Llevar la escuela a las ni?as
La maestra afgana premiada por ACNUR admite su frustraci¨®n ante una sociedad que no acepta que env¨ªe a sus propias hijas a estudiar fuera
Aqeela Asefi es una mujer con una misi¨®n: educar a las ni?as afganas aunque sea llev¨¢ndoles la escuela a la puerta de sus casas. Tal es la f¨®rmula que utiliz¨® en el asentamiento de refugiados de Kot Chandana, en Pakist¨¢n, al que tuvo que trasladarse a los 26 a?os, con su marido y sus dos hijos peque?os, cuando la guerra alcanz¨® Kabul en 1992, y que le ha valido la concesi¨®n del Premio Nansen del Alto Comisionado de Naciones Unidos para los Refugiados (ACNUR).
¡°Hay que encontrar f¨®rmulas innovadoras que tengan en cuenta las sensibilidades culturales para llegar hasta el mayor n¨²mero de ni?as, incluso si tenemos que hacer algunas concesiones¡±, defiende durante una conversaci¨®n en la sede del ACNUR en Ginebra, horas antes de recibir el galard¨®n.
En una sociedad en la que las adolescentes no pueden salir de casa si no est¨¢n acompa?adas por un hombre de la familia, ella convenci¨® a los notables locales dando el curso de alfabetizaci¨®n en su domicilio. Solo tres a?os despu¨¦s, cuando gan¨® su confianza, pudo trasladar las clases a las aulas que hab¨ªa construido el ACNUR. El ¨¦xito de su modelo le granje¨® el respaldo de las autoridades educativas paquistan¨ªes e hizo que se replicara en otros campamentos: ahora se han abierto en ellos otras seis escuelas, en las que hay inscritos m¨¢s de 1.500 ni?os y ni?as.
Sin embargo, a¨²n hay muchos lugares, tanto en Pakist¨¢n como en Afganist¨¢n, donde los ni?os y, sobre todo las ni?as, no est¨¢n escolarizados. Aqeela se?ala la pobreza como un factor determinante. ¡°Las familias necesitan los ingresos que les proporcionan los hijos¡±, se?ala.
En el caso de las ni?as, las dificultades se ampl¨ªan por el tab¨² a que les d¨¦ clase un hombre (no hay suficientes maestras), el miedo a que vayan solas a la escuela o el riesgo de violaci¨®n.
No siempre ha sido as¨ª. Su caso es prueba de ello. Estudi¨® para ser maestra en el Afganist¨¢n de los a?os ochenta. ¡°Tuve la suerte de nacer en una familia ilustrada. Mi padre era ingeniero de la compa?¨ªa a¨¦rea nacional¡±, explica. Ese empleo le llev¨® a Kandahar, en el sur past¨²n del pa¨ªs, donde Aqeela conoci¨® a su marido y empez¨® a trabajar, primero como voluntaria en alfabetizaci¨®n de adultos y luego como maestra. Pero reconoce que siempre ha habido un sector de la sociedad afgana opuesto a la educaci¨®n, en especial de las ni?as.
?Alguna comunidad en particular? ¡°El recelo es m¨¢s frecuente en las zonas rurales, y la mayor¨ªa son past¨²n¡±, admite. Incluso ella ha encontrado muros infranqueables.
¡°Como madre me duele cuando tengo que ceder a las restricciones culturales¡±, conf¨ªa. A Aqeela, que tiene ahora 49 a?os y seis hijos, le gustar¨ªa que sus cuatro hijas, tres de las cuales ya han completado la secundaria, pudieran proseguir sus estudios en alguna ciudad paquistan¨ª. Pero si las enviara fuera, como hizo con el mayor, ¡°la comunidad se molestar¨ªa y perder¨ªa su confianza¡±.
Por eso est¨¢ pensando en volver a Afganist¨¢n. Incluso tiene un proyecto, al que piensa dedicar buena parte de los 100.000 d¨®lares del premio, para trasladar su f¨®rmula educativa a las familias de retornados que se han instalado en las afueras de Kabul y que se muestran reacias a escolarizar a las ni?as. Sin embargo, los acontecimientos del ¨²ltimo a?o la tienen preocupada. ¡°Desde que salimos en 1992, nunca he tenido miedo, pero ahora cuando miro a mi pa¨ªs veo que la situaci¨®n se est¨¢ deteriorando y siento una gran incertidumbre¡±, concluye.
ACNUR calcula que, tras tres d¨¦cadas de conflictos armados, unos 2,6 millones de afganos, la mitad de ellos menores de 14 a?os, permanecen en el exilio, principalmente en Pakist¨¢n, donde viven cerca de mill¨®n y medio, e Ir¨¢n, que acoge a otros 950.000 afganos.
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