El carnaval de los tiranos
La fascinaci¨®n humana por las muestras de crueldad y desprecio est¨¢ detr¨¢s de la reaparici¨®n de los reg¨ªmenes opresores.
La reciente reedici¨®n de la obra maestra Mein Kampf ha vuelto a demostrar ¡ªpor si hac¨ªa falta¡ª el gran inter¨¦s del p¨²blico por las ideas y las acciones radicales e incluso criminales. Nos recuerda la fascinaci¨®n que los seres humanos han sentido siempre por las exhibiciones sangrientas de crueldad, desprecio e inmoralidad, desde la antig¨¹edad hasta el presente.
Si una cosa se repite una y otra vez, y no es consecuencia de ninguna cat¨¢strofe natural, sino de las decisiones humanas, quiz¨¢ significa que es necesaria. En particular cuando todos los esfuerzos pedag¨®gicos para fomentar la racionalidad, la compasi¨®n, la mutua comprensi¨®n, la solidaridad, la tolerancia y el sentido com¨²n, e incluso el lema de ¡°libertad, igualdad, fraternidad¡±, se han convertido en meros lemas envejecidos e in¨²tiles para la euforia infantil.
A las tiran¨ªas laicas del siglo XX ¡ªnazismo y comunismo¡ª se ha unido en los ¨²ltimos tiempos un tipo de opresi¨®n m¨ªstico y religioso, el fanatismo isl¨¢mico, que desaf¨ªa a millones de creyentes y convence a muchos ¡ªdemasiados¡ª de que el impulso de matar tiene una motivaci¨®n religiosa y que ellos tienen que ser los ¨²nicos supervivientes de la demencial campa?a para limpiar el planeta de todos los infieles; mejor dicho, de todos los otros. Es una trampa en la que caen muchas personas confusas, incapaces de dar con una manera coherente y fiable de salir adelante en una sociedad que no parece hecha para ellas; su vulnerabilidad les impide resistirse a unas promesas baratas y corruptas.
Cuando era ni?o tuve el mal¨¦volo privilegio de experimentar directamente en un campo de concentraci¨®n y exterminio la tiran¨ªa fascista de la raza superior, ferozmente dedicada a aplicar la Soluci¨®n Final, que consist¨ªa en asesinar a todas las razas inferiores. Despu¨¦s de haber sobrevivido a aquello, pas¨¦ mi adolescencia y mis primeros a?os de adulto en la perversa y sanguinaria utop¨ªa de un Estado policial socialista, hip¨®crita, demagogo y con m¨²ltiples niveles de opresi¨®n. A la no tan temprana edad de 50 a?os consegu¨ª salir de Rumania y tener, con retraso, la oportunidad de comparar lo que un ser humano puede hacer a otro en una sociedad cerrada y totalitaria con lo que est¨¢ dispuesto a hacer en una sociedad libre, competitiva, dominada por el dinero y los intereses.
La enga?osa simplicidad de las dictaduras no puede ocultar eternamente su turbio espect¨¢culo pol¨ªtico
La historia de la tiran¨ªa es tan vieja como la propia historia de la humanidad, y sus desastrosas consecuencias nunca han logrado evitar que su din¨¢mica reaparezca en lugares nuevos y viejos, en nuevas ¨¦pocas nuevas y bajo nuevas formas de pesadillas.
Unos a?os despu¨¦s de llegar al mundo occidental publiqu¨¦ un ensayo en el que citaba El poeta, de Eugenio Montale. ¡°Poco hilo me queda, pero espero hallar el modo?/ de dedicarle al pr¨®ximo tirano?/ mis pobres c¨¢rmenes¡±, dec¨ªa yo, con amargura, repitiendo las palabras del gran poeta italiano. ¡°No me dir¨¢ que me corte las venas?/ como Ner¨®n a Lucano. Querr¨¢ una loa espont¨¢nea?/ que brote de un coraz¨®n agradecido?/ y la tendr¨¢ en abundancia¡±.
Yo sab¨ªa muy bien lo espont¨¢neos que eran los elogios expresados en grandes celebraciones festivas por las masas cautivas despu¨¦s de permanecer horas haciendo cola para obtener pan o una botella de leche, o incluso papel higi¨¦nico; sab¨ªa lo agradecidos que deb¨ªan estar los artistas y escritores a los censores que cercenaban su obra, lo militarizados y letales que eran todos aquellos campos de trabajo y prisiones, c¨®mo la sospecha y la vigilancia dominaban la vida cotidiana en nuestra pobre patria desolada.
La historia de la tiran¨ªa es tan vieja como la de la humanidad, y sus desastrosas consecuencias no han evitado que? reaparezca en lugares nuevos
En mi ensayo escrib¨ª: ¡°En un periodo de creciente deterioro y degradaci¨®n de la vida diaria, el soberbio sarcasmo de los versos de Montale me ayud¨® en ocasiones a soportar la ubicuidad del dictador. Me sab¨ªa el poema de memoria, y me lo repet¨ªa con un empe?o s¨¢dico, midiendo con cuidado el veneno que el poeta hab¨ªa destilado de manera tan magistral¡±.
Poco antes de irme del pa¨ªs particip¨¦ en un coloquio literario en Belgrado, una capital de Europa del Este m¨¢s bien modesta, pero que me pareci¨® una gran metr¨®polis s¨®lo porque las calles estaban iluminadas, los restaurantes estaban llenos y las librer¨ªas, asombrosamente, ten¨ªan libros traducidos de todo el mundo. Qu¨¦ contraste tan devastador con la degradaci¨®n humillante y miserable de la antigua ¡°peque?a Par¨ªs¡±, nombre que recib¨ªa Bucarest durante el largo y fr¨ªvolo periodo anterior a la II Guerra Mundial.
Aun as¨ª, en el debate no faltaron momentos divertidos: el capit¨¢n de nuestra delegaci¨®n record¨® su deber patri¨®tico y ofreci¨® al p¨²blico un elogio pat¨¦tico de nuestro querido presidente, ¡°el genio de los C¨¢rpatos¡±, que acababa de tener la gran e innovadora idea de proclamar solemnemente prohibida la censura (¡°en nuestro feliz pa¨ªs socialista, todo el mundo sabe ya lo que se permite y lo que no¡±) para sustituirla al instante por miles de supervisores aficionados, fundamentalmente miembros de la clase obrera e instructores del partido. Los asistentes de otros pa¨ªses reaccionaron haciendo una pregunta de sentido com¨²n: ¡°Entonces, ?ahora pueden publicar libros religiosos o de sexo?¡±. La respuesta de nuestro jefe fue inmediata: ¡°Por supuesto que podemos, pero esos libros no interesan a nadie¡¡±. Aunque la dictadura rumana era muy distinta de la iran¨ª, a?os despu¨¦s se oy¨® esa misma respuesta en la Universidad de Columbia, en Nueva York, en labios del primer ministro de Ir¨¢n. Cuando un estudiante le pregunt¨® qu¨¦ hac¨ªan las autoridades de su pa¨ªs con los gais y lesbianas, ¨¦l contest¨® sin vacilar: ¡°?En nuestro pa¨ªs no existen esos casos!¡±.
En 1989, cuando cay¨® el sistema comunista en Europa, muchos so?adores afirmaron que inici¨¢bamos un periodo sin historia, sin ideolog¨ªa. Pronto se demostr¨® que aquellas ilusiones estaban llenas de ingenuidad: mientras haya vida en la Tierra, los seres humanos tendr¨¢n ideas e ideales y, por tanto, ideolog¨ªas, y la historia seguir¨¢ tejiendo su relato lleno de inventiva.
De modo que hoy contamos no s¨®lo con el despotismo religioso isl¨¢mico, sino tambi¨¦n con la nueva arrogancia pol¨ªtica de Rusia, la Corea del Norte oficial que juega con fuego, la oligarqu¨ªa religiosa suprema de Ir¨¢n, las frecuentes matanzas de inocentes en ?frica, la inmensa migraci¨®n de los pobres y oprimidos hacia Europa y el aumento continuo de la producci¨®n de las armas m¨¢s sofisticadas de destrucci¨®n masiva.
En las antiguas dictaduras siguen existiendo, desde luego, personas que afirman echar de menos ¡°el orden, la disciplina, la falta de delincuencia, la gratuidad de la medicina y la educaci¨®n para todos, el comportamiento moral y decente de los j¨®venes¡± de los monstruosos tiempos pasados en los que todo era duplicidad y sumisi¨®n. No parece que les molestaran demasiado las majader¨ªas oficiales de entonces, las presiones autoritarias constantes, la pobreza, el aislamiento y el miedo.
Hace mucho que sabemos que la democracia es un sistema imperfecto, pero factible, de colaboraci¨®n entre las personas y el Gobierno que han escogido, que siempre es ¡°m¨¢s complicado que la tiran¨ªa¡±, como dec¨ªa Thomas Mann. Pero la enga?osa simplicidad de las dictaduras no puede ocultar eternamente sus abyectas mentiras, su turbio espect¨¢culo pol¨ªtico.
?Qu¨¦ se puede hacer hoy, aparte de las bienintencionadas e ineficaces conferencias internacionales que repiten los esl¨®ganes del humanismo, la paz y el desarme, la protecci¨®n del medio ambiente y la ayuda a los pobres, en una ¨¦poca en la que los conflictos y los enfrentamientos, incluso militares, est¨¢n aumentando en todos lados? ?Ser¨ªa tal vez el momento apropiado para convocar, como alternativa, una gran reuni¨®n de grandes tiranos, retirados y en activo, muertos y vivos, de todos los rincones de nuestro atribulado mundo, y emitir un programa de televisi¨®n inolvidable que podr¨ªa desarrollar nuestro sentido del humor y permitirnos tomar horripilante conciencia del futuro?
El Foro Internacional del Pueblo ¡ªas¨ª deber¨ªa llamarse¡ª, sin duda, estar¨ªa presidido por grandes retratos de Lenin y Stalin, Hitler y Mussolini, Kim Il-sung, Nasser y Gadafi, la junta de los desp¨®ticos coroneles griegos y el tr¨ªo de generales argentinos que gobernaron con crueldad sus pa¨ªses; tambi¨¦n estar¨ªan el ¨¢gil bailar¨ªn Bokassa y el disciplinado y analfabeto Ceausescu, junto a otros h¨¦roes de las interminables comedias sangrientas que nos recuerdan el desfile hist¨®rico de abusos y glorificaciones, cr¨ªmenes y sagrados paneg¨ªricos en honor de los encantadores y valientes asesinos y de los uniformes dorados lucidos por los alegres fantasmas de las matanzas.
Sin embargo, las im¨¢genes simplificadas y santificadas de los dioses antiguos y futuros ocultan enigmas interesantes: un amigo me habl¨® hace unos a?os de la biblioteca privada de Stalin, comprada por una universidad estadounidense despu¨¦s de 1989, en la que se descubri¨®, con asombro, cu¨¢ntas obras maestras de la literatura hab¨ªa le¨ªdo y comentado con inteligencia el gran l¨ªder, en agudo contraste con sus discursos ante el partido, banales y convencionales; un alumno m¨ªo me dio para que los leyera unos fragmentos de una conversaci¨®n entre Lenin y un escritor y periodista italiano en la que el gran orador de la revoluci¨®n rusa confesaba la repugnancia y la desconfianza que le inspiraba el hombre ruso corriente, borracho y cobarde, astuto y d¨¦spota por naturaleza. Y Mao, todav¨ªa ensalzado y sagrado, no fue s¨®lo el amado asesino de su pueblo, sino tambi¨¦n un poeta bastante bueno.
?Debemos recordar que Hitler no s¨®lo quemaba libros y destru¨ªa el arte decadente, sino que tambi¨¦n fue el l¨ªder enloquecido que asesin¨® a millones de seres humanos, muchos de ellos alemanes; que Stalin no s¨®lo mat¨® a Babel y numerosos intelectuales y artistas, sino tambi¨¦n a muchos comunistas y personas normales; que la Revoluci¨®n Cultural china fue, en realidad, una gran matanza; que Franco mat¨® a Lorca, y no s¨®lo a sus enemigos republicanos; que el dictador chileno Pinochet, adem¨¢s de prohibir a Mayakovski y Neruda, por ser comunistas, prohibi¨® a Tolst¨®i y Dostoievski por ser sovi¨¦ticos?
?O es mejor olvidarse de todos ellos y regalar a todo el mundo entradas para que vayan a ver El gran dictador, de Charlie Chaplin? Charlie y Adolf nacieron con unas noches de diferencia, ambos en abril de 1889, y la nueva edici¨®n de Mein Kampf ha aparecido en el mismo a?o en el que los suizos han inaugurado un Museo Chaplin. Por consiguiente, ?s¨ª, entradas gratis, que todo el mundo vaya a ver El gran dictador! ?Servir¨¢ esa iniciativa para dejar atr¨¢s el pasado y prevenir los peligros del futuro? Lo dudo.
Norman Manea es autor, entre otras obras, de La guarida y la compilaci¨®n de ensayos Leche negra.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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