Sociedades exasperadas
Ante el ascenso de indignados y populistas de extrema derecha, el autor invita a convertir las exasperaciones en transformaciones reales
No creo exagerar si afirmo que vivimos en sociedades exasperadas. Por motivos m¨¢s que suficientes en algunos casos y por otros menos razonables, se multiplican los movimientos de rechazo, rabia o miedo. Las sociedades civiles irrumpen en la escena contra lo que perciben como un establishment pol¨ªtico estancado, ajeno al inter¨¦s general e impotente a la hora de enfrentarse a los principales problemas que agobian a la gente.
Probablemente todo esto deba explicarse sobre el trasfondo de los cambios sociales que hemos sufrido y nuestra incapacidad tanto de entenderlos como de gobernarlos. Asistimos impotentes a un conjunto de transformaciones profundas y brutales de nuestras formas de vida. Hay quien culpabiliza de estos cambios a la globalizaci¨®n, otros a los emigrantes, a la t¨¦cnica o a una crisis de valores. Hay decepcionados por todas partes y por muy diversos motivos, frecuentemente contradictorios, en la derecha y en la izquierda, a los que ha decepcionado el pueblo o las ¨¦lites, la falta de globalizaci¨®n o su exceso. Este malestar se traduce en fen¨®menos tan heterog¨¦neos como el movimiento de los indignados o el ascenso de la extrema derecha en tantos pa¨ªses de Europa. Por todas partes crece el partido de los descontentos. En la competici¨®n pol¨ªtica, tienen las de ganar quienes aciertan a representar mejor la gesti¨®n de los malestares. Y no hay nada peor que parecer ante la opini¨®n p¨²blica como quien se resigna ante el actual estado de cosas, lo que probablemente explique a qu¨¦ se deben las dificultades de los partidos cl¨¢sicos, que son m¨¢s conscientes de los l¨ªmites de la pol¨ªtica, menos capaces de hacerse cargo de las nuevas agendas y con unas posiciones equilibradas que resultan incomprensibles para quienes est¨¢n enfurecidos.
La extensi¨®n de tal estado emocional no ser¨ªa posible sin los medios de comunicaci¨®n y las redes sociales. En esta sociedad irascible, gran parte del trabajo de los medios consiste precisamente en poner en escena los ataques de ira, mientras que las redes sociales se encienden una y otra vez dando lugar a verdaderas burbujas emocionales. En esta mezcla de informaci¨®n, entretenimiento y espect¨¢culo que caracteriza a nuestro espacio p¨²blico, se privilegian los temperamentos sobre los discursos. Las virulencias son vistas como ejercicios de sinceridad y los discursos matizados como inaut¨¦nticos; quienes son m¨¢s ofensivos ganan la mayor atenci¨®n en la esfera p¨²blica. Gracias a los medios y las redes sociales, hay una plusval¨ªa que se concede a quienes saben asegurar el espect¨¢culo.
Deber¨ªamos comenzar reconociendo la grandeza de la c¨®lera pol¨ªtica, de esa voluntad de rechazar lo inaceptable. La realidad de nuestro mundo es escandalosa, en general y en detalle. Mientras que la apat¨ªa pone los acontecimientos bajo el signo de la necesidad y la repetici¨®n, la c¨®lera descubre un desor?den tras el orden aparente de las cosas, se niega a considerar el insoportable presente como un destino al que someterse.
El cuadro de las indignaciones estar¨ªa incompleto si no tuvi¨¦ramos en cuenta su ambivalencia y cacofon¨ªa. El disgusto ante la impotencia pol¨ªtica ha dado lugar a movimientos de regeneraci¨®n democr¨¢tica, pero tambi¨¦n est¨¢ en el origen de la aparici¨®n de esa ¡°derecha sin complejos¡± que avanza en tantos pa¨ªses. Hay v¨ªctimas pero tambi¨¦n victimismos de muy diverso tipo; adem¨¢s el estatus de indignado, cr¨ªtico o v¨ªctima no le convierte a uno en pol¨ªticamente infalible.
Para ilustrar en variedad de iras colectivas, pensemos en c¨®mo la pol¨ªtica americana ha visto nacer despu¨¦s de 2008 dos movimientos de aut¨¦ntica c¨®lera social de signo contrario (el Tea Party y Occupy), as¨ª como en el hecho de que los ¨²ltimos ciclos electorales han estado marcados por la polarizaci¨®n pol¨ªtica y el ascenso de los discursos extremos. El ¨¦xito de Donald Trump ha sido interpretado como la gran c¨®lera del pueblo conservador. Pero a veces se olvida que lo que impuls¨® al Tea Party fue el anuncio del Gobierno de Obama de nuevas medidas de rescate financiero a los grandes bancos, exactamente lo mismo que puso en marcha a los movimientos de protesta en la izquierda altermundialista.
A la indignaci¨®n le suele faltar reflexividad. Por eso tenemos buenas razones para desconfiar de las c¨®leras mayoritarias, que frecuentemente terminan designando un enemigo, el extranjero, el islam, la casta o la globalizaci¨®n, con generalizaciones tan injustas que dificultan la imputaci¨®n equilibrada de responsabilidades. Hay que distinguir en todo momento entre la indignaci¨®n frente a la injusticia y las c¨®leras reactivas que se interesan en designar a los culpables mientras que fallan estrepitosamente cuando se trata de construir una responsabilidad colectiva.
Por todas partes crece el partido de los descontentos. Tiene las de ganar quien representa mejor los malestares
El hecho de que la indignaci¨®n est¨¦ m¨¢s interesada en denunciar que en construir es lo que le confiere una gran capacidad de impugnaci¨®n y lo que explica sus l¨ªmites a la hora de traducirse en iniciativas pol¨ªticas. Una sociedad exacerbada puede ser una sociedad en la que nada se modifica, incluido aquello que suscitaba tanta irritaci¨®n. El principal problema que tenemos es c¨®mo conseguir que la indignaci¨®n no se reduzca a una agitaci¨®n improductiva y d¨¦ lugar a transformaciones efectivas de nuestras sociedades.
Ante el actual desbordamiento de nuestras capacidades de configuraci¨®n del futuro, las reacciones van desde la melancol¨ªa a la c¨®lera, pero en ambos casos hay una impl¨ªcita rendici¨®n de la pasividad. En el fondo estamos convencidos de que ninguna iniciativa propiamente dicha es posible. Los actos de la indignaci¨®n son actos apol¨ªticos, en cuanto que no est¨¢n inscritos en construcciones ideol¨®gicas completas ni en ninguna estructura duradera de intervenci¨®n. Lo pol¨ªtico comparece hoy generalmente bajo la forma de una movilizaci¨®n que apenas produce experiencias constructivas, se limita a ritualizar ciertas contradicciones contra los que gobiernan, quienes a su vez reaccionan simulando di¨¢logo y no haciendo nada. Tenemos una sociedad irritada y un sistema pol¨ªtico agitado, cuya interacci¨®n apenas produce nada nuevo, como tendr¨ªamos derecho a esperar dada la naturaleza de los problemas con los que tenemos que enfrentarnos.
La pol¨ªtica se reduce, por un lado, a una pr¨¢ctica de gesti¨®n prudente sin entusiasmo y, por otro, a una expresividad brutal de las pasiones sin racionalidad, simplificada en el combate entre los gestores grises de la impotencia y los provocadores, en Hollande y Le Pen, por poner un ejemplo (la Hollandia y la Lepenia, como dec¨ªa Dick Howard).
La miseria del mundo debe ser gobernada pol¨ªticamente. Se tratar¨ªa de acabar con las exasperaciones improductivas y reconducir el desorden de las emociones hacia la prueba de los argumentos. Nos lo jugamos todo en nuestra capacidad de traducir el lenguaje de la exasperaci¨®n en pol¨ªtica, es decir, convertir esa amalgama plural de irritaciones en proyectos y transformaciones reales, dar cauce y coherencia a esas expresiones de rabia y configurar un espacio p¨²blico de calidad donde todo ello se discuta, pondere y sintetice.
Daniel Innerarity es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Pol¨ªtica e investigador Ikerbasque en la Universidad del Pa¨ªs Vasco. Acaba de publicar el libro La pol¨ªtica en tiempos de indignaci¨®n (Galaxia Gutenberg) y es candidato de Geroa Bai al Congreso de los Diputados.
Tenemos una sociedad irritada y un sistema pol¨ªtico agitado cuya interacci¨®n apenas produce nada nuevo
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