¡°Los astr¨®nomos est¨¢n dormidos¡±
El desierto de Atacama resultaba tan ajeno como la elaborada ferreter¨ªa de los telescopios
En el desierto de Atacama el poeta Ra¨²l Zurita escribi¨® con una excavadora un mensaje de tres kil¨®metros que no ha sido erosionado por el viento: ¡°Ni pena ni miedo¡±. Un llamado a resistir en un paisaje de actividades extremas: la miner¨ªa, la observaci¨®n de los astros y la desaparici¨®n de cuerpos.?
Desde el espacio exterior, la Tierra es una burbuja azul con una mancha arenosa: el desierto chileno. Estuve ah¨ª para visitar el observatorio de Paranal, fundado por pa¨ªses europeos.?
Las arenas evocan las rojas vastedades de Marte. A casi 3.000 metros de altura, las nubes son contenidas por la cordillera y el aire seco permite ver estrellas sin veladuras. Ah¨ª, los telescopios registran destellos que provienen de hace 27.000 a?os luz, por mencionar una cifra escalofriante. No captan el presente del cosmos, sino su pasado: luz f¨®sil.?
La ascensi¨®n provoca un suave mareo; luego sobreviene la inquietud de estar en un sitio rigurosamente aparte, una estaci¨®n interplanetaria o un set de ciencia ficci¨®n.?
En ese entorno que desaf¨ªa la norma todo cumple un fin pragm¨¢tico. Para visitar los telescopios hay que usar casco. En un cuento infantil, eso servir¨ªa para protegerse de una estrella fugaz; en la austera realidad, nos proteg¨ªa de la ca¨ªda de una tuerca.?
Era de d¨ªa y el gran protagonista ¡ªel cielo nocturno¡ª estaba ausente. Y faltaba otra cosa: el componente humano. El paisaje resultaba tan ajeno como la elaborada ferreter¨ªa de los telescopios. Se comprende la grandeza de un espejo de 8,2 metros de di¨¢metro que capta objetos con una agudeza 4.000 millones de veces superior a la de alguien con buena vista, pero dif¨ªcilmente establecemos un contacto emocional con tan desmesurado aparato o s¨®lo lo establecemos a trav¨¦s de la superstici¨®n, pensando que romper ese espejo traer¨ªa siete a?os luz de mala suerte.?
La informaci¨®n registrada por los telescopios tampoco dice mucho al visitante lego. En las computadoras no vibran vistosas supernovas ni cinturones de asteroides, sino gr¨¢ficas y cifras inexpugnables.
En su espl¨¦ndido documental Nostalgia de la luz, Patricio Guzm¨¢n encontr¨® un sobrecogedor v¨ªnculo con lo humano en Atacama. Luego de alzar los ojos, los desvi¨® a la tierra, donde est¨¢n los huesos de numerosos desaparecidos durante la dictadura de Pinochet.?
Dise?ado para descifrar misterios como la nube de gas que se dirige al hoyo negro en el centro de la V¨ªa L¨¢ctea, el observatorio brinda otras lecciones. Guzm¨¢n repar¨® en la ambivalencia de una especie que comprende lo lejano y aniquila lo pr¨®ximo.?
Ante los enigmas de la raz¨®n, la literatura busca explicaciones emocionales. Escribe Octavio Paz: ¡°El habla es un conjunto de seres vivos, movidos por ritmos semejantes a los que rigen a los astros y las plantas. La creencia en el poder de las palabras proclama el triunfo del pensamiento anal¨®gico frente al racional. La operaci¨®n po¨¦tica no es diversa del conjuro, el hechizo y otros procedimientos de la magia¡±.
?Despu¨¦s de visitar los telescopios pasamos al hotel donde viven los astr¨®nomos, enclavado en una roca. Bajo un tragaluz, crecen palmeras: un oasis con piscina, salas de juego, mecedoras. De una pared cuelga la foto de otro tipo de estrella, Daniel Craig, que en su calidad de James Bond film¨® ah¨ª Quantum of Solace.?
En una mesa hab¨ªa ejemplares de El Mercurio y Der Spiegel. Pero nadie los le¨ªa; todo estaba desierto. ¡°Los astr¨®nomos est¨¢n dormidos¡±, explic¨® nuestro gu¨ªa, como si se refiriera a los h¨¢bitos de otra especie. Vimos las se?ales de ¡°No molestar¡± en sus puertas y todo cobr¨® otra dimensi¨®n. Aislados de los suyos, los cient¨ªficos so?aban en 20 idiomas.?
Quienes no entendemos la silenciosa deriva de los astros, podemos emocionarnos con la noche a deshoras de quienes buscan descifrarla.
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