El fin de los poderes
Una vez perdida la autoridad moral, la funcionalidad y la actualizaci¨®n de las leyes, los mandatarios funcionan a golpe de intuici¨®n
Desde que se inventaron las encuestas, murieron los planes de gobierno. Comparecer peri¨®dicamente para tomar el pulso del bar¨®metro de las tendencias de la sociedad se ha convertido en la mejor tumba para los proyectos pol¨ªticos. Vivimos una paradoja en la que se busca el poder justo cuando este ha desaparecido. No me refiero a Montesquieu, tan citado para explicar que el equilibrio de las democracias est¨¢ basado en la separaci¨®n de los poderes, sino a que, una vez perdida la autoridad moral, la funcionalidad y la actualizaci¨®n de las leyes, los mandatarios funcionan a golpe de intuici¨®n.
Al Ejecutivo se le elige sobre la base de un programa que ya nadie cree que se cumpla. El Legislativo se ve obligado a articular unas leyes que adecuen el ordenamiento jur¨ªdico a la realidad social, pero esa realidad ya es tan l¨ªquida que resulta dif¨ªcil plasmarla. En ese sentido, hay casos como el de Espa?a, formada por diversos pueblos que nunca quisieron ser espa?oles, m¨¢s que por la fuerza de las armas. Y casos como el de Am¨¦rica, en el que pese a lo que diga la legislaci¨®n, nunca se ha conseguido ni se ha querido asimilar a las etnias minoritarias de cada uno de los pa¨ªses americanos.
En esta situaci¨®n donde todos y ninguno tienen la culpa, es curioso observar las negociaciones del poder. Por ejemplo, en Estados Unidos los poderes ya ni siquiera son las cadenas de televisi¨®n o los grandes medios de comunicaci¨®n, sino un caballo desbocado en manos de quien sepa interpretar o representar el valor oculto del sentir de los pueblos. Tuvieron que pasar muchos a?os para identificar lo que era pol¨ªticamente correcto, aunque eso no permiti¨® descubrir el momento en el que la sociedad estadounidense empez¨® a cuartearse. Para formar una familia fue necesario fracturar su concepto: con el fin de dejar vivir a los padres, los hijos empezaron a irse de casa y solo una vez al a?o ¡ªen el D¨ªa de Acci¨®n de Gracias¡ª se encontraban con el espectro de lo que alguna vez fue una familia.
Si George Orwell hubiera vivido en esta ¨¦poca quiz¨¢ no hubiera necesitado imaginar al Gran Hermano porque Internet y su control social son nuestro particular 1984
A los pa¨ªses les ocurre lo mismo ya que hemos olvidado que el gran problema radica en elegir a los representantes del poder sin un aparato de poderes que los acompa?en. El fin de los modelos ha generado que las sociedades est¨¦n colgadas del vac¨ªo y que lo ¨²nico que exista es la posibilidad de adivinar los sentimientos inmediatos.
Si George Orwell hubiera vivido en esta ¨¦poca quiz¨¢ no hubiera necesitado imaginar al Gran Hermano ni describir la trampa permanente que separa la libertad de la esclavitud porque Internet y su control social son nuestro particular 1984. Basta con echar a volar con Twitter, el p¨¢jaro azul del sentimiento colectivo y gobernar a base de hashtag.
Sin embargo, el problema de estructurar un plan de gobierno es saber lo que de verdad quieren los pa¨ªses. Porque lo que hoy tenemos no solo son los resultados de las encuestas, sino tambi¨¦n un tsunami de sentimientos reflejados en las redes sociales que solo muestran el fin de los sistemas, el disgusto con lo existente y la incapacidad para conformar propuestas alternativas s¨®lidas.
En ese contexto, tanto el Gobierno que se intenta formar en Espa?a como la elecci¨®n del nuevo presidente de Estados Unidos pondr¨¢n de manifiesto que lo ¨²nico cierto es la ceremonia de jura del cargo y que, a partir de ah¨ª, dar la esperanza de gobernar a los que no tienen nada, solo desatar¨¢ un espect¨¢culo de improvisaci¨®n, desconcierto y descontrol, sin posibilidad de construir nuevas sociedades. Como muestra de este fin de los poderes, v¨¦ase el Congreso estadounidense dominado por el Tea Party que, en lugar de crear o imponer leyes, lo ¨²nico que hace es desacreditar y vulgarizar la figura presidencial. Y por otra, la Suprema Corte de ese pa¨ªs, que promulg¨® una ley que permite a las grandes corporaciones comprar la voluntad nacional, mediante inversiones para promover a los candidatos en campa?a.
Lo importante es saber que el mundo que hoy estamos construyendo es un mundo de poder sin contrapoderes que nos lleva a vivir pendientes del estado de ¨¢nimo colectivo y a percatarnos de que nunca antes estuvimos tan cerca de la mano de los manipuladores como lo estamos ahora.
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