El Papa, en la c¨¢rcel
Ciudad Ju¨¢rez y su prisi¨®n encierran un misterio: el de los delitos menguantes. Francisco entrar¨¢ en la prisi¨®n este mi¨¦rcoles
El Papa ya tiene hora para visitar al infierno. O al menos, lo que queda de ¨¦l. Ser¨¢ el mi¨¦rcoles, en Ciudad Ju¨¢rez (Chihuahua). A mediod¨ªa, entrar¨¢ en el Centro de Reinserci¨®n Social n¨²mero 3. Una c¨¢rcel que durante a?os estuvo bajo el influjo de la Santa Muerte y que ahora, brocha en mano, se ha adecentado para recibir a Francisco. ¡°Hemos hecho de todo para que El Jefe est¨¦ a gusto. Pintura, alba?iler¨ªa, fontaner¨ªa, electricidad¡¡±, afirma orgulloso Joel Torres, un exmilitar encarcelado por asesinato. A su alrededor pululan las cuadrillas de reos. Est¨¢n dando los ¨²ltimos retoques. Un poco de yeso a las paredes, pintura amarilla para las franjas, cristales nuevos en la iglesia del penal.
A la vista del traj¨ªn, parecen quedar muy lejos los d¨ªas en que la prisi¨®n era un territorio marcado a cuchillo por el c¨¢rtel de Sinaloa. En su interior, recuerdan los que la conocieron, se reproduc¨ªa a escala el horror de Ciudad Ju¨¢rez (1,3 millones de habitantes). Si en las calles llegaban a morir en un solo mes tantas personas como en toda Espa?a en un a?o, dentro, en prisi¨®n, el volc¨¢n no dejaba de escupir sangre. Motines, violaciones y asesinatos. Esa era la ley en la c¨¢rcel m¨¢s peligrosa de M¨¦xico. ¡°Aqu¨ª se mataba por nada, todos ten¨ªamos miedo, era imposible no tenerlo, pero al final gan¨® quien gan¨®¡±, explica Guadalupe P., un ex convicto y heroin¨®mano de 48 a?os.
Todo aquello, dicen las autoridades, ha cambiado ahora. En Ciudad Ju¨¢rez los cr¨ªmenes son diez veces menos que en la ¨¦poca m¨¢s negra. En sus avenidas, duras y ojerosas, la gente ha empezado a salir cuando cae el sol. Y si uno se pasea por los barrios m¨¢s salvajes, donde prostitutas y halcones escrutan al forastero, la tensi¨®n parece haberse diluido. Un asesinato al d¨ªa debe parecer poco a este lado de la frontera. ¡°Esto ha cambiado, a¨²n hay peligro, por supuesto, pero se puede trabajar y ganar dinero¡±, explica un joven empresario local, que en los a?os oscuros emigr¨® a la Ciudad de M¨¦xico.
En Ciudad Ju¨¢rez, el infierno, aunque lo visite el Papa, sigue teniendo las puertas abiertas
Nadie sabe explicar a ciencia cierta este descenso de la criminalidad. Hay quienes se?alan que la presi¨®n de los empresarios y el endurecimiento de las penas (cadena perpetua para la extorsi¨®n y el secuestro) tuvo sus efectos, otras fuentes citan la brutalidad policial y, al final del recorrido, casi todos coinciden, aunque en voz baja, en que la inacabable guerra de sicarios, que convirti¨® la urbe en una tumba abierta, termin¨® con la victoria de un bando, presumiblemente el c¨¢rtel de Sinaloa.
Acabada la lucha, el monstruo de la violencia decidi¨® ocultarse. Pero no desapareci¨®. La urbe fronteriza sigue siendo la principal v¨ªa de entrada de droga a Estados Unidos. Y sus tent¨¢culos se extienden por toda la ciudad. ¡°La estructura del almacenamiento y distribuci¨®n se mantiene intacta. Cayeron muchos presuntos cabecillas, pero no los dedicados al tr¨¢fico de hero¨ªna, coca¨ªna y marihuana¡±, indica la especialista Sandra Rodr¨ªguez.
Algo parecido ocurri¨® con su prisi¨®n. Bajo los muros y concertinas, la realidad brilla como un espejismo. Para recibir al Papa, el centro ha puesto a trabajar a 150 internos de siete de la ma?ana a siete de la tarde. Han podado los cipreses, pulido el cemento y cubierto de c¨¢scaras de nuez los huecos del pavimento. Pero lo m¨¢s importante ha sido la iglesia. De una blancura que duele los ojos, la han remozado de arriba abajo y, han erigido a su vera un campanario que compite con la torre de vigilancia. En ese espacio inmaculado hablar¨¢ Francisco y bendecir¨¢ a los presos. Como apoteosis, 50 internos ser¨¢n liberados. Ese es el plan.
Durante unas horas, el Centro de Reinserci¨®n Social ser¨¢ este mi¨¦rcoles lo que muchos quisieran que fuera la c¨¢rcel y su ciudad. Un espacio ordenado, blanco, donde, como insisten los portavoces oficiales, ni hay armas ni drogas. Un lugar, a fin de cuentas, irreal. En el presidio, seg¨²n fuentes de la Comisi¨®n Estatal de Derechos Humanos, hay indicios de que circula la hero¨ªna, los pr¨¦stamos se pagan con sangre y rige la ley del silencio. Mariana I., de 21 a?os, lo sabe bien. Tras denunciar su secuestro en la misma prisi¨®n durante una visita conyugal, hizo p¨²blicas im¨¢genes que mostraban los privilegios de los capos encarcelados. De poco sirvi¨®. Sus quejas apenas tuvieron repercusi¨®n oficial y ahora teme por su vida. Como muchos otros en Ciudad Ju¨¢rez sabe que el monstruo, dentro o fuera del penal, a¨²n anda suelto. Que detr¨¢s de los campanarios blancos y las calles polvorientas late el peligro. Que en Ciudad Ju¨¢rez, el infierno, aunque lo visite el Papa, sigue teniendo las puertas abiertas.
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