci¨®n democr¨¢tica, el Gobierno griego ha intentado inducir un cambio de pol¨ªtica en la eurozona. Y ha tropezado en Bruselas con los representantes de otros 18 Gobiernos, que justifican su rechazo remitiendo fr¨ªamente a su propio mandato democr¨¢tico. Recordemos los primeros encuentros, cuando los novicios ¡ªque se presentaban de forma prepotente llevados por el arrebato de su triunfo¡ª ofrec¨ªan un grotesco espect¨¢culo de intercambio de golpes con los residentes, que reaccionaban a medias de forma paternalista, a medias de forma despectiva y rutinaria: ambas partes insist¨ªan como papagayos en que hab¨ªan sido autorizadas cada una por su ¡°pueblo¡± respectivo. La comicidad involuntaria de su estrecho pensamiento nacional-estatal expuso con la mayor elocuencia ante la opini¨®n p¨²blica europea qu¨¦ es lo que realmente hace falta: formar una voluntad pol¨ªtica ciudadana com¨²n en relaci¨®n con las trascendentales debilidades pol¨ªticas en el n¨²cleo europeo.
Las negociaciones para llegar a un acuerdo en Bruselas se gripan porque ambas partes culpan de la esterilidad de sus negociaciones no a los fallos de construcci¨®n de procedimientos e instituciones, sino a la mala conducta de sus socios. El acuerdo no fracasa por unos cuantos miles de millones de m¨¢s o de menos, ni siquiera por uno u otro impuesto, sino ¨²nicamente porque los griegos exigen hacer posible que la econom¨ªa y la poblaci¨®n explotada por ¨¦lites corruptas tengan la posibilidad de volver a ponerse en marcha con una quita de la deuda o una medida equivalente; por ejemplo, una moratoria de los pagos vinculada al crecimiento. Los acreedores, por el contrario, no cejan en el empe?o de que se reconozca una monta?a de deudas que la econom¨ªa griega jam¨¢s podr¨¢ saldar. Es indiscutible que una quita de la deuda ser¨¢ irremediable, a largo o a corto plazo. No obstante, los acreedores insisten en el reconocimiento formal de una carga que de hecho es imposible pagar. Hasta hace poco manten¨ªan incluso la exigencia, literalmente fant¨¢stica, de un super¨¢vit primario superior al 4%. Es verdad que esta demanda se ha rebajado al 1%, que tampoco es rea?lista; pero, hasta el momento, el intento de llegar a un acuerdo, del que depende el destino de la Uni¨®n Europea, ha fracasado por la exigencia de los acreedores de sostener una ficci¨®n.
Naturalmente, los ¡°pa¨ªses donantes¡± tienen razones pol¨ªticas para sostenerla, ya que a corto plazo eso permite demorar una decisi¨®n desagradable. Temen, por ejemplo, un efecto domin¨® en otros pa¨ªses deudores; y Angela Merkel tampoco est¨¢ segura de su propia mayor¨ªa en el Bundestag. Pero est¨¢ fuera de toda duda la necesidad de revisar una pol¨ªtica equivocada a la luz de sus consecuencias contraproducentes. Por otro lado, tampoco se puede culpar del desastre solo a una de las partes. No puedo juzgar si a las maniobras t¨¢cticas del Gobierno griego subyace una estrategia meditada, ni qu¨¦ hay que atribuir a imposiciones pol¨ªticas, qu¨¦ a la inexperiencia o a la incompetencia de los negociadores. Estas dif¨ªciles circunstancias impiden explicar por qu¨¦ el Gobierno heleno pone dif¨ªcil incluso a sus simpatizantes discernir un rumbo en su err¨¢tico comportamiento. No se observa ning¨²n intento razonable de construir coaliciones; no se sabe si los nacionalistas de izquierda tienen en mente una idea un tanto etnoc¨¦ntrica de la solidaridad e impulsan la permanencia en la eurozona solo por razones de astucia, o si su perspectiva va m¨¢s all¨¢ del Estado naci¨®n. La exigencia de una quita de la deuda, bajo continuo de sus negociaciones, no basta para despertar en la parte contraria la confianza de que el nuevo Gobierno va a ser diferente, de que actuar¨¢ con mayor energ¨ªa y responsabilidad que los Ejecutivos clientelistas a los que ha sustituido. Tsipras y Syriza hubieran podido desarrollar el programa reformista de un Gobierno de izquierda y ¡°present¨¢rselo¡± a sus socios de negociaci¨®n en Bruselas y Berl¨ªn.
La discutible actuaci¨®n del Gobierno griego no suaviza un ¨¢pice el esc¨¢ndalo de que los pol¨ªticos de Bruselas y Berl¨ªn se nieguen a tratar a sus colegas de Atenas como pol¨ªticos. Aunque tienen la apariencia de pol¨ªticos, solo se permiten hablar en su condici¨®n econ¨®mica de acreedores. Esa transformaci¨®n en zombis busca presentar la dilatada situaci¨®n de insolvencia de un Estado como un suceso apol¨ªtico propio del derecho civil, un suceso que podr¨ªa dar lugar al ejercicio de acciones ante un tribunal. Pues de este modo es tanto m¨¢s f¨¢cil negar una corresponsabilidad pol¨ªtica.
Merkel embarc¨® desde el principio al Fondo Monetario Internacional (FMI) en sus dudosas maniobras de rescate. El FMI tiene competencias sobre las disfunciones del sistema financiero internacional; como terapeuta, vela por su estabilidad y, por tanto, act¨²a en el inter¨¦s conjunto de los inversores, en especial de los inversores institucionales. Como miembros de la troika, las instituciones europeas tambi¨¦n se funden con este actor, de tal modo que los pol¨ªticos, en la medida en que act¨²en en esta funci¨®n, pueden retirarse al papel de agentes que se rigen estrictamente por normas y a los que no se les pueden exigir responsabilidades. Esa disoluci¨®n de la pol¨ªtica en la conformidad con los mercados puede explicar la desverg¨¹enza con la que los representantes del Gobierno federal alem¨¢n, todos ellos personas sin tacha moral, niegan su corresponsabilidad pol¨ªtica en las devastadoras consecuencias sociales que han aceptado, en tanto que l¨ªderes de opini¨®n en el Consejo Europeo, como consecuencias de la imposici¨®n de un programa neoliberal de austeridad. El esc¨¢ndalo dentro del esc¨¢ndalo es la obcecaci¨®n con la que el Gobierno alem¨¢n percibe su papel de liderazgo. Alemania debe el impulso inicial para su despegue econ¨®mico, del que todav¨ªa se alimenta hoy, a la generosidad de las naciones acreedoras que en el Tratado de Londres de 1954 condonaron m¨¢s o menos la mitad de sus deudas.
Pero no se trata de una puntillosidad moral, sino del n¨²cleo pol¨ªtico: las ¨¦lites pol¨ªticas de Europa no pueden seguir ocult¨¢ndose de sus electores, escamoteando incluso las alternativas ante las que nos sit¨²a una uni¨®n monetaria pol¨ªticamente incompleta. Son los ciudadanos, no los banqueros, quienes tienen que decir la ¨²ltima palabra sobre las cuestiones que afectan al destino europeo.
J¨¹rgen Habermas es fil¨®sofo alem¨¢n. Acaba de publicar Mundo de la vida, pol¨ªtica y religi¨®n (editorial Trotta).
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