La Bruselas que conoc¨ªamos
La Europa de la de la paz que sigui¨® a las guerras puede haberse esfumado
![Ana Carbajosa](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2Ffaa5ff7d-a4e8-4b2a-b4a6-1ef4ab0a9aff.png?auth=ef2a89c10c92e5f4e9532ee335711f7688a510091f8be84eae96b557d58db555&width=100&height=100&smart=true)
![Homenaje a las víctimas en la plaza de la Bolsa este miércoles en Bruselas.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/EDOIBZT2LGDTJTCPBKJ6KXZBJE.jpg?auth=59477ad2ee63407335a60e93e91e11047edac60df6c6e3347c0863a949638555&width=414)
Las bombas han quebrado la vida de una Europa que hace tiempo que no se siente segura, pero que este martes fue atacada en su l¨ªnea de flotaci¨®n. El aeropuerto de Zaventem y la parada de metro de Maelbeek en el barrio europeo son lugares, pero tambi¨¦n son s¨ªmbolos. Forman parte del ADN de la vida comunitaria bruselense que construyen a diario los europeos, rasgada ahora irremediablemente.
En Zaventem aterrizan y despegan los eurodiputados cada semana y de all¨ª salen los comisarios y eur¨®cratas a reunirse con gobernantes de toda Europa. Al aeropuerto bruselense tambi¨¦n llegan lobbistas, estudiantes Erasmus, onegeros que vienen a convencer y agricultores que pelean por un pedazo de la pol¨ªtica agraria com¨²n. Ellos y muchos otros europeos debieron pensar el martes que pod¨ªan haber sido ellos. Que ya no se sienten seguros. Que cu¨¢ntas veces han pasado fr¨ªo en el quicio de las puertas de ese aeropuerto mientras se fumaban el ¨²ltimo cigarro antes de acercarse a los mostradores ahora dinamitados. Que en cu¨¢ntas ocasiones la lluvia les ha sorprendido al subir las escaleras en la parada de Maelbeek y han vuelto a pensar que Bruselas es maravillosa pero que no les importar¨ªa que lloviera un poco menos.
Para muchos europeos que desfilan por la capital belga, Bruselas era hasta el martes por la ma?ana, un lugar de trabajo y escenario de batallas pol¨ªticas y econ¨®micas. Pero era tambi¨¦n una ciudad bals¨¢mica, una especie de pueblo grande en el que no se esperaban grandes sobresaltos y al que casi siempre apetec¨ªa escaparse para dejar atr¨¢s las peleas nacionales y beberse una tibia cerveza belga. Eso tambi¨¦n ha cambiado, al menos por un tiempo que se presume largo. La familiaridad del pueblo grande ha dado paso a una inquietante sensaci¨®n de vulnerabilidad. A mirarse de reojo y con desconfianza en los vagones de metro, a respirar hondo camino del aeropuerto y a convivir con los soldados y los blindados en las calles. Aqu¨ª, es f¨¢cil dejarse atrapar por el presentimiento de que la Bruselas y la Europa que conocimos, la de la paz que sigui¨® a las guerras, puede haberse esfumado, tal vez para siempre.
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