Larga vida a Bachar el Asad
El l¨ªder sirio ha mutado de enemigo absoluto a aliado necesario
?Cu¨¢l es el enemigo? ?Cu¨¢l es el objetivo? ?Qu¨¦ sucede despu¨¦s de la victoria? Cualquier guerra que decida emprenderse debe responsabilizarse de estas cuestiones elementales. No es el caso del conflicto sirio, con m¨¢s raz¨®n cuando Bachar el Asad ha mutado de enemigo absoluto a aliado necesario sobre los cad¨¢veres y los escombros que arrojan cuatro a?os de sangr¨ªa.
Debe sentirse reconfortado el brutal dictador con su rehabilitaci¨®n. Se la ha proporcionado la ferocidad de Estado Isl¨¢mico, (EI) hasta el extremo de que la ¡°comunidad internacional¡±, una abstracci¨®n geopol¨ªtica, ha incurrido en un ejercicio de amnesia para disculpar la masacre de civiles, la destrucci¨®n de ciudades, la aberraci¨®n de las armas qu¨ªmicas y el aniquilamiento de ni?os parecidos a Ayl¨¢n, muchos de ellos gaseados colectivamente.
Ya declar¨® John Kerry, secretario de Estado norteamericano, que El Asad era un ep¨ªgono de Hitler. Lo hizo para extremar una estrategia de derrocamiento en la ingenuidad de la primavera ¨¢rabe que aport¨® recursos militares al Ej¨¦rcito de Libre Siria y que aline¨® una coalici¨®n de la que formaba parte Israel, naturalmente porque esta guerra de guerras sobrepuestas exig¨ªa retratar a los aliados de El Asad en el eje del mal, al comp¨¢s de Ir¨¢n y del brazo armado de Hezbol¨¢.
Quedaba expuesto el viejo antisionismo, como quedaba a¨²n m¨¢s clara la escenificaci¨®n del conflicto entre chi¨ªes y sun¨ªes, aunque no hace falta recurrir a motivos religiosos para explicar el papel determinante de Vlad¨ªmir Putin. Protegi¨® a El Asad en el Consejo de Seguridad de la ONU. Lo ha apoyado militarmente. Y ha pluriempleado la ¨²nica base de Rusia en el Mediterr¨¢neo para redundar en la guerra fr¨ªa con EE UU.
El zar empieza a celebrar su victoria. Toda la fragilidad que El Asad disimula en Siria ¡ªuna poblaci¨®n exhausta, una guerra civil devastadora¡ª contrasta con su repunte de credibilidad internacional. El ministro Garc¨ªa Margallo, por ejemplo, declar¨® que debe contarse con ¨¦l, sobrentendiendo que El Asad es ¡°nuestro hijo de puta¡±.
No es un exabrupto gratuito, sino la extrapolaci¨®n geopol¨ªtica del somozismo, o sea, el cinismo con que Occidente ha sido indulgente con los dictadores sanguinarios cuando urg¨ªa desactivar un problema mayor. O tan grande como la amenaza del Estado Isl¨¢mico, cuya irrupci¨®n en Siria nos pareci¨® interesante porque hac¨ªa la competencia a Al Qaeda ¡ªla guerra por la hegemon¨ªa del yihadismo¡ª y porque engrosaba el frente com¨²n anti-Asad, ignor¨¢ndose entonces que se hab¨ªa incubado la serpiente de Al Bagdadi.
Ya no es el enemigo el presidente sirio. Nos gusta su traje, su corbata, su laicismo, su se?ora. Ni siquiera EE UU lo puede reprobar. Porque la apertura diplom¨¢tica hacia Ir¨¢n invita a suavizar la aversi¨®n al r¨¦gimen de Damasco. Y porque el EI representa ahora (ya veremos hasta cu¨¢ndo) la propia arbitrariedad de Occidente en su cat¨¢logo variable de antagonistas e hijos de puta.
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