Muqtada al Sadr, el cl¨¦rigo populista
A sus 42 a?os, el l¨ªder iraqu¨ª del movimiento sadrista nunca ha optado a un cargo formal, pero basa su ampl¨ªa influencia en su capacidad de agitaci¨®n
A finales de marzo, el controvertido cl¨¦rigo y pol¨ªtico iraqu¨ª Muqtada el Sadr plant¨® una tienda de campa?a a las puertas de la superprotegida Zona Verde de Bagdad, donde radican las principales instituciones del Estado y embajadas extranjeras. Enseguida, en un gesto m¨¢s que simb¨®lico de lealtad, las fuerzas de seguridad encargadas de proteger el recinto, incluido el general al mando, acud¨ªan a presentarle sus respetos. Se confirmaba as¨ª como l¨ªder de la protesta popular contra la corrupci¨®n que desde 2015 mantiene en jaque al primer ministro, Haider al Abadi.
Despu¨¦s de aquello pocos pudieron sorprenderse de que un mes m¨¢s tarde, disuelta la acampada, los manifestantes (mayoritariamente chi¨ªes y sadristas) apenas encontraran oposici¨®n policial cuando recibieron la orden de franquear el acceso a la Zona Verde y tomar el Parlamento. Por un momento pareci¨® el golpe de gracia a un Gobierno, agarrotado por la crisis pol¨ªtica y la lucha contra el autodenominado Estado Isl¨¢mico (ISIS). Apenas 24 horas m¨¢s tarde, fiel a su estilo imprevisible, Al Sadr ped¨ªa que se retiraran los manifestantes.
Al Sadr, o Muqtada como se refieren a ¨¦l sus seguidores de acuerdo con la costumbre ¨¢rabe de utilizar los nombres propios, volv¨ªa a ocupar los titulares como ha hecho de forma intermitente desde que en de 2003 el Ej¨¦rcito de EEUU invadi¨® Irak y derrib¨® a Sadam Husein. Al igual que entonces, sus intenciones ¨²ltimas siguen siendo objeto de debate entre quienes creen que busca hacerse con el poder (algo que sus portavoces desmienten una y otra vez) y quienes opinan que le basta convertirse en un interlocutor necesario. De momento, da la impresi¨®n de marcar el paso de la pol¨ªtica iraqu¨ª.
¡°Espera la ocasi¨®n para erigirse en el salvador de los chi¨ªes de Irak¡±, ha escrito el analista Mohamad Bazzi.
Tales ambiciones encajan mal con su anuncio, hace dos a?os, de que se retiraba de la vida pol¨ªtica. Pero su participaci¨®n en ella siempre ha sido un tanto peculiar. Nunca ha aspirado a un cargo formal. Su influencia se basa en su capacidad de agitaci¨®n. A sus 42 a?os, el cl¨¦rigo chi¨ª encabeza el movimiento sadrista, un conglomerado difuso que incluye en su ¨®rbita desde el bloque parlamentario Al Ahrar (que le considera su l¨ªder espiritual) hasta una milicia (la te¨®ricamente disuelta Ej¨¦rcito del Mahdi renacida como Brigadas de la Paz tras la eclosi¨®n del ISIS), pasando por una extensa red de organizaciones caritativas, que cubren la ausencia del Estado entre los desheredados chi¨ªes y que est¨¢n en el origen de su popularidad.
Su rechazo a la ocupaci¨®n de EE UU marc¨® la diferencia entre ¨¦l y el resto de los pol¨ªticos iraqu¨ªes
Hijo y sobrino de dos venerados ayatol¨¢s asesinados por Sadam, Al Sadr aprovech¨® el prestigio de su linaje y actu¨® con rapidez a la ca¨ªda de la dictadura. Utiliz¨® las redes de caridad establecidas por su padre para poner en pie un sistema de servicios sociales, al estilo del que Hezbol¨¢ gestiona en el sur de L¨ªbano, en uno de los arrabales chi¨ªes m¨¢s pobres de Bagdad, Ciudad Sadam. Sus agradecidos habitantes lo rebautizaron Ciudad Sadr. Tambi¨¦n se apresur¨® a nombrar imames para las mezquitas desertadas por los cl¨¦rigos afectos al r¨¦gimen depuesto, lo que le permiti¨® ampliar sus bases y reclutar milicianos.
Pero fue sobre todo su rechazo a la ocupaci¨®n estadounidense lo que marc¨® la diferencia entre ¨¦l y el resto de los pol¨ªticos iraqu¨ªes, reci¨¦n regresados del exilio gracias a la intervenci¨®n. Todos infravaloraron el tir¨®n popular de aquel joven cl¨¦rigo de ojos saltones y dientes mellados, tocado con el turbante negro de los descendientes de Mahoma, que se dirig¨ªa a sus seguidores en el ¨¢rabe de la calle y no en el cl¨¢sico de los ancianos ayatol¨¢s de Nayaf.
Se ha alineado con el movimiento c¨ªvico contra la corrupci¨®n y en defensa de la reforma del sistema pol¨ªtico
Para cuando los militares norteamericanos quisieron tomar medidas contra quien consideraban ¡°el hombre m¨¢s peligroso de Irak¡±, su popularidad ya se hab¨ªa extendido y su milicia rondada los 60.000 hombres armados. No s¨®lo libr¨® la primera revuelta contra los invasores extranjeros en 2004 sino que, bru?endo sus credenciales nacionalistas, envi¨® ayuda humanitaria a la Faluya sitiada donde los sun¨ªes hab¨ªan iniciado su propia insurgencia. El hermanamiento intercomunitario dur¨® poco. Su fuerza fue acusada de secuestrar, torturar y matar a miles de sun¨ªes durante la guerra sectaria que sigui¨®.
Aunque por entonces Al Sadr se hab¨ªa refugiado en Ir¨¢n con el pretexto de completar los estudios religiosos y convertirse en ayatol¨¢, el distanciamiento f¨ªsico no le impidi¨® seguir participando activamente en la pol¨ªtica de su pa¨ªs. Tanto en 2006 como en 2010 su apoyo fue crucial para que Nuri al Maliki formara Gobierno. Al regreso de su autoexilio un a?o m¨¢s tarde, el impulsivo cl¨¦rigo sonaba m¨¢s conciliador, pero pronto empez¨® a distanciarse del primer ministro a quien acusaba de comportarse como un dictador. Su oposici¨®n result¨® clave para evitar un tercer mandato de Al Maliki en 2014.
Desde el verano pasado se ha alineado con el movimiento c¨ªvico contra la corrupci¨®n y en defensa de la reforma del sistema pol¨ªtico. Una vez m¨¢s, el astuto cl¨¦rigo con ambiciones de hombre de Estado vuelve a sacar partido de la crisis institucional, al transformar la protesta popular en una protesta sadrista. La jugada resulta maestra habida cuenta de que los sadristas no s¨®lo son parte del Gobierno al que acusan de corrupci¨®n, sino que en los ministerios bajo su control, Comercio, Vivienda y Municipalidades, el desempe?o no ha sido precisamente ejemplar.
Esa decisi¨®n le ha granjeado el respeto incluso fuera de sus filas. Con apenas 34 esca?os de los 328 con que cuenta el Parlamento y una representaci¨®n similar en las asambleas provinciales, dif¨ªcilmente pod¨ªa conseguir m¨¢s proyecci¨®n. Pocos recuerdan ya que el mismo hombre que ahora pide un Gobierno de tecn¨®cratas independientes de los partidos religiosos defend¨ªa hasta ayer un r¨¦gimen isl¨¢mico, en l¨ªnea con las ense?anzas de su padre. Su lucha contra el sistema busca reforzar su posici¨®n en ese mismo sistema. Oportunista o pragm¨¢tico, Al Sadr ha vuelto a reinventarse para alarma de sus rivales pol¨ªticos.
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