Una noche en Filadelfia con el Papa, Aretha Franklin y Juanes
El Encuentro Mundial de las Familias re¨²ne en la ciudad a cientos de miles de personas de todas las edades y condici¨®n social
La monja Mar¨ªa Piet¨¢, de 33 a?os, sobresale entre la multitud. Ella y sus tres compa?eras de convento son de las pocas vestidas con ropa religiosa. El p¨²blico a su alrededor lo integra gente mayor, muchas familias con ni?os y veintea?eros con est¨¦tica moderna. Todos est¨¢n, este s¨¢bado, en una larga avenida ajardinada en Filadelfia, esperando la llegada del Papa Francisco, que pronunciar¨¢ un discurso en el Encuentro Mundial de las Familias. Son cientos de miles de personas.
Antes y despu¨¦s de las palabras del pont¨ªfice, habr¨¢ conciertos de m¨²sica, lecturas de textos religiosos y charlas de familias de todo el mundo. El maestro de ceremonias es el actor Mark Wahlberg. Suben al escenario desde m¨²sicos religiosos hasta estrellas renombradas, como Aretha Franklin, el tenor Andrea Bocelli y el cantante colombiano Juanes.
Los alrededores de la avenida recuerdan al de un festival de m¨²sica: hay basura acumulada en el suelo, colas para comprar comida y decenas de sanitarios port¨¢tiles. Pero la m¨²sica, salvo la de Juanes, no acaba de electrizar al p¨²blico, ya sea por el fr¨ªo, porque entre canci¨®n y canci¨®n hay varias charlas anodinas o porque solo Francisco logra encender los ¨¢nimos.
Mar¨ªa Piet¨¢ -su nombre religioso- luce cara de cansada, pero no deja de sonre¨ªr. Se ha levantado pronto para llegar desde el barrio neoyorquino del Bronx, en el que est¨¢ su convento, hasta Filadelfia. Lo ha hecho en una combinaci¨®n de coches y trenes junto a 300 peregrinos de parroquias cercanas. La noche del s¨¢bado dormir¨¢ a medio camino entre Nueva York y Filadelfia. Y el domingo volver¨¢ a Filadelfia para atender la misa que oficiar¨¢ Francisco en esta misma avenida, Benjamin Franklin, en el centro de la ciudad. Ser¨¢ el colof¨®n de la gira del pont¨ªfice por Cuba y Estados Unidos.
Piet¨¢, que se hizo monja en 2005, ya vio al Papa el viernes en Nueva York. Pero ahora busca nuevas experiencias: ¡°La atmosfera de ver a tanta gente que est¨¢ emocionada y enamorada de una iglesia que est¨¢ unida como una sola familia de distinto tipo de gente y origen¡±, dice. ¡°El papado de Francisco se basa por completo en llevar la Iglesia a la gente¡±.
La heterogenidad del p¨²blico propicia esa sensaci¨®n de transversalidad. Incluso de normalizaci¨®n de la diversidad cat¨®lica. Es inusual ver a una monja comiendo un perrito caliente, tomando fotograf¨ªas o bailando, mientras a unos metros hay unos j¨®venes, vestidos con ropa casual, utilizando constantemente su tel¨¦fono m¨®vil. Y que entre ellos, se vea a gente mayor acomodada en una silla de picnic y ni?os corriendo alegremente. El efecto Francisco los ha tra¨ªdo todos aqu¨ª.
Piet¨¢ sabe que su est¨¦tica (un h¨¢bito gris y un velo negro en la cabeza) puede llamar la atenci¨®n a algunos. Se la ve c¨®moda contando por qu¨¦, como ella describe, ¡°renunci¨® a todo¡± para ser monja: ¡°una familia, vida normal, una carrera, tener hijos¡±. Tras estudiar M¨²sica, Educaci¨®n y Teolog¨ªa en la universidad, sinti¨®, dice, la ¡°llamada¡± de Dios. Aparc¨® sus planes de ser profesora de c¨¢ntico de coro y se uni¨® a la Comunidad de las Hermanas Franciscanas de la Renovaci¨®n en el Bronx para ¡°cumplir su pasi¨®n¡± de ayudar a los pobres.
La monja, asegura, vive muy humildemente para seguir el ejemplo de Jes¨²s. Destina su d¨ªa a d¨ªa a rezar y tareas de asistencia social. No tiene tel¨¦fono m¨®vil. En el convento, en el que viven siete monjas, no hay Internet ni televisores y se financia, dice Piet¨¢, con donaciones. ¡°Me veo toda la vida as¨ª, no mir¨® atr¨¢s¡±, subraya.
Las vidas de los congregados en la avenida de Filadelfia son distintas. Pero las diferencias de edad y vestimenta se diluyen por completo ante el magnestismo de Francisco. Todos reaccionan igual cuando finalmente colman sus ansias: a las 7 de la tarde irrumpe el Papa a bordo de su veh¨ªculo descubierto. Monjas, j¨®venes y mayores se sobresaltan cuando se intuyen las luces de la comitiva papal, alzan casi sin pensarlo sus tel¨¦fonos m¨®viles o c¨¢maras para inmortalizar la llegada inminente del papam¨®vil y gritan hist¨¦ricos cuando ven pasar a Francisco durante escasos segundos.
Piet¨¢ ha tomado con una c¨¢mara digital varias fotograf¨ªas del paso del Papa. Se las ense?a, agitada, a las tres monjas que la acompa?an. Todas miran la pantalla de la c¨¢mara y r¨ªen. A su alrededor, casi todos hacen lo mismo.
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