M¨¦xico era una fiesta
El 2 de julio de 1961 Ernest Hemingway se suicid¨® en Idaho y Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez lleg¨® en un tren a M¨¦xico
El 2 de julio de 1961 Ernest Hemingway se suicid¨® en Idaho y Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez lleg¨® en un tren a M¨¦xico. Hab¨ªa dejado Nueva York con la idea de quedarse unos d¨ªas en tierras mexicanas, pero los d¨ªas son breves y pasan muy r¨¢pido y Gabo se qued¨® muchos a?os. Aquel d¨ªa de julio la locomotora avanzaba serpenteando entre el inagotable sol del norte de M¨¦xico. En la estaci¨®n de Nuevo Laredo, Tamaulipas, lo esperaba otro escritor colombiano, un tipo alto y elegante, era ?lvaro Mutis. Juntos siguieron el camino hacia la Ciudad de M¨¦xico. All¨ª compartir¨ªan un destino del cu¨¢l s¨®lo la muerte los separar¨ªa.?
Jack Kerouac y Neil Cassady tambi¨¦n llegaron a M¨¦xico un verano. Llegaron en carro desde el norte, tras un fat¨ªdico pero emocionante viaje por los Estados Unidos. Cuando cruzaron la raya, los j¨®venes poetas confundieron a M¨¦xico con la libertad. Era apenas 1950 y un verano caluroso rostizaba el techo de su coche mientras atravesaban el desierto mexicano. Para ellos M¨¦xico era el final de una gran fiesta. El evento culminante de a?os de droga, m¨²sica y carreteras. As¨ª anduvieron con direcci¨®n al DF, donde ya los esperaba el poeta demente William Burroughs. Su enamoramiento con la ciudad fue instant¨¢neo: la calle en la que Burroughs los recibi¨® quedar¨ªa inmortalizada en un poema de Kerouac: ¡°Cerrada de Medellin Blues.¡±
Roberto Bola?o tom¨® un avi¨®n y aterriz¨® en M¨¦xico. Corr¨ªa el a?o de 1968. Sus primeros meses fueron de aislamiento literario, el joven Bola?o se encerr¨® a devorar las bibliotecas p¨²blicas de la ciudad. Ese fue el primero de dos exilios en M¨¦xico. La segunda vez lleg¨® por tierra desde el sur del continente. Fueron pocos a?os los que pasaron entre un exilio y otro pero, a su regreso, Bola?o hab¨ªa cambiado y la Ciudad de M¨¦xico tampoco era la misma; un encuentro fortuito los unir¨ªa de manera irremediable. En una cafeter¨ªa del centro del DF conoci¨® al poeta mexicano Mario Santiago. Con ¨¦l, fundar¨ªa el grupo de los infrarrealistas, poetas radicales que dar¨ªan comienzo a una guerrilla literaria que sacudi¨® al DF de los setentas. A partir de all¨ª, ciudad y autor se embobinaron en una sola mitolog¨ªa. Un escenario lleno de calles obscuras, prost¨ªbulos y librer¨ªas.?
El barco que trajo a Andr¨¦ Breton a M¨¦xico ancl¨® en Veracruz el 18 de Abril de 1938. En el puerto lo esperaba un pintor que acostumbraba autorretratarse con cara de sapo. Al verlo, Bret¨®n entendi¨® que el asunto no era metaf¨®rico: al cuerpo bofo de Diego Rivera se a?ad¨ªan unos ojos que saltaban como ranas. Pintor y escritor emprendieron el mismo camino que siglos antes llev¨® a los conquistadores espa?oles al Valle de M¨¦xico. All¨ª, la estancia del franc¨¦s ser¨ªa breve pero trascendente. Los detalles sin embargo, son confusos. El legado de Breton en M¨¦xico es digno del creador del surrealismo; ha trascendido su mito no su historia. Lo que es cierto es que el poeta encontr¨® en las calles del DF una constataci¨®n emp¨ªrica de sus preceptos art¨ªsticos. Con resignaci¨®n o algarab¨ªa (la historia carece de tono), el inventor del surrealismo afirm¨® que M¨¦xico era el pa¨ªs surrealista por excelencia.?
En una cafeter¨ªa del centro del DF, Bola?o conoci¨® al poeta mexicano Mario Santiago. Con ¨¦l, fundar¨ªa el grupo de los infrarrealistas, poetas radicales que dar¨ªan comienzo a una guerrilla literaria
El 12 de febrero de 1976 se estren¨® ¡°La Odisea de los Andes¡± en un cine de la colonia Condesa. Al evento asistieron dos futuros premios nobeles. Cuando Mario Vargas Llosa se encamin¨® para salir del recinto, Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez se acerc¨® para envolverlo en un cari?oso abrazo. Pero la efusividad no fue rec¨ªproca. En ¨¦pocas m¨¢s j¨®venes Vargas Llosa hab¨ªa practicado el box; Garc¨ªa M¨¢rquez tuvo el dudoso privilegio de corroborarlo. El escritor peruano tardar¨ªa 30 a?os en alcanzar al colombiano en la academia sueca, pero esa tarde, el pu?o de Vargas Llosa fue m¨¢s certero y se embarr¨® sobre el rostro de Gabo. Si de pleitos literarios se trata, nada mejor que dos autores latinoamericanos. ¡°?Esto es por lo que le dijiste a Patricia!¡± fueron las palabras que Garc¨ªa M¨¢rquez escuch¨® desde el suelo.?
Otro que practicaba el box era el padre de Roberto Bola?o. Durante su infancia el escritor chileno deambul¨® por su pa¨ªs siguiendo las variadas inclinaciones profesionales de su padre. Algo de ese esp¨ªritu de combate se qued¨® impregnado en el poeta: a su llegada al DF se agarr¨® a golpes con un compa?ero de escuela para demostrar su val¨ªa. Pero con el tiempo tuvo que cambiar su estrategia. Dotado de un f¨ªsico m¨¢s bien endeble, Bola?o adopt¨® el m¨¦todo de la guerrilla. En sus largas caminatas por el DF los infrarrealistas priorizaron siempre una agenda de insurrecci¨®n literaria. Irrumpieron una y otra vez en las conferencias de su enemigo plat¨®nico, el poeta Octavio Paz. Al final de sus novela?Los detectives salvajes, uno de los protagonistas se encuentra a Paz en un parque. Cara a cara con su enemigo, se prepara para una confrontaci¨®n ¨¦pica, pero se encuentra con un Paz amablemente indiferente. El personaje de Bola?o se sabe vencido: en una guerra de s¨ªmbolos, Octavio Paz vence porque desconoce a su interlocutor.?
William Burroughs no puede decir lo mismo. En un departamento de la calle Monterrey el escritor norteamericano mat¨® a su esposa. La mec¨¢nica fue sencilla. Una fiesta desenfrenada acab¨® en un juego de punter¨ªa. El alcohol y las drogas no siempre son los mejores consejeros ni ayudan necesariamente al pulso. A Burroughs le pareci¨® buena idea colocar un vaso sobre la cabeza de su esposa Joan Vollmer. Inspirado por un aire heroico reminiscente de Guillermo Tell, el escritor se alej¨® y apunt¨® su arma. El buen tino nunca fue una de sus cualidades. La fiesta se acab¨® cuando el gatillo son¨® y la bala atraves¨® el cr¨¢neo de la joven estadounidense. Vollmer ser¨ªa una de las m¨¢rtires literarias menos reconocidas por la historia del DF. Tiempo despu¨¦s Burroughs declarar¨ªa que sin la muerte de su esposa jam¨¢s hubiera podido convertirse en escritor.?
Para Andr¨¦ Breton la llegada a M¨¦xico significaba algo mucho m¨¢s que un encuentro con un territorio ex¨®tico. En M¨¦xico viv¨ªa el revolucionario ruso Leon Trostky y Breton estaba firmemente decidido en conocerlo. Lo har¨ªa por fin en el m¨ªtico barrio de Coyoac¨¢n y los dos establecer¨ªan una relaci¨®n que los llevar¨ªa a publicar un manifiesto. Pero poco antes de su partida, Trostky y Bret¨®n tuvieron un desencuentro que acab¨® con su amistad. Las querellas art¨ªsticas en M¨¦xico, no son asunto menor, sobre todo si involucran a los muralistas. Breton y Trostky lo descubrir¨ªan muy pronto. La demolici¨®n de un mural del mexicano Orozco dividi¨® a los tres amigos. Rivera y Bret¨®n por un lado, Trostky por el otro. Fue uno de los ¨²ltimos encuentros entre estos hombres. Dos a?os despu¨¦s otro muralista, David Alfaro Siqueiros balearia la casa del ruso en un intento de acribillarlo. El muralista mexicano fracas¨®, pero el gusto le dur¨® poco a Trostky: meses despu¨¦s un agente de la NKVD lo asesinar¨ªa en su casa de Coyoac¨¢n.?
A Burroughs le pareci¨® buena idea colocar un vaso sobre la cabeza de su esposa Joan Vollmer. Inspirado por Guillermo Tell, el escritor se alej¨® y apunt¨® su arma
Bret¨®n lleg¨® al M¨¦xico de M¨¦xicos. A una ciudad plagada de fiestas y furor. Un M¨¦xico con un ¨ªmpetu incontenible por construir una identidad ¨²nica. Bret¨®n lleg¨® a Coyoac¨¢n, a sus extraordinarias casas coloniales, sus calles empedradas y sus plazas melanc¨®licas. En el centro de ese mundo estaba la Casa Azul de Frida Kahlo. Situada en un esquina, la casa fue pintada as¨ª como tributo a los pueblos ind¨ªgenas de M¨¦xico. All¨ª se conglomer¨® la crema y nata del mundo. Todos alrededor de Frida. Esa casa fue el escenario sobre el cual la ciudad esculpi¨® sus mejores fiestas. All¨ª cantaron Agust¨ªn Lara, Jos¨¦ Alfredo Jim¨¦nez y la inigualable Chavela Vargas. All¨ª estuvieron Cantinflas, Bu?uel y la mujer ¡°que se rob¨® el siglo¡± Mar¨ªa F¨¦lix. Fue en esa casa en la que vivieron Trostky y Breton.?
Kerouac y Cassady vivieron un M¨¦xico aislado de M¨¦xico. Vivieron un M¨¦xico idealizado por sus sue?os de locura y juventud. Anduvieron por las calles de la colonia Roma y sus grandes casonas porfirista sin rasparse contra la indomable furia de la urbe. Los beats llegaron al DF como tantos otros: huyendo. Esa condici¨®n defini¨® su estancia. Caminaron la ciudad bajo el efecto de estupefacientes, se acostaron sobre el cemento de sus plazas y vislumbraron el mundo desde un nuevo ¨¢ngulo. Desde su guarida en la calle de Orizaba 210, descubrieron una ciudad que s¨®lo existi¨® para ellos. Una ciudad ajustada a sus impulsos hedonistas, llena de prost¨ªbulos, peleas de gallo y corridas de toros. Por eso nunca coexistieron con el otro M¨¦xico. En 1955 mientras Kerouac escrib¨ªa su historia de amor con una prostituta, a unos cuantos kil¨®metros, un grupo no tan distinto al suyo se juntaba en el Caf¨¦ La Habana para planear la revoluci¨®n cubana.?
Garc¨ªa M¨¢rquez si conoci¨® a Fidel Castro pero no lo hizo en M¨¦xico. A quien conoci¨® en M¨¦xico fue a Carlos Fuentes y a su compatriota ?lvaro Mutis. Este ¨²ltimo fue el encargado de darle el descubrimiento literario que transformar¨ªa su vida. ¡°Para que aprendas a escribir¡± fueron las palabras de Mutis al entregarle ¡°Pedro P¨¢ramo¡± de Juan Rulfo, obra c¨²spide de la literatura mexicana. Esta novela ser¨ªa clave para su propia obra maestra. Un d¨ªa de 1965 regresando de un viaje frustrado a Acapulco, Garc¨ªa M¨¢rquez se encerr¨® en su casa del barrio de San ?ngel a escribir y no sali¨® sino hasta que Cien A?os de Soledad estuvo lista. Muchos a?os despu¨¦s, al regresar a su antigua casa, Gabo reconocer¨ªa en ella la inspiraci¨®n para muchas de las escenas de la novela que lo volvi¨® famoso. El DF nunca lo cans¨®: Gabo camin¨® las calles empedradas de San ?ngel, se deleit¨® en las noches en el Bar Siqueiros y muri¨® una tarde esplendorosa de su primavera. Esa tarde, la ciudad de las jacarandas p¨²rpuras se visti¨® de tulipanes amarillos.
1968 fue un a?o turbulento. Fue la primera vez que un pa¨ªs del mundo subdesarrollado organiz¨® unos juegos ol¨ªmpicos. Tambi¨¦n fue el a?o del movimiento estudiantil. En M¨¦xico, las dos cosas convivieron mal: el gobierno asesin¨® a cientos de estudiantes para evitar que el mundo se enterara de sus conflictos internos. De ese triste episodio naci¨® un nuevo esp¨ªritu combativo. En ese contexto de agitaci¨®n lleg¨® Roberto Bola?o. Su encuentro con la ciudad fue ¨¢spero pero sumamente er¨®tico. El DF se convirti¨® en un territorio de posibilidades infinitas. El mismo laberinto de calles, bares y azoteas, que a muchos otros asust¨®, lo llen¨® de entusiasmo. En los setentas la ciudad de M¨¦xico revivi¨® con una efervescencia fuertemente literaria. La d¨¦cada concibi¨® poetas como quien piensa que el futuro depende de la elocuencia ling¨²istica. Poetas en las azoteas, poetas en las alcantarillas, poetas que no escribieron pero vivieron como tal. La sobrecarga tuvo consecuencias; se formaron bandos literarios, guerras de m¨¦trica y el DF pas¨® de ser un escenario a ser un protagonista. Cuando Bola?o dej¨® al DF en 1976, nunca m¨¢s volvi¨®. Aunque pas¨® el resto de sus d¨ªas escribiendo sobre ella, a la ciudad de M¨¦xico nunca quiso volver. La oprimente nostalgia del recuerdo siempre se lo impidi¨®. Bola?o se aferr¨® a su idea como quien se niega a despertar de un sue?o.
¡°Para que aprendas a escribir¡± fueron las palabras de Mutis a Gabo al entregarle ¡°Pedro P¨¢ramo¡± de Juan Rulfo
Hay ciudades que dedican tiempo a presumir sus bondades, M¨¦xico est¨¢ demasiado ocupada sobreviviendo. Sin embargo, en sus noches se han conglomerado muchos de los m¨¢s grandes escritores del planeta. La atracci¨®n es obvia: existe una energ¨ªa en la ciudad que proviene de un choque constante entre sus mundos. El DF es una sola ciudad pero en ella caben mil. Esta interacci¨®n genera una violencia que resulta deliciosa para el artista: la cuerda que ata a la ciudad vive en eterno estado de tensi¨®n pero nunca se rompe del todo. Aqu¨ª no hay vanidades. La noche cubre con su velo a los poetas, los protege de la luz del d¨ªa. ?Que Par¨ªs presuma a sus autores! La obscuridad de M¨¦xico es ruidosa pero humilde. Garc¨ªa M¨¢rquez, Bret¨®n, Bola?o o Kerouac, aqu¨ª todos llegan huyendo, pero nunca se van. La ciudad enamora a los que logran traspasar la coraza de este monstruo indomable. ¡°?Quieres que M¨¦xico sea salvado?¡± pregunta Malcolm Lowry, uno m¨¢s de los escritores que pasaron sus d¨ªas aqu¨ª. La respuesta parece obvia. ?Quieres?
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