Los vecinos de El Chapo no tienen televisi¨®n
Pobladores de Santa Juana Centro, junto a la c¨¢rcel del Altiplano, dorm¨ªan cuando el narcotraficante aterrizaba en el penal
En casa de la familia Castillo, a 30 metros del penal del Altiplano, las ni?as se ti?en el pelo de rojo porque luego hay un convivio. Entre botes de pintura y varias prendas de ropa que se secan al viento ¨Cespecialmente impertinente en la comunidad de Santa Juana Centro, cerca del pueblo de Almoloya, sede del penal¨C, aparecen trozos enormes de tuber¨ªa. El Gobierno de M¨¦xico trabaja desde hace meses en la remodelaci¨®n del sistema de abastecimiento de agua potable del Estado de M¨¦xico. Parte de las obras transcurren junto al penal. Detr¨¢s de las tuber¨ªas figura la valla y al otro lado de la valla duerme, come, piensa o pasea el narcotraficante Joaqu¨ªn El Chapo Guzm¨¢n desde la noche del viernes.
¡°Me espant¨®¡±, dice la se?ora Roc¨ªo Castillo, cabeza de familia. ¡°El helic¨®ptero me espant¨® porque estaba dormida y me despert¨®¡±. Se refiere al aparato que traslad¨® al reo desde el aeropuerto de la Ciudad de M¨¦xico al penal de m¨¢xima seguridad del Altiplano, de donde Guzm¨¢n escap¨® el pasado julio. ¡°No vi nada¡±, cuenta. ¡°Como ya no tenemos televisor no vi nada y ya me fui a dormir¡±.
El pasado 31 de diciembre, las cadenas de televisi¨®n dejaron de emitir en formato anal¨®gico. Ello implica que la televisi¨®n de la se?ora Roc¨ªo, que es viejita, ya no sirve de nada, y que ella y los suyos se perdieron a El Chapo en televisi¨®n, de pants, deportivas y polo azul. ¡°Es que comprar el adaptador cuesta 700 pesos ¨C40 d¨®lares¨C y pues¡ No hay¡±.
En la papeler¨ªa del se?or Evodio Flores, a varios cientos de metros de all¨ª, la situaci¨®n anoche era parecida. ?l, dice, dorm¨ªa cuando el helic¨®ptero de la Secretar¨ªa de Marina lleg¨® al penal. ¡°Adem¨¢s¡±, se justifica, ¡°tengo que abrir pronto porque mucha gente que visita el penal viene a sacar copias de los oficios¡±. No vio la televisi¨®n por el mismo motivo que la familia Castillo.
De camino a su casa, la se?ora Andrea Carmona, ataviada con un fino sombrero floreado, cuenta que tampoco vio la televisi¨®n ¡°porque ya no funciona¡±. Dice que se fue a dormir a las nueve y que luego la despert¨® un ruido tremendo. Minutos m¨¢s tarde, volvi¨® a dormirse. En la ma?ana del s¨¢bado, cuenta, su nuera le dijo: ¡°no, pues que trajeron al Chapo¡±.
La misma historia en la miscel¨¢nea Ebenice, junto al puesto de vigilancia del Ej¨¦rcito y los carros de combate, o en la chabola que cobija a varias familias en la parte de atr¨¢s del penal, junto a las v¨ªas del tren, a un lado del riachuelo de aguas negras que nace en el predio del centro penitenciario. ¡°Aqu¨ª no vienen a grabar¡±, comenta molesto el propietario en referencia a las televisoras mexicanas, que han instalado sus equipos junto a la puerta del centro y, parece, ignoran que varias familias conviven con las heces y los orines de los presos. Una gallina bebe del riachuelo. El propietario, otro se?or, una mujer y dos ni?os comen tacos de huevo.
Antes de escaparse, en su celda, en julio, El Chapo miraba la televisi¨®n. Ir¨®nicamente, los vecinos de El Chapo no lo vieron llegar de vuelta porque carecen de medios para adaptarse a la revoluci¨®n digital. No lo vieron por el mismo motivo que esgrimen los defensores del narcotraficante para justificar su actividad: la pobreza, la necesidad. Joaqu¨ªn Guzm¨¢n naci¨® y creci¨® en el humild¨ªsimo poblado de La Tuna, en la sierra de Sinaloa. Los ni?os y las ni?as de la familia Castillo crecen aqu¨ª, junto a un penal, conviviendo con tuber¨ªas como cuellos de diplodocus, con este viento impertinente, con el polvo, con la incertidumbre de si alg¨²n d¨ªa, este a?o o el que viene, conseguir¨¢n un adaptador para ver la televisi¨®n.
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