El zar contra el sult¨¢n
Las disputas entre Putin y Erdogan retratan un anacronismo, y ponen en evidencia las similitudes de ambos presidentes
M¨¢s que un estado feudal t¨¢rtaro, el Kanato de Astrac¨¢n fija el origen del primer conflicto ¨C1568¨C entre el imperio ruso y el otomano, predisponiendo una hemorragia bilateral que abarca desde entonces el inventario 15 guerras oficiales y que acaba de concederse el estrambote del avi¨®n SU-24 derribado al sur de Anatolia por la aviaci¨®n de Ankara.
Resulta dif¨ªcil anticiparse a las secuelas de este presumible casus belli, entre otras razones porque el ardor guerrero de sus protagonistas, Vlad¨ªmir Putin y Tayyip Erdogan, parece adjudicarles el papel de zar y de sult¨¢n a la usanza de los conflictos pret¨¦ritos o al antojo de sus respectivas egolatr¨ªas.
La egolatr¨ªa les acerca, como sucede con muchos otros paralelismos. Incluidos la edad ¨C63 y 61 a?os¨C y la subordinaci¨®n de la "guerra total" al Estado Isl¨¢mico a sus intereses particulares.
Erdogan ha aprovechado la emergencia yihadista para depurar a brochazos a la insurgencia kurda
Erdogan ha aprovechado la emergencia yihadista para depurar a brochazos a la insurgencia kurda, de la misma manera que Putin ha antepuesto a cualquier otro criterio su inter¨¦s geopol¨ªtico ¨Cla base siria de Tartus¨C y la custodia de Al Asad, derivando el curso de los bombardeos no tanto al territorio comprometido por el ISIS, como a la resistencia que lleva cuatro a?os intentando derrocar la tiran¨ªa de Damasco.
No hay una guerra en Siria. Hay varias guerras superpuestas a la que termina de a?adirse el anacronismo del conflicto ruso-turco. Igual que Putin responsabiliza a la minor¨ªa turcomana de su vinculaci¨®n al yihadismo, Erdogan, musulm¨¢n sun¨ª, abomina de las intenciones con que su hom¨®logo del Kremlin aspira a salvaguardar a la minor¨ªa chi¨ª que representa Al Asad, y que explica la solidaridad coreogr¨¢fica de Ir¨¢n y de Hezbol¨¢.
Coinciden en el culto a la personalidad, en la megaloman¨ªa y en la ambici¨®n de perpetuarse en el poder
Se mueven con habilidad, Putin y Erdogan, en la guerra psicol¨®gica. El primero ha mutado de actor maldito a necesario porque Hollande privilegia la derrota del Estado Isl¨¢mico a las viejas discrepancias geoestrat¨¦gicas ¨CUcrania, por encima de todas¨C mientras que Erdogan abusa de su posici¨®n de aliado imprescindible en la estrategia de la OTAN.
Se explica as¨ª que hayan trascendido ambos su papel natural y responsable. Y que hayan convertido el conflicto bilateral en un soberano ejercicio de propaganda en atenci¨®n a sus hinchadas nacionales. Ambos han manejado el miedo como un instrumento de cohesi¨®n. Y como una manera propicia de rebasar principios invulnerables en cualquier sociedad aseada.
Putin y Erdogan han formalizado a sus anchas el concepto de la democracia imitativa. Tanto en Rusia como en Turqu¨ªa se celebran los rituales de las elecciones y se traslada la sensaci¨®n de una euforia plebiscitaria, pero los procesos se resienten de la propia intimidaci¨®n que ejerce la jefatura del Estado. Les gusta a Putin y a Erdogan, por ejemplo, amordazar a la prensa cr¨ªtica, controlar las redes sociales y perseguir a la oposici¨®n, muchas veces con procedimientos antidemocr¨¢ticos. Porque Erdogan y Putin se reflejan esencialmente en el papel del aut¨®crata, estableciendo por a?adidura una suerte de identificaci¨®n entre el destino de su pueblo y el propio. M¨¢s todav¨ªa cuando ambos han apelado al orgullo nacionalista, distanci¨¢ndose Putin del comunismo y alej¨¢ndose Erdogan del modelo laico y republicano que hab¨ªa dise?ado Atat¨¹rk en la construcci¨®n de la Turqu¨ªa moderna. Putin se ha convertido en un zar y en protector de la cultura eslava, con todas las implicaciones territoriales ¨CCrimea¨C y los resabios decimon¨®nicos que implica semejante autoridad, mientras que Erdogan, un sult¨¢n en estado de trance, intenta reconstruir con misiles y alminares el orgullo del imperio otomano.
Por eso su papel, como el de Putin, se recrea tanto en el paternalismo pol¨ªtico y en el alarde castrense como en el poder religioso, introduciendo la moral y el Cor¨¢n como argumentos identitarios a costa de las libertades.
Nunca hab¨ªan trabajado tanto los tribunales en el nuevo espacio legislativo de las ofensas religiosas, ni se podr¨ªa haber sospechado que el pianista m¨¢s ilustre del pa¨ªs, Fazil Say, expiara una condena de diez meses de prisi¨®n por haber ironizado en Twitter con la promesa del para¨ªso.
El premio Nobel Orhan Pamuk abandera la rebeli¨®n de los intelectuales frente a la islamizaci¨®n, aunque el caso de las Pussy Riot en Rusia, condenadas a prisi¨®n por sus performances blasfemas, demuestran que Putin tambi¨¦n asume las dos espadas en el r¨¦gimen moscovita.
No porque crea en Al¨¢, sino porque ha mutado de jefe de la KGB en patriarca de la Iglesia ortodoxa, reivindicando los valores cristianos, restaurando esa moral que tanto le jalean los escritores reaccionarios occidentales, incluso obteniendo las bendiciones del papa Francisco, cuyos elogios al pope se explican en la lucha com¨²n contra el aborto y en la discriminaci¨®n de los derechos a los homosexuales con la que Putin pone a salvo la entidad sagrada de la familia en cuanto embri¨®n de la patria.
Putin y Erdogan podr¨ªan intercambiar sus papeles. Ambos coinciden en el culto a la personalidad, en la megaloman¨ªa, en la opulencia ¨Cel nuevo palacio del sult¨¢n abarca 200.000 metros cuadrados¨C y hasta en la ambici¨®n de perpetuarse en el poder. El presidente ruso va camino de gobernar casi dos d¨¦cadas gracias a los enroques y a la devoci¨®n que ha inculcado en su pueblo, mientras que Erdogan, menos apreciado que el colega ruso y bastante discutido en los ambientes cosmopolitas de Estambul, ha convertido su mayor¨ªa absoluta en los comicios del 1 de noviembre en un est¨ªmulo para gobernar 20 a?os, sepultar a Atat¨¹rk y aspirar incluso a convertir Turqu¨ªa, he aqu¨ª la embarazosa paradoja, en un estado miembro de la UE.
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