Por qu¨¦ la sangre del le¨®n Cecil nos mancha a todos
Quiz¨¢s esa indignaci¨®n generalizada contra el cazador refleje una toma de conciencia: o nos salvamos y respetamos juntos, o juntos nos perderemos
El le¨®n africano Cecil, muerto a flechazos por un dentista y cazador estadounidense en el parque Hwange de Zimbabue, se ha convertido en el emblema de la crueldad humana con los animales. Su sangre nos mancha a todos.
El mundo, y sobre todo los ni?os, est¨¢n llorando la muerte de Cecil y para consolar a los peque?os los padres les hacen dormir abrazados a un le¨®n de juguete.
Es posible que esa historia que se apoderado de las redes sociales nos haya dolido a cada uno de nosotros por motivos diferentes. Sin duda, en ella se mezclan una serie de elementos que hacen m¨¢s repugnante y simb¨®lica esa tragedia animal, como el enga?o para arrancar a la fiera del parque, su muerte cruel al dejarle dos d¨ªas agonizando, su posterior decapitaci¨®n y los 50.000 d¨®lares pagados para corromper, supuestamente, a gu¨ªas del parque.
Los soberbios humanos no debemos olvidar que la vida animal est¨¢ estrechamente ligada a la nuestra. Formamos, personas y animales, una ¨²nica familia indisoluble
S¨ª, ya lo s¨¦. Hay quien ha escrito: ?por qu¨¦ tanto ruido por el sacrificio, aunque doloso, de un le¨®n, cuando se asesina cada d¨ªa a miles de humanos inocentes? ?Qu¨¦ a?ade la muerte cruel de un animal a la barbarie que nos brinda cada d¨ªa nuestra presunta humanidad? ?Por qu¨¦ la gente no llora, protesta y se indigna m¨¢s bien con las injusticias sociales que siembran de v¨ªctimas nuestro planeta?
Y, sin embargo, la crueldad perpetrada contra el le¨®n est¨¢ ah¨ª. El mundo se ha levantado contra el cazador estadounidense. Quiz¨¢s porque lo ha visto como el espejo que nos devuelve lo m¨¢s bajo de nuestros instintos de violencia y desprecio por la vida. Y cuando hablamos de vida, los soberbios humanos no podemos ni debemos olvidar que la vida animal est¨¢ estrechamente ligada a la nuestra. Formamos, personas y animales, una ¨²nica familia indisoluble.
Quiz¨¢s esa indignaci¨®n generalizada contra el cazador del le¨®n refleje una toma de conciencia colectiva y positiva de que en este mundo nuestro, o nos salvamos y respetamos juntos o juntos nos perderemos.
Si a cada uno le ha podido doler el sacrificio in¨²til y b¨¢rbaro de Cecil por un motivo diferente, hay uno que ha quedado silenciado o inadvertido. Palmer, el dentista cazador, se dice arrepentido. Pero no de su crueldad con el animal, sino porque, dice, ¡°no ten¨ªa ni idea que el le¨®n fuera tan famoso y conocido¡±.
?Eso significa que si hubiese sido un le¨®n cualquiera, sin fama, sin nombre, sin gloria, no se habr¨ªa arrepentido de enga?arle, matarle y torturarle y hasta pagar por ello?
?No les recuerda eso lo que pensamos del trato que merecen en nuestra sociedad humana los famosos e importantes, al rev¨¦s de los an¨®nimos y sin gloria? ?No suelen ser tratados incluso en los tribunales de justicia de forma diferenciada los famosos e importantes, los que ostentan poder y riqueza, y los parias de las tres p: pobres, putas y negros (pretos, en portugu¨¦s)?
?No nos recuerda la sorpresa del cazador que mat¨® al le¨®n porque no sab¨ªa que era famoso lo que se hace con las gentes de nuestras comunidades carentes? All¨ª las v¨ªctimas de la violencia institucional son sacrificadas sin excesiva preocupaci¨®n, ya que no son famosos, ni tienen nombre y poder,
?frica, la tierra del le¨®n Cecil, es otro emblema de esa injusticia e indignidad internacional perpetrada contra los que no son famosos. Es un continente abandonado a su suerte. La muerte de sus hijos no nos quita el sue?o.
?Causar¨ªa el mismo clamor mundial, el mismo eco en los medios de comunicaci¨®n, el naufragio de un barco con miles de emigrantes africanos an¨®nimos que si los n¨¢ufragos fueran grandes industriales, pol¨ªticos o artistas de fama de Estados Unidos?
La sorpresa del cazador por el clamor de protesta contra quien mat¨® al animal deber¨ªa hacernos reflexionar. Y los 50.000 d¨®lares pagados para martirizar al le¨®n son un escarnio para todos los que en el mundo pasan hambre o mueren por falta de dinero para curarse.
Cuando el Rey de Espa?a, Juan Carlos I, pag¨® unos 75.000 euros para matar por deporte a un elefante tambi¨¦n en ?frica, una mujer que no conozco, Esther Marin, escribi¨® en mi blog algo que conserv¨¦ y nunca olvido: ¡°Con lo que el rey pag¨® para darse el gusto de matar a un elefante inocente, yo hubiera salvado a mi hija de cinco a?os. La perd¨ª porque no ten¨ªa recursos para conseguirle unas medicinas muy caras que pod¨ªa comprar solo en Estados Unidos¡±.
Aquella ni?a y aquella madre formaban parte de esos millones de humanos que pueden morir, sin que nos escandalicemos, porque a fin de cuentas no eran famosos.
?Gracias, le¨®n Cecil, por estar despertando con tu sacrificio in¨²til y cruel nuestra conciencia burguesa y adormecida!
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