La odisea de los refugiados para alojarse en un hostal en Belgrado
Los Omar cuentan su intento fallido por conseguir habitaci¨®n y evitar a la polic¨ªa serbia
El papelito que sostiene Abdulaziz al Omar en su mano contiene un mapa. Lo ense?a como si marcara la ruta del tesoro. Quiz¨¢. La l¨ªnea trazada en el panfleto lleva desde la estaci¨®n central de Belgrado hasta el hostal Sonia, a unos 15 minutos en tranv¨ªa. Son ocho de Raqa en busca de cama. Abdulaziz, de 34 a?os, viene con su mujer, Siham, de 33, y sus tres hijos, de 3, 7 y 8 a?os. Junto a ellos, tres amigos de la familia, parcos en palabras. ¡°Queremos llegar al hotel para dormir esta noche¡±, dice Abdulaziz desde el parque donde se concentran cientos de refugiados, muchos a cobijo en tiendas de campa?a donadas. Est¨¢n cansados, su rostro retorcido; acaban de llegar de la frontera macedonia en autob¨²s hasta la capital de Serbia. Vienen de la cuna yihadista en Siria; son v¨ªctimas del Estado Isl¨¢mico, el enemigo n¨²mero uno se?alado por tantas canciller¨ªas. Pero en Europa no tienen ni techo ni cama.
Belgrado, a unos 400 kil¨®metros de la frontera macedonia, es para muchos refugiados un punto de alivio en su periplo hacia el norte de Europa, un lugar donde coger aliento antes de afrontar un gran escollo, el cruce entre Serbia y Hungr¨ªa. Salah, sirio de 43 a?os de Deir al Zor, tierra tambi¨¦n tomada por yihadistas, est¨¢ sentado en un banco de piedra, de espaldas a la familia de Abdulaziz, que a¨²n pregunta con su papelito. ¡°Un amigo me dijo ayer que trat¨¢ramos de cruzar a Hungr¨ªa¡±, dice Salah, ¡°pero es precipitado, necesito reponerme un par de d¨ªas¡±. Los ocho de Raqa no pueden esperar. Tienen un billete de autob¨²s para las 12.00 del d¨ªa siguiente hacia Kanjiza, junto a la frontera. Y para seguir no quieren quedarse en el parque. Creen que puede venir la polic¨ªa. Necesitan una cama, sobre todo los ni?os.
En sus ni?os, en Ahmed, Ali y Besina, piensa sobre todo su madre. Sonr¨ªe cuando habla de ellos. ¡°Quiero que vivan a salvo, en un lugar seguro¡±, se?ala Siham. ¡°Y quiero que estudien en Alemania¡±. Abandona el relato y su rostro vuelve al lamento por la tardanza en llegar al hotel. Anochece en la ciudad. Los que esperan en la parada no pueden evitar la mirada indiscreta. Hay que esperar al tranv¨ªa 13. ¡°Con el Daesh [acr¨®nimo peyorativo en ¨¢rabe de Estado Isl¨¢mico] todo es no, no y no¡±, dice Abdulaziz. Uno de sus amigos en el grupo, tocayo, se rompe a hablar: ¡°Huimos de all¨ª por el Daesh¡±, cuenta, ¡°si fumas, 30 latigazos y dos d¨ªas en prisi¨®n; el pantal¨®n no puede llegarte a los tobillos, y la barba tiene que ser larga, pero no como la tuya, con el bigote m¨¢s corto¡±, contin¨²a. Se r¨ªen sus dos colegas, esquivos ante la c¨¢mara, uno de ellos enganchado a un cigarrillo que consume despacio. Hay que hablar mucho para que no caigan derrotados por la fatiga. Y vigilar a Ahmed, el m¨¢s revoltoso, para que no juegue en las v¨ªas.
El tranv¨ªa n¨²mero 13 deja a unos 150 metros del hotel Sonia, muy cerca de un puente, en una zona algo desangelada de Belgrado. Una mujer que espera al autob¨²s, alta, elegante, con unos rasgos eslavos muy marcados, ayuda al grupo a llegar. Al final de un callej¨®n, casi sin luz, el letrero del hostal. Seg¨²n entra, Siham cae rendida con los peque?os en unos sillones. Malas noticias. ¡°?Ten¨¦is papeles?¡±, pregunta el due?o del alojamiento. Una vez que los refugiados dejan Macedonia a su espalda, las autoridades serbias tienen establecido un punto para registrar a los que transitan. Muchos, como estos ocho de Raqa, sortean los controles por miedo. ¡°Con papeles os dejar¨ªa dormir aqu¨ª¡±, dice solicito el responsable del hostal, ¡°pero no quiero hacer nada que me lleve a la c¨¢rcel¡±.
Opci¨®n: ir hasta la comisar¨ªa m¨¢s cercana, a unos 200 metros, y pedir los papeles. ¡°Si llev¨¢is ni?os es m¨¢s f¨¢cil que os los den en el momento¡±. ¡°?Polic¨ªa?¡±, pregunta Abdulaziz, el amigo de la familia. Detr¨¢s, en Siria, dej¨® a su mujer embarazada. Quiere llev¨¢rsela a ?msterdam, la capital holandesa, adonde desea llegar en este viaje. ¡°No polic¨ªa, por favor, siempre dan problemas; detuvieron aqu¨ª a un amigo hace un mes y estuvo varios d¨ªas en la c¨¢rcel¡±. Ellos tienen un billete para partir en 16 horas y una fecha l¨ªmite para cruzar, el 15 de septiembre. Para entonces, Budapest puede haber desplegado al Ej¨¦rcito para contener el paso de refugiados. Opci¨®n: volver al parque. ¡°Estaremos un d¨ªa m¨¢s sin dormir¡±, prosigue con resignaci¨®n y una pizca de rabia, ¡°pero al menos los ni?os descansar¨¢n¡±.
Las cabezas andan gachas en el centro del autob¨²s, el 53, que vuelve hacia el parque abarrotado. Bajan del bus y se sientan a la entrada, sin acceder al c¨¦sped. No hay m¨¢s remedio. El joven silencioso, el fumador, aprovecha para encender otro cigarro. Ahora ya puede.
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